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Latinoam�rica

El �ltimo soldado de Antuco

Luis Miranda
Azkintuwe

La muerte de 44 j�venes conscriptos en la alta cordillera de la Octava Regi�n golpe� a un pa�s entero. Varios de ellos eran de origen mapuche, j�venes esforzados que buscando mejorar las condiciones de vida de sus empobrecidas familias, hab�an optado por enrolarse en el Ej�rcito. La siguiente historia tiene un solo nombre: Silverio Avenda�o Huilip�n. El es el �ltimo conscripto cuyo cuerpo falta por rescatar de Antuco. Este relato es sobre la b�squeda de un desaparecido, y de c�mo un n�mero, el 45, porque cuarenta y cinco fueron en total los militares muertos, se convierte en una persona.

Pasos sobre la nieve de Antuco. El hermano menor de Silverio Avenda�o Huilip�n camina con dificultad por la huella que los veh�culos del Ej�rcito dejan en el hielo barroso. A su lado, un suboficial, encargado del nexo entre el regimiento y los familiares de las v�ctimas, lo acompa�a. 'Hijo, estamos aqu� para encontrar a tu hermano. No nos vamos a ir de este lugar hasta que Silverio aparezca. Es el �ltimo ni�o que tiene la monta�a y se lo vamos a arrebatar'. El muchacho, delgado como

un l�piz, asiente con la cabeza. A su alrededor, cientos de hombres en tenida de combate se alinean en dos filas.
'Ese es el hermano de Avenda�o' dice uno de los soldados. 'Supongo que viene a buscarlo'. 'Dicen que es parecido al hombre que buscamos'. 'M�ralo bien, entonces. A lo mejor nos sirve. �Llevas cigarros?'. La similitud entre ambos hermanos fue notoria desde la ni�ez. Misma piel, los mismos rasgos finos, los ojos caf� claros, de ni�o, y la baja estatura. Silverio y su hermano, adem�s, compartieron una vida dif�cil, rural, pobre, con un padre ciego y una madre que trabajaba en el campo. Ambos decidieron estudiar. Primero fueron a una escuela rural y luego continuaron sus estudios en el Liceo de Nacimiento. Dejaron su casa y vivieron en el internado del colegio. Uno primero y el otro despu�s. Silverio, abriendo el camino de su hermano.

Las dos filas de soldados se ponen r�gidas. El general a cargo de la Fuerza

Avenda�o Huilip�n
(Foto gentileza DGMN).

de Tarea Antuco III, misi�n encomendada directamente por el comandante en jefe del Ej�rcito, saluda a sus hombres. 'Espero, se�ores, que �ste sea un d�a perfecto dice el general . Que hacia el final de la jornada terminemos con buenas noticias para la familia del soldado conscripto Avenda�o, entiendo que su hermano est� aqu� para ayudarnos, y que Dios nos acompa�e, nos ilumine en la b�squeda que estamos haciendo y que rescatemos al soldado que todav�a queda en esta monta�a'.

Los soldados saludan de manera marcial y un mayor solicita que oren el Ave Mar�a. Pasan 30 segundos, 40, quiz�s. Rezan como una esperar�a que rezara un grupo de militares: de manera sincronizada y sin sentimentalismos. El muchacho observa sin decir nada. Mira hacia su derecha e intenta ver el volc�n Antuco, pero las nubes lo tapan. En alg�n punto, en esa direcci�n y en medio de esa nieve infernal, est� Silverio Avenda�o Huilip�n. El general se le acerca, le da la mano, le dice: 'Estamos haciendo todo lo posible por encontrar a tu hermano, hijo. No nos iremos de aqu� sin devolverlo a tu familia'.

El hermano de Silverio Avenda�o Huilip�n se saca las antiparras de la cara y las coloca sobre su frente. Mira al general a los ojos. Cinco segundos de silencio se interponen entre los dos. 'Gracias... se�or responde . Quiero ir a buscar a mi hermano'.

