Vivieron para contarlo
José Gil Olmos
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Con excepción de
algunas repercusiones, valiosas pero aisladas, en México el silencio
cayó en cuanto al conjunto de 24 fotografías inéditas que Proceso
publicó en su edición 1310. Tlatelolco sí se olvida. El gobierno federal
optó por no emitir opinión alguna acerca de los testimonios gráficos
que, sin duda, arrojan una dramática luz sobre facetas de la tragedia
del 2 de octubre de 1968 que aún permanecen en la oscuridad. En términos
generales, la mayoría de los medios de comunicación nacionales, impresos
y electrónicos, también prefirió callar. Fue en el extranjero donde los
documentos alcanzaron el eco que en el país se les negó. Por fortuna, el
llamado que hizo nuestra revista a quienes se reconocieran en las fotos
sí obtuvo respuesta: la de aquellas víctimas que tienen las agallas para
dar testimonio de lo que ocurrió en la Plaza de las Tres Culturas.
Complementariamente, a lo largo de las siguientes páginas publicamos
algunas de las 11 fotos restantes de las 35 que en total fueron
entregadas a Sanjuana Martínez, corresponsal en Madrid.
"Al que alce la cabeza, se lo lleva la chingada"
Florencio López Osuna era
dirigente de la Escuela Superior de Economía del IPN en el 68 y
actualmente es subdirector de la Voca 5. Es el que aparece en la portada
de la revista, la semana pasada. Llévatelo, y a la primera pendejada, te
lo chingas, fue lo último que escuchó antes de que lo bajaran, a
empellones, del tercero al segundo piso del edificio Chihuahua.
Había sido el primer orador del mitin y fue el único de la lista de tres
comisionados para hablar esa tarde en nombre del Consejo Nacional de
Huelga —los otros eran David Vega y Eduardo Valle—, que alcanzó a
pronunciar su discurso.
Originario del municipio de Concordia, Sinaloa, le había tocado hablar
de la situación del movimiento estudiantil, que se extendía por todo el
país, y anunciar que se suspendía la programada marcha al Casco de Santo
Tomás.
Yo estaba en el centro de la tribuna. Cuando comenzaron los disparos, me
di la vuelta, y, dando la espalda a la plaza, vi que el tercer piso se
había llenado de gente que, después supe, era del Batallón Olimpia. Eran
jóvenes como nosotros. Algunos traían una fusca en la mano; otros
cargaban metralleta. Todos traían un guante blanco. A unos pasos de
donde estaba, David (Vega) forcejeaba por el micrófono con uno del
Batallón Olimpia, al que se le salió un tiro.
Los del batallón les dieron tres instrucciones: ‘Todos a la pared, todos
al suelo y al que alce la cabeza se lo lleva la chingada’. Mientras
tanto, un tipo alto, fornido, con gabardina, disparaba contra la
multitud.
López Osuna permaneció de pie; durante segundos, pegado al barandal del
tercer piso, pudo ver cómo se formaba un remolino en la plaza, la gente
se movía como una ola de mar. En ese momento, uno de los agentes lo
tumbó al piso, cayéndole encima.
A los que estábamos en el tercer piso nos dividieron: A unos los
subieron al cuarto piso y a otros nos bajaron al segundo. Yo fui de
estos últimos. Un tipo que estaba acostado con nosotros nos decía en qué
turno debíamos arrastrarnos. A unos pasos de ahí, había otro tipo en
cuclillas. Era el que mandaba. Todavía lo recuerdo: patilludo, orejón.
Cuando tocó mi turno, el que estaba acostado le dijo a su jefe: ‘Éste
fue orador en el mitin’. Entonces, me jalaron, me mentaron la madre. Ahí
empezaron los chingadazos.
Por acuerdo de una asamblea, López Osuna acudió armado a Tlatelolco,
igual que otros de sus compañeros.
