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Latinoamérica

¿Aquí no ha pasado nada?

Daniel Campione

O de lo mucho que ha ocurrido, de lo muchísimo que falta, y del gran peligro de que se regeneren las serpientes, de los muchos males que devenirían si tal cosa sucediere, y de los grandes trabajos que deberán acometerse para evitarlo.
La vapuleada dirigencia política argentina parece estar aprestándose para una nueva fase de sus actividades, cuya orientación podría resumirse en la frase 'aquí no ha pasado nada'.
En efecto, luego de algunas semanas en que parecían mandar los presagios sombríos sobre 'anarquía', 'derramamiento de sangre entre hermanos', y otras lindezas aptas para inspirar temor; parecen haber bastado unos días en que la protesta social, si bien no ha amainado, se 'rutinizó' un tanto, más el accidentado cumplimiento de los primeros puntos del 'pliego de condiciones' del Fondo Monetario Internacional (acuerdo con los gobernadores sobre coparticipación federal, media sanción del Presupuesto), para que los políticos comiencen a retomar, incluso públicamente, sus procedimientos habituales. A lo sumo les añaden la predisposición a añadir alguna dosis del más superficial gattopardismo ...¡y a dar la ropa por salvada¡...y con relativamente poco gasto.
Los diarios comienzan a llenarse de anuncios sobre una nueva reunión de dirigentes radicales, de especulaciones acerca de las posibilidades de distintos pre-candidatos del PJ, y variados personajes con posiciones abiertamente de derecha parecen haber sacado de las jornadas del 19, 20 de diciembre la idea de que ...¡están ante su gran oportunidad histórica¡ (véase declaraciones, reuniones 'secretas' y convocatorias varias de López Murphy, Macri el Jóven y Patricia Bullrich, entre otros) Eso sin descuidar las 'filtraciones' de cenas que reúnen a militares y empresarios, como si de propósito se quisiera instaurar una advertencia: ¡Cuidado, puede venir otro golpe sangriento¡ lo que apenas vela el consabido corolario paralizante: Todo el mundo tranquilo, a bajar el tono de protestas y rebeldías, porque el demonio puede volver a andar suelto.
Para matizar un poquitín el panorama, parecen estar discutiéndose proyectos para dar posibilidades de que se presenten candidatos independientes, o bien adscriptos a organizaciones no partidarias, seguramente con la esperanza de cooptarlos y/o reducirlos a una porción minoritaria del electorado, y de esa manera seguir gobernando mediante el bipartidismo, apenas condimentado por una pizca de 'participación popular' que sería anunciada como la cumbre misma de la democracia 'renovada'.
Debería asombrar; si no se tratase de una dirigencia que, desde el final de la última dictadura hasta ahora, sólo ha sobrevivido merced a impunidades y olvidos de los más variados, incluyendo los otorgados por decreto. Y ahora está dispuesta a edificar, a lo sumo con algo más de tiempo y paciencia que otras veces, un muro de olvido sobre su actuación desde 1984 hasta ahora. ¡Caramba, hemos tenido un contratiempo, así que habrá que elaborar una breve autocrítica¡ parece ser la 'reflexión' de los radicales; mientras el justicialismo directamente ignora que un hombre de su partido (el actual presidente del mismo, para mayor abundamiento), ha sido presidente de la Nación durante los diez años en que la barbarie del gran capital terminó de desatarse sobre la Argentina, adueñándose hasta de los espacios más insospechables.
En realidad el ¡aquí no ha pasado nada¡ comenzó muy temprano, el día 21 de diciembre, cuando los justicialistas resolvieron asumir el gobierno sin pedir permiso a nadie más que a sus socios radicales. Y ya se instaló con más fuerza cuando, 'cacerolazo' y desaire del propio partido mediante, el interino Rodríguez Saa se dio a la fuga, y la respuesta fue nombrar presidente al senador Duhalde, pero ya no sujeto a la promesa de llamar a elecciones en noventa días (no era cuestión de poner en riesgo el merecido predominio partidario) sino por dos años, un interinato bastante menos 'provisorio' y por tanto más atractivo.
Y de allí en adelante, los motores del continuismo rugieron con estrépito, al tiempo que algún amago discursivo tenuemente 'populista' mal tapaba el retorno al recitado del catecismo completo del gran capital radicado en el país más el de los organismos financieros internacionales.
La dirigencia parece creer que, pese a los cientos de piquetes y cortes de ruta, a los múltiples 'cacerolazos', a la movilización y las muertes del 20 de diciembre, a esa fresca y vital construcción que son las asambleas populares, pueden retornar sin más a su perversa 'normalidad', la de la dirección de los asuntos públicos inclinada exclusivamente a los intereses y deseos de un corto número de grandes empresas, bajo la permanente supervisión de los organismos que dictan las reglas a favor del gran capital a escala mundial, mientras la gran mayoría de la población del país se empobrece en múltiples sentidos.
Muchos dirán: ¡Es un error, son miopes, lo pagarán con su cabeza¡ No deberían estar tan seguros. Tal vez muchos de ellos sepan que corren riesgos, simplemente que los horroriza mucho más la posibilidad de permitir el advenimiento de una construcción democrática genuina, que los barrería definitivamente. La vieja táctica de ceder algo para no perderlo todo requeriría una mayor certidumbre y afianzamiento en las posiciones adquiridas, o un compromiso más alto con la realidad local, que el que tienen políticos, empresarios locales y conglomerados multinacionales que actúan en el país. Por eso la Iglesia, tal vez la única institución que se autopercibe con un arraigo suficiente como para intentar el ejercicio de un conservadurismo lúcido, se viene mesando los cabellos ante la mezquindad desplegada en el 'diálogo social'. Y sabido es que los obispos argentinos, salvo mínimas excepciones, carecen de toda propensión a los planteos radicalizados.