Un lazarillo en Nacimiento

Un d�a despu�s. En la Municipalidad de Nacimiento, el alcalde de la peque�a ciudad de la VIII Regi�n ha citado a la familia de Silverio Avenda�o Huilip�n a su despacho. 'Ellos van a venir, a pesar de que no quieren hablar con nadie del tema de su hijo afirma el edil . Y c�mo no, si Silverio era un cabro muy quitado de bulla. En la Municipalidad todos lo conoc�an porque este ni�o era el lazarillo de su padre ciego'.

Durante su ni�ez y adolescencia, Silverio Avenda�o acompa�� a su padre a todas las diligencias que �l y su madre realizaron en el edificio consistorial de Nacimiento. Asistentes sociales, secretarias, funcionarios administrativos, choferes de micro y comerciantes ambulantes conocieron la dureza del padre y la docilidad del hijo. Mientras uno, a causa de su ceguera, intentaba darse seguridad a costa de una personalidad fuerte y hura�a, el otro procuraba pasar inadvertido.

Tocan la puerta de la oficina, el alcalde se pone de pie y de inmediato ingresa una mujer de unos cincuenta a�os. Viste zapatos negros, medias oscuras y una falda negra. Su blusa es negra, y combina con un chaleco del mismo color y un chal tambi�n negro. La madre de Silverio Avenda�o decidi� llevar luto por su hijo. 'Perdone, alcalde, pero vengo hipertensa'. 'Do�a Luz, quieren hablar sobre su hijo. De su vida, de sus sue�os, de c�mo fue. De las cosas que hizo. Como cuando les entregamos los espadines a los conscriptos en esa ceremonia en Los Angeles, �se acuerda? El d�a en que Silverio desfil� por primera vez como soldado. �Recuerda que el mayor Cereceda pidi� permiso para el desfile?', le dice.

El rostro de la mujer, triste-cansado y terso-orgulloso, no se mueve. 'Usted me va a disculpar, se�or alcalde, dice la madre de Silverio Avenda�o , pero todos quieren que hable de Silverio. Y yo lo �nico que quiero es que el comandante del regimiento llame a mi casa y me diga: 'se�ora, encontraron a su hijo'. El resto es un dolor muy grande que siento'. La mujer enrojece. Cuando se conoci� la noticia, las muertes y la tragedia, ella se acerc� al regimiento y llor� con los dem�s familiares. La muerte de 45 soldados en medio de una tormenta de viento blanco la dej� de golpe sin uno de sus hijos. As� de simple y terror�fico. Y ella debi� comulgar con la pena y la desesperaci�n. Vio c�mo los hechos se sucedieron con velocidad vertiginosa. Supo de la llegada de cinco cuerpos el 22 de mayo, o de 3 cuerpos la tarde del 28 de ese mismo mes. O cuando ubicaron a dos soldados el seis de junio.

Cuando encontraron al soldado conscripto Gonz�lez Castillo, el �ltimo cuerpo recuperado en Antuco, el 15 de junio, la madre del soldado Avenda�o supo que tendr�a que estar alerta. Ella y su marido dejaron el peque�o campito que tienen en el sector de Carrizal Maip�, a unos 30 kil�metros de Nacimiento, y se fueron a la casa de una de sus hijas para esperar el llamado del comandante del Regimiento reforzado N�mero 17 'Los Angeles', para decirles que su hijo, la aguja en el pajar, hab�a sido hallado.

'Todos ya tienen a sus hijos reclama la se�ora Huilip�n . Menos yo. Ese es mi dolor, que empiece el invierno y que no lo encuentren hasta quiz�s cu�ndo. Me dijeron que cuando ubicaran a mi hijo iban a hacer una ceremonia especial. Yo, se�or alcalde, quiero que hable usted'. 'Estaremos all�, no se preocupe do�a Luz', responde. 'Yo agradezco que la gente quiera saber sobre mi hijo. Pero yo siento el dolor de una madre. A veces pienso que si no lo encuentran tendr�a derecho a esperanzarme. Y pensar que lleg� a una casa bien lejos y que va a llegar caminando'. La madre de Silverio enarca las cejas y los labios se convierten en una 'U' al rev�s. 'Les pido que entiendan mi dolor. Muchas gracias y hasta luego'.