Hay que pensar qué momento estábamos viviendo: Nuestras escuelas eran
ametralladas constantemente, había que tener con qué defenderse. Cuando
estaba en el suelo, en lo único que pensaba era en cómo deshacerme de la
pistola. El tipo patilludo me ordenó: ‘Ven acá’. Me estaba apuntando con
una pistola. Y entonces pensé que era prudente informarle que estaba
armado. El tipo se descontroló. Empezó a catearme desesperadamente,
hasta que me encontró el arma. Me pegó con la pistola en la boca y
empecé a sangrar. Y le dijo a uno de sus compañeros: ‘Llévatelo, y a la
primera pendejada, chíngatelo’.
En el segundo piso le quitaron el cinturón y, a diferencia de otros
estudiantes, le amarraron las manos hacia atrás. Su ropa fue cediendo a
los jalones. Sólo permanecieron en su lugar los calzones mojados. La
chamarra y la camiseta quedaron colgadas de los antebrazos, atoradas en
la atadura de las manos.
Ya bajo custodia del Ejército, con la cara sangrando, lo pasaron bajo
los chorros de agua que escurrían del edificio. Había que lavarle la
cara para poderlo fotografiar.
Al llegar al Campo Militar Número Uno, donde permaneció hasta su
reclusión en Lecumberri, la versión oficial sobre la pistola se había
transformado. Éste traía una ametralladora, acusó un militar. Sólo
alcancé a decir: ‘No es cierto, era una 380, y no la disparé’.
"Somos el Batallón Olimpia, no nos disparen"
Luis González de Alba era representante de la Facultad de Psicología de
la UNAM en el 68. Actualmente es escritor y periodista.
Las fotos son la constatación, la absoluta evidencia, de lo que los
líderes del movimiento del 68 venimos diciendo desde hace más de 30
años: que la masacre de Tlatelolco la comenzaron hombres vestidos de
civil con un guante blanco en la mano izquierda y una pistola en la
derecha. Así lo declaramos en el Ministerio Público desde entonces, así
lo declaramos después en cuantos medios pudimos, yo lo he dicho en todos
los medios en donde he estado. Bueno, aquí está la constatación, fue así
exactamente como lo relatamos.
En cuanto al texto que se publicó en Proceso también la semana pasada,
dice que no está de acuerdo en que las fotos muestran la perfecta
coordinación entre las fuerzas armadas y los grupos paramilitares:
Lo que demuestran es la absoluta falta de coordinación entre el Batallón
Olimpia y el Ejército regular, que es lo que siempre he venido diciendo.
El grito ‘Batallón Olimpia no dispa-ren’ es el grito del Olimpia al
Ejército: ‘Somos el Batallón Olimpia, no nos disparen a nosotros’. Esto
demuestra que no tenían ni siquiera un radio, ésa es la prueba de la
falta de coordinación: grupos diferentes del Ejército que están
comprometidos en una misma operación militar se comunican de distintas
formas, pero nunca a gritos, eso sí resulta absolutamente aberrante.
Recuerda el testimonio del fotógrafo de Paris Match: Dice que se
encontraba en el edificio Chihuahua, en el tercer piso, tirado en el
suelo, rodeado de gente que tenía un guante blanco en la mano, y que
estaban también tirados en el suelo. ¿Qué hacían los del Olimpia tirados
en el suelo? Ellos eran los que llegaron a comenzar los disparos, ellos
eran los armados. Estaban tirados en el suelo porque el Ejército vio los
fogonazos y dijo: ¡Son los estudiantes quienes nos están disparando! Y
respondieron al fuego, y fueron avanzando, disparando hacia arriba, no
hacia la gente. No estoy tratando de hacer el elogio del Ejército,
quiero simplemente poner las cosas en su justo término, si estamos
pidiendo justicia, que haya justicia, y no que cada quien le aumente la
tinta en donde le guste.
