Latinoamérica
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Andrés Cabanas
La Fogata
La más reciente división en el seno de la Alianza Nueva Nación, ANN, pone de nuevo al descubierto la crisis de la izquierda partidaria en Guatemala. Peor aún: la (profunda) crisis de la (exigua) izquierda partidaria y parlamentaria.
Dos semanas después de empezar su labor en el Congreso de la República, dos diputados de la ANN, Marco Augusto Quiroa y María Reinhardt, anunciaron por separado el abandono del grupo parlamentario y la conformación de una nueva fuerza de izquierda. La división deja a la Alianza con cuatro miembros y convierte en tres los grupos de izquierda existentes en el Congreso. Todos ellos no alcanzan siquiera el 10% del total de los parlamentarios.
Mal por los que se fueron y mal por los que se quedaron. Los primeros, al no saber enfrentar situaciones ya conocidas: el presunto autoritarismo en la conducción del partido ANN por parte de su secretaría general, denunciado en la prensa escrita como causa de la renuncia. Los segundos, por la incapacidad de aglutinar y crecer. Todos ellos, por la aparente dificultad en conciliar y convivir con las diferentes sensibilidades de izquierda existentes en el país.
¿Cuál es la razón de esta hemorragia que amenaza con hacer desaparecer expresiones históricas de izquierda y que no es exclusiva de la ANN, ni en sus causas ni en sus manifestaciones? El problema de fondo parece residir en pretender hacer política novedosa con los viejos odres de una clase dirigencial educada en la compartimentación, la ausencia de debate interno, la toma de decisiones centralizada, la escasa apertura a nuevos sectores y realidades sociales, los pactos cupulares secretos y la falta de agresividad política, especialmente después de la firma de la paz.
Además, una clase política de izquierda que no ha debatido profundamente ni resuelto el problema de las relaciones de su dirigencia y órganos de conducción con su militancia y con las organizaciones sociales. Históricamente, esta relación ha oscilado entre el dirigismo y el abandono, sin apenas espacios de autonomía y relación horizontal que enriquezcan mutuamente.
En "Ideas para la lucha", la socióloga chilena Marta Harnecker describe cómo la izquierda partidaria se ha caracterizado en términos generales por practicar la imposición y no el consenso; por suplantar al movimiento popular en vez de ponerse a disposición del mismo; por la falta de apertura a la diversidad y las diferencias, tanto de pensamientos como de nuevos actores y sujetos sociales; por la desarticulación entre izquierda política y social, que sólo han permanecido unidas a partir de la imposición de la primera y la subordinación de la segunda; y, especialmente, por el cierre de los espacios de crítica, en función de no ofrecer un flanco débil ante el "enemigo". "Todavía existe en la izquierda una dificultad para trabajar con las diferencias. La tendencia, especialmente de los partidos de clase, fue siempre tender a homogeneizar la base social en la que actuaban. Si eso se justificó alguna vez dada la identidad y homogeneidad de la propia clase obrera con la que trabajaban prioritariamente, en este momento es anacrónico frente a actores sociales tan diversos. Hoy se trata cada vez más de la unidad en la diversidad, del respeto a las diferencias étnicas, culturales, de género, y de sentimiento de pertenencia a colectivos específicos".
En el caso de Guatemala, embudos de una cultura política de exclusión están fuertemente arraigados en personas y organizaciones de izquierda. Están profunda y uniformemente establecidos y se manifiestan no sólo en la toma de decisiones, sino en la falta de creatividad política, en la carencia de propuestas, en los discursos repetitivos y vacíos. Pero también existen tendencias contrarias: la campaña Nosotras las Mujeres realizada durante el segundo semestre de 2003 contra la candidatura presidencial de Ríos Montt demostró cómo el mensaje político puede ser renovado para huir de la retórica vana y hacerse atractivo. Las propuestas sobre Desarrollo Rural y para enfrentar la crisis del café de las organizaciones campesinas evidencian que existe en las organizaciones capacidad técnica, visión de futuro y de nación y revelan que el diálogo, el debate y el consenso no restan fuerzas sino suman adhesiones para la transformación social. En fin, la multiplicidad de organizaciones de desarrollo en las comunidades, aunque indica atomización y sectorialización, implica asimismo la emergencia de liderazgos locales, prestos al relevo generacional.
Este es al fin un punto nodal: el relevo de liderazgos históricos que dan señales de agotamiento y su sustitución por nuevos líderes y organizaciones partidarias. Un relevo que es sobre todo conductual y cultural y que debe dar paso a un nuevo liderazgo fundamentado en el diálogo, el debate, el consenso, la creatividad, la imaginación, la capacidad de propuesta y por supuesto el legado de la rebeldía, el optimismo y la utopía para soñar que es posible, a pesar de todas las tendencias negativas, una Guatemala distinta.