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Informes militares con sabor a poco
Una oportunidad perdida
Luis Pérez Aguirre decía que se conocía el 90 por ciento de la verdad sobre las violaciones de los derechos humanos, y que el resto lo sabían los militares. Hace dos años, la Comisión para la Paz no pudo aportar casi nada; ahora los mandos obedecieron, sí, la orden del presidente –que por fin la hubo– y presentaron sus propios informes. Pero también aportaron muy poco y, sobre todo, estuvieron muy lejos de colmar las expectativas que esta vez se habían generado.
Por Guillermo Waksman
Brecha
Los informes de los tres comandantes en jefe entregados el lunes 8 al
presidente de la República sobre las violaciones de los derechos humanos
cometidas por sus respectivas fuerzas defraudaron todas las expectativas. Hubo
muy escasos avances. Quizás el principal sea que se trata del primer
reconocimiento institucional de los militares de su responsabilidad en la
tortura y las desapariciones. En materia de información concreta, la Fuerza
Aérea admitió que hubo dos traslados de detenidos desde Argentina en 1976, lo
que implica que el número de desaparecidos en Uruguay prácticamente se duplica,
y un reconocimiento, sólo tácito, de que las ejecuciones no fueron
excepcionales, como sostuvo hace dos años la Comisión para la Paz.
El resto de la información es poco menos que un fiasco. En cuanto a la
localización de los restos, salvo la Fuerza Aérea, que señaló la ubicación de la
chacra donde habrían sido sepultados clandestinamente Ubagesner Chávez Sosa y
José Arpino Vega, ambos muertos a consecuencia de torturas en la Base Boisso
Lanza en 1974 y 1976, y el Ejército con respecto a la tumba de María Claudia
García, se sostiene que los desaparecidos en Uruguay fueron enterrados, pero que
en los últimos meses de la dictadura se procedió a exhumar los restos, cremarlos
y esparcir las cenizas en las proximidades de las unidades en las que fueron
sepultados.
La Armada admite que en sus dependencias hubo torturas, pero sostiene que no
hubo muertes a consecuencia de ellas y que no existió ninguna desaparición. Nada
dice, en cambio, de la participación de oficiales de esa fuerza en las
detenciones y desapariciones de uruguayos en Argentina, de las informaciones
obtenidas en el Fusna mediante torturas que condujeron a ellas, ni de la
detención del argentino Óscar de Gregorio en la ciudad de Colonia, luego
trasladado clandestinamente a Buenos Aires y muerto en la tortura (véase nota
adjunta).
La Fuerza Aérea sostiene que, además del "segundo vuelo", puede haber habido
otros traslados masivos de uruguayos desde Argentina, aunque no da detalles
sobre su participación en esos hechos. Esa información pendiente podría ser
clave para determinar el destino de más de 20 uruguayos, en su mayoría
militantes de los Grupos de Acción Unificadora (GAU), detenidos en Buenos Aires
a fines de 1977, vistos por última vez en los "pozos" de Quilmes y de Banfield y
trasladados desde allí con destino desconocido, según las investigaciones
realizadas en Argentina.
En cuanto a la búsqueda de los restos de María Claudia García en el Batallón 14,
a pesar de que existía el 99 por ciento de certeza respecto de la ubicación de
la tumba, al cierre de esta edición, habiéndose excavado el 20 por ciento del
sitio señalado, no se habían producido hallazgos. El comandante Ángel Bertolotti
habría citado a su despacho, para reclamar más información sobre el caso, a los
militares Gilberto Vázquez (en retiro), Ricardo Arab (en reforma) y al policía
José Felipe Sande Lima, según informó El Observador de ayer, jueves. ¿Qué pasará
si le mintieron a Bertolotti? ¿Puede seguir en su cargo el comandante en jefe
sin adoptar alguna drástica medida disciplinaria?
En definitiva, si alguien apostaba a que con estos informes se cerraría este
capítulo de la historia reciente, como declararon sus propios autores y otros
jefes militares, está claro que no será así. No lo es, antes que nada porque la
historia enseña que no hay razón de Estado que logre impedir, más tarde o más
temprano, la obtención de la verdad y de la justicia: los caminos a recorrer
para alcanzarlas no se cierran por un acto de gobierno, como en Uruguay quedó
claro desde 1985. Sí es cierto que se perdió una excelente oportunidad de lograr
avances más sustantivos en esa dirección.