Si el Ejército que tenía rodeada toda la plaza hubiera llegado
disparándole a la gente, no queda nadie vivo. ¡Nadie! Y no hubiéramos
tenido 30 o 40 muertos, que son los que están en la estela que
levantaron en uno de los aniversarios con el nombre de los muertos, o
los 100 o 200 que se han dicho, hubiera sido ¡todo el mundo! Pero el
Ejército no llegó así, llegó el Olimpia a detenernos a nosotros, y aquí
están las fotos de Proceso, ésa es su gran importancia, ¡ahí están las
fotos! Exactamente como los describimos: hombres de pelo cortado estilo
militar, muchachos de aspecto atlético, en lo general jóvenes, con un
guante blanco, y los que no traían el guante blanco, traían un pañuelo
blanco, que no hay en las fotos, pero había algunos con un pañuelo
blanco. Ahí está demostrado.
Recuerda que en ninguna de las actas que ellos levantaron, las
autoridades permitieron que se constatara la presencia del Batallón
Olimpia. Pero, paradójicamente, el dato se les escapó en sus
declaraciones a los militares que resultaron heridos.
El teniente Sergio Alejandro Aguilar Lucero, del Batallón Olimpia, en el
Hospital Militar, declaró: ‘Soy miembro del Batallón Olimpia que fue
conformado para salvaguardar las instalaciones olímpicas, y nos dieron
orden para venir hoy por la tarde del 2 de octubre. Vestidos de civil
nos identificaron con un guante blanco en la mano izquierda’. Lo mismo
dijo el capitán Ernesto Morales Soto.
Agrega: Con estas fotografías queda perfectamente comprobada la
participación de ese grupo paramilitar, exactamente como lo dijimos
nosotros. Ahora, ¿quién lo envió, cómo fue la orden? Todo apunta a Luis
Echeverría, no hay más. ¿Quién planeó la trampa? Tuvo que ser
Echeverría, nadie más que él y el presidente Gustavo Díaz Ordaz tenían
ese poder. Yo, con toda la infinita antipatía que siento hacia Díaz
Ordaz, creo que no fue él, porque si hubiera sido, él entonces sí
habríamos tenido una operación bien coordinada, porque viene desde el
presidente. Pero como es algo chueco, que ni el presidente debe
enterarse, quien lo hizo fue el secretario de Gobernación, por eso se
dio sin coordinación.
Sobre su detención, recuerda: Lo único que padecí fue frío. Como se ve
en la foto, estoy sin camisa; los pantalones no son míos, eran de un
niño, me llegaban apenas debajo de la rodilla. La camisa ni siquiera
entró. A todos nos habían quitado la ropa, fui golpeado en la nuca por
un policía.
"Sólo iba por unas muchachas"
René Manning era músico en 1968 y hoy es dueño de un negocio de arte y
diseño en Hermosillo, Sonora:
Era ya de madrugada. Estábamos en el
cuarto piso del edificio Chihuahua; nos separaron: por una escalera
hombres y por la otra mujeres. Estaba empapado porque las tuberías del
departamento estaban rotas por las balas. Nos tomaron fotos a cada uno
de los que íbamos bajando. Me fijé que el fotógrafo tenía dos o tres
personas que le cambiaban la cámara, por los rollos. Ese día, René y su
amigo Fernando Leyva habían llegado al edificio Chihuahua para reunirse
con dos muchachas que habían conocido en el café cantante Dos más Dos,
de la Zona Rosa, donde tocaba el grupo Los Schippys, que ellos
integraban con José Luis Liera.
No recuerdo el número del departamento, pero estábamos visitando a dos
muchachas, una de ellas vivía ahí, la otra era de Mexicali. Nos tocó la
mala suerte, dice en entrevista telefónica desde Hermosillo.
Cuando empezó la balacera, estábamos viendo por una pequeña ventana,
apena cabían dos personas para observar. Fernando vio que por el lado
izquierdo, por donde estaba el cine Tlatelolco, y por el lado de
Reforma, comenzaron a entrar los soldados. Yo me fijé en el helicóptero,
cuando arrojó las luces de bengala: una roja y dos verdes.
En el balcón que estaba debajo, a mi izquierda, donde estaban los
líderes hablando, vi cuando un hombre de guante blanco agarró a uno del
cabello, le puso la pistola en la sien y le disparó... Yo lo vi. Ése fue
el primer disparo que escuché y entonces comenzaron a entrar los
soldados a la plaza. Entraron abriendo fuego contra la gente que estaba
en la explanada. Después entraron una o dos tanquetas disparando contra
el edificio Chihuahua. Fernando me jaló y nos fuimos hacia atrás, en ese
momento entró una ráfaga de la tanqueta exactamente en el departamento.
