Paco Ignacio Taibo II
En el 93 me tocó actuar como relator del informe sobre el 2 de octubre de
1968, como secretario técnico de la Comisión de la Verdad. El resumen se elaboró
a partir de una amplia revisión documental, testimonios y entrevistas realizadas
ex profeso por la Comisión con estudiantes, materiales enviados por ex
funcionarios y entrevistas con personajes que pidieron se conservara su
anonimato. A pesar de las nuevas investigaciones y la aparición de nuevos
documentos, creo que estas notas, sólo notas, siguen siendo útiles para saber lo
que sucedió el 2 de octubre de hace 35 años y por qué.
1) El 2 de octubre de 1968 era miércoles.
2) En la mañana, en el Consejo Nacional de Huelga se decidió limitar el acto
programado a un mitin y suspender la manifestación al Casco de Santo Tomás,
exigiendo la devolución de las instalaciones al Ejército. Se habían celebrado
tres pequeños mítines en días pasados en Ciudad Universitaria y en Tlatelolco.
El movimiento iniciaba una recuperación, tras haber estado a la defensiva en la
secuencia iniciada el 19 de septiembre con las acciones armadas del gobierno
(toma militar de Ciudad Universitaria, ataque de los granaderos y toma del Casco
de Santo Tomás, toma militar y policiaca de Zacatenco). El mitin era importante
porque habría de anunciarse el inicio de una huelga de hambre de los presos
políticos estudiantiles detenidos a lo largo de las operaciones militares de
septiembre.
3) En la mañana del 2, en una sesión del CNH se acordó que sólo estuvieran en
la tribuna organizadores y oradores; se sugirió que los miembros del CNH que no
tuvieran algo que hacer en el acto no asistieran y que en caso de que lo
hicieran se mezclaran con la multitud. Eran las medidas de precaución
habituales. La dirección del movimiento estudiantil no esperaba ninguna
represión. De hecho, el acto coincidía con la apertura de conversaciones con la
comisión Caso-De la Vega. Es más, el aviso de que habían salido del Monumento a
la Revolución camiones con agentes armados de la Dirección Federal de Seguridad,
fue recibido como un anuncio alarmista más.
Otros indicadores de que podría producirse una represión podrían haber llegado
hasta la dirección del movimiento estudiantil, como que se había otorgado un día
de asueto a los trabajadores de la Secretaría de Relaciones Exteriores porque
``iba a haber problemas''.
De ser así, fueron interpretados como una de las habituales medidas para
aislar a la población y, en particular, a la burocracia de los actos del
movimiento.
Paralelamente las provocaciones se sucedían: existen multitud de testimonios
de aproximaciones a los miembros más conocidos del CNH realizadas por supuestos
estudiantes radicalizados, que insistían en que el movimiento estudiantil
``debería armarse''. Hay constancia de que en muchas de estas ocasiones los
dirigentes rechazaron estas propuestas. Ayax Segura, del que luego se sabría era
agente de Gobernación, hizo la oferta públicamente en una sesión del CNH. El
autor de estas notas recuerda que había actuado a fines de septiembre para
desmontar una provocación organizada por la policía en este sentido, que
involucraba a un grupo de brigadistas de la Preparatoria uno.
Antes de iniciarse el mitin, en la plaza se presentó un individuo con un
recado apócrifo de Genaro Vázquez pretendiendo que se leyera durante el acto.
Era un texto absurdo. Gilberto Guevara lo despidió sin hacerle caso.
Más tarde, el personaje habría de intervenir como agente policiaco en la
represión.
La tentación, tras 70 días de lucha, de responder a la violencia gubernamental
con violencia, estaba en el interior del movimiento. Los tiroteos contra
brigadistas, las agresiones de las porras, las intervenciones armadas de
granaderos, policías y soldados en las escuelas durante septiembre, actuaban
como revulsivo, pero la idea dominante en el movimiento, sobre todo entre los
cuadros de dirección, era que la fuerza de la movilización estaba en su acción
de masas y que si una minoría optaba por las balas el movimiento perdería su
fuerza, incluso justificaría políticamente la represión gubernamental.
