¿A qué juega el secretario de la Presidencia, Gonzalo
Fernández?
Más que opacidad en las investigaciones en el Batallón 13
Samuel Blixen Brecha
El secretario de la Presidencia, Gonzalo Fernández, debería explicar quién cortó
a la mitad los nueve huesos hallados en el 13 de Infantería, que pueden
corresponder a desaparecidos, quién los retiene, y con qué objetivo fue dividida
y manipulada esa evidencia judicial. El hallazgo imprevisto de esos huesos, cuya
importancia se pretendió minimizar, trastocó un guión preestablecido sobre el
capítulo final de las desapariciones.
Misteriosamente acalladas las fuentes militares que solían inundar las páginas
de los diarios con afirmaciones sin nombre ni rostro, y sorpresivamente
reducidas a nada la "molestia", la "inquietud", la "preocupación" que impulsaban
a la familia militar a cuestionar al presidente por haber traicionado su palabra
y modificado su política sobre derechos humanos, todavía está por saberse a qué
obedece esta suerte de tregua que congeló la amenaza sobre "imprevisibles
consecuencias" ante las inminentes citaciones judiciales de militares acusados
de crímenes de lesa humanidad.
La expectativa está puesta en los primeros días de agosto, cuando se confirmen
las audiencias judiciales. El último acuerdo del gobierno con los militares
establece que los jueces tramitarán las citaciones por intermedio del Ministerio
de Defensa Nacional a los efectos de evitar los problemas que podrían ocurrir si
un policía conduce por la fuerza a un militar. Una cuestión de tacto, se ha
argumentado, aunque nadie explicó que tal extremo no tendría por qué ocurrir si
los convocados acuden en la primera citación no bien reciban el cedulón, como
hace todo el mundo.
Tal parece que, si quienes conducen a los oficiales al juzgado son otros
oficiales, no habría desacato. ¿Fue ese el acuerdo que el secretario de la
Presidencia Gonzalo Fernández obtuvo en sus negociaciones con los mandos
militares? ¿Entonces José Gavazzo no va a cumplir su amenaza de resistirse con
las armas si pretenden conducirlo al juzgado? ¿Es una cuestión del color del
uniforme? Más allá del trato vip que se les concede, la fórmula, tal como se ha
sugerido, aparentemente garantiza el interrogatorio a que serán sometidos en
principio siete oficiales acusados de estar implicados en el secuestro y la
desaparición de María Claudia García de Gelman. Otro cantar es la resolución del
juez departamental de Pando, Pedro Salazar, que sorpresivamente decidió reabrir
las indagaciones por el asesinato del agente de la Dina chilena asesinado en
Uruguay Eugenio Berríos, justo en el momento en que se concretaría la
extradición a Santiago de tres oficiales acusados de haber participado e
n el postrer capítulo de la operación Cóndor; en este caso los militares no se
resistirían en absoluto y concurrirían de muy buena gana, porque ello implica
por lo menos postergar la extradición.
DEFINICIONES
Agosto concentra definiciones: el juez que investiga los asesinatos de Michelini
y Gutiérrez Ruiz, Roberto Timbal, deberá decidir sobre el pedido de
procesamiento de Juan María Bordaberry y Juan Carlos Blanco; y otros magistrados
deberán ordenar actuaciones en otros dos casos, el de la estudiante Nibia
Sabalsagaray, asesinada en 1974, y el del estudiante Héctor Castagnetto, víctima
del Escuadrón de la Muerte en 1971.
Pero de alguna manera la atención se concentra en la respuesta militar al
requerimiento presidencial sobre los restos de los desaparecidos. Tabaré Vázquez
puso un plazo de dos meses para que las Fuerzas Armadas digan qué pasó. Según
Gonzalo Fernández, "los militares van a tener que obedecer, sea como sea". Es un
pase de mosqueta del secretario de la Presidencia: el problema no radica en si
contestan o no sino en qué grado de veracidad tendrá la respuesta y en qué
medida el gobierno aceptará la nueva versión militar.
Gonzalo Fernández parece conocer algún detalle de esa historia tan celosamente
guardada. Ha dicho: "Lo más importante es saber qué se hizo con los cadáveres
que se desenterraron. Sabemos que se quebraron y fueron lanzados en algún lugar
cuya ubicación falta. Sabemos que no fue en el Río de la Plata", Sin embargo, en
el seno de la Comisión para la Paz, Fernández había defendido la postura de
concluir que los restos de los desaparecidos habían sido arrojados al mar, dando
crédito a las versiones que le aportaron los militares a quienes entrevistó, con
el compromiso del secreto. Fueron los familiares de detenidos desaparecidos
quienes se opusieron radicalmente a esa conclusión, una fórmula muy conveniente,
ensayada sin éxito en Chile, para evitar todo tipo de explicaciones. Ahora el
secretario de la Presidencia adhiere a otra versión, también militar, e
introduce un elemento nuevo, incomprensible: los cadáveres fueron "quebrados".
¿Qué significado tiene esa afirmación?
En realidad, el centro de la cuestión no estriba en el misterio de dónde están
los restos sino a quiénes pertenecen. Desde su protagonismo inicial en la
Comisión para la Paz, Fernández ha compartido el criterio –quizás por las mismas
razones políticas que indujeron a otros a impulsar la ley de caducidad o quizás
por un pragmatismo de corto vuelo– de que es conveniente "acotar" la lista de
los restos "rescatables" a una versión edulcorada del terrorismo de Estado en
Uruguay, esa que atribuye las desapariciones a una consecuencia de los "excesos"
en los "apremios físicos" que provocaron muertes "no deseadas". Tal versión
"permite" la existencia de sólo 26 desaparecidos cuyos restos quizás no se
rescaten nunca, y no admite, claro, que aparezcan indicios sobre otros
desaparecidos. En este punto, el secretario reclama una excepción: la
información sobre el lugar donde fue enterrada María Claudia García de Gelman.
