Latinoamérica
|
Recordatorios
Milton Hernández
REVISTA KOEYU LATINOAMERICANO
Un recuerdo a dos sacerdotes que supieron cumplir con el Evangelio (Santiago V.1-10), luchar por pobres y desheredados. Camilo perteneció al Ejército de Liberación Nacional (ELN) y cayó en combate. Manuel Pérez Martínez fue uno de los comandantes de la insurgencia católica colombiana.
El próximo 15 de Febrero se cumplen 38 años de la caída en combate de nuestro Comandante en Jefe Camilo Torres Restrepo. Igualmente, el 14 de Febrero recordamos con inmenso dolor y fuerza, la desaparición física, seis años atrás, del sacerdote camilista y entrañable Comandante en Jefe del ELN de Colombia, Manuel Pérez Martínez. Es inevitable que en estas históricas fechas nos atropellen los recuerdos y la memoria nos evoque con más fuerza que nunca las emblemáticas figuras de Camilo y Manuel, entrañables combatientes y dirigentes irremplazables de la revolución colombiana y latinoamericana.
Con el más profundo respeto por sus obras, nos dirigimos desde este artículo a presentar una breve mirada de sus vidas, no sólo para explicarlas desde el compromiso de liberación o muerte que ambos desarrollaron con la razón y el corazón; sino para tratar de explicar las coordenadas históricas del pasado, con la comprensión del proceso revolucionario actual que se desarrolla en Colombia y en nuestra América.
A los elenos nos viene una cercana herencia con el camilismo y la teoría y acción de nuestro Manuel. Para rescatar la totalidad del significado que para nosotros representa la dimensión humanista, cristiana, científica, ética, política y social de Camilo y Manuel, es preciso estudiarlos y entenderlos como un todo dentro del contexto histórico en que actuaron.
La coherencia de sus vidas se iluminan y sostienen mutuamente. Camilo como símbolo y líder que abrió el camino teológico y revolucionario para una nueva generación de luchadores latinoamericanos, a pesar de su prematura muerte, y Manuel como jefe indiscutible de un período político, a consideración propia, el más rico y profundo en toda la historia del ELN. Camilo y Manuel fueron testigos de su tiempo, dirigentes nacionales y universales, de esos que superan los impactos del coyunturalismo y se erigen en visionarios de la historia y del futuro.
Ellos en su peregrinación revolucionaria nos llenaron de fuerza y razones para entender el camino revolucionario y hacerlo posible. Ambos aprendieron de la realidad, idearon y construyeron proyectos, acertaron en muchos y se equivocaron en otros, lucharon con tenacidad impresionante contra los eternos poseedores de la verdad, supieron analizar situaciones con gran lucidez, resistieron a numerosos ataques desde todos los flancos, desde la derecha recalcitrante, hasta la izquierda perfumada que nunca comprendió el camino armado que les tocó emprender para defender su propuesta política y teológica, lograron muchos de sus objetivos, evolucionaron con el tiempo en sus pensamientos y en muchas ocasiones se adelantaron a él, por la claridad y lo acertado de sus mensajes. En su obra, tanto en Camilo como en Manuel encontramos una continua interacción entre reflexión y compromiso histórico, entre teoría y práctica.
El camilismo es un pensamiento que no solo se refiere a la práctica sino que es elaborado por alguien inserto en ella. Los mensajes camilistas iluminan una práctica política que sabe penetrar la conciencia social de los sectores a los que va dirigidos.
