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26 de abril del 2002
De Lídice a Jenin
José Steinsleger
La Jornada
Ni el gobierno de George W. Bush ni el de Ariel Sharon necesitan lucir
la esvástica para demostrar lo que piensan de sí mismos: encarnación
de la raza superior. ¿Discípulos de Adolfo Hitler? No lo creo. Hitler
fue un tipo amado por su pueblo. En cambio, no hay pueblo que ame a Bush ni
a Sharon.
Ni siquiera el amor de sus propios pueblos, totalmente confundidos ante el bestial
proceso de genocidio global y desinformación universal que se puso en
marcha el 11 de septiembre pasado. Un proceso que huele más a petróleo,
burocracias militares y racismo pragmático que a ideologías intelectual
y racionalmente acabadas como fueron las diversas modalidades del nazifascismo
europeo.
A más de querido, Hitler siempre dijo la verdad: si es necesario, acabaremos
con el mundo. Bush y Sharon mienten las 24 horas: dicen que su lucha es contra
el "terrorismo" y a favor del "mundo libre". Pero las masacres de civiles que
cometen con fuerzas que serían el sueño de otros terroristas,
reciben el nombre de "daños colaterales" o "combates difíciles
en una zona habitada".
Curiosamente, esta última denominación fue empleada por Moria
Shbomot, secretaria del movimiento pacifista is-raelí Paz Ahora, para
minimizar la masacre de Jenin. En tanto Mónica Pollak, del Partido Meretz,
opuesto en principio a la política de Sharon, dijo muy suelta de pecho:
"hay que pensar a qué se denomina 'masacre'."
Bueno, pensemos. Si la matanza en el pueblo palestino de Jenin no fue una masacre,
entonces tampoco la hubo en Lídice, pequeña aldea checoslovaca,
en junio de 1942. Allí, como en Jenin, los nazis quisieron escarmentar
la acción terrorista de un grupo de guerrilleros judíos que mató
a Reinhardt Heydrich, "protector de Bohemia y Moravia".
En represalia, la Wehrmacht (ejército alemán) fusiló a
mil 357 checoslovacos, hombres y mujeres. Y como uno de los guerrilleros encontró
refugio en Lídice, la Gestapo demolió y niveló las casas
del pueblo, 95 en total, fusilando a toda la población masculina mayor
de 15 años (199 hombres) y enviando a 184 mujeres al campo de concentración
de Ravensbrük.
La historia del pueblo judío caracteriza el asesinato de Heydrich como
acto de heroísmo en un territorio ocupado. Cosa cierta. ¿Entonces por
qué el asesinato de Rehavan Zeevi, ex ministro de Turismo de Israel y
gran amigo de Sharon, fue considerado acto de "terrorismo"?
Ambas señoras dijeron que "los palestinos vencen a Israel por nocaut
en propaganda". ¿Será porque todos los días, desde la creación
del Estado de Israel, el cine, la televisión y millones de libros editados
en las democracias de Occidente nos han hablado de la historia, cultura y sueños
del pueblo palestino?
Los pueblos de Israel y Palestina tienen dos enemigos poderosos: la plutocracia
fundamentalista internacional y una concepción igualmente fundamentalista
que se aferra al criterio estrecho de "tierra prometida". Como si en las actuales
circunstancias esta noción pudiese excluir la supervivencia de la especie.
Pues si no hay tierra prometida para todos, habrá tierra prometida para
nadie.
Si alguna diferencia existe entre Bush y Sharon hay que remontarla a los tiempos
en que el cristianismo anglosajón celebró el trato con el Antiguo
Testamento. Fue cuando la religión anglicana descubrió que después
de la dispersión de los is-raelitas, el inglés estaba llamado
a convertirse en el moderno pueblo elegido, el Israel occidental.
El unitarismo o cristianismo racionalista -nacido en Inglaterra y criado en
Estados Unidos- es el último esfuerzo, después de Tomás
de Aquino y antes de los neotomistas, por dotar de sentido común a la
fe. Bush y Sharon son los más fieles representantes y ejecutores de tales
posiciones fundamentalistas. El uno y el otro discuten con la Biblia en la mano
y así qué paz y diálogo se puede esperar.
Donald Rumsfeld, jefe del Pentágono, es un cristiano de extrema derecha
que canta himnos y ora por la salvación de la humanidad en la televisión
junto al evangelista ultraderechista Pat Robertson. Y Arik Sharon es hijo político
de Menahem Beguin, ex premier de Israel, premio Nobel de la Paz (sic) y discípulo
de Zeev Jabotinski, aquel oficial de Kerenski en la revolución rusa,
que luego se hizo fascista, fue interlocutor de Mussolini y fundó la
Legión Judía, ala derecha del movimiento sionista.
Con esos antecedentes, podemos entender los ataques de la llamada "posmodernidad"
al ojo de Diderot, quien fue el primero en advertir que la opresión política
y la opresión religiosa son dos vertientes de una misma montaña.
Pero si bien se mira, Bush, Sharon y todas las instituciones económicas,
las doctrinas políticas, la religión, la moral y la filosofía,
tienen la suerte echada.
El mundo ya es una sola ciudad, o todo está maduro para que lo sea. El
nuevo sentido de civilidad se está adaptando dolorosamente y la heroica
resistencia del pueblo palestino representa exactamente lo opuesto a la resignación
y la obsecuencia, propias de la globalización mal entendida.