Por otro lado, no está predeterminado que la movilización y organización popular seguirá creciendo y radicalizará sus planteos hasta el punto de hacerlos incompatibles con la existencia de la desgastada pero no fenecida coalición en el poder. Esta intentará (ya comienza a hacerlo) cooptar a los más moderados, neutralizar a aquéllos que podrían aceptar una vuelta al escepticismo pasivo y el consumismo individualista en cuánto la situación mejore un poco para ellos;... y si es necesario reprimir a los más radicalizados, una vez convenientemente aislados y desgastados frente a la 'opinión pública' que los grandes medios volverían a dirigir en cuánto se les permita retomar el aliento. Es una apuesta riesgosa, pero no puede tildársela de delirante.
Es que el extraordinario (por elevado y por creativo) auge de la lucha popular que se incubó en los últimos años y terminó de emerger con toda la fuerza en los tres meses últimos, no fue el punto de llegada, sino el de partida, si de encarar la creación de un contrapoder eficaz se trata. Y lo mucho que falta no puede confundirse con la inscripción pura y simple de consignas más contestatarias en las banderas del movimiento. Ha 'trascendido' (estos son días de proliferación de la ambigüedad y el anonimato en la información), que los servicios de inteligencia y la policía consideran que si una décima parte de los indigentes salieran a las calles; vale decir medio millón de personas sobre un total de cinco millones; no habría fuerza represiva que pudiera contenerlos. Suponiendo que así fuera, la distancia en conciencia política y cultural que implica el paso, desde el estado de movilización actual, que salvo quizás el pico máximo del 19-20 de diciembre se contó en decenas de miles, a uno que sea capaz de lanzar cientos de millares de personas a la calle con la decisión de no retroceder hasta alcanzar un cambio profundo, es muy importante. Los tiempos se han acelerado, pero no se ha agotado el de los dominadores; la carga de pasividad e individualismo que subyace en casi todos nosotros ha sufrido un repliegue, pero continúa agazapada.
Se ha hecho una nueva experiencia sobre la eficacia de la acción colectiva, acerca de que los poderosos no son invulnerables; hay una fuerte sed de autogobierno, de reapropiación de la política, de constitución de espacios de debate y acción horizontales, no jerarquizados; de construcción de alguna vía para la implantación de políticas que impongan los costos a los capitalistas y no a los trabajadores y pobres. Con el enorme valor intrínseco que el conjunto posee, ello no basta por sí solo para convertirlo en un triunfo estratégico. Las jornadas de diciembre marcaron, sin duda, un salto cualitativo, pero todo indica que se necesita otro salto más, porque la tendencia del campo adversario a re-constituirse, con la ayuda de los múltiples recursos que aun posee a ese fin, no cederá por sí sola. No será la propia dinámica de la crisis económica y del desprestigio dirigencial la que decida la situación actual, como no fue ella la que terminó con la presidencia de de la Rúa y el retorno virreinal del ministro Cavallo. El 'sistema', no sin ciertas náuseas, ya ha digerido los cacerolazos programados y regulares; y se dispone a preparar un lugar lo más inofensivo que sea posible para las asambleas (si bien los ultramontanos como el ex presidente Alfonsín aun aspiran a su supresión), de ser posible subordinándolas al ámbito parlamentario, y ciñéndolas en máxima medida a las problemáticas locales y sectoriales. Respecto a los piquetes, ya han elegido a sus 'moderados' para cooptar o neutralizar; y probablemente confiarán en que el tiempo y los errores propios desbanden o agoten a los más radicales y menos dispuestos a transigir.
Desbaratar ese cúmulo de acciones u omisiones que tienden a restaurar la 'normalidad' de la democracia argentina realmente existente, a permitir re-enterrar a la política bajo el peso de la administración de lo dado, de la reproducción ampliada de la desigualdad y la injusticia, es la necesidad de la hora para el conjunto de explotados, excluidos y asqueados por este orden económico, social, político y cultural insoportable. De lo contrario corremos el riesgo de que se imponga la 'restauración', probablemente sin recurrir a ningún contragolpe espectacular, sólo a una minuciosa ingeniería gradual y flexible, que permita ahogar los bebés de la democracia directa y la reapropiación del poder en su cuna, sin que haya estertores molestos. Pero todo indica que se necesitará una irrupción popular, tanto o más fuerte y plural que la de diciembre, para torcer ese rumbo. La consigna ¡Qué se vayan todos¡, amenazante para unos 'todos' con múltiples rostros y disfraces, que para procurar permanecer son capaces de desplegar millones de dólares y milllares de fusiles, se enfrenta a la realidad acuciante de que si sólo es el tiempo el que transcurre no se irá casi ninguno. Como en todo punto de inflexión de la historia de las sociedades, sería funesto apresurarse, pero fatal la demora excesiva; malo el radicalismo más verbal que efectivo que suele desmantelar el propio campo, pero terrible la tímida moderación que termina entregando el movimiento en manos de quiénes buscan la oportunidad para liquidarlo. Seguir sin prisa y sin pausa la construcción del propio campo, no ceder en el hostigamiento persistente e imaginativo al campo enemigo, es indispensable. No dejarlos rearmarse, no permitirles renovar su perenne apuesta al cansancio, a la vuelta masiva a la rutina mediocre de 'espectador' que ni siquiera se imagina como protagonista, a la renovada reducción de la militancia a un puñado de animosos que suelen perder el rumbo a fuerza de soledad. De eso se trata.
Y de que 'todos' quiera decir eso, 'todos', sin distinguir oficios en el ejercicio o el servicio del poder, sea de empresario, de político, de tecnócrata, de represor o de 'comunicador'. Que los echemos a 'todos'.