En estos tiempos de revolución bien vale la pena releerlos para entender su enorme vigencia y la combinación dialéctica de la historia con la realidad concreta del momento político de aquellos años 65. Aún hoy hay muchas interpretaciones y discusiones sobre lo que representa el pensamiento camilista, esto mismo revela su significado histórico y su importancia política. Lo que nada ni nadie pueden negar es su clara postura humanista, unitaria, visionaria, su profunda fe, devoción por los pobres, su condena al imperialismo, su dimensión teológica que se hace cercana y constante como ejemplo en la construcción de la Iglesia de los pobres, desafiando y cuestionando las altas jerarquías, a fin de contribuir desde el evangelio liberador con el testimonio revolucionario. Las primeras vertientes liberadoras desde la teología de la liberación fueron sembradas en Colombia y en nuestra América por Camilo Torres Restrepo, y con ellas ya jamás la Iglesia y el evangelio de Jesús podrán ser reducidas a la arrogancia, al poder y al desprecio de las jerarquías eclesiales. Camilo se adelantó a su época y con sus proféticas demandas de justicia social sembró para siempre un mensaje bíblico que se hace vivo hoy en la presencia de las comunidades eclesiales en apoyo y defensa de la Revolución Bolivariana en Venezuela, con la participación masiva de la Iglesia Brasilera a través de la pastoral social y la pastoral de tierras en apoyo al MST y a algunas medidas de carácter popular emprendidas por el gobierno de Lula. El evangelio de Jesús Liberador está activo en la resistencia indígena en Chiapas (México), en el levantamiento soberano del pueblo Boliviano, en las prédicas sociales de un sector de la Iglesia colombiana que se expresa con mayor fuerza en las diócesis de Barranca y Quibdo.
Camilo expresa la necesidad y la posibilidad histórica del 'diálogo y la colaboración entre marxistas y cristianos', pensamiento que en su desarrollo práctico crearía situaciones nuevas en el terreno de la Iglesia y el cristianismo en los ámbitos nacional y mundial.
Su compromiso político realza una obligada síntesis entre el investigador, el científico, el sacerdote, el revolucionario, no como una dicotomía, sino como el resultado de una visión múltiple y plural de la sociedad colombiana y de su dimensión profundamente humana y social.
Podríamos afirmar que después de Camilo, el mensaje liberador ha sido imposible domesticarlo a pesar de los esfuerzos y las mentiras de los poderosos burócratas de la Iglesia.
Su vinculación al ELN
Estaba decidido. Asumió el compromiso revolucionario en las filas de las guerrillas del ELN y con su participación directa no sólo daba el primer paso a la larga incorporación de sacerdotes a la lucha armada, específicamente dentro del ELN.
Para muchos analistas la vinculación de Camilo al ELN obedeció a unas particularidades históricas concretas sin comparación en otros tiempos; para otros era el camino inexorable de la intelectualidad revolucionaria en América Latina en aquellos días de efervescencia y calor insurreccional; para muchos, particularmente de vertientes ajenas a la lucha armada, aquella decisión era el producto de la concepción foquista del ELN que alejaba a los dirigentes de masas de todo tipo de acción legal, para, a decir de ellos, rendirles culto al mesianismo y al guerrillerismo foquista. Para no pocos, Camilo se vinculó a la lucha armada por hechos casuísticos como las caídas de cartas y caletas que lo comprometían ante los militares de manera directa con el ELN.
Para nosotros, las viejas y nuevas generaciones elenas, esta polémica es clara y cerrada con contundencia por la historia:
Camilo se hizo guerrillero como sociólogo, porque como científico comprendió que no bastaba diagnosticar sobre los males que aquejan a las sociedades capitalistas en sus siempre presentes síntomas de insalubridad, hambre, miserias, injusticias, exclusión; sino que era necesario soluciones radicales y violentas que extirparan de raíz y para siempre todas estas ausencias juntas. Camilo concluyó que sin un cambio profundo de estructuras de Estado, resultaría imposible la verdadera justicia social.
Como sacerdote y cristiano, Camilo se hizo guerrillero por serle fiel a sus convicciones y creencias en cuanto a que 'el deber de todo cristiano es hacer la revolución'. Se comprometió hasta las últimas consecuencias, renunciando a las posibilidades sociales y económicas que su extracción de clase le permitía. Fue seguidor de Cristo y precursor de cientos de hombres y mujeres que al igual que él y en unión del evangelio se alzaron en armas contra los tiranos en la patria americana.