La Monta�a

'�Saben c�mo sacar nieve?'. La pregunta la hace un sargento a un par de conscriptos voluntarios, que llegaron de Chill�n a rescatar al soldado Silverio Avenda�o. 'Hacen un cuadrado con la pala y luego sacan la nieve hacia arriba. No es como palear en la tierra, hijo'. Los muchachos lo miran y asienten. 'Aqu� podemos encontrar algo. �Cierto, hijo?'. 'Cierto, mi sargento'. 'Si est� sacando nieve, llame al soldado Avenda�o. Ll�melo para que escuche que lo estamos buscando', les dice.

Las patrullas corren contra el tiempo. Si Silverio Avenda�o no es ubicado antes de que el invierno se apodere de la monta�a, probablemente, reconocen, su cuerpo podr�a ser encontrado durante los deshielos, en septiembre. Sin embargo, se tienen fe y piensan que con un par de d�as buenos, el �ltimo de los muchachos muertos en Antuco aparecer�. 'El muchacho Gonz�lez Castillo fue hallado en un lugar donde hab�amos buscado cien veces cuenta el general a cargo, refiri�ndose al pen�ltimo soldado rescatado . Y una ma�ana simplemente lo vimos al lado de una gran roca, como si hubiera estado buscando un refugio para pasar el viento blanco'.

En el cuartel, una habitaci�n de nueve metros cuadrados, la fuerza de tarea ten�a todas las fotos tama�o carn� de los soldados muertos. A medida que fueron rescatados de la monta�a, las quitaron hasta que qued� una. Era el retrato de Silverio. Cuando alguien pasa por all� y lee el reporte del tiempo o busca una coordenada en el mapa, necesariamente ve el rostro limpio e ingenuo de Silverio, que mira a la c�mara como si se tratara de un ni�o que ha entrado a su primer d�a de clases. De hecho, al revisar el libro de notas de su colegio, el orgulloso Liceo C-68 de Nacimiento, los verbos m�s utilizados en sus anotaciones de vida son: 'cumple, coopera, trabaja, se esfuerza'.

'Era un buen ni�o, un muchacho que reci�n comenzaba a vivir recuerda la inspectora general del Liceo . Y es la historia de cualquier ni�o de campo en esta zona. Siempre me buscaba a m� y a la orientadora para que le ayud�ramos a hacer sus tareas. Era, de alguna forma, nuestro regal�n'. '�Llegaste hasta abajo ya, hijo?'. 'Llegamos, mi sargento... Tierra, no m�s' responde el conscripto. 'Usa la sonda de aluminio y picanea por los lados'. El soldado introduce la varilla de metal por la nieve. Sabe que si choca contra algo blando, debe detenerse y avisar de inmediato. Pero en este caso la varilla choca con nieve o con tierra dura y fr�a. 'Nada, mi sargento'. 'Por la cresta. Avenda�o, muchacho, aqu� no est�s'.

La primera gran decisi�n en la vida de Silverio fue postular voluntariamente al servicio militar. 'Si me gusta la vida militar, podr�a quedarme y hacer una vida all�', les dijo m�s de una vez a sus amigos, la mayor�a j�venes de origen mapuche como �l. 'Pero cuando yo supe, dud� de que le fuera a ir bien recuerda la inspectora del Liceo C-68 . No porque fuera conflictivo sino que, por el contrario, su personalidad de ni�o callado e ingenuo le podr�a pasar la cuenta adentro'.

Las tropas se desplazan por un radio de 500 metros, algunos militares usan radares especiales, otros utilizan detectores de metales que se usan para revisar campos minados. Y nada. La mayor�a se centra en un punto, y mete la vara de aluminio en la nieve. El hermano de Silverio ha estado picaneando durante toda la ma�ana. Las horas pasan y la monta�a no entrega al soldado Avenda�o. A veces hay sol, a veces nieve. 'Madre, su�ltalo, por favor'. Lo pide un infante de marina que colabora con la b�squeda. 'Avenda�o va a aparecer cuando la monta�a lo quiera soltar. Y todo el que conoce a esta dama lo sabe'. Los hombres se recogen y uno de ellos levanta la mano con un vaso imaginario. 'Brindo por los placeres / del que sabe conquistarla / del que sabe que el amarla / es morir cuando ella quiera'. 'Salud' dicen. Y siguen trabajando.