Rompieron las tuberías y el departamento comenzó a inundarse. Nos fuimos
a la última recámara. Ahí nos mantuvimos hasta las cuatro de la
madrugada.
Antes habían tocado la puerta unos muchachos que decían que por favor
abrieran porque los iban a matar. Les pedimos que no abrieran porque
podría ser una trampa, que podían entrar los soldados o policías y nos
mataban. Pero insistieron tanto que abrimos y entraron unos cinco
estudiantes, que traían paquetes de volantes en contra del gobierno, que
escondieron debajo de los colchones.
Finalmente volvieron a tocar la puerta, pidieron que se abriera, que
nada iba a pasar. A la tercera vez gritaron que si no abríamos lo iban a
hacer a balazos. Entraron como cinco, con lámparas muy grandes y
preguntaron cuántos vivían en el departamento. Pidieron que salieran los
miembros de la familia. Yo salí al último porque no encontraba una de
mis muletas. Padezco polio desde los nueve meses.
Los que entraron llevaban el guante blanco. Cuando ya nos bajaron y nos
detuvieron para tomar las fotos, al lado derecho de la escalera había
varios cadáveres apilados, en la salida. Un soldado me dijo que no
siguiera volteando, y de reojo alcancé ver los cadáveres uno encima de
otro, estaban semidesnudos.
Antes de subirlos a los camiones, les quitaron toda la ropa, las
agujetas de los zapatos y los cinturones. Así nos subimos al camión, con
la ropa echa rollo. Íbamos amontonados. Nos llevaron al amanecer al
Campo Militar Número Uno. Nos pusieron en unos dormitorios con literas
de lámina. Lo ficharon, pero no lo torturaron como a su amigo Fernando,
que estaba en otro galerón. Me preguntaron nombre, edad y de dónde era
originario. No te decían absolutamente nada, sólo sacaban la hoja y
fírmale.
El departamento 504
Baltazar Doro Guadarrama fue activista de la Escuela Superior de
Ingeniería Mecánica. Hoy se dedica a la venta de compresoras.
Fue uno de los estudiantes que se refugió en el departamento donde
estaba Manning, quien la semana pasada apareció en la televisión. Aclara
que no era el cuarto, sino el quinto piso del edificio Chihuahua y que
desde el departamento 504, que era de su tía y donde vivía su prima
Susana Ruiz —que en las fotos sale cubriéndose el rostro—, jamás se
hubiera podido ver la ejecución que Manning sostiene haber visto.
Susana vivía en el quinto piso, en el departamento 504, donde nos
refugiamos como 25 personas, entre ellos Pablo Gómez, Eduardo Valle,
Anselmo Muñoz Juárez y Félix Hernández, cuando empezó la balacera. Yo
repartía propaganda. Ese día iba a subir a la parte alta del edificio
para soltar un globo lleno de propaganda y pasé al tercer piso para que
me ayudaran, cuando comenzó el traqueteo.
Manning estaba en el departamento, y cuando nos sacaron me venía
protegiendo con él para no ser golpeado tan fuerte, lo ayudaba a
caminar. Cuando nos llevaron al segundo piso platiqué con algunos del
Batallón Olimpia y nos dijeron que fueron traídos del norte para un
operativo, pero nunca les enteraron de la masacre.
Pero todo estaba planeado. Cuando llegamos al edificio Chihuahua, en la
parte baja había muchísimos militares vestidos de civil formados, los
identificamos plenamente, pero no creímos que fuera a haber una
represión tan brutal. Estaba en el tercer piso cuando entraron
disparando los agentes policiacos. Eran agentes, algunos estaban en
cuclillas, ésos fueron los que comenzaron a tirar hacia abajo, desde la
bardita del piso tres. Yo lo vi, no me lo platicaron.
