Latinoamérica
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En apenas una década, la soja transgénica consiguió en las Américas lo que el
ALCA no pudo: homogeneizar el continente, de norte a sur, con un modelo que ha
demostrado ser una de las creaciones más perversas del sistema capitalista.
Cada año aumenta la superficie cultivada con transoja y se incorporan nuevos
países al modelo, comenzando con unas pocas hectáreas que luego aumentarán en
forma exponencial. Si la soja RR (resistente al herbicida glifosato) no va
"de Alaska a Ushuaia" es simplemente porque necesita un clima cálido
para crecer; si llegara a desarrollarse una soja resistente al frío, cosa que
no es para nada imposible, se logrará entonces cubrir el hemisferio entero con
un cultivo patentado, sumamente dañino para la salud y el ambiente, incapaz de
convivir con cualquier otra forma de vida y cuya función principal es la
alimentación de los animales de los países desarrollados.
Según datos oficiales del USDA
(Departamento de Agricultura estadounidense), en el ciclo 2004/2005 el cultivo
de soja en las Américas alcanzó las 71.642.000 hectáreas. El modelo empieza a
aplicarse en países que hasta ahora desconocían la soja, como Perú, Venezuela y
Nicaragua. Si se repite lo ocurrido en el Cono Sur, en poco tiempo este cultivo
se impondrá hasta cubrir la mayor parte de la superficie cultivable. Las
consecuencias políticas, económicas, sociales y ambientales serán las mismas.
Prácticamente no existe en el continente la soja no transgénica.
Estas consecuencias son muchas, y ninguna es positiva. A la pérdida de la
soberanía alimentaria (el derecho a elegir qué alimentos queremos y cómo
queremos producirlos) sigue la pérdida de la seguridad alimentaria (la
capacidad de cubrir nuestras necesidades alimentarias): desaparece la
agricultura de subsistencia, que se sustituye por un cultivo que no es apto
para el consumo humano, y otros tipos de producción de alimentos como la
ganadería, la agricultura y, muy especialmente, la lechería. Para que tenga
éxito, el modelo necesita grandes extensiones: se favorece así el latifundio, y
campesinos, comunidades indígenas y pequeños productores se ven obligados a
abandonar sus tierras y pasan así a engrosar los cinturones de pobreza de las
ciudades. A su vez, hay que talar cada vez más bosques para reconvertir esas
tierras a la agricultura extensiva. Aumenta el uso de agrotóxicos, en general
fabricados por las mismas empresas que producen las semillas GM, y con ellos la
pérdida de la biodiversidad, las intoxicaciones, la desertificación y la
contaminación de suelos, cursos de agua e incluso el aire que respiramos. Los
excedentes de exportación son "donados" (con lo que se evaden
impuestos) a programas "solidarios" que alimentan a las personas más
pobres con lo que sobró de la comida para chanchos (que además, si pudieran
elegir, tampoco comerían soja transgénica). Entre las múltiples consecuencias
que esto acarrea cabe destacar la desnutrición infantil; como bien dicen los
investigadores Backwell y Stefanoni, estos programas generan un apartheid alimentario
Otro problema bien conocido en América Latina es la dependencia económica. Los
agricultores quedan atados de pies y manos con los contratos con las empresas
proveedoras de semillas e insumos, que entre otras cosas prohíben reproducir la
propia semilla; si baja el precio internacional de la soja, los países que la
cultivan quedarán arruinados. Si por ejemplo la roya (enfermedad vegetal que no
existía antes de la soja transgénica) acabara con estas plantaciones, no
solamente no habrá otra cosa para comer sino que tampoco habrá dinero para
comprar alimentos, con lo que terminaremos dependiendo de la "ayuda"
alimentaria extranjera, que casi siempre es transgénica y en muchos casos
incluye productos prohibidos para el uso humano.
La soja RR es creación de la tristemente célebre empresa Monsanto, dueña de la
patente universal sobre la misma. La aplicación más exitosa de este modelo
ocurrió en Argentina, que hoy tiene nada menos que 14.400.000 hectáreas
dedicadas a este cultivo, superficie superada solamente por Estados Unidos y
Brasil (29.930.000 y 22.800.000 hectáreas respectivamente). Desde Argentina
empezó a entrar a otros países de la región de contrabando: lo que en Brasil se
conoce como Soja Maradona. Se extendió así a Bolivia, Brasil, Paraguay y
Uruguay, permaneciendo ilegal durante muchos años en algunos casos. En
Paraguay, por ejemplo, donde ya hay plantadas dos millones de hectáreas,
solamente se legalizó en enero de este año. Pero RR no es la única soja
transgénica que existe: según un artículo publicado en marzo por el diario
paraguayo La
Nación , ya se está negociando la entrada de la soja Bt (resistente a
lepidópteros).
Colaboración especial: Bioptimistas- Uruguay
Extención sojera y sus consecuencias en Paraguay:
Ciclo Tierra +
Paraguay: La
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en Paraguay: la soja transgénica + La lucha
campesina en Paraguay