El propio presidente Tabaré Vázquez afirmó ante el país entero, el lunes 8, al
recibir los tres informes: "Pretendemos dilucidar, cerrar, terminar con esta
herida que tiene la sociedad uruguaya y que todos los uruguayos queremos
finalmente superar". Se trata, sin duda, de la aspiración del presidente y de
todos los uruguayos. Pero nadie podía creer que ese objetivo se lograría en esta
instancia, por más que los informes de los mandos no hubiesen sido tan pobres.
Entre otras cosas, porque la información que les pidió el presidente el 8 de
junio se refería sólo a las responsabilidades de sus fuerzas en las
desapariciones en Uruguay. Esa es, por supuesto, una parte muy importante de la
verdad, pero no la única. La mayor parte de las desapariciones de uruguayos –que
son más de 200, según la organización de familiares– ocurrieron en Argentina.
Hubo además otros hechos de similar gravedad, como las ejecuciones: en Uruguay,
no sólo las de María Claudia García y Elena Quinteros, que ahora reconoce el
Ejército, sino también las de Floreal García, Mirtha Yolanda Hernández, Héctor
de Brum, María de los Ángeles Corbo y Graciela Mirtha Estefanell (asesinados en
Soca el 20 de diciembre de 1974);* y en Argentina, entre otras, las de Daniel
Banfi, Luis Latrónica y Guillermo Jabif, en octubre de 1974, y las de Zelmar
Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz, William Whitelaw y Rosario Barredo, en mayo de
1976, todas ellas con participación de militares y policías uruguayos. Hubo
también otra ejecución todavía no aclarada: la del coronel Ramón Trabal, en
París, en diciembre de 1974. En aquel momento, el Ejército uruguayo atribuyó ese
asesinato a los tupamaros, pero las autoridades francesas lo descartaron y
entendieron que se trataba de un ajuste de cuentas entre militares.
Estas son apenas algunas de las verdades pendientes. Por algo el presidente
Vázquez, durante la última reunión que mantuvo con la organización de familiares
antes de recibir los informes, el 26 de julio, dijo, sin que sus interlocutores
llegaran a preguntárselo, que el 8 de agosto no habría un punto final: se
seguirían investigando todas las desapariciones en Uruguay y también se
ingresaría al capítulo argentino. Así se lo afirmó a BRECHA Javier Miranda,
miembro de esa organización.
Como afirma en su comunicado Familiares, "todo ocultamiento de información hace
que la desaparición continúe". Pero además impresiona la frialdad del estilo de
los informes, habida cuenta de la delicada materia de la que tratan. Un botón de
muestra: tanto al referirse al caso de María Claudia García como al de Elena
Quinteros, las dos ejecuciones admitidas, como si se tratara del cumplimiento de
un protocolo inevitable y que 20 años después siguiera aceptado, se recurre a
una expresión que pretende ser aséptica: "se le dio muerte". Tampoco hay en todo
el texto una sola línea, ya no de autocrítica ni de pedido de perdón, sino de
alguna explicación por hechos que hoy se considere que no debieron haber
ocurrido. Nada, por fin, que implique un compromiso de que hechos similares
jamás volverán a suceder, o de que las órdenes ilegales o inmorales no deben ser
cumplidas.
A pesar de que la montaña haya parido un ratón, los tres comandantes
consideraron necesario reunirse el martes 9 con los oficiales superiores de las
tres fuerzas. Según trascendió, en ellos existía inquietud porque, al recibir
los informes, el presidente Vázquez había declarado que haría llegar copia de
los mismos a la justicia. Los oficiales generales tenían entendido que sólo
habría un trámite a nivel del Poder Ejecutivo y querían saber cuáles podían ser
las consecuencias de esa medida y si la misma había sido adoptada con
conocimiento previo de cada comandante.
EL SEGUNDO VUELO. El informe de la Fuerza Aérea confirma que existió "el segundo
vuelo", que en los primeros días de octubre de 1976 realizó el traslado a
Uruguay de los últimos detenidos en Automotores Orletti.
En ese vuelo habrían viajado alrededor de veinte uruguayos vinculados al Partido
por la Victoria del Pueblo (PVP), y unos cinco o seis argentinos. En el informe
de la Comisión para la Paz y en todas las listas elaboradas por las
organizaciones de defensa de los derechos humanos esas personas figuraban como
desaparecidos en Argentina.
