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14 de marzo del 2002
Perú: Entre la pérdida de popularidad y la Concertación
Gustavo Espinoza M.
El Siglo
Siete meses de gestión al frente del Estado cumplió este
28 de febrero el Presidente peruano Alejandro Toledo. Aunque los 210 días
de su periodo gubernativo no constituyen una etapa extensa, ella ha servido
sí para definir una realidad concreta: el Presidente peruano carece de
popularidad y no cuenta con la suficiente aprobación ciudadana.
En realidad, Alejandro Toledo nunca fue un hombre particularmente popular. Educado
en los Estados Unidos, no tuvo en sus años de juventud un vínculo
permanente y sistemático con el país, al que volvió para
ingresar a la política a comienzos de la década de los 80. En
un inicio, se movió tras las bambalinas, oscuramente, desempeñando
tareas de asesor ministerial en el Despacho de Trabajo. Quienes lo frecuentaban
entonces coinciden en asegurar que era diligente y laborioso, y que procuraba
establecer vínculos más o menos seguros con los empresarios, signo
inequívoco de que afincaba aspiraciones mayores en el marco de la política
oficial.
Una experiencia electoral frustrada en 1995 y otra con mejor presencia en el
año 2000, lo colocaron en la antesala del gobierno en una coyuntura caracterizada
por la ausencia de liderazgos. Alejandro Toledo, que había vivido silenciosamente
a la sombra del fujimorismo y que se había mostrado ciertamente complacido
por el rumbo neoliberal de su política económica, tuvo su cuarto
de hora cuando resistió los ataques del régimen que lo había
catalogado como adversario de menor cuantía. Cuando la maquinaria oficial
enfiló su ofensiva contra él, ya estaba desgastada y había
generado entre la gente un clima de escepticismo que ayudó al "cholo
de Harvard", como le llamaban, a empinarse sobre la adversidad.
En la campaña electoral del 2000 comenzó, en efecto, el vertiginoso
ascenso del candidato de "Perú Posible" a la Primera Magistratura de
la Nación. Su voluntad aguerrida, su disposición de jugarse en
la calle el destino de las masas, su terquedad para persistir en el empeño,
le rindieron frutos. Aunque no pudo hacerse de la victoria, alcanzó a
afirmar su liderazgo. La caída del fujimorismo y la apertura de una nueva
contienda eleccionaria para el 2001, terminó por colocarlo en la antesala
del poder, y el 28 de julio del año pasado quedó ungido como Jefe
de Estado. Aun así, su triunfo no fue fácil. Obtuvo un forzado
53% de los votos después de laboriosos acuerdos y alianzas y porque mucha
gente intuyó además que, como alternativa, era más confiable
que Alan García y menos conservador que Lourdes Florez.
Hoy las encuestas lo ubican en un 31% de la aceptación popular. Dos rubros,
en particular, le critica la gente: que prometa mucho y no cumpla, y que se
contradiga y mienta en sus anuncios. De todos modos, un avance, sin duda si
se considera que al Presidente anterior se le criticaba el robo y la corrupción
desmedida y el asesinato colectivo de gente. Sus ministros no alcanzan tampoco
a despertar el entusiasmo. Con baja calificación aprueban apenas tres:
el Canciller García Sayán, que recientemente estuvo en Cuba; la
flamante ministra de la Mujer, Cecilia Blondet, y el nuevo titular de Salud
Fernando Carbone.
Entre los menos aceptados figura con nota desaprobatoria Pedro Pablo Kuczynski,
el discutido titular de Economía, para quien el pago de la deuda externa
es más importante que los salarios.
Curiosamente, la gente atribuye el descenso de la popularidad de Toledo no tanto
a lo que hace, sino a lo que deja de hacer. Y a lo que se filtra de su oscuro
entorno, signado por el nepotismo y la búsqueda de beneficios personales.
Es la inacción, la falta de política concreta y la ausencia de
medidas de fondo, lo que la gente reclama a este gobierno que ya luce precario,
débil, quebradizo.
Quizá por eso, Alejandro Toledo pone énfasis ahora en "La Concertación",
una suerte de acuerdo político que busca obsesivamente, comprometiendo
para el efecto a los partidos y a las instituciones sociales y organizaciones
representativas de la sociedad civil. Ahora se dice que en la próxima
semana se darán los pasos decisivos para ese efecto y que, finalmente,
se suscribirá un acta de acuerdo que le asegure una determinada base
social al gobierno. Alan García y Lourdes Florez Nano asoman hoy en el
escenario como las niñas bonitas de la Concertación. De ellas
depende. Si aceptan la propuesta, hay gobernabilidad. De lo contrario, hay caos.
Así más o menos se presenta la cosa en un marco ciertamente difícil,
cuando arrecia la recesión, la crisis no cede y los problemas sociales
afloran cada día como vivas expresiones de violencia.
No es fácil, sin embargo, que se afirme la Concertación, porque
los partidos alternativos no miran tampoco al país como objetivo, y se
dejan llevar en mucho por intereses mezquinos y afanes subalternos. Buscan más
bien debilitar más a Toledo, desangrarlo, para presentarse ellos como
los salvadores de una nación exhausta. Aunque Alejandro Toledo no inspira
ciertamente confianza, tampoco debieran inspirarla los otros, que han mostrado
más entusiasmo que el Presidente con relación a la visita de Bush,
a cuya sombra esperan colocarse.
En el Perú, La Concertación no es, entonces, remedio para la caída
de popularidad del mandatario. Podría serlo, sí, el que asuma
sus compromisos con el pueblo y atienda con seriedad las demandas nacionales.