En el departamento 504 se refugiaron hasta las 11 de la noche, cuando
los sacaron los del Batallón Olimpia —no a las cuatro de la mañana, como
dice Manning—, y de ahí nos llevaron a otro departamento en el segundo
piso, que estaba vacío... Después de que nos tomaron la fotografía, nos
sacaron por el corredor que va hacia la calle de Eulalia Guzmán, donde
estaban los camiones del Ejército. Pero antes de llegar se produjo una
segunda balacera y los que nos llevaban, de manera cobarde, se escudaron
con nosotros. Después nos metieron a una guardería, nos acostaron y como
juego pasaban encima de nosotros corriendo.
En Eulalia Guzmán o Manuel González nos subieron a los camiones y nos
llevaron al Campo Militar, por todo Reforma. Allá nos tuvieron en una
crujía, hasta el 11 de octubre en la noche, cuando nos soltaron por el
Toreo de Cuatro Caminos.
Nos alimentaron muy bien, pero en la noche se oían disparos y algunos de
los que nos vigilaron decían que estaban formando ‘cuadro’, que estaban
matando a algunos, entre ellos a Cabeza de Vaca.
Ya no pude bajar
Enrique Espinoza
Villegas era estudiante de la Preparatoria 5, y ahora trabaja para una
comunidad de Zacatecas: Estaba en la Preparatoria 5 y era activista.
Tenía 19 años y no participé en el Comité de Huelga. El 2 de octubre
quise estar en el tercer piso del Chihuahua porque allí iban a estar
otros amigos.
Llevé a mi madre, pero la dejé en la explanada y me subí. Cuando estaba
hablando Socrátes (Amado Campos Lemus) empezó el tiroteo y quise bajar
por mi madre, pero ya no me dejaron. Me detuvieron los del guante
blanco, que comenzaron a dispararle a la gente.
Había dos niños de secundaria que, cuando vieron que los del guante
blanco disparaban contra la gente, se les aventaron. Ahí mismo los
mataron. Primero les dispararon y en el suelo los golpearon con las
cachas de las pistolas. Iban con suéter café.
Con tristeza y remordimiento recuerda que no pudo ayudar a su madre
Esther Villegas, a la que también se la llevaron los soldados. Ella
estaba en las escaleras, alcancé a agarrarla, pero me detuvieron. Me
llevaron a un departamento del tercer piso, donde estaban Luis González
de Alba, Cabeza de Vaca, Sócrates y La Tita. Allí el policía del
sombrero que aparece en las fotos era el que nos quitaba las
pertenencias a todos los detenidos.
Pero después Enrique y González de Alba
fueron llevados a otro departamento: Allí me quise escapar, vi un guante
blanco tirado y traté de ponérmelo, haciéndome pasar por uno de ellos.
Con los ojos Luis me decía que no, pero yo tenía miedo y quería
escaparme para ir por mi madre, a la que también habían golpeado. Se
dieron cuenta porque el guante rechinó cuando quise ponérmelo, me
golpearon hasta que perdí el conocimiento. Creo que uno de ellos mismos
me salvó porque les pidió que ya no me siguieran golpeando. Cuando
desperté me bajaron a la entrada del edificio, donde nos tomaron la foto
a un lado del elevador. Yo estoy de espaldas, soy el más alto. Cuenta
que en el Campo Militar Numero Uno nos llevaron a las galeras con camas
de metal. Nos despertaban a la media noche y nos decían que nos iban a
fusilar. Había ferrocarrileros, trabajadores del banco, estudiantes. Me
golpeaban mucho, la tortura también era psicológica. Sacaban gente y se
oían tiros, todos temblaban. Nunca vi que regresaban.
Ahí vi a Nazar Haro, varias veces fue a entrevistarnos, casi siempre a
la medianoche o en la madrugada. Llegaba con sombrero y gabardina
blanca, nos ponía bajo una lámpara y nos preguntaba: ‘¿Qué andabas
haciendo, eres estudiante, del Comité, conoces a los líderes?’. No me
golpeó, me hice pasar como trabajador de Aurrerá, estaba muy asustado.
