Latinoamérica
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La gran y pequeña políticas
Guido Proaño A
guidopro@mixmail.com
Leí en alguna ocasión que a la política -en tanto su objeto son las
relaciones de poder entre las clases sociales-, se la podría separar en dos
ámbitos: una "gran política" cuando entran en pugna los intereses de clases
antagónicas inconciliables; y, una "pequeña política" que tiene por objeto
las relaciones de poder entre los integrantes de una misma clase en el control
estatal.
La primera, en el sistema actual, encierra la posibilidad y la acción para
superar al capitalismo si las clases subalternas se imponen a las clases
dominantes, resolviendo a su favor las contradicciones y relaciones económicas,
sociales y políticas. La segunda, no dirime más que las relaciones y
controversias entre las distintas fracciones de una misma clase dominante. Es
una disputa "al interior de la casa".
Para los dueños del poder es una necesidad vital eliminar o al menos opacar al
máximo la "gran política", para que los acontecimientos que se producen día a
día en el Congreso Nacional, los escándalos en los ministerios, las pugnas que
estallan en los municipios, las discrepancias al interior de los partidos
políticos, etc. se muestren como "el todo" del quehacer político y, por lo
tanto, se piense que atacando dichos sucesos se resuelven todos los problemas.
Lo que ocurre en estos días en nuestro país es un claro ejemplo. Está abierto un
debate para encontrar vías de salida a la crisis, pero el ángulo desde el que
está planteado el problema y los posibles mecanismos de solución no van más allá
de lo que la institucionalidad lo permite. Es decir, para seguir con la analogía
planteada, lo que la "pequeña política" consiente.
Que las clases dominantes delimiten el terreno precautelando sus intereses es
obvio pensarlo; que actúen de una manera distinta hasta aparecería como un
absurdo. Pero existen sectores de los que se podría creer que su política les
obliga plantear propuestas con un mínimo de radicalidad, mas su discurso encaja
plenamente en el perímetro establecido por el gobierno para este juego. En
realidad a muchos no nos sorprende ese comportamiento, pues, su reformismo es
bastante conocido en el movimiento popular y en los círculos intelectuales. Nos
referimos en esta caso a quienes se presentan como dirigentes de los denominados
movimientos sociales.
Desde luego, la habilidad con la que se viene trabajando este asunto ha
permitido crear la imagen de que entramos a un debate o estamos frente a un
proceso de mucha trascendencia, porque las propuestas que se levantan son
presentadas bajo una retórica aparentemente progresista, como por ejemplo cuando
se habla de la necesidad de refundar el país, de transformar todo o reformar el
Estado. Pero cuando se desecha la hojarasca y se analiza el contenido de las
propuestas, se descubre sin mayor esfuerzo que todo aquello se quiere hacer "sin
salir de la casa".
El discurso "reformador" que recorre la sociedad en estos días, y que
inusualmente la gran prensa lo difunde, es asumido y expuesto como expresión de
un pensamiento renovador, inclusive mucho más avanzado que el sostenido por las
organizaciones de izquierda. La reflexión y adopción de postura al respecto
urge.
Pensar que todo aquel o aquellos que ponen en la picota al Estado lo hacen
porque responden a posiciones políticas progresistas o revolucionarias, es un
error. Aquí, como en el ámbito internacional, durante varios años (van más de
tres décadas) el discurso neoliberal ha enfilado su ataque también en contra del
Estado calificándolo de burocrático, centralizador y obeso, pero ninguna persona
sensata y honesta puede creer en el progresismo del neoliberalismo. Su ataque al
"Estado benefactor" busca aprovechar de lo que hasta el momento ha permanecido
en sus manos para incrementar la acumulación capitalista, para lo cual requieren
también introducir reformas jurídicas, fiscales, políticas. Las propuestas al
respecto han sido variadas y no se diferencian en mucho de las que ahora se las
presenta como novedosas y sobre todo urgentes.
Así se presentan las cosas hoy. No existe, pues, un cuestionamiento al Estado
capitalista como tal, sino a su función como óptimo instrumento de las clases
dominantes para la acumulación capitalista en los actuales momentos, en unos
casos; y, en otros, por la deficiente función social que cumple. Desde cualquier
lado que venga la crítica y el tipo de alternativas que se sugieren, no dejan de
ser funcionalistas al sistema.
Aunque la iniciativa para conducir el debate lo tienen sectores interesados en
introducir una reforma política conservadora, los trabajadores y pueblos tienen
la obligación de participar en el mismo con sus puntos de vista, sin olvidar que
la coyuntura no debe paralizar la acción de la "gran política".