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La exclusión de Fidel
Castro pone
la relación bilateral en su peor momento
Listo, el retiro del embajador Pascoe; llama a consultas La
Habana al diplomático Bolaños
BLANCHE PETRICH
En los próximos días se sentirán las primeras consecuencias
del encontronazo entre México y Cuba, por la exclusión
del presidente de la isla, Fidel Castro, de la cumbre de jefes de Estado que
tuvo lugar en Monterrey. En principio, el Ministerio de Relaciones Exteriores
cubano mandó llamar a su embajador, Jorge Bolaños, a consultas,
según una versión extraoficial. En términos diplomáticos,
esto podría significar una señal de protesta.
En la contraparte, trascendió que la embajada de México en Cuba
pronto quedará vacante. La carta de renuncia o de despido de Ricardo
Pascoe fue redactada aun antes de la reunión de mandatarios.
No se espera que a corto o mediano plazos la Secretaría de Relaciones
Exteriores (SRE) nombre un nuevo embajador, con lo cual la sede mexicana quedará
representada por un periodo indefinido a nivel de ministro de asuntos políticos.
Con este nivel mínimo de representación en ambos países
y con el clima envenenado que dejó el insólito gesto del gobierno
mexicano de orillar a Fidel Castro a abandonar México, la relación
bilateral -proverbial por su intensidad, a pesar de los altibajos- vive estos
días su peor momento. Porque aun cuando se opere de ambos lados una acción
de control de daños, la cicatriz será, sin duda, profunda.
Otra "desinvitación"
Y eso que no es la primera vez que México se ve obligado a "desinvitar"
a Cuba de una reunión cumbre organizada por nuestro país.
En 1981, siendo presidente José López Portillo, se ideó
un encuentro semejante al de Monterrey. En una lista tentativa de invitados
se había incluido el nombre de Castro. Pero en el transcurso de los preparativos
el gobierno de Washington, que entonces presidía el ultraconservador
Ronald Reagan, también condicionó su asistencia a que no estuviera
presente el líder de la revolución cubana.
El asunto se manejó con gran maestría diplomática. Fue
tal la habilidad del canciller Castañeda de la Rosa para tejer fino en
la exclusión de Castro, que dos semanas después de la cumbre el
presidente cubano realizó su primera visita a México, luego de
20 años. Y lo hizo muy a su manera. En medio del misterio y los secretos
de Estado, Castro llegó a costas de Cozumel en una lancha torpedera.
En el mar tuvo lugar el primer encuentro entre los presidentes. Y al día
siguiente desembarcó en Cancún, para que no se fuera a decir que
no pisó tierra mexicana, y la cumbre bilateral continuó ahí
en términos inmejorables.
La desinvitación no sólo no creó roces, sino que obtuvo
dividendos. Era 1985 y la SRE estaba a cargo de Jorge Castañeda padre.
En esta ocasión no hubo tejido fino ni diplomacia. El gobierno mexicano
ofreció el país como sede de la Conferencia Internacional sobre
la Financiación para el Desarrollo, cumbre de jefes de Estado con una
concurrencia sin antecedentes: casi 60 mandatarios. En el marco de la conferencia
que terminó el pasado viernes, Fox resolvió organizar un retiro
de los mandatarios asistentes. A todos les giró invitación, menos
a uno: a Fidel Castro. La justificación oficial no logra ganar credibilidad.
Dicen los funcionarios que la encerrona en el Museo de Historia no era
parte de la conferencia de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Este galimatías no alcanza a ocultar la verdadera razón de excluir
al presidente cubano. Fue la misma que en 1985, en Cancún: una condición
del presidente de Estados Unidos. Sólo que ahora el manejo de esta delicada
situación lo hizo el hijo de aquel canciller, Jore Castañeda,
quien a diferencia de su padre es un intelectual anticastrista y funcionario
de un gobierno de derecha.
La cumbre del despilfarro
Por cierto, aquella cumbre de 1985 se realizó con fastuosidad y despilfarro,
al estilo de López Portillo. Todo al servicio de su imagen. El resultado
era lo de menos. La Declaración de Cancún llamaba al acercamiento
entre los países de norte y sur, y al reforzamiento de los lazos sur-sur.
En ese texto no quedaba ni rastro de lo que un año antes fue denominado
el Informe norte-sur: un programa para la sobrevivencia, impulsado por
el legendario Willy Brandt.
Hace 20 años el mundo era otro. En Centroamérica, nuestra frontera
sur, había guerra, y México se oponía a la intervención
estadunidense. Existía el bloque socialista y los países del tercer
mundo demandaban cosas que hoy parecen excesivas, como reformar el orden económico
mundial, la moratoria de la deuda y precios justos para las materias primas.
Entre algunos liderazgos de entonces y los de ahora hay una distancia enorme.
A la cumbre del Diálogo Norte-Sur venían, entre otros, Francois
Mitterrand, Indira Gandhi y Olof Palme. Claro, también asistieron algunos
dictadores que entonces eran protegidos por Washington: Ferdinand Marcos, entre
otros. Por cierto que entre los vistosos y costosos séquitos de estos
mandatarios venían sus primeras damas, algunas -como Imelda Marcos y
Carmen Romano- dedicadas al exceso, en pleno delirio del poder.
En la cumbre de Monterrey, que concluyó el pasado viernes, no faltaron
algunos reflejos de aquellas extravagancias.
Y en cuanto al contenido de la cumbre, sus logros concretos y su declaración,
después de tanto despilfarro, tantos ríos de tinta y tanto rating,
tampoco se logró nada. Sólo dañar gravemente la relación
entre México y Cuba.