El primer vuelo había ocurrido a fines de junio de ese año y los trasladados en
esa ocasión, después de permanecer detenidos unos cuatro meses en una casa en
Punta Gorda y en el Servicio de Inteligencia de Defensa (SID), en bulevar
Artigas y Palmar, fueron presentados a la prensa por las Fuerzas Armadas el 26
de octubre como si hubiesen sido detenidos en el chalet Susy de Shangrilá,
departamento de Canelones, y en algunos hoteles de Montevideo. Según la
información oficial de aquella época, habían ingresado al país por su voluntad y
formaban parte de un plan del PVP para reiniciar sus actividades
político-militares. Con excepción del periodista Enrique Rodríguez Larreta, que
fue liberado, todos ellos fueron procesados por la justicia militar y
permanecieron varios años recluidos en los penales de Libertad y Punta de
Rieles.
La existencia del segundo vuelo fue revelada por Roger Rodríguez en La República
el 17 de marzo de 2002 y la información fue complementada por el mismo
periodista en otro artículo, publicado el 2 de setiembre de ese año. De esa
investigación surge que el centro de torturas de Orletti fue clausurado a fines
de octubre de 1976, después de que lograra escapar una pareja de argentinos que
se exilió en México. Según las fuentes de Rodríguez, en la decisión de clausurar
Orletti incidió también la reacción de los militares argentinos por el hecho de
que sus pares uruguayos no hubieran matado a los trasladados del primer vuelo:
se sintieron "traicionados" porque los habían entregado para su "disposición
final".
En la nota de setiembre, el periodista Rodríguez describe con lujo de detalles
el avión de la Fuerza Aérea utilizado para el traslado, revela el nombre de los
pilotos, describe el desembarco de los trasladados, todos ellos encapuchados, en
la base militar de Carrasco, en la madrugada del 5 de octubre, quienes fueron
obligados a subir a un camión del Ejército. La misión fue coordinada por el
subdirector del SID, el coronel aviador José Uruguay Araújo, el piloto fue el
mayor Walter Pintos, el copiloto el mayor José Pedro Malaquín –quien llegó a ser
comandante en jefe de la Fuerza Aérea durante el gobierno de Jorge Batlle– y
viajó también como tripulante el capitán Daniel Muñoz.
Nunca se supo quiénes fueron trasladados en ese vuelo ni cuál fue el destino de
esas personas. La propia existencia del segundo vuelo no fue mencionada,
siquiera como posibilidad, en el informe de la Comisión para la Paz, y el
abogado Carlos Ramela negó en declaraciones públicas que se hubiese realizado.
Sostuvo que la fuente periodística de Rodríguez era un personaje deleznable, un
ex integrante de los servicios de inteligencia argentinos, que no era creíble.
Se trataba, sin embargo, del mismo informante que permitió llegar a identificar
a Simón Riquelo, lo cual nada quita ni agrega respecto de su "deleznabilidad",
pero es un dato que no debió dejarse de tener en cuenta.
¿Quiénes fueron los trasladados en el segundo vuelo? Según sostiene en su
informe el comandante de la Fuerza Aérea, los oficiales que lo pilotearon no
salieron de la cabina de la aeronave, no sabían si transportaban pasajeros ni,
si los había, su identidad, y se limitaron a realizar los recorridos que les
fueron indicados por el SID (en este caso Carrasco-Aeroparque-Carrasco). Si así
ocurrió, alguna otra fuerza debió hacerse cargo de las personas trasladadas a su
llegada a Montevideo; según la investigación periodística, el Ejército. Sin
embargo, el informe del comandante Bertolotti no dice una palabra al respecto.
De todos modos, la existencia del segundo vuelo, ahora admitida por la Fuerza
Aérea, no es un dato menor. En primer lugar, constituye un avance significativo
en la construcción de la verdad, en esta materia tergiversada durante veinte
años. Y algo no menos importante: este reconocimiento oficial refuta la teoría
según la cual en Uruguay no hubo una política sistemática de desapariciones,
sino que la mayoría de estos casos fueron muertes no intencionales (aunque
siempre llamó la atención que no fuesen comunicadas a los familiares). Según el
informe de la Comisión para la Paz, los casos de ejecuciones habían sido sólo
excepciones que confirmaban la regla. Al reconocer la Fuerza Aérea que hubo un
segundo vuelo queda probado que prácticamente la mitad de las desapariciones en
Uruguay no fueron la consecuencia de "excesos en el rigor de los
interrogatorios", según el eufemismo usado en alguna oportunidad, sino lisa y
llanamente ejecuciones con posterior ocultamiento de los cadáveres.