Como colombiano porque en su dimensión humana, de pueblo, de patria, y por sus conocimientos de la historia nacional, ve atónito cómo la alternancia en el poder de las nuevas y viejas momias oligárquicas, se suceden en cadena como en los tronos imperiales o en las llamadas monarquías constitucionales, y todo en nombre de la democracia, de la libertad, de la justicia, de la constitución y de la ley. ¡¿Cómo violentar este ciclo monótono, infame e injusto?!
Como hombre patriótico, puro, generoso, acepta el reto de toparse con la realidad concreta en su recorrido por los libros, la geografía nacional y el calor de las pobrecías. Se decide por el mundo desconocido pero enaltecedor de una guerrilla a la cual no era ajeno ni en sus convicciones ni en sus amores, ni en sus búsquedas. Los mejores dan su testimonio de cara a ese pedazo infinito de tierra, mares y soles que llamamos Colombia.
Como dirigente de masas, porque en sus afanes recorrió todos los espacios posibles rescatando los valores óptimos del pueblo; sudó con él, peleó con él, y se alzó y se unió a aquellas masas llenas de desamparo y de hambre física e intelectual. Luchó de cara al país, como suele decirse hoy, contra las oligarquías, los altos mandos militares, las jerarquías eclesiales, los partidos petrificados que ya sabemos, y esa izquierda caótica y criticista que encerrada en sus propios altares, hacía apología a sus propias desdichas. Cerrados J todos los caminos para la acción de masas, ¿cuál era el camino para un hombre como Camilo?, ¿El exilio?, Descartado para alguien de su temple. ¿La renuncia? No, porque éste es el camino de los cobardes, de los timoratos, de los amigos de las corbatas y las buenas chequeras; jamás será considerada siquiera como una opción para la gente digna, y dignidad le sobraba a Camilo.
Su ejemplo era sólo la lógica de su obra y la prolongación de su vida, asumiéndola y entendiéndola de manera integral, sin dicotomías ni falsos dilemas, y sin pretender separar de manera absurda al hombre, al científico, al colombiano, al dirigente popular, y menos separarlo de los momentos históricos en los que actuó y desarrolló su compromiso político, revolucionario y militante. Su desenlace ni fue dramático, ni fue el final. Es el camino elegido para quienes deciden luchar con la pluma, con el verbo, y con el valor de su ejemplo.
Por los caminos de Camilo
Manuel, inspirado por Camilo asumió el reto desde adentro del ELN de continuar su obra en los momentos más difíciles de la Organización. En sus casi 30 años de militancia ela, luchó como nadie por unir un amplio conjunto de voluntades de aquí y allá, recorrió el país, se metió de lleno en las complejidades ideológicas, políticas y organizativas del todo nacional, supo entender nuestra realidad y viabilizó una forma de expresión político que estableció un matiz histórico que une los principios y la estrategia revolucionaria con el quehacer diario, coyuntural, táctico. Manuel convoca a la unidad y al combate, al estudio y al trabajo, a la teoría y a la práctica; nos enseña a pensar con cabeza propia y bajo su dirección florece la democracia interna, el antidogmatismo, el antiautoritarismo, la independencia de criterios y el anticaudillismo.
Actuando en democracia y bajo su liderazgo, el ELN comienza a proponerle al país una nueva forma de acción política que en 1986 llamamos 'convocatoria a la Asamblea Nacional Popular' (ANP), en el 89 se expresa como una propuesta de diálogo nacional para la humanización de la guerra y la defensa de los recursos naturales, y desde el 96 hasta hoy se materializa en la convocatoria a la 'Convención Nacional'. En todas ellas están expresadas la aceptación del desafío histórico del pasado y el futuro, por convocarnos a la creación e impulso de un gran movimiento político independiente, de carácter popular y soberano, pluralista, libre del tutelaje del bipartidismo; movimiento participativo, sin hegemonismos, solidario, por la unidad amplia y sin exclusiones, contra la burocracia, los autoritarismos, los dogmáticos y los criticistas de siempre.