Había pistolas entre los estudiantes, pero en manos de una absoluta minoría, y
sus propietarios las entendían más como un elemento defensivo para evitar el
asesinato o la detención.
La oferta de armas por parte de provocadores parecía confirmar la tesis de la
mayoría de la dirección estudiantil.
4) La decisión de reprimir en Tlatelolco fue tomada por Díaz Ordaz al menos el
30 de septiembre, probablemente antes, bajo la forma de desatar una represión
``ejemplarizante'', aunque la decisión de hacerlo el 2 de octubre dependió del
accionar del movimiento.
5) Según estimaciones de la Comisión de la Verdad, en Tlatelolco habrían
actuado más de 8 mil efectivos de las fuerzas represivas estatales entre
soldados, granaderos, policías del DF, Policía Montada, policías secretas de
todo tipo, policías judiciales del DF y federales, miembros del Batallón Olimpia
y bomberos y 300 vehículos entre tanques, tanquetas, blindados y jeeps
con metralletas.
La movilización de estas fuerzas y las órdenes se dieron al menos 24 horas
antes. Las órdenes fueron diferentes. Mientras el Ejército probablemente recibió
la orden de intervenir en caso de ``disturbios'', el Batallón Olimpia, los
agentes de la DFS y la Policía Judicial recibieron orden de crear el
``disturbio''.
El Batallón Olimpia había sido integrado en febrero del 68 con la misión de
custodiar las instalaciones y ejercer servicios de orden en las futuras
Olimpiadas, dependía directamente en la línea de mando del Estado Mayor
Presidencial y, por lo tanto, de la Presidencia de la República. Había sido
formado tomando tropa de batallones de todo el país y tenía un número de
suboficiales más alto de lo normal. Estaba dirigido por el coronel Ernesto Gómez
Tagle y el 2 de octubre había sido reforzado por dos secciones de caballería del
18 y el 19 regimiento.
Sus órdenes eran asistir al acto vestidos de civil y con un guante blanco en
la mano izquierda como identificación. Esa misma orden recibieron los judiciales
federales 24 horas antes. La orden incluía la prohibición de portar
identificación o documentos personales y no se precisaba si los miembros del
batallón deberían llevar un guante o un pañuelo enrollado en la mano izquierda.
En las investigaciones de la Comisión de la Verdad apareció frecuentemente
otro nombre, el del mayor Cuauhtémoc Cárdenas, posiblemente mayor de la policía,
cuya misión era coordinar militares del Batallón Olimpia y judiciales.
6) El Batallón Olimpia tenía órdenes de bloquear el edificio ``Chihuahua'',
detener a los miembros del CNH, tomar el segundo y tercer piso, disparar sobre
la multitud.
Los judiciales tomaron posiciones en la plaza, a la que arribaron incluso
antes que los estudiantes, la torre de Relaciones Exteriores, que dominaba la
Plaza de las Tres Culturas; en particular en el piso 21, donde había un grupo de
agentes de la Dirección Federal de Seguridad a cargo del comandante Llanes.
Versiones no confirmadas insisten en que Mendiolea dirigió la operación desde la
torre de Relaciones Exteriores.
En la zona de niebla que aún hoy cubre lo sucedido el 2 de octubre de 1968, se
encuentran los nombres de los que coordinaron la operación represiva, quiénes de
los jefes policiacos y militares dentro de la zona conocían exactamente lo que
habría de pasar y quiénes tenían información parcial. Al menos tres fuerzas
actuaron sincronizadamente a las 6:10 de la tarde: los francotiradores de la
policía, que dan la señal al arrojar las bengalas; las fuerzas militares, que
irrumpen en la plaza; y los efectivos del Batallón Olimpia.
7) A las 6:10 de la tarde se producen en una secuencia rápida los siguientes
acontecimientos:
Arribo de los camiones de los paracaidistas que comienzan a descender en los
alrededores de la plaza.
Un helicóptero (¿militar?) sobrevuela la plaza.
Desde la torre de Relaciones Exteriores (y no desde el helicóptero, como se
afirmó posteriormente) se disparan dos bengalas, la primera verde y la segunda
roja.
El Ejército avanza hacia el mitin.
