Medio Oriente - Asia - Africa
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La incógnita china
Juan Torres López
Rebelión
La espectacular evolución de la economía china en los últimos años le ha
permitido crecer vertiginosamente pero, al mismo tiempo, la ha situado en el
centro de la tormenta que se está gestando en la economía mundial.
Desde 1979 ha mantenido un crecimiento medio del 9,4% anual, un registro
astronómico si se compara con el de los demás países industrializados. Las
autoridades chinas estimaron que en 2004 se produciría un descenso de la tasa de
crecimiento hasta el 7,2%, pero es muy difícil que acierten porque ya en el
primer trimestre se alcanzó una tasa del 9,7%.
La fuente principal de este inmenso crecimiento es el ahorro nacional que se
traduce en una inversión que representa casi la mitad del Producto Interior
Bruto chino. Y que crece desmesuradamente: un impresionante 27% en 2003 y el 43%
en el primer cuatrimestre de 2004.
Cada semana entran en China 1.000 millones de dólares en inversiones directas y
en lo que va de año se han creado unas 15.000 nuevas empresas.
La gigantesca inversión que se está realizando en China es la fuente de su
desarrollo en infraestructuras, industrias y servicios de todo tipo pero está
ocasionan algunos problemas que pueden estallarle en las manos a los dirigentes
chinos en los próximos meses.
Por un lado, ha creado una enorme burbuja inmobiliaria. La venta de propiedades
inmobiliarias representa un 25% del PIB de Pekín y el 20% del de Shangai, lo que
da idea de la magnitud del negocio que se está generando.
Pero, al mismo tiempo, eso está ocasionando una igualmente espectacular subida
de precios que se traslada a otros sectores. En Shangai, por ejemplo, los
precios de la vivienda suben una media del 20% anual desde 2001.
La gran inversión que se realiza en China está tirando a su vez de la economía
mundial. El gigante asiático compra ya el 40% del cemento mundial, el 25% del
aluminio y entre el 20 y el 50% de otras materias primas vinculadas a su
desarrollo industrial.
El desarrollo industrial chino y los bajos costes de su mano de obra (en una
gran medida esclavizada y sin disfrutar de los derechos humanos y laborales
básicos) le está permitiendo también incrementar masivamente sus registros
comerciales con el exterior. Las exportaciones crecieron el 35% en 2003 y las
importaciones crecieron más del 42% en los primeros meses de 2004.
Con los actuales volúmenes de su comercio exterior resulta que China se
convierte en el principal factor del que depende el crecimiento de los países
más importantes del planeta y, por supuesto, de sus vecinos más cercanos.
De la economía china depende un 28% del crecimiento de la alemana y un 21% de la
de Estados Unidos. Los chinos aportan el 25% al crecimiento del PIB mundial,
mientras que Estados Unidos aporta un 20% y la Unión Europea un 14%.
Eso da idea de la gran influencia que va a tener lo que pase en China sobre el
resto del mundo.
Lo que ha hecho China en los últimos años ha sido lo contrario de lo que los
neoliberales aplicaron en el resto del mundo. Mientras que los demás países
aplicaban políticas restrictivas y deflacionistas, China realizó políticas
expansivas basadas en una gran intervención pública y manteniendo un control
permanente de los mercados y, sobre todo, de las relaciones exteriores y de la
cotización de su moneda.
Los efectos han sido fulminantes y buena prueba de que las políticas
neoliberales no son la mejor vía, como afirman sus defensores, para promover la
actividad económica y la creación de riqueza. En 1980, la economía china era
veinte veces más pequeña que la de Japón, ahora es sólo la mitad. Hace diez
años, el PIB de Brasil era igual que el de China, ahora es la mitad.
Sin embrago, la paradoja es que China necesitaría que la economía de los demás
países fuesen al ritmo de la suya, para no caer en una situación de
sobrecalentamiento, que es lo que está ocurriendo.
Los precios han subido más del 5% en tasa interanual, cuando en 2003 sólo lo
hicieron el 1,2%. El 40% de las deudas a los bancos son incobrables y hay un
exceso muy grande masa monetaria.
Las autoridades han empezado ya a aplicar controles a la inversión,
restricciones crediticias y seguramente terminarán por subir los tipos de
interés, entre otras cosas, porque se encuentran casi tres puntos por debajo de
lo que suben los precios.
Eso ocasionaría dos problemas de naturaleza distinta. Por un lado, al
desacelerarse la locomotora china se frenaría también la economía mundial en una
gran medida, como he señalado antes. Iremos sin remedio a la recesión.
Por otro lado, resulta que China ha acumulado en estos años casi medio billón de
dólares en reservas internacionales, casi todas en dólares y dedicadas a comprar
grandes cantidades de Bonos del Tesoro estadounidense. Eso es lo que está
permitiendo financiar el colosal déficit exterior y el no menos fabuloso déficit
fiscal que ha generado el presidente Bush.
Pero si China limitara su flujo de fondos hacia Estados Unidos los
norteamericanos se encontrarían en una situación difícil. Sólo podrían seguir
financiando sus déficits subiendo notablemente los tipos de interés, lo que
igualmente llevaría consigo una recesión económica.
La desaceleración de la gigantesca economía china parece que va a ser un hecho.
Por lo tanto, se puede apostar a que se extenderá una caída de la actividad en
todo el mundo. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que una media del 60% del
incremento de las exportaciones chinas en los últimos quince años, corresponde a
empresas extranjeras. En consecuencia, si se frena allí la actividad se notará
claramente fuera de China. Incluso es posible que mucho más.
La única duda que cabe, en definitiva, es saber si esa desaceleración va a ser
muy brusca o si será suave o "positiva" como la ha llamado el cáustico
presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan.
Los chinos dicen que no importa que gato sea blanco o negro con tal de que cace
ratones. Cazaron en gran abundancia pero ahora puede ser que el empacho lo
paguen otros, justamente, por no haber hecho lo que hizo China.