Latinoamérica
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19 de febrero del 2004
Perú: Técnicamente el gobierno Toledo ya no existe. Sus más ardientes defensores ya no le piden nada, solamente que no se caiga
Estrategias
Raúl Wiener
La estrategia de Toledo ya no es sólo durar, como piensan algunos. Es sacar ventaja del hecho que los demócratas oficiales lo hayan convertido en el eslabón a punto de perderse de la continuidad democrática. Si el audio Almeida-Villanueva y las revelaciones posteriores de los lazos que el régimen tendió con lo que simultáneamente llamaba mafia, no han bastado para se logre un consenso sobre la necesidad de sancionar a Toledo y hayamos seguido discutiendo sobre el complot fujimontesinista, que se prepara a lanzar nuevos audios para derribar la democracia, los errores y la última oportunidad de Toledo, el riesgo que el que le siga pueda ser peor, etc., no debe sorprender que el susodicho termine entendiendo que puede hacer lo que le da la gana.
Es en esa dirección que puede entenderse mejor lo que en cualquier otra circunstancia sería el más grande desatino: nombrar como ministro al personaje que encarna los mayores excesos del modelo neoliberal que la abrumadora mayoría del país rechaza. Querían un paso al costado, para que vean lo que hago con eso. Ese es el mensaje. Y puede ser aún peor.
Técnicamente el gobierno Toledo ya no existe. Sus más ardientes defensores ya no le piden nada, solamente que no se caiga, que el presidente desaparezca y que el primer ministro haga como si fuera parte de otro gobierno. ¡Qué decir de los que reclaman el adelanto de las elecciones!
Lo que hay que reflexionar es como se ven Toledo y los toledistas en esta situación surrealista. Y me temo que están pensando que "ultima oportunidad" significa otra cosa de lo que piensan los perdonavidas políticos e intelectuales.
Un régimen que no ha sido capaz de la menor autocrítica y que mantiene, a la mitad de su período legal, que la culpa de todos sus problemas hay que buscarla en sus antecesores, es muy poca garantía de honestidad y transparencia, más allá de cualquier nueva promesa solemne de lucha contra la corrupción que pronuncie su presidente.
Los que han querido salvar a un Toledo contra las cuerdas no han sido en ese sentido capaces de ponerle el mínimo control para el tiempo que permanezca al frente del Estado. Menos han podido influir en la selección de los ministros que no son un equipo sino una serie de personas que creen que llegó su hora de imortalización, encabezados por un premier que encarna vívidamente la transformación del fujimorismo en toledismo, y un ministro de economía que apunta a que la bronca económica sustituya rápidamente a la moralizadora.
Imagino que Vargas Llosa, Pérez de Cuellar, Saúl Peña, Víctor Delfín, Salomón Lerner, Nelson Manrique y otros deben estar midiendo su osadía de identificar democracia con el fallido Pachacútec de Cabana y la banda de parientes, paisanos y aventureros angurrientos, con los que formó un partido político y estructuró un gobierno. Ahora en cierta manera ellos son corresponsables con lo que va a pasar.
Más grave aún. En su conciencia va a quedar el no haber reaccionado contra la corrupción de Toledo cuando la tuvieron a la vista. Eso los descalifica. Porque no hay corrupción que pueda ser conciliable, sea de García, Fujimori o Toledo. Eso es lo que no ha terminado de entenderse.