Sócrates le quita el micrófono al orador y grita: ``¡No corran, es una
provocación!''.
Desde el ``Chihuahua'' se producen los primeros disparos sobre la multitud. El
testimonio de Eduardo Valle, El Búho, es preciso y con él coinciden
muchos más: ``Dos bengalas e inmediatamente después vi a un civil armado y
vestido con gabardina que disparaba una carga de pistola contra la multitud''.
Varias versiones coinciden en señalar a este hombre y a otros vestidos de civil
como los iniciadores del tiroteo. Hasta el censurado Diario de la Tarde
registró: ``Los individuos enguantados sacaron sus pistolas y empezaron a
disparar a boca de jarro e indiscriminadamente sobre mujeres, niños, estudiantes
y granaderos''.
Hay versiones contradictorias sobre si los disparos de los miembros del
Batallón Olimpia se iniciaron en el tercer piso o también en la planta baja y el
segundo piso.
¿Incluían sus órdenes disparar sólo sobre la multitud?, ¿o también sobre los
militares uniformados en la plaza? La hipótesis de que lo hicieron cuando la
multitud avanzaba hacia el edificio para proteger a los miembros del CNH y/o
replegándose de la tropa fue desechada por la Comisión de la Verdad. Los
disparos fueron hechos antes de que la multitud se moviera hacia el
``Chihuahua''.
Sobre la multitud se dispara desde la torre de Relaciones y, según testimonios
de vecinos recogidos por la Comisión, hubo ``disparos de ametralladora que
salían de los altos del edificio''.
¿Se disparó desde el segundo piso? ¿Fue desde el departamento que habían
tomado previamente y que luego usarían para las primeras concentraciones de
detenidos?
Existen testimonios varios de que los soldados dispararon sobre la multitud en
la zona del Eje Central, una vez que cayeron las bengalas.
8) A estos disparos siguen de inmediato los tiros disparados por los efectivos
del Ejército uniformado en la plaza, que viene entrando desde diferentes lados.
Los tiros son de abajo hacia arriba y/o sobre la multitud.
Mientras esto sucede, un alud de efectivos del Olimpia y policías irrumpen en
el tercer piso con pistolas en las manos. Comienzan a golpear y a detener a los
estudiantes y periodistas que se encuentran allí.
Cuando se inicia el tiroteo ya el Batallón Olimpia había ocupado el tercer
piso del ``Chihuahua'' y tenía a la gente con los brazos en alto, o lo estaba
ocupando. Tenían además bloqueadas las salidas del edificio.
En el ``Chihuahua'' habría unos 300 estudiantes entre miembros del CNH, de las
comisiones de orden, del grupo técnico que se hacía cargo del sonido,
periodistas y colados.
La multitud que se replegaba hacia el ``Chihuahua'' fue recibida por civiles
que en la planta baja del edificio descargaron revólveres contra ellos.
Algunos miembros del Olimpia en el edificio ``Chihuahua'', tras hacer tirarse
al suelo a los detenidos, se encuentran con que el Ejército en la plaza dispara
sobre el mismo inmueble. Soldados del batallón , al ver que el ejército les
disparaba, azorados buscaban un walkie-talkie para comunicarse con los de
abajo. Se suceden los gritos de ``no disparen, Batallón Olimpia''.
Multitud de testigos reseñan estas frases. Los tiros y luego los llamados a no
tirar y los reclamos de: ``somos guante blanco''.
Este hecho confirmaría que la intervención del Olimpia era del conocimiento
del Ejército.
En paralelo comienza la detención de los estudiantes que lograron ocultarse en
los departamentos. Continúan las comunicaciones entre el Olimpia y los soldados
mientras sigue el tiroteo: ``Aquí Batallón Olimpia, bajo con un prisionero''.
El helicóptero ametralló a la multitud; a veces tiraban balas trazadoras,
sobre esto hay múltiples testimonios.
Durante una hora y cincuenta minutos se dispara contra una multitud desarmada.
Según datos oficiales se hacen 15 mil disparos. Dentro del cerco, la multitud es
arrojada hacia uno u otro lado de la plaza, donde la reciben a tiros o con la
bayoneta calada.
