Latinoamérica
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El miedo de las gentes y los gobiernos progresistas
Jorge López Ave
Insurgente.org
No se trata de pereza, desidia, ni siquiera olvido o vergüenza,
pero salir a la calle a manifestarse contra un gobierno progresista da miedo.
No ese miedo físico de intuir que al doblar la esquina aparecerá el palo, los
chorros de agua o la detención de un ejército, (casi siempre disciplinado con
el poder civil si éste paga con regularidad mensual), se trata de un miedo más
profundo, más íntimo. Ir a esa concentración es necesario por mil motivos, para
recordarles a los políticos progresistas que ese no es el camino, que tengan
cuidado con la seducción que al parecer tiene el coche oficial, las alfombras y
los restaurantes elegantes, para que se guarden de los enemigos de siempre,
disfrazados en estos tiempos de benefactoras oenegés, que traen inversión y
empleo..., pero en el penúltimo instante se queda agarrotado, no puede ir a la
concentración.
Analiza que ese quedarse ahí, es en sí una victoria del gobierno progresista,
que sólo toleraría con agrado que fuese la derecha la que saliese a la calle a
enseñar los dientes y que por el contrario, se vería obligada a decir que los
manifestantes eran cuatro, ultras, radicalizados, intolerantes con olor a
naftalina, si los manifestantes son por su izquierda, y aparecen como la
conciencia que tuvieron esos integrantes del gobierno y que la modernidad
parece ir obligando a olvidar. Ahora sí, las ganas de salir son enormes, pero
da miedo, miedo a que tantos años de militancia, de asociacionismo, de
reuniones, de discusiones, de convencer a tanta gente para que se pudiera parir
este gobierno, de tantos años de espera, fueran en vano, y que como se
cuestione la propia esperanza se va a convertir uno en un ser vacío, un ser que
busca una valija para irse lejos de cualquier proyecto colectivo, y punto
final.
La paciencia es un valor indiscutible, y si es cierto que uno intenta
practicarla en la vida cotidiana, cuánto más con un gobierno que empieza, y que
se va a equivocar mil veces, por la propia inercia de no haber ejercido jamás
como tal. Y además, uno tiene la certeza de que jamás van a meter la mano en
lugar tentador alguno. Pero no es menos cierto que algunas actitudes, muchas
declaraciones, y no pocas actuaciones, se parecen en exceso a lo que había
antes y tanto se combatió, qué diría sino tal o cual ministro progresista si
eso que él hace lo hubiese hecho un caudillo de la derecha de siempre, es
seguro que la crítica hubiera llegado a todos los medios de comunicación, y
todos nos hubiéramos sentido representados con esos dichos opositores.
Muchos de los que mandan ahora son gente conocida, algunos personas intachables
y gentes de bien, compañeros incluso, pero gobernar es duro, y más si se piensa
que ya no hay clases sociales, y se quiere gobernar para todos, de ese modo,
aflorar descontentos, amarguras e iras, es cosa de tiempo. Por eso hay que
salir a gritarles a la cara que no y que no, que por ahí ni un paso, que
cambien antes de que nos cambien a todos, y pensemos, cual autómatas hijos del
primer programa de televisión adormecedor, que las calles, las consignas y las
concentraciones han pasado al baúl de la historia. Que estuvieron bien, que fue
necesario, pero ahora es otro tiempo, más acorde con la actualidad, que no
conviene enojar a las gentes de dinero, que es mejor que cada cual piense en
sus cosas, en sus privacidades, que para llevar lo público ya están los
políticos profesionales.
Ese negar la participación lo revela, lo enoja, lo llevan a agarrar la bandera
con ganas de salir y gritar que la historia la hacen los pueblos, que sin gente
en la calle peleando no hay gobierno de izquierda ni nada parecido. Se prepara
para salir a manifestarse pero no puede, esta atenazado, siente miedo. Lo sabe,
se sienta, y les desea suerte a los que fueron capaces de vencer el pánico al
vacío, a la soledad, y a esa misma hora están saliendo de sus casas y sus trabajos
a manifestarse, una vez más por un futuro más digno.