Latinoamérica
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Hacia la verdad por el camino de la justicia
Pablo Chargoñia
Brecha
El Ejército dice, acerca del destino de los desaparecidos, que "se posee la
convicción que se procedió a la exhumación, cremación en hornos artesanales,
completándose por trituración lo que no fue posible cremar".
En el informe de la Armada se sostiene que "no existe ningún registro en archivo
que avale" la información de prensa que indicó que un integrante de esa fuerza
(el torturador Jorge Tróccoli, que no se nombra) participó en la desaparición de
Elena Quinteros. Para arribar a esa convicción se apoya en las conclusiones de
los integrantes de la Comisión para la Paz que... también actuaron por
"convicción".
La Fuerza Aérea admite la existencia del "segundo vuelo", que pone de manifiesto
las inconsistencias de las conclusiones de la Comisión para la Paz. Pero el
comandante Enrique Bonelli asegura que "las tareas de embarque, desembarque y
posterior traslado estaban a cargo del sid, desconociendo las tripulaciones la
cantidad e identidad de los pasajeros, ya que los tripulantes debían permanecer
aislados en la cabina de vuelo de la aeronave durante el transcurso de las
operaciones".
En un Estado de derecho, semejante conclusión se basa en pruebas, es decir en
medios que pueden definir la verdad o la falsedad de lo que se dice. Los
informantes aparecen como ajenos a los acontecimientos y superados por una
desinformación que justifica las omisiones. Nada más lejos de la realidad
histórica de unas Fuerzas Armadas convertidas en estructurada e implacable
organización criminal. Investigar exhaustivamente es deber del Estado. No sólo
porque lo ordena el artículo 4 de la ley de impunidad, sino porque lo imponen la
Constitución y los convenios internacionales en la materia. Ese deber estatal
supone buscar cuerpos, pero también buscar archivos, declaraciones,
contradicciones... Buscar responsables.
Los discursos invadidos por la palabra "histórico" pueden desatender algunas
reflexiones necesarias. Creo que la mirada judicial se vuelve insoslayable y que
no es posible la "verdad" sin la justicia. El gobierno no esperó que el juez de
la causa por la desaparición de Elena Quinteros solicitara el ingreso a los
cuarteles cautelados. El secretario de la Presidencia, Gonzalo Fernández, se
presentó al juzgado solicitando que se levantaran las medidas de no innovar que
pesaban sobre los batallones 13 y 14.
El juez Fernández Lecchini accedió, contando con la adhesión de la fiscal Mirtha
Guianze. Las actividades anunciadas eran "positivas para la causa", dijo el
juez, y la fiscal alertó: "Las diligencias a cumplirse deben ser incorporadas
como prueba en este expediente, por lo menos en lo que atañe al objeto del
proceso, y que para ello deben darse todas las garantías formales, supervisión
del juez y noticia de las partes". El denunciante Raúl Olivera, integrante de la
Secretaría de Derechos Humanos del pit-cnt, y los primos de Elena preguntaron
cuál era la resolución del Poder Ejecutivo que disponía el inicio de
investigaciones administrativas "positivas para la causa".
No había resolución alguna. Recién el 8 de junio el Ejecutivo dispuso "realizar
las investigaciones pertinentes, en el marco de lo dispuesto por el artículo 4
de la ley (de caducidad) a efectos de avanzar en la aclaración del destino final
de los ciudadanos detenidos desaparecidos durante la dictadura cívico militar".
El Estado debe investigar más que el "destino final", y debe invocarse más que
el artículo 4. Pero además, debe designar al "funcionario encargado de la
investigación".** La resolución no lo designa.
En el proceso a Juan Carlos Blanco, la fiscal apunta: "La primera cosa que debe
resguardarse es que esas actuaciones administrativas (del Poder Ejecutivo o del
secretario de la Presidencia) no perjudiquen la averiguación de los hechos".
Nada menos. Tres pequeñas piezas óseas halladas a fines de abril en el Batallón
13 no llegaron al juzgado hasta el 30 de junio. Los investigadores
universitarios Daniel Panario y Ofelia Gutiérrez señalaron que las bolsas de
nailon que contenían esas piezas "se encontraban abiertas" y en condiciones "no
apropiadas".
La fiscal preguntó si en ese lapso los restos óseos estuvieron "en poder del
doctor Gonzalo Fernández". Denunció, a su vez, que "no surge quién decidió
efectuar el análisis, cómo, cuándo y dónde se entregaron, cómo se recibieron,
etcétera, extremos éstos indispensables para asegurar no sólo la cadena de
custodia sino también la correcta preservación de los restos, con criterio
científico". No hay verdad sin justicia, insisto.
Nadie duda de que estos son tiempos políticos distintos. Pero tampoco debería
dudarse de que los informes de los comandantes, basados en fuentes anónimas e
impunes, no generan convicciones legítimas. Ya no es hora de la "verdad posible"
y nada más. Este es el tiempo de la justicia. Que se quite la venda, vea y diga,
basada en pruebas, no en las convicciones personales de ciudadanos notables o
comandantes de las Fuerzas Armadas. Y que, por fin, castigue estos crímenes que
no dejan de horrorizar.
* Abogado en el caso de Elena Quinteros.
** Artículo 185 del decreto 500/991.