Según testimonios oficiales recogidos por el diario El Universal, que
coinciden con el primer reporte de la Cruz Roja, la mayoría de los muertos
reconocidos por las autoridades lo fueron a causa de heridas de bayoneta, entre
ellos un niño.
9) El comportamiento de las fuerzas del Ejército fue diferente según las zonas
y los mandos. Varió de una voluntad asesina a una indisciplina pasiva que salvó
a muchos manifestantes. Hay variados testimonios de que soldados dispararon
contra ambulancias de la Cruz Verde para que no entraran al cerco en los
primeros momentos; existen testimonios de estudiantes dejados salir del cerco
por soldados ``haciéndose los ciegos'' (fundamentalmente en la parte norte de la
plaza y durante los primeros 15 minutos); testimonios que narran cómo en los
primeros momentos algunos soldados dispararon al aire y también hay múltiples
testimonios de estudiantes impulsados por los soldados a bayoneta calada hacia
la zona del tiroteo (por ejemplo, en la zona de los asta banderas cercana a Voca
Siete sobre la calle Manuel González). Los heridos allí lo fueron a bocajarro.
según la revista Time varios de los cadáveres tenían huellas de pólvora
en la ropa.
El horror se vuelve absurdo en el caos. ¿Quince mil disparos para disolver un
mitin? Ciento diez minutos de terror sobre una multitud indefensa tratando de
salir del cerco.
10) La magnitud de la represión la da con más fidelidad la cifra de heridos:
no menos de 700.
Gracias a la intervención memorable de la Cruz Roja y la Cruz Verde, muchos de
los heridos hoy pueden contar la historia. Las dos Cruces tuvieron 42
ambulancias en el terreno sacando heridos y su presencia costó a los
trabajadores de esas dependencias tener en la jornada seis camilleros heridos.
Estos fueron enviados, en principio, al Hospital Rubén Leñero y al Hospital de
la Cruz Roja. Según el director de emergencias del Leñero, el doctor Jiménez
Abad, allí se recibieron ``600 heridos'', de los cuales ``entre 12 y 18
murieron''.
Saturado el Leñero, algunos de los heridos fueron enviados a otros nosocomios
del DDF, Cruz Roja y aun al Hospital Militar. Pero a partir de las nueve de la
noche, y por órdenes del subjefe de la policía Mendiolea, los hospitales fueron
intervenidos por la policía y según el testimonio de un doctor en el Rubén
Leñero, ``los granaderos y los secretos venían y nos quitaban a los
muchachos de los quirófanos donde los estábamos operando y se los llevaban.
Dónde quedaron esos muchachos, y si murieron, nadie lo sabe''.
11) No hay duda que las diferentes fuerzas represivas que participaron en
Tlatelolco intercambiaron disparos entre ellas. ¿Fue una manera en la que los
Olimpias
y los agentes de la DFS provocaron al Ejército para luego estalecer la farsa
de la agresión estudiantil o simplemente resultado del caos, descoordinación de
las fuerzas que intervenían e ineptitud de los mandos?
El Ejército tuvo diez bajas en la operación de Tlatelolco. Tres soldados
muertos y siete heridos, entre ellos el general de paracaidistas Hernández
Toledo, que dirigía la operación. Ninguno de ellos fue herido por balas de bajo
calibre. Uno de los soldados reportaba ante el Ministerio Público que se había
herido solo al disparársele un tiro en el pie, otro que había sido herido por un
fragmento de metralla rebotada (probablemente de las balas de alto calibre que
dispararon las tanquetas), un tercero que había sido herido por un disparo que
vino del edificio ``Chihuahua''. El propio Hernández Toledo recibió una bala en
la baja espalda en el momento en que se iniciaba la operación. La bala era de un
AR-12, un fusil muy poco común en México. En los momentos de recibir el impacto
estaba dando la espalda a la torre de Relaciones Exteriores. Por la trayectoria
del impacto le habían disparado los agentes de la DFS allí situados o los que
actuaban desde el helicóptero.
¿Qué pensaría el general mientras convalecía de su herida? ¿Se supondría
víctima de un fuego cruzado entre compañeros o pensaría que era un peón en un
juego de provocaciones en el que poco importaba volarle la columna vertebral?
