Argentina: La lucha continúa
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"De qué sirvió, cuidarse tanto de la tos... "
Pedro Cazes Camarero,
Con el fondo de las insurrecciones del 19 y 20 de diciembre
de 2001, se hubiera podido forzar un análisis de la deuda externa argentina
que mostrara que es en gran parte odiosa, porque fue contraída por gobiernos
militares sin legitimidad; pagada además varias veces, en forma de intereses
usurarios; y convertida en un dispositivo de coacción destinado no a su
amortización, sino a obligar a los sucesivos gobiernos, no importa el signo
político, a implementar las estrategias económicas contractivas y
antipopulares del FMI y el BM.
Esa oportunidad se perdió. Sin embargo, después de declarado el default y
transcurrido el interinato de Duhalde, la presidencia de Kirchner convalidó la
orientación de Lavagna destinada a abonar la totalidad de lo adeudado a los
organismos internacionales de crédito y renegociar sólo la parte privada.
Salvo la superior capacidad extorsiva de las instituciones mencionadas, no hay
motivos lógicos para esa discriminación. Otra oportunidad perdida para reducir
el monto global y mejorar las condiciones de pago.
Es una lástima que la carta sobre el tema de Mario Cafiero al presidente
Kirchner, del día 4 de marzo, haya tenido tan poca repercusión. En ella el
diputado muestra claramente que después del canje de la deuda a los acreedores
privados, la propia información oficial reconoce que quedamos debiendo 125 mil
millones de dólares, cifra idéntica a la adeudada hace cuatro años y que por
lo abultada desencadenó el default. Y eso sin tener en cuenta lo que se les
debe a los que rehusaron aceptar el canje, aunque todavía no se escuchó a
Lavagna declarar el repudio formal a esa nada diminuta porción de la deuda. El
compromiso formal para los próximos 5 años es de pagar 62 mil millones, lo
cual obligará a restricciones presupuestarias gravísimas que se reflejarán sin
duda directamente en la salud y la educación pública, en las jubilaciones y en
el resto de los gastos sociales que debe encarar el Estado.
Pero lo peor son las consecuencias de haber recaído en el universo del FMI y
el financiamiento externo obligatorio. Al salir del default se pierde la breve
primavera de independencia económica y la posibilidad de apretar a los
organismos internacionales de crédito. Ahora retorna el mecanismo infernal de
la creación de nueva deuda para financiar la vieja. Este círculo vicioso ya lo
conocemos, y culminará sin duda dentro de algunos años (unos ocho
aproximadamente) en una nueva implosión y vuelta a la refinanciación... Por
otro lado, las medidas contractivas que exigirá el Fondo (y la revaluación del
peso que se necesitará para comprar los dólares necesarios destinados a cubrir
los vencimientos) acabarán rápidamente con las tasas chinas de crecimiento que
viene exhibiendo la economía, devolviéndonos al estancamiento crónico al que
nos han condenado.
¿Qué espacio hay en un contexto así para un proyecto nacional autónomo?
Lamentablemente muy poco. El modelo exportador de commodities, de mercado
interno reducido, de distribución regresiva del ingreso, no es una situación
provisoria hasta que se logre salir del default, una transición hacia un
proyecto capitalista industrial, guiado por el Estado, o un neodesarrollismo;
es el destino permanente decidido para la Argentina por los poderes omnímodos
de las finanzas internacionales. Este programa nefasto se ha convertido en una
frontera invisible ante la que los sucesivos gobiernos argentinos (y de otros
países latinoamericanos) muestran pánico y se rehusan atravesar.
Sin embargo, el gobierno es consciente de que es hijo del 19 y 20 de
diciembre, lo cual significa, ante todo, que no puede realizar la misma estafa
cínica que realizaron, sucesivamente, Alfonsín, Menem y de la Rúa: ganar las
elecciones con un programa progresista y luego desplegar una política
conservadora, neoliberal y dependiente. Porque justamente la ira colectiva que
inspiró la insurrección en el 2001 fue desencadenada por esas contumaces
frustraciones.
En el momento de asumir, la actual administración probablemente conservaba
algunas esperanzas de caminar en el filo de la cornisa y, a la vez que
negociaba con los organismos internacionales de crédito, tal vez pensaba en ir
adoptando desde el estado iniciativas tendientes a resucitar a la que en vida
fue la burguesía industrial no monopólica argentina. Paulatinamente fue siendo
disciplinado por el gran capital financiero, de modo tal que cada vez se
percibe más claramente que, poco a poco, sólo va quedando una cáscara formal:
la política exterior relativamente independiente, con su dispositivo gestual
progresista, y un despliegue histriónico casi completamente vacío, como las
cifras embusteras del canje de la deuda o el griterío de las denuncias contra
los aumentos de las petroleras Shell y Esso.