Por otra parte, la confirmación del segundo vuelo puede tener consecuencias en
el plano judicial. En primer lugar, porque la ley de caducidad no es aplicable a
casos de personas que fueron detenidas en el exterior, ilegalmente trasladadas a
Uruguay y ejecutadas en territorio uruguayo: en modo alguno puede sostenerse que
los autores de esos hechos procedieron en cumplimiento de órdenes emanadas de
sus mandos. Por otro, porque es previsible que la justicia argentina reclame la
extradición de los autores de las ejecuciones de ciudadanos de esa nacionalidad
y la misma deberá ser concedida a menos que sean procesados en Uruguay. En este
sentido, se planteará la misma situación que ya existe con respecto a la
justicia chilena sobre el caso del homicidio de Eugenio Berríos: la extradición
de los tres militares requeridos deberá concederse mientras el juez uruguayo
competente no dicte sus procesamientos.
* En aquel momento, el comandante de la Armada le habría confiado a un oficial
de esa fuerza, hermano de una de las víctimas, que la marina tendría parte de
culpa en esa operación, realizada para que pareciera una represalia por el
asesinato del coronel Ramón Trabal en París, porque "la Armada y la Fuerza Aérea
acompañaron al Ejército en matar a cinco para evitar que se matara a cien". Así
lo afirma Sergio Israel en el libro El enigma Trabal (Trilce, 2002).
Surgimiento y traspié: Una nueva lógica de los hechos
Aún estaban frescas las imágenes que los informativos de tevé emitieron el
martes 2, cuando el secretario de la Presidencia, el comandante en jefe del
Ejército, Macarena Gelman, jueces, fiscales, médicos forenses y antropólogos
ingresaron al Batallón 14. Todavía resonaban las palabras del teniente general
Ángel Bertolotti sobre Macarena, tan emotivas como poco habituales en un jefe
militar.
Todo indicaba que se estaba consagrando una nueva lógica de los hechos, para
usar una terminología de moda hace 20 años, que había empezado a imponer el 1 de
marzo el presidente Tabaré Vázquez, la noche en que asumió la Presidencia.
En el Ejército, la nueva actitud no había sido impuesta desde arriba, sino que
había nacido de un grupo de generales que, en una reunión celebrada el 12 de
abril último en el Comando, planteó la iniciativa de llevar adelante una
investigación interna "para que se diga exactamente qué pasó con cada
desaparecido; si quedan restos, que se diga dónde están, y que se diga qué pasó
con los que no están" (Búsqueda, 21-IV-05). El objetivo era reconciliar a las
Fuerzas Armadas con la sociedad y se argumentó que el tiempo estaba jugando en
contra de la institución: mientras más se demorase la resolución del tema
desaparecidos, mayor sería la incertidumbre y la inquietud entre los militares,
y más propicio se haría el terreno para que sectores radicales impusieran sus
planteos. El procedimiento era que el propio comandante en jefe se encargase
personalmente de la indagatoria para determinar qué pasó en cada caso y dónde
están los restos. El planteo de los generales fue realizado por Manuel Saavedra
(jefe de la División IV) en su nombre y en representación de Juan Córdoba
(División I), Héctor Islas (División III), Tomás Medina (director del imes),
Carlos Díaz (director de la Escuela Militar) y Ricardo González (director de
Apoyo Logístico). Después Córdoba planteó su discrepancia: no sólo creía que los
militares no debían ir presos por su actuación durante la dictadura, sino que el
Ejército debía refugiarlos en los cuarteles si ésa era la única forma de
impedirlo. Pero hizo conocer sus diferencias al propio comandante y fue relevado
de su cargo sin incurrir en acto alguno de indisciplina.
Finalmente se impuso la idea en el ámbito castrense de que todos los militares
que fuesen convocados por la justicia debían comparecer y se reconoció que
tenían que ir presos aquellos que los magistrados dispusieran. Se resolvió
incluso prestarles asistencia jurídica y se entendió que la misma no debía ser
brindada por la institución, sino por los clubes sociales de los militares.
