Latinoamérica
|
Bolivia: las fortunas de los candidatos
Andrés Solíz Rada
La ciudadanía no encuentra la forma de renovar al agotado sistema político.
El derecho a participar en elecciones nacionales o municipales mediante
'agrupaciones ciudadanas', sólo sirvió para que la vieja partidocracia utilizara
este avance democrático para practicar sus viejas mañas en nuevo ropaje. De lo
anterior, se dedujo que el país no está en condiciones de librarse de políticos
corruptos que usan su fortuna mal habida para desplegar costosas campañas
electorales que los eternizan en el poder.
Frente a esa angustia colectiva, proponemos que, mediante decreto supremo, sea
creada la Oficina de Investigación de Fortunas de candidatos a la presidencia y
vicepresidencia de la República, a parlamentarios, asambleístas, alcaldes o
concejales municipales. Estos candidatos deberán obtener, como requisito para su
postulación, un certificado de la hoy desaparecida Dirección de Lucha contra la
Corrupción, a cargo de Lupe Cajías, que sirvió , de manera concreta, para
recaudar 10 millones de dólares en ayudas internacionales, pero que no impidió,
en lo más mínimo, el tráfico de influencias, que es una de las mayores lacras
del sistema político y de corrupción funcionaria.
A manera de ejemplo, Cajias dijo que no le parecía incorrecto que el Ministro de
Desarrollo Económico de Carlos Mesa, Walter Kreidler, fuera hermano del
Vicepresidente de YPFB (residual), José Kreidler, ejecutivo de SERPETROL,
empresa de servicios petroleros, encargada de fiscalizar a las petroleras,
habiendo sido cliente de Repsol, Total, British Gas, Petrobrás y otras
transnacionales. Lo anterior es apenas una continuación del tráfico de
influencias ejercitado, entre 1986 y 1989, por el Ministro de Planeamiento de
Víctor Paz Estenssoro, Gonzalo Sánchez de Lozada (GSL), de quien Lupe y Carlos
Mesa fueron sus fervientes seguidores, y su hermano Antonio Sánchez de Lozada,
Contralor General de la República.
En ese contexto, el 'Contralor' no sólo no controló nada, sino que participó
junto a su hermano en los negociados más escandalosos contra el país cometidos
en esa época, como el 'joint venture' de Mina Bolivar, la sociedad entre COMSUR
(la empresa de los Sánchez de Lozada) y la Corporación Boliviana de las Fuerzas
Armadas (COFADENA) para la explotación del oro del norte paceño, o la
explotación de las colas y desmontes del Cerro de Potosí.
Para detener estos desmanes y otros de mayor cuantía presentamos, en agosto de
1990, el Proyecto de Ley de Investigación de Fortunas, el que, si bien recibió,
de dientes para afuera, el apoyo de todos los partidos políticos con
representación parlamentaria, nunca se permitió que se lo discutiera ni en las
comisiones ni en el plenario del Parlamento, pese a que fue presentado
nuevamente, año tras año, hasta que dejé la función legislativa en agosto de
2002.
Algunos sostienen que la Ley es innecesaria debido a que el 'Estatuto del
Funcionario Público' obliga a los servidores del Estado a declarar su
patrimonio. Lo anterior es evidente, pero lo que el 'Estatuto' no pregunta es
cómo el funcionario consiguió ese patrimonio. Ese es quid del problema.
Recordemos, por otra parte, que en EEUU, por ejemplo, se investiga el origen de
las fortunas de los candidatos presidenciales no sólo por razones legales o
éticas, sino por motivos de seguridad nacional. ¿No deberían hacer lo mismo los
países semicoloniales, como el nuestro, a fin de evitar que integrantes del
capital financiero internacional, como GSL, continúen la obra de disgregación
nacional?
Para completar el proyecto, se requiere que la investigación alcance a los
recursos de los partidos políticos y las agrupaciones ciudadanas. Así se evitará
que las poderosas petroleras, que forman parte de la Federación de Empresarios
Privados de Santa Cruz, o las ONGs, tan vinculadas a potencias extranjeras e
inclinadas a digitar la orientación de entidades indigenistas, tracen, en contra
de los bolivianos, el incierto futuro de Bolivia.