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6 de marzo del 2002
Otro mundo es posible
Inmanuel Wallerstein
Página 12
La gran ofensiva neoliberal para socavar las ganancias que habían
obtenido las poblaciones del mundo en el período posterior a 1945 se
lanzó de manera simbólica (y real, en cierta medida) al convocarse
la primera conferencia de Davos, en 1971. Se planeó como un lugar de
encuentro para los poderosos del mundo, directores de los más grandes
bancos y corporaciones, líderes políticos, figuras clave en los
medios, para consultar unos con otros, crear una retórica propia y coordinar
estrategias.
Hasta mediados de los años 90 esto parecía sorprendentemente exitoso.
Los principales regímenes soviéticos fueron desmantelados, los
movimientos históricos nacionales de liberación quedaron desprestigiados
o reducidos. La retórica del desarrollo (ya no digamos la del socialismo)
había sido reemplazada en todo el mundo por la retórica de la
globalización, para la cual, se dijo, no había alternativa posible.
Los partidos comunistas del mundo se habían convertido en socialdemócratas,
y los partidos socialdemócratas ya estaban casados con el liberalismo
de mercado que aparecía como la versión apenas diluida del liberalismo
ligado a los partidos conservadores.
Las fuerzas de Davos aceleraron a toda máquina y de pronto se toparon
con problemas. El Acuerdo Multilateral de Inversiones, discutido en secreto,
que hubiera hecho ilegales legislaciones nacionales que restringían las
facultades de las corporaciones extranjeras, fue hundido en 1998, en parte debido
a la oposición de Francia.
Al año siguiente, en Seattle, una inesperada coalición de ambientalistas
y sindicatos estadounidenses se manifestó tan vigorosamente contra el
lanzamiento de una nueva ronda de pláticas de la Organización
Mundial del Comercio (OMC) que la reunión planeada ni siquiera procedió.
Esto fue un logro, principalmente, de los manifestantes. Y siguió una
cascada de protestas en Quebec, Niza, Gotemburgo y Génova, todas exitosas.
Y después llegó el Foro Social Mundial de Porto Alegre, en 2001:
15 mil personas de todo el mundo, de toda clase de organizaciones, que insistieron
en que "otro mundo es posible".
La prensa occidental se mantuvo escéptica, pero la gente de Davos se
sintió perturbada. Decidieron llevar sus reuniones a lugares más
seguros, desde Doha, en los Emiratos Arabes Unidos para la reunión de
la OMC, hasta una remota localidad montañosa de Canadá para la
junta del Grupo de los Ocho, y a Nueva York para el Foro Económico Mundial.
El ataque del 11 de setiembre de 2001 sirvió a los intereses de las fuerzas
de Davos. Las manifestaciones a gran escala, con sus riesgos de violencia, parecían
amenazadas por acusaciones de terrorismo. La bien protegida reunión de
la OMC de Doha relanzó las pláticas mundiales sobre comercio.
Pero ahora, meses después de los atentados, se llevó a cabo Porto
Alegre II. Esta vez, los primeros cálculos de asistencia ascendían
a 50 mil personas y la prensa mundial prestó mayor atención a
Porto Alegre que a Davos, salvo en Estados Unidos, por supuesto.
Es un momento que hay que atesorar. ¿Cuáles han sido las fortalezas de
la coalición antiglobalización? La primera es que demostró
la amplitud y profundidad del apoyo popular del que goza en todo el mundo, lo
cual deja claro que en efecto hay una alternativa a la agenda neoliberal de
las fuerzas de Davos.
En segundo lugar, la coalición ha demostrado que la nueva estrategia
antisistema es factible. ¿Cuál es esta estrategia? Para entenderla claramente
debe uno recordar cuál fue la vieja estrategia. La izquierda mundial
en todas sus muchas formas –partidos comunistas y socialdemócratas, movimientos
nacionales de liberación– argumentaron por al menos cien años
(de 1870 a 1970, aproximadamente) que la única estrategia practicable
incluía dos elementos clave: la creación de una estructura organizacional
central y tener el objetivo primordial de llegaral poder estatal de una forma
u otra. Los movimientos prometieron que, una vez en el poder de Estado, podrían
cambiar al mundo.
Esta estrategia parecía muy exitosa, en el sentido de que en los años
60 una u otra de estas tres clases de movimientos había logrado llegar
al poder estatal en la mayor parte de los países de la Tierra. Sin embargo,
era evidente que no habían logrado transformar al mundo. De esto se trató
la revolución mundial de 1968; del fracaso de la vieja izquierda en su
intento por transformar al mundo. Esto llevó a 30 años de debate
y experimentación sobre las alternativas a la estrategia orientada hacia
el Estado que ahora parecía equivocada. Porto Alegre es la protagonización
de la alternativa. No existe una estructura centralizada. Por el contrario,
Porto Alegre es una muy flexible coalición de movimientos transnacionales,
nacionales y locales, con múltiples prioridades unidas en su oposición
al orden mundial neoliberal. Y estos movimientos, en su mayoría, no están
buscando el poder del Estado, y si lo están buscando, lo hacen partiendo
de que ésta es sólo una táctica entre otras, pero no la
más importante.
Hemos dicho suficiente sobre las fortalezas de Porto Alegre. Es momento de señalar
sus debilidades. Sus fortalezas son sus debilidades. La falta de centralización
puede hacer difícil coordinar tácticas para las batallas más
duras que quedan por delante. Y tendremos que ver también qué
tan grande es la tolerancia hacia todos los intereses que se representan, la
tolerancia hacia las prioridades de unos y otros.
Y si lograr el poder desde la estructura del Estado ya no es el objetivo primordial,
¿entonces qué lo es? Hasta ahora las fuerzas de Porto Alegre han luchado,
sobre todo, batallas defensivas: impedir a las fuerzas de Davos llevar a cabo
su agenda. Esto es importante, útil, y ha sido más exitoso de
lo que muchos hubieran predicho hace algunos años. Pero tendrá
que adoptarse una agenda seria y positiva. El impuesto Tobin (para combatir
la especulación en los flujos de capital), eliminar la fórmula
del impuesto sobre la vivienda, cancelar la deuda de los países del Tercer
Mundo son todas propuestas útiles, pero ninguna es suficiente para cambiar
la estructura fundamental del sistema-mundo.
Lo que las fuerzas de Porto Alegre necesitan hacer de manera más clara
es: 1) analizar hacia dónde va, estructuralmente, la economía
capitalista mundial y cuáles son sus debilidades inherentes. 2) Comenzar
a delinear un orden mundial alternativo. En cierto sentido, el mundo está
nuevamente donde estaba a mediados del siglo XIX, pero tiene una ventaja: cuenta
con la experiencia y el aprendizaje a partir de los errores de los pasados 150
años. Un nuevo mundo es posible, aunque no exista la seguridad de que
logre concretarse.
* Ex presidente de la Asociación Internacional de Sociología.
Autor, entre otras obras, de "El moderno Sistema Mundial", "El futuro de la
civilización capitalista" y "Después del liberalismo".