Buscando a Avenda�o

Todo ha cambiado. Un cami�n militar se mueve a sacudidas por el Valle de la Luna, en las faldas del volc�n Antuco, mientras un grupo de soldados del regimiento de caballer�a, H�sares de Angol, fija la mirada en el cielo azul que corona la laguna de la Laja, imponente porci�n de agua rodeada por monta�as blancas. Desde un punto de vista, este lugar es el para�so. Pero por otro lado, uno muy distinto y desolador, fue el lugar donde murieron 45 hombres. Los soldados observan en silencio. 'Maldita nieve de mierda' interrumpe uno de ellos.

La velocidad del cami�n es m�nima. Afuera, la temperatura est� bajando y los soldados exhalan vapor. Est�n cansados. Agotados y frustrados. Ha pasado otro d�a m�s y el objetivo de rescatar el cuerpo del soldado conscripto Silverio Avenda�o Huilip�n no se ha conseguido. 'Igual la moral est� alta' reflexiona un cabo segundo. 'Nosotros somos una patrulla montada que trajo caballos para rastrear el terreno dice el subteniente a cargo, un hombre de no m�s de 20 a�os . Y no podemos hacer nada de eso. As� es que nos venimos a sondear con las famosas varas de aluminio, ayudando en lo que sea para ubicar a Avenda�o'.

'�Alguien tiene un cigarrillo?'. 'Yo, compadre'. 'Gracias'. Las bocanadas de vapor de agua se mezclan con el humo de los cigarrillos. Los rostros de los uniformados, hombres j�venes y fuertes, militares profesionales, poseen un gesto sutil de aflicci�n: piel contra�da, muecas en los labios y los ojos mirando el piso del cami�n militar. 'Todos los d�as pensamos: 'Hoy lo vamos a encontrar'. Y cuando acaba el d�a quedamos con el coraz�n apretado porque sentimos que no le damos tranquilidad a la madre de Avenda�o'. 'La esperanza, Avenda�o' musita uno de los soldados. 'Al final es una comuni�n. Todos vamos por el mismo fin' dice otro, algo m�s viejo que los dem�s. El cami�n se acerca al refugio La Cortina y algunos militares pasan caminando sin mirar. La jornada fue dura.

'No se descarta nada'. 'Ni un pedazo de nieve vamos a dejar de sondear'. '�No les pasa que cada vez que uno pone la pala en la nieve no deja de pensar en la posibilidad de que Silverio Avenda�o est� all�? En que mi pala se tope con un brazo, una pierna, que est� blandito y diga: 'Aqu� est�s, Avenda�o, por la cresta'. 'Lo llamo y lo llamo. Por el nombre o por el apellido. No s� por qu� lo hago. Obviamente Avenda�o no va a responder, pero espero una corazonada'... '�Viste al hermano?, andaba por aqu�'. 'Un ni o'.

Los soldados fuman, mientras el cami�n se detiene para dejar pasar a una camioneta. 'Si yo lo encontrara me juntar�a con mi patrulla dice un cabo con la cara tostada por el reflejo de la nieve . Lo he pensado harto y eso har�a. Con mi patrulla saludar�amos a Avenda�o y nos pondr�amos a rezar por su alma y por su familia'. 'Esto lo hacemos por Avenda�o y por su gente. No nos vamos a ir hasta que la monta�a lo entregue'. Empiezan nuevamente a moverse a tropezones debido a la nieve. 'Te vamos a encontrar, Avenda�o promete el soldado m�s viejo . Por tu familia, te vamos a encontrar'.

El cami�n llega al refugio y deja a los soldados, que se bajan callados y agotados por la jornada de nueve horas de b�squeda. Cuando el veh�culo se estaciona, otro se prepara para llevar al hermano de Avenda�o. 'Los soldados lo miran y pasan en silencio'. Uno de ellos se detiene y lo saluda con la mano. Le dice: 'Saluda a tu mamita y dile que estamos haciendo todo lo posible por encontrar a su hijo. Dile eso, por favor'. El muchacho asiente. Y se sube a otro cami�n. Mira por �ltima vez a la monta�a. 'Mi comandante dicen por radio al regimiento 'Los Angeles' . Ninguna novedad el d�a de hoy'.

 

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