Por supuesto que el vertiginoso crecimiento del producto, basado sin embargo
en la gran capacidad ociosa de la industria instalada y no en inversión
genuina, y los recursos no empleados en el pago de la deuda durante los tres
últimos años, ha descomprimido la situación prerrevolucionaria existente
durante el 2002. Este crecimiento ofrece oxígeno, pero tiene patas cortas:
como se vio mas atrás, el nuevo contrato con el FMI y la escasa disposición
para satisfacer aunque sea parcialmente la demanda insatisfecha de las grandes
mayorías, pone al actual gobierno en reiteradas e incómodas disyuntivas.
Defiende declarativamente los derechos humanos, pero mantiene decenas de
presos políticos y miles de encausados por las luchas sociales, y la policía
tortura y mata gente con impunidad; congela los salarios estatales, disminuye
el presupuesto para el combate contra el SIDA, mantiene la estructura
impositiva que es una de las más regresivas del mundo y se basa en la exacción
a los pobres con impuestos indirectos como el IVA; y así siguiendo. Ahora, con
la bendición presidencial, Lavagna descubre que los aumentos salariales son
inflacionarios. Las ilusiones de una redistribución del ingreso quedan
libradas a la combatividad de cada sector para defender o ampliar su parte de
la torta, como lo demostraron los conflictos triunfantes del subte o de los
choferes.
Por otra parte, la corrupción sigue enquistada en el aparato del Estado, tanto
en Nación como en las gobernaciones, de modo tal que, a la mirada de las
grandes mayorías, se confunde con la imagen profesional del político.
Un escándalo reemplaza a otro, incesantemente, en los titulares de los
diarios.
Cromagnon se ve desplazada por SW, y así siguiendo, y la sospecha de que los
delincuentes reciben protección de las altas esferas cunde por doquier. El
sistema político en su conjunto se halla en crisis.
Cierto número de corrientes políticas populares y progresistas han venido
caminando junto al oficialismo o, en otros casos, directamente se han
identificado con él. Tomemos el caso de la CTA, cuya delegación, encabezada
por su titular, Victor de Genaro, dejó cabizbaja la semana pasada la sede del
Ministerio de Trabajo con una notificación fatídica: el gobierno rehusó
bendecirla con el reconocimiento de su personería gremial. Es el triste
epílogo de un prolongado intento de seducción por parte de la Central a un
gobierno que marcha cada vez más a contrapelo de sus aspiraciones. Casi al
mismo tiempo, como una broma pesada, se hizo pública la oferta del
Kirchnerismo de La Matanza, encabezado por el intendente Ballestrini, para que
el mencionado Secretario General aceptase una diputación nacional por el
justicialismo que, en este contexto, significaría el harakiri político de de
Genaro. ¿Resucitará éste el espacio de Rosario, sea como estrategia política,
sea como dispositivo extorsivo? En fin...
Mucho más cerca del corazón oficialista, la organización Patria Libre/Barrios
de Pie interpela en tono ofendido a toda fuente de críticas al accionar
gubernamental y despliega esfuerzos para salvar a quien en vida política era
el jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ahora bien, el
reconocer que Kirchner no es lo mismo que la derecha política corporizada en
Menem, Macri, López Murphy, Sobisch y Cía., el aplaudir algunos aspectos
innegablemente positivos de su gestión, en especial el espacio
latinoamericanista que viene generando con Lula, Chávez, Váquez y Lagos, no
tiene por qué enceguecernos e impedirnos percibir que el programa social y
económico que viene imponiendo en la Argentina dista de ser un proyecto
nacional emancipador, especialmente después de la experiencia vivida la semana
pasada durante la cual consiguió la aprobación de dos leyes "antiterroristas"
que le fueron impuestas por Bush y sus compinches y que aparecen no sólo como
inconstitucionales sino también regresivas a la fascistoide ideología de la
Seguridad Nacional de los años '70.
¿Es Kirchner el enemigo? Si leemos los medios de la derecha argentina, como La
Nación, notamos que la verdadera derecha lo odia; pero este oficialismo no
merece de ningún modo un apoyo incondicional como el que viene recibiendo de
las corrientes mencionadas. La ley que rige las formas actuales de la lucha
política de clases en nuestro país, ante la anomia que padecen las masas
argentinas, no puede ser otra que la creación de un nuevo movimiento nacional
y popular, que se integre con naturalidad en el espacio del subcontinente con
sus análogos de las naciones hermanas.
Pero este movimiento político deberá tener sin dudas más en común con la
Venezuela de Chávez o la Cuba de Fidel, que con la marcha titubeante de la
actual administración argentina.