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Emblemáticos casos de terrorismo
Gustavo
Espinosa M.*
Dos casos
emblemáticos de terrorismo se han presentado
en el Perú en los últimos días. Ambos comprometen a destacados Jefes Militares que
en décadas pasadas estuvieron
directamente vinculados a los
temas de la "guerra sucia" y ponen en evidencia que la memoria colectiva
-es decir, el recuerdo de los
pueblos- tiene un valor inapreciable para el efecto de administrar justicia.
El primero de ellos tiene que ver
con el general Luis Pérez Documet,
uno de los militares más rutilantes y ostentosos del fujimorismo pero que tuvo
absoluta libertad de acción desde
mucho antes. Bajo el gobierno de
Alan García, a fines de los ochenta, en efecto, desempeñó funciones de alto rango en
las unidades militares del centro
del país y fue acusado por el
secuestro y ejecución de estudiantes universitarios de Huancayo. Posteriormente, y
ya bajo la dictadura reciente,
Pérez Documet estuvo al mando de
las unidades que custodiaban las instalaciones de la Universidad Nacional
de Educación de La Cantuta, razón
por la que sin duda debió
autorizar el ingreso de efectivos militares a ese centro en la noche del 18 de julio de 1992,
cuando fueron secuestrados y luego
torturados y asesinados 9
estudiantes y un profesor de esa institución educativa.
En los próximos días la justicia
ordinaria iniciará el proceso
incoado contra Pérez Documet y en él comparecerá una de sus víctimas, el joven
Luis Alberto Ramírez, quien
permaneciera secuestrado y
sufriera tratos crueles, inhumanos y degradantes por disposición del citado general y bajo
su supervisión directa. El joven
Ramírez, que entonces tenía apenas
16 años, salvó la vida cuando estaba llamado a perecer con otros estudiantes
que fueron asesinados, y hoy es
testigo privilegiado en el proceso
que se inicia. Probablemente por eso hace algunos días fue víctima de un nuevo
atentado destinado a acabar con su
vida: desde un vehículo le
dispararon para matarlo, pero fue protegido por su custodio, un uniformado puesto cerca de él
para su protección, habida cuenta
que ya en dos ocasiones anteriores
hubo también quienes intentaron asesinarlo.
El otro caso ciertamente complejo
es el que envuelve al general
William Zapata, uno de los más conocidos
jefes militares del Perú de nuestros días.
A mediados de los ochenta el
entonces Comandante William Zapata
estuvo al frente de grupos de la Fuerza
Armada que operaron en la región central del país y consumaron la matanza de
Accomarca, ocurrida en diversos
momentos entre agosto y septiembre
de 1985.
Aún se recuerda que en las
acciones desarrolladas en esa
circunstancia por los uniformados, fueron asesinados 69 campesinos, entre hombres,
mujeres y niños. Unos 20 de ellos,
en efecto, fueron encerrados en
una choza de la región y luego la vivienda
fue incendiada, pereciendo quienes se hallaban en ella quemados vivos. A poco
de ocurridos estos dramáticos
hechos, la diligencia de un
esforzado congresista de la Izquierda Unida de aquellos años, Jorge Tincopa, permitió poner
en evidencia lo ocurrido y
sancionar a los jefes de William
Zapata y a su subordinado. Los primeros, Silesio Jarama y Mori fueron separados de
su función, y el subordinado
Teniente Telmo Hurtado - sindicado como
autor material de esos y otros crímenes-
fue sancionado por "abuso de autoridad" y castigado con "seis días de
rigor". William Zapata, sin
embargo, logró, en ese momento evadir la acción de la justicia que ahora toca la puerta de su
casa.
Como los castigos fueron
temporales, todos los autores de
estos hechos continuaron su carrera militar. Telmo Hurtado llegó en efecto, a
ascender meteóricamente bajo los
gobiernos de Alan García y Alberto
Fujimori hasta llegar al grado de Mayor. Los generales Jarama y Mori conservaron sus rangos
y el Comandante William Zapata
ascendió hasta llegar al puesto de
General gracias a los "distinguidos servicios" que prestara a la institución
castrense.
En su momento, y cuando el MRTA
tomó por asalto la residencia del
embajador japonés en Lima, el gobierno
de Alberto Fujimori resolvió encomendar a un cuerpo especializado la denominada
"operación rescate" de
los rehenes. Apareció así en el escenario
el Comando "Chavín de Huántar" que hasta hoy es mostrado con orgullo por
las autoridades castrenses, como
ejemplo de coraje, combatividad y
heroísmo. Su mérito, como se recuerda,
fue disponer de 140 hombres armados hasta los dientes y tomar por asalto una
vivienda en la que se hallaban 14
jóvenes del Movimiento Revolucionario
Túpac Amaru que debían ser aniquilados.
Y lo fueron, sin duda, quedando sin embargo en la conciencia de los peruanos la
idea de que varios de ellos fueron
víctimas de una ejecución extrajudicial
dado que se habían rendido y estaban sin armas. Los protocolos de autopsia
confirmaron el hecho por lo menos
en tres de los casos denunciados
por lo que el tema aún sigue abierto en los tribunales judiciales.
Hoy, el general William Zapata
sigue siendo un activo operador
militar. En enero de este año estuvo al mando de los escuadrones que ocuparon
militarmente la zona de Andahuaylas,
agitada por la acción de Antauro
Humala, y ahora mismo desempeña
altas funciones en la región militar de Piura, aunque hay versiones que, por las
denuncias penales que llueven en
su contra, ha resuelto "pasar a la clandestinidad".
No es el caso de la residencia
nipona el que convoca ahora a
William Zapata, sino el tema de Accomarca. Si antes su acción pasó desapercibida, hoy
la justicia lo reclama. El Juez
Walter Castillo Yataco, titular de
la causa, exculpó al ex Presidente García del caso, pero no pudo hacer lo mismo con los
29 uniformados que estuvieron
comprometidos en esa masacre.
Más allá de las palabras, hoy
puede asegurarse que la justicia
peruana tendrá una prueba de fuego. Los acusados tienen poder real, pero
enfrentan acusaciones que resuman sangre.
Una vez más se aviva la conciencia
de los pueblos y se pone en evidencia
el inapreciable valor de la justicia (fin) (*) Miembro del Colectivo de Dirección
de Nuestra Bandera