Argentina: La lucha continúa
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El “izquierdómetro” presidencial de Noriega
Por Luis Bruschtein
El mismo día de la semana, el secretario para Asuntos Hemisféricos del Departamento
de Estado, Roger Noriega, y el representante norteamericano ante la OEA, John
Maisto, se encargaron de recordarles a los argentinos que los Estados Unidos
siguen siendo los Estados Unidos. La misma semana que partidos trotskistas,
el Partido Comunista y agrupaciones piqueteras se ponían finalmente de acuerdo
para conformar un frente de izquierda antikirchnerista, Noriega expresó su preocupación
por el “giro a la izquierda” del kirchnerismo. La reacción airada del Gobierno
motivó también cruces de izquierda a derecha. El diputado Luis Zamora acusó
a Néstor Kirchner de usar un doble discurso y el diputado Alberto Natale comparó
las declaraciones del Presidente con las de un “patotero”.
Tras la monotonía neoliberal, los acordes y las disonancias entre lo simbólico
y lo concreto tienen el efecto del desconcierto. Los antagonistas plantean sus
diferencias y después se relacionan desde ellas. Noriega y Maisto parecen expresar
al gigante que se despereza de su siesta recesiva y regresa con nuevos bríos
dejando atrás los picos más álgidos de su incursión en Irak. Vuelve la cara
hacia América latina y echa bufidos por la relación de Kirchner con Castro,
con Evo Morales y por la negociación de la deuda externa privada. No eran situaciones
nuevas ni imprevistas. Lo nuevo fue la reacción norteamericana.
El discurso feroz contra el gobierno cubano por parte de Noriega, el hombre
que define la política para América latina, y su lectura del “giro a la izquierda”
del gobierno argentino son coherentes y remiten al pensamiento arcaico de la
Guerra Fría. Aunque nunca es bueno generalizar, así piensa la mayoría de los
cubanos residentes en Miami, los latinos menos queridos por los demás latinos
del continente, cobijados por los sectores más conservadores e intervencionistas
de los Estados Unidos y muchas veces vinculados a las peores dictaduras latinoamericanas.
Incluso son poco simpáticos para las demás colonias latinas en Estados Unidos,
puertorriqueños, dominicanos y mexicanos, a las que nunca han podido sumar a
sus posiciones. No es un secreto que las organizaciones que los han representado
fueron financiadas por la CIA, que varios de sus miembros fueron agentes del
espionaje norteamericano y han estado involucrados en golpes militares, asesinatos
de líderes políticos y acciones terroristas en distintos países de América latina
e inclusive en los Estados Unidos.
No constituyen la comunidad latina más numerosa, pero sí la más influyente y
la más poderosa económicamente. Apoyados desde los primeros días de su llegada
por los núcleos más oscuros de la CIA –que los utilizó como grupos de choque–
lograron una posición económica que a los demás latinos les hubiera sido imposible,
incluyendo el control de importantes empresas y de estratégicos medios de comunicación
que emplean a cientos de periodistas. Y así han logrado conformar uno de los
lobbies más poderosos de la derecha norteamericana. Claman por los derechos
humanos pero apoyan un bloqueo que los vulnera y en general han sido cómplices
de dictaduras como las de Somoza, Pinochet y Videla. Su actitud hacia Cuba no
proviene de una mirada democrática moderada sino de las tradiciones autoritarias
de la política latinoamericana y de la derecha estadounidense. Constituyen la
peor expresión de lo que podría definirse como la disidencia cubana y en ellos
se inspira la política actual de Washington hacia Cuba.
Son tan fuertes estos antecedentes que ni siquiera bajo la bandera de los derechos
humanos un gobierno democrático latinoamericano puede asociarse a esa historia
negra sin perder credibilidad y aparecer como mendicante, como sucedió con Carlos
Menem, Fernando de la Rúa o recientemente con el uruguayo Jorge Batlle. Nadie
puede creer en América latina que a esa política de Washington o a cualquier
presidente latinoamericano que se asocie con ella le interesan realmente los
derechos humanos. Batlle, que se puso a la cabeza de esta ofensiva, quiso designar
hace pocos días en la embajada de su país en Buenos Aires a un militar involucrado
en secuestros y torturas. No le importa que torturen en su país pero, a pedido
del gobierno de Estados Unidos, presenta la condena contra Cuba.
En la política norteamericana, donde no hay posiciones favorables a Fidel Castro,
los sectores moderados de los demócratas e incluso de los republicanos ven con
preocupación el peso que tiene este lobby cubanonorteamericano en Washington.