En el ámbito político, mientras tanto, algunos dirigentes de los distintos
partidos señalaron su discrepancia con la interpretación que hizo el presidente
sobre la revisión de casos ya comprendidos por sus antecesores en la ley de
caducidad, aunque reconocieron su derecho a hacerlo. Más bien trataron de
justificar ante la opinión pública por qué no habían actuado de la misma manera
durante los gobiernos de sus partidos. Proclamaron por un amplísimo consenso, si
no por unanimidad, el derecho de los familiares a conocer el destino de los
desaparecidos y a encontrar sus restos.
Sólo Julio María Sanguinetti consideró del caso advertir que no había que jugar
con fuego, aunque dio la impresión de que su mayor inquietud era la de no
quemarse él mismo, campeón del "no se puede", por simple comparación.
El contexto llevaba a generar otras expectativas, pero los comandantes no dieron
la talla. El gobierno y el sistema judicial, cada uno por su lado, insistirán.
La gente, como siempre, también.
Zanahorias
Es una incógnita, a esta altura, si existió una "Operación Zanahoria", en qué
consistió exactamente y qué alcance tuvo. Javier Miranda recordó a BRECHA que ya
hay tres versiones diferentes sobre la mentada maniobra. La primera fue
publicada el 16 de febrero de 1996 por la revista Posdata y atribuida a "una
fuente militar", que después se supo era el general Alberto Ballestrino. Según
él, en algunas unidades militares se habían enterrado personas en forma vertical
y encima de cada sepultura se había plantado un árbol. El senador Rafael
Michelini agregó que, en reuniones que había mantenido con Ballestrino, éste le
dijo que después los cuerpos habían sido removidos y trasladados a otro destino,
para él desconocido. El caso fue denunciado por Michelini ante la justicia penal
en marzo de 1997, pero ese trámite judicial tuvo corta vida: Ballestrino, que
había sido muy cuestionado por varios generales a raíz de sus declaraciones, no
las mantuvo ante el juez Alberto Reyes, quien de todos modos ordenó ingresar al
Batallón 13 para investigar la denunciada existencia de enterramientos
clandestinos. Eso no llegó a ocurrir, entre otros motivos, porque la Suprema
Corte de Justicia entendió que había llegado el momento de ascender a Reyes a un
tribunal de apelaciones y el magistrado que lo sustituyó no consideró necesario
continuar con esa indagatoria y la archivó.
La segunda versión sobre la Operación Zanahoria está contenida en el informe de
la Comisión para la Paz, aunque con la aclaración de este órgano de que no
estaba en condiciones de hacerla suya y que se limitaba a dejar constancia de
que le había sido trasmitida "por distintas y múltiples fuentes". En el numeral
52, literal e) de ese documento se señala que "los restos de todas las personas
desaparecidas que fallecieron a partir de 1973 –24 en total– habrían sido
exhumados hacia fines del año 1984, incinerados o cremados mediante la
utilización de calderas u hornos de fabricación informal, alimentados con formas
adicionales de combustión y arrojados finalmente al Río de la Plata, en una zona
cercana al Paso de la Arena que ha sido ubicada y señalada con precisión". Según
otro testimonio recibido en la Comisión para la Paz, no mencionado por ésta en
su informe, en oportunidad de la exhumación los cuerpos habrían sido sumergidos
en tanques con ácido y los restos que quedaban pulverizados a golpes de pala.
Finalmente, en el reciente informe del comandante del Ejército se introduce otra
versión: se especifica que al procederse a la exhumación de los restos de la
mayoría de los desaparecidos y a su cremación, las cenizas habrían sido
esparcidas ya no en el Río de la Plata, sino en el mismo lugar donde se habían
realizado los enterramientos clandestinos.
La multiplicidad de versiones y variantes, sumadas al antecedente de Chile,
donde a cierta altura fuentes militares informaron oficialmente de cenizas
arrojadas al mar, pertenecientes a personas cuyos restos después fueron
localizados en tumbas clandestinas, permite dudar de si la Operación Zanahoria
existió o si se trata de una maniobra para tratar de que no continúe la búsqueda
de los restos de los desaparecidos.
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