Como internacionalista consumado, amó la plenitud la causa popular colombiana y latinoamericana, la cual hizo suya, sintiéndose colombiano como el que más, sin dejar de amar y reconocer su origen aragonés, español, y sentirse ligado con especial cariño a su Alfamen del alma, sus gentes, sus costumbres, su familia. Nuestro padre y jefe recorrió Colombia, la estudió, la comprendió, se sentía uno más entre sus gentes. Este enraizamiento en el colombianismo y en el ser nacional lo portaba con orgullo y lo defendía con vehemencia. De ahí que cuando el presidente Ernesto Samper propuso en diciembre de 1997 'nacionalizarlo' como requisito para una posible aparición en el Congreso de la República, exclamó, indignado: 'Quien debe nacionalizarse es él que toda su vida ha estado dedicado a defender los intereses extranjeros y a las grandes multinacionales, en contra de las necesidades nacionales y populares'.
Manuel siempre estuvo varios peldaños por encima del ELN, no sólo por que supo interpretar la realidad histórica de la Organización, tomarle el pulso a diario, sino por que su vida se volvió un apostolado permanente en defensa de nuestra propuesta histórica y política. El testimonio de Manuel, honrado y puro como ningún otro sigue presente en cada uno de nuestros actos, en la vida cotidiana de mandos y combatientes, en los combates diarios, tanto los ideológicos, los políticos como los militares; en el trabajo político organizativo con las comunidades, en los espacios unitarios donde participamos, ya sea con otras fuerzas insurgentes, o bien en el aliento que vienen tomando las propuestas políticas y sociales, antineoliberales y democráticos que se expresan en amplios frentes de lucha como el Polo Democrático, los movimientos cívicos, el Frente Social y Político, la alternativa democrática, los movimientos culturales, sociales, étnicos, religiosos y las propuestas regionales por el diálogo y la paz con justicia social.
Defensor a ultranza del valor de la palabra, la honradez, la dignidad, el trabajo, el estilo de vida austero y sin privilegios. Fue un hombre puro e íntegro, que entregó todo por la lucha popular a cambio de la felicidad inmensa de tener algún día una Colombia justa, democrática, soberana. Siempre nos repetía: 'Nada material traje, nada material me llevo'. Con el padre y jefe ausente, sentimos que con él se quedó parte de la historia viva del ELN, y por qué no decirlo, con su muerte morimos un poco algunos de nosotros.
Su nombre es símbolo de energía revitalizadora, de felicidad en la entrega y no tenemos porqué ensombrecer su memoria amortiguando el ritmo de nuestro compromiso.
Los mandos, combatientes y cuerpo médico que lo atendimos y estuvimos presentes en sus últimos días, fuimos testigos que cuando nuestro padre y jefe fue consciente del desenlace, con el valor que siempre lo caracterizó, afirmó: 'Siento que mi muerte no es igual de heroica a la de cientos de compañeros caídos en combate, pero la enfermedad que me aqueja fue contraída por el compromiso hasta las últimas consecuencias que adquirí en la defensa de los intereses populares'.
Comandante en jefe Manuel Pérez Martínez, usted dedicó como nadie toda su vida y su amor a la lucha por conseguir la completa libertad, independencia y soberanía del pueblo colombiano. La muerte lo encontró en el mejor momento de su vida revolucionaria sin haber agotado aún sus capacidades físicas y en pleno goce de sus brillantes facultades mentales dedicadas a darle claridad a la causa por la que entregó su último aliento. Su imagen, su ejemplo, su legado, su historia, su obra, tan infinitamente cercana a nosotros, resplandecerá con el paso de los tiempos y se agigantará como modelo de valor, de firmeza, sabiduría, ecuanimidad y talento. Su vida brillará en el firmamento de esta patria y su ejemplo guiará a todos sus hijos y subalternos. Nuestra bandera roja y negra ondea a media asta como símbolo de duelo, en este Sexto Aniversario de su dolorosa partida física. Nuestros corazones, el de los elenos, camilistas, guevaristas y bolivarianos están enlutados con crespones negros.
Por todo esto nos resulta tan significativo el compromiso, la palabra y el testimonio del Comandante en Jefe Manuel Pérez Martínez, con él vivimos un tiempo nuevo, no parecido a ningún otro.