La obstinación en acotar la investigación al universo dibujado por la Comisión
para la Paz quizás explique el rosario de escándalos en torno a los huesos
encontrados en el Batallón 13 de Infantería. Es menester recordar que el ingreso
al Batallón, prometido por Tabaré Vázquez el 1 de marzo, había sido ordenado por
la justicia, que encomendó la labor a los científicos de la Facultad de Ciencias
que anteriormente habían realizado un exitoso trabajo de estudio de fotografías
aéreas por el cual fueron identificadas las ubicaciones de las tumbas. En
principio los militares aceptaron de buen grado que los civiles entraran en la
unidad militar para buscar las pruebas que confirmaran la existencia de un
cementerio clandestino.
¿CÓMO ERA...?
Aunque desde el comienzo las tareas estuvieron condicionadas por la falta de
recursos prácticos para realizar la labor, y por un vacío legal (ausencia de
resolución presidencial y ausencia de control judicial) que derivaba en una
responsabilidad personal de Fernández, el "buen tono" y las sonrisas cambiaron
radicalmente cuando los científicos rescataron nueve piezas óseas, una en el
lugar donde se había identificado una fosa excavada por segunda vez en el año
1985, cuando se produjeron las exhumaciones de cadáveres; y las restantes ocho
en una fosa que no había sido detectada en las fotografías, porque allí se
produjo una exhumación muy posterior, probablemente en 2000. El hallazgo fue el
27 de abril.
Todos pensábamos que los trabajos en el 13 de Infantería tenían por objetivo
encontrar restos que permitieran la identificación de quienes estuvieron allí
enterrados. Pero parece que estábamos equivocados: en el mismo momento en que
fueron encontrados esos huesos, Gonzalo Fernández ordenó suspender los cateos
estatigráficos, y a la vez descartó toda posibilidad de comprar un georradar,
con el que se podría hacer una prospección detallada y certera de todo el predio
de la unidad militar. "No hay dinero y no lo habrá", dijo Fernández, por más que
Familiares sugirió la posibilidad de obtener los 8 mil dólares que cuesta el
alquiler del aparato y los honorarios del técnico brasilero que lo manejaría.
Fernández fue sorprendido por el hallazgo, porque tenía la convicción de que en
el 13 de Infantería "no hay nada", tal como comentó en privado. Días después, en
conferencia de prensa, admitió el hallazgo pero redujo su importancia diciendo
que probablemente fueran huesos de animales, pequeñas lascas como las que se
encuentran en un jardín.
Sin embargo, retuvo las nueve piezas óseas –que podrían configurar elementos de
prueba judicial– durante más de 50 días. Al juez de la causa, Juan Carlos
Fernández Lechini, no se le ocurrió reclamar tales evidencias. Fernández entregó
los huesos al juzgado recién el 5 de junio, y posteriormente explicó que aún no
se había podido establecer si correspondían a animales o a seres humanos; ni
hablemos de una prueba de ADN. El decano de la Facultad de Ciencias, Julio
Fernández, explicó a BRECHA que la determinación del origen es una tarea que se
realiza en breve tiempo con un microscopio de barrido electrónico. Pero un
técnico del Instituto Técnico Forense (ITF), de apellido Etchenique, a quien le
encomendaron la tarea (aunque no es su especialidad) dijo ser incapaz de
descifrar la incógnita.
¿Dónde estuvieron los huesos durante casi dos meses? No se sabe. ¿Quién los
retuvo? Tampoco. Los doctores Guido Berro y Hugo Rodríguez, del ITF, dicen no
haberlos visto, según informaron fuentes judiciales. Sin embargo, información
obtenida por BRECHA en medios judiciales revela un secreto celosamente guardado
por Fernández: las nueve piezas óseas fueron seccionadas, partidas, cortadas con
bisturí, de modo que al juzgado llegó sólo la mitad de los huesos. ¿Quién los
cortó? ¿Para qué los cortaron? ¿Quién tiene la otra mitad? Si alguien está
haciendo análisis con ellos, el juez no lo sabe; de hecho, no se le ocurrió
ordenar el análisis y mantuvo la evidencia en un recipiente de cocina, de
plástico, mientras dilataba diligencias solicitadas por la fiscalía.
La historia de esta grave irregularidad está consignada en un acta incorporada
al expediente, firmada por los técnicos de la Facultad de Ciencias cuando
comprobaron que los huesos habían sido cortados. El juez, a desgano, entregó la
evidencia a la facultad; los expertos acondicionaron los huesos en una campana
de vacío y se disponen a realizar los análisis correspondientes, aunque con
dificultades porque la reducción del material, después de los cortes, compromete
el resultado.
Pero la existencia del acta, que pone en evidencia el manejo irregular de la
evidencia, encolerizó a Gonzalo Fernández, quien habría afirmado, ante
representantes de Familiares, que pensaba "sacar a patadas" a los técnicos de la
Facultad de Ciencias. Mientras la justicia estudia la manera de restablecer la
"cadena de custodia" sobre una evidencia que podría ser clave, el secretario de
la Presidencia parece excederse en sus atribuciones oficiales. Por lo pronto
sería bueno que explicara para qué se cortaron los huesos y quién los tiene. Ese
secreto, que se suma a otros, revela que el imprevisto hallazgo trastocó el
libreto acordado.