Me tomaban fotos mientras me interrogaban, huellas digitales de todos
los dedos de las manos. Me parecían eternos, con preguntas insistentes.
La vivencia fue muy fuerte, tengo secuelas, me hice un tipo tímido e
introvertido. Incluso me perdí por un tiempo, usé drogas en una comuna
hippy, era una manera de fugarme; intenté regresar a la escuela pero ya
no pude; llegué hasta el quinto año de medicina en la UNAM. Luego fui a
la ENAH a estudiar historia.
Trabajó como ayudante administrativo del gobernador de Zacatecas Arturo
Romo. Ahora trabajo en la comunidad muy pobre de Concepción del Oro, en
servicios de salud, ayudando a la gente.
"Un soldado avisó a mi familia"
José Manuel Monroy
fue activista de la Facultad de Ciencias de la UNAM y hoy es consultor
de informática: Estaba en el primer año de la carrera de Física, en la
Facultad de Ciencias, y ese día me tocó llevar a Tlatelolco a Oriana
Falacci, con un profesor de la Facultad de Filosofía y Letras.
Estábamos en el balcón viendo
hacia la plaza cuando comenzaron los disparos. La verdad, no me di
cuenta de dónde venían los tiros, pero sí recuerdo haber visto que los
soldados avanzaban hacia la plaza. Quise salir, pero la escalera ya
estaba tomada por el Batallón Olimpia. Estuvimos tirados un buen rato en
el piso, había muchos heridos. Aquello se estaba inundando. Pecho a
tierra, me bajaron al segundo piso y me metieron a un departamento con
otros. Me quitaron la ropa y me golpearon en el estómago varias veces.
Serían como las 11 de la noche cuando nos sacaron del departamento y nos
bajaron. Yo iba descalzo, en calzones. Me subieron al camión militar, de
los cabellos; el piso estaba lleno de vidrios. En el camino los soldados
nos daban culatazos y nos fueron amenazando.
En el Campo Militar Número Uno estuve 15 días, en una celda aislada. Mi
familia se enteró de que estaba ahí porque un soldado les avisó. Del
campo militar me sacaron en la última camada con Gilberto Guevara Niebla
y me llevaron a Lecumberri, donde estuve en las crujías H y C. De ahí
salí el 24 de diciembre de 1968, con la primera camada de liberados, y
regresé a terminar la carrera a la Universidad.
"No sé si quedé fichado"
Jesús Gutiérrez
Lugo fue activista de la ESIME y ahora ejerce la ingeniería:
"Cursaba el primer año de la carrera. No era miembro de la dirigencia,
porque nuestro representante en el CNH era Felix Hernández Gamundi. Más
bien era miembro de base del movimiento. "El 2 de octubre llegué como a
las cuatro y media de la tarde con un amigo y compañero de carrera,
Marco Antonio Santillán. Subimos al tercer piso por curiosidad,
queríamos ver a los oradores.
"Cuando empezó la balacera subimos al cuarto piso y luego tratamos de
bajar. Ya no pudimos. Todo pasó muy rápido. Nos apresó un agente de
guante blanco y nos metieron a un departamento con unas 30 personas más.
Estábamos tirados en el suelo y las balas entraban por las ventanas.
Horas después nos sacaron los agentes del guante blanco. Recuerdo que
escurría agua color marrón de la escaleras, pero no vi muertos.
"Nos llevaron al Campo Militar Número Uno y nos detuvieron una semana.
Al segundo o tercer día nos llevaron con alguien que parecía un agente
del Ministerio Público, quien nos interrogó. Nos preguntaba de dónde
habíamos sacado las armas. Nos sacaron fotos y nos tomaron las huellas
digitales. No sé si quedé fichado, porque cuando pedí mi primer trabajo
solicité una carta de antecedentes penales y no salió nada.
"Recuerdo que cuando nos sacaron, éramos como 300 o 400. Un general nos
tiró un rollo sobre la defensa de la patria y luego nos dejaron ir".
Sanjuana
Martínez, corresponsal de la revista Proceso
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