Las bajas del Batallón Olimpia, oficialmente inexistente en Tlatelolco, nunca
se reportaron. Tampoco se reportaron las bajas de las diferentes policías.
12) El Estado mexicano nunca se ha mostrado muy sofisticado en la elaboración
de sus mentiras. Pareciera como si en el fondo la cortina de humo sólo tuviera
un carácter ritual y quisiera que, en su absoluta prepotencia, se reconociera su
decisión de masacrar. La masacre así adquiere su verdadera dimensión de
advertencia. Quizá esto explica la inconsciente torpeza de sus argumentos, la
debilidad absoluta de sus pruebas.
La versión oficial se produjo antes de que los disparos terminaran de
escucharse en Tlatelolco. El jefe de prensa de la Presidencia, Fernando M.
Garza, habló a periodistas de una ``provocación estudiantil que había terminado
en tiroteo''. Díaz Ordaz se aferró en todas sus intervenciones a la tesis de que
los estudiantes habían disparado sobre el ejército y que éste,que tenía órdenes
de defenderse, respondió a la provocación. El general García Barragán, ministro
de la Defensa, amplió diciendo que se había tratado de ``guerrilleros que
provocaron al Ejército''. Meses más tarde, en los juicios a los dirigentes
estudiantiles capturados la versión se elaboraría un poco más, apoyándose en
declaraciones de infiltrados como Sócrates y Ajax Segura, señalando que en el
CNH se habría tomado la decisión de crear cinco columnas armadas y que éstas
actuaron en Tlatelolco.
Pero la versión gubernamental en clave de telenovela hacía agua por todos los
rincones. Los altos mandos del Ejército y la policía nunca pudieron ponerse de
acuerdo en sus declaraciones respecto a cómo había empezado el tiroteo y quién
había pedido la intervención de quién: la Secretaría de la Defensa declaró que
había recibido una petición de apoyo de la policía (40 minutos antes de que se
produjeran los disparos); la policía aseguró que no había pedido la intervención
de nadie y los judiciales se limitaron a declarar que los disparos habían
surgido del edificio ``Chihuahua'' y que ellos habían respondido.
Los supuestos francotiradores situados en los edificios vecinos jamás
aparecieron y sus armas nunca fueron encontradas, a pesar de que la plaza estuvo
bajo control militar por tres días.
Días más tarde la policía mostró el arsenal supuestamente capturado a los
estudiantes, compuesto de siete pistolas, dos escopetas y un aparato de radio.
Un arsenal minúsuculo, con armas cuyos calibres no coincidían con las balas que
se extrajeron a los heridos. La aparición de algunas escopetas de caza en
departamentos registrados de la Unidad Tlatelolco fue mostrada como parte del
arsenal estudiantil, pero incluso la prensa controlada de la ciudad de México
señalaba que las escopetas no habían sido usadas.
El número de detenidos rebasó el millar y medio, pero el único estudiante al
que se le encontró un arma en el tercer piso del ``Chihuahua'' fue a Florencio
López Osuna. Una pistola familiar de bajo calibre. No había disparado.
La versión gubernamental no sólo era una chapuza ridícula, era algo peor, era
la demostración de que la impunidad estatal dominaba la vida de los mexicanos,
que Díaz Ordaz podía hacer reaparecer a la Virgen de Guadalupe o llevar a juicio
al pato Donald acusado de extranjero pernicioso activo en el movimiento
estudiantil.
13) Hubo una segunda balacera de corta duración hacia las 11 de la noche. ¿Un
despiste? ¿La tensión? Ya no había contra quién disparar. Tenían todo
controlado. Aprovecharon para perforar todas las ventanas del edificio con los
proyectiles de ametralladoras de grueso calibre de las tanquetas.
14) Múltiples testimonios de la solidaridad y la defensa de los vecinos,
escondiendo, bronqueándose con la policía, sacando, disfrazando a los
estudiantes. Incluso la acción de unos vecinos de la unidad, que apedrearon
tanquetas en los alrededores.