Entre las explicaciones que se hicieron por el “giro a la derecha” del gobierno
norteamericano, se indicó que este año hay elecciones presidenciales y que ese
discurso apunta al electorado de origen cubano. No se trata sólo del electorado
sino que ese lobby forma parte de la misma maquinaria electoral y partidaria
y disputa poder y espacio dentro del gobierno. La mayoría del equipo que define
la política para América latina, como el mismo Noriega o su antecesor Otto Reich,
proviene de él.
Sin embargo, ese discurso se planta a contramano de la nueva situación en América
latina. Es difícil que gobiernos como los de Argentina, Brasil, Venezuela, Chile
o Ecuador se asocien dócilmente a esas posiciones. Y los sondeos de opinión
pública dicen que en las próximas elecciones ganaría el PRI en México, el Frente
Amplio en Uruguay y también lo haría el Frente Farabundo Martí en El Salvador.
Esos gobiernos y fuerzas políticas no proponen un enfrentamiento dogmático con
Estados Unidos, sino que por el contrario se plantean mantener relaciones comerciales
y diplomáticas normales. Pero no aceptarían presiones o condicionamientos para
agredir a un vecino.
Noriega también se refirió al dirigente campesino y diputado boliviano Evo Morales
como si se tratara del demonio personificado. Analistas internacionales aseguran
que Bolivia se ha convertido en el epicentro de la estrategia norteamericana
para la región. Morales les parece más peligroso que el Subcomandante Marcos
o las FARC porque temen una conspiración indigenista en las naciones andinas,
desde Ecuador hasta Bolivia. Varias décadas atrás hablaron de la conspiración
judía mundial, ahora de la conspiración musulmana y para América latina deliran
con un levantamiento indigenista masivo, como si en sus pesadillas se les representara
un comando aymará estrellando aviones contra sus rascacielos. Aunque parezca
desmedido, es el tipo de conspiración que le encanta a la derecha-derecha norteamericana
y han comenzado a delinear acciones de su política exterior en función de esta
hipótesis.
En lo inmediato, les preocupan las presiones del movimiento campesino sobre
el gobierno de Carlos Mesa y así, la principal potencia del mundo está aplicando
su poderío para aislar a este campesino boliviano, con el cual Kirchner, como
otros políticos, se reunió durante unos minutos. Es por lo menos desproporcionado
que el jefe de la política norteamericana para América latina se refiera de
esa manera a Evo Morales en sus discursos, y además lo tome como parámetro para
el “izquierdómetro presidencial” con el que miden los “giros” de los mandatarios
del continente.
En otra parte de sus declaraciones, ya no sobre Argentina, Noriega incluyó un
nuevo tema al denunciar “el involucramiento de Cuba en el apoyo de elementos
en varios países que buscan desestabilizar gobiernos democráticamente elegidos”.
Hace muchos años que la diplomacia norteamericana había abandonado este argumento
y resulta inquietante que lo retome porque estaría planteando un escenario intervencionista
en forma abierta. Esta afirmación de Noriega resonó con tanta fuerza que inmediatamente
le preguntaron si estaba contemplando una respuesta militar, a lo que respondió
en forma negativa.
El acento sobre los derechos humanos en la política exterior es una herencia
de la administración demócrata de Bill Clinton. George Bush, en cambio, puso
el centro en la seguridad nacional, como lo refleja el discurso de una diplomacia
que ve ataques indígenas y a los cubanos otra vez exportando la revolución.
Argentina ni el gobierno de Kirchner son un peligro para la seguridad de Estados
Unidos, pero esa concepción de la política exterior norteamericana es un peligro
potencial para América latina. Es cierto que sus diplomáticos deben lidiar con
un panorama regional que no es tan favorable a sus expectativas, lo cual hace
más explosiva la situación si no moderan ese enfoque.
La derecha argentina, que se referencia con comodidad con esa derecha norteamericana,
no pudo ocultar su satisfacción por los cuestionamientos de Noriega. Le pareció
“serio” este planteo agresivo, y “penosa” la respuesta de Kirchner. Dice que
el gobierno norteamericano tiene derecho a estar en desacuerdo con actitudes
del gobierno argentino. Por supuesto que es así y lo normal es que lo den a
conocer a través de un dirigente partidario o un legislador importante. Lo que
no dicen es que, según las normas internacionales, cuando el que habla en esos
términos es un miembro importante del Poder Ejecutivo se entiende como un acto
de injerencia.
La negociación de la deuda externa privada fue otro de los temas que tocaron
Noriega y en este caso también Maisto. Para Argentina, no sólo para el Gobierno,
se trata de una cuestión de supervivencia. No tiene demasiado margen para pagar
más de lo que ofreció. Si paga más se convertirá en un polvorín tan explosivo
como el boliviano. Si a la diplomacia norteamericana le preocupa tanto la crisis
en Bolivia, debería esmerarse por no empujar a la Argentina a esa misma situación