15) La operación policiaco-militar de la Plaza de las Tres Culturas produjo un
número que podría alcanzar los cinco millares de detenidos, colocando a la
ciudad de México en un estado de sitio virtual, ilegal y terrible. Parecer
estudiante fue, durante muchos días, un grave delito.
Los detenidos ``especiales'', capturados en el edificio ``Chihuahua'', fueron
identificados por policías infiltrados en el movimiento, conducidos a la iglesia
y en la ex prisión de Tlatelolco fueron desnudados por los soldados, hombres y
mujeres.Ahí mismo se golpeó a varios de ellos y se les robaron sus pertenencias
personales.
En lo siguientes días habrían de ser sometidos a golpizas, fusilamientos
simulados y torturas en instalaciones policiacas y en el Campo Militar número 1.
Una semana después de la matanza permanecían detenidos mil 500 de ellos. Más
de 300 lo serían hasta la amnistía del 71.
16) La cifra de las víctimas se volvió un baile burlón y terrible que habría
de durar hasta nuestros días. En el hospital, Hernández Toledo declaró: ``No
falleció ninguno'', y Díaz Ordaz se negó a ofrecer cifras y nombres.
El gobierno hizo de no reconocer ninguna cifra un asunto de Estado. Los
asesinados en Tlatelolco debían desaparecer. En la moderna brujería de la
desinformación el conjuro era tan barroco como sinuoso: la masacre queda como
monumento a la omnipotencia del Estado; los muertos son anónimos e incontados.
El vacío informativo fue llenado de cualquier manera. El diario inglés The
Guardian hablaba de 325 muertos. Las cifras estudiantiles fueron dadas de
manera irresponsable en los primeros días y más como una reacción ante el
intento del gobierno de ocultar los datos, que como un intento de reconstruir la
verdad. Se habló de mil muertos, de 500.
Declaraciones llegadas años más tarde a la Comisión de la Verdad hablaban de
que una parte de los cadáveres habían sido arrojados al Golfo de México por
aviones militares.
No era fácil reconstruir la lista. Muchos de los muertos no eran estudiantes,
lo que hubiera facilitado el reconocimiento, sino empleados, trabajadores,
vendedores ambulantes; las familias fueron presionadas para firmar actas de
defunción que atribuían la muerte a causas naturales y los parientes fueron
amenazados por la policía. Finalmente, en diciembre de 1969 el Consejo Nacional
de Huelga reportó ``cerca de 150 muertos'', esta cifra permaneció en la memoria
colectiva.
Las primeras listas confiables reconocían tres docenas de nombres y todo el
mundo pensaba que eran dolorosamente incompletas, que morir en Tlatelolco tenía
la doble maldición del anonimato: Cecilio, comerciante de 24 años, se había
visto su cadáver en Traumatología de Balbuena; Leonardo Pérez González, maestro
de vocacional; Guillermo Rivera Torres, voca 1, 15 años; Antonio Solórzano
ambulante de la Cruz Roja; Gilberto estudiaba en cuarto año en la ESIQIE;
Cordelio en Prepa 9; José Ignacio, 36 años, empleado...
Finalmente, en el 93 los nombres y apellidos de más de una treintena fueron
colocados en la estela que hoy existe en la Plaza de Tlatelolco. La Comisión de
la Verdad analizó 70 casos en 1993, de los cuales se pudo lograr la plena
identificación de 40 muertos.
17) Como epílogo a esta mexicanísima historia de la ignominia podría narrarse
que unos días después de la matanza fueron detenidos en Tlatelolco ocho
saqueadores armados con pistolas calibre 22 y 38, que estaban desvalijando
departamentos abandonados por vecinos aterrorizados. Al identificarse como
policías y tras hacer una llamada al Departamento del Distrito Federal fueron
liberados, quedaron constancia de sus nombres y de sus armas.
Estos últimos saqueadores se sumaron a las decenas de actos de rapiña del
Ejército contra los detenidos y a los robos a departamentos mientras la zona se
encontraba cercada y guarnecida por lo tropa.
La masacre puso a la defensiva al movimiento estudiantil y forzó la llamada
``tregua olímpica'', pero la huelga se sostuvo masivamente dos meses más.