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14 de marzo del 2002
Centroamérica: Otro socialismo para la Izquierda
Carlos Figueroa Ibarra
Estudios latinoamericanos
Cuando el entusiasmo que generó en la Izquierda mundial la Revolución
Sandinista todavía no se atemperaba, Sergio Ramírez Mercado escribió
un agudo ensayo sobre la burguesía nicaragüense que tituló
Los sobrevivientes del naufragio. Todavía vivíamos en Centroamérica
las ilusiones de futuro luminoso que la revolución había desencadenado
y el espíritu de la consigna que se gritaba en las calles y campos. ¡Si
Nicaragua venció, El Salvador vencerá y Guatemala lo seguirá!
Tres lustros después los sobrevivientes del naufragio no están
en las burguesías centroamericanas sino en las izquierdas del mundo.
No en balde Ludolfo Paramio ha utilizado la imagen del diluvio para sintetizar
la situación de la Izquierda de fines del siglo XX.
El derrumbe del socialismo real y la crisis del Estado de Bienestar dieron la
nota final en lo que desde algún tiempo atrás se denominaba "la
crisis del marxismo". El colapso del modelo de transformación social
que se inauguró en la práctica con la revolución bolchevique
de 1917 ha arrastrado a buena parte de la Izquierda de una concepción
que, habiendo nacido en el siglo XIX, animó a una significativa parte
en las luchas sociales del siglo XX. El socialismo real y su fracaso ha afectado
profundamente el marxismo, si bien es certero el planteamiento que el marxismo
fue al socialismo real lo que el cristianismo a la Inquisición.
Los tiempos conservadores que estamos viviendo desde hace algunos años
han generado dos actitudes. La primera tiene que ver con el espíritu
del renegado que ahora blande el conservadurismo en el peor de los casos o el
cinismo y el escepticismo en el mejor de ellos. La segunda se relaciona con
la reflexión acerca de qué es lo que se puede rescatar de los
escombros del viejo edificio para construir uno nuevo. Es éste el sentido
de las líneas que siguen.
EL SOCIALISMO PRECEDIO AL MARXISMO
La influencia que alcanzó el marxismo en el seno del pensamiento
socialista a nivel mundial a partir del último tercio del siglo XIX nos
hace olvidar en ocasiones que el pensamiento socialista nació antes del
marxismo y también se desarrolló al margen de éste. En
la segunda década del siglo XVI Tomás Moro publicó su utopía
comunista, en el siglo XVII la Revolución Inglesa tuvo a sus Diggers
y en el siglo XVIII la francesa presenció a los seguidores de Babeuf.
Entre el siglo XVIII y el XIX el socialismo utópico hizo acto de presencia
y durante el siglo XIX surgieron el blanquismo, el proudhonianismo y el anarquismo,
corriente de pensamiento con pretensiones de socialismo pero con divergencias
sustanciales con el marxismo. La existencia de todas estas corrientes al lado
del marxismo revela que la sociedad moderna, que empieza a despuntar desde los
siglos XVI y XVII, está generando conflictos sociales que las Revoluciones
Inglesa y Francesa no resolverán. La Revolución Francesa crearía
las bases para la instauración de la igualdad jurídico-política
a través de las constitución de la figura del ciudadano, pero
ni ella ni el desenvolvimiento del siglo XIX implicaron una revolución
de la cuestión de la desigualdad social. El desarrollo del capitalismo
en el siglo XIX tendía más bien a la profundización de
esta desigualdad. Y fue ése el contexto que haría nacer a los
movimientos que desafiaban al orden capitalista que se instauraba, desde el
ludismo de principios de siglo, el movimiento cartista a mediados del XIX, las
luchas obreras incipientes en Alemania y sobre todo la aparición en el
escenario político de la clase obrera como sujeto político con
las revoluciones de 1848, particularmente la lucha de clases en Francia entre
1848- 1850.
LA TRANSFORMACION DE LA SOCIEDAD
El marxismo, entendido en este momento como la elaboración de Marx
y Engels, se fue construyendo entre la quinta y la sexta década del siglo
XIX como un pensamiento crítico que desecharía y recuperaría
al mismo tiempo el conjunto de las ideas económicas, políticas
y filosóficas predominantes en las sociedades europeas de los siglos
XVIII y XIX. Al criticar y recuperar la economía clásica inglesa,
el marxismo construyó su piedra angular, la teoría del valor y
con ella su obligada consecuencia, la teoría de la plusvalía.
En el terreno filosófico, la crítica y recuperación de
la filosofía alemana, implicó la recuperación del materialismo
de Feuerbach -también de su concepto de alienación- y el método
dialéctico de Hegel. De esta crítica surgiría la idea de
que la materia privaba sobre el espíritu, la de que la praxis -la relación
dialéctica del ser humano con lo natural y lo social- era la fuente del
conocimiento y, finalmente, de que en la economía debía buscarse
la fuente última -aunque no exclusiva- de los acontecimientos sociales.
En el plano de la política, el marxismo se construyó sobre la
base de la crítica de diversas posiciones políticas, crítica
que explica varios de sus rasgos ideológicos. La crítica al socialismo
utópico fue una de las fuentes de la idea de la revolución como
acto de fuerza para llevar a cabo la transformación esencial de la sociedad,
así como el convertir al socialismo en una necesidad política
y económica y no solamente un problema de carácter moral. La asimilación
crítica de la experiencia del cartismo inglés fue una de las vías
por las cuales el marxismo expresó su idea de que la transformación
de la sociedad capitalista en socialista tendría que hacerse mediante
la subversión de la correlación de fuerzas que se encarnaban en
el Estado burgués y no mediante la lucha por reformas que a lo sumo mejoraban
parcialmente la situación económica y política de los trabajadores.
En la crítica al proudhonianismo, el marxismo expresó la idea
de que el socialismo debía ser la socialización de la propiedad
de los medios de producción, sobre la base de la socialización
de la producción que había engendrado el desarrollo capitalista.
El marxismo desecharía la idea que la socialización de la propiedad
debía ser diseminación de la pequeña propiedad, tal como
lo planteaban los proudhonianos, lo cual a su juicio era una visión romántica
y precapitalista. Finalmente, en la crítica del anarquismo, el marxismo
forjó la idea de que los partidos del socialismo deberían participar
en la política y en la construcción de un movimiento sindical
-considerados ambos por los partidarios de Bakunin como política burguesa-
y también que el Estado era expresión de dominación, pero
que sería una necesidad mientras no se llegara al comunismo y se pudiera
pasar de la dominación de los hombres a la administración de las
cosas. La experiencia de la Comuna de París servirá también
para afinar la idea de la dictadura del proletariado como fase de transición
para la extinción del Estado, en contra de su abolición, idea
expresada por los anarquistas.
LA REVOLUCION INEVITABLE
Estas ideas fueron las que paulatinamente convencieron al movimiento obrero
europeo del siglo XIX y principios del XX. La poderosa II Internacional, fundada
con la participación de Engels en el último tercio del siglo XIX
y principios del XX, fue hegemonizada paulatinamente por las ideas del marxismo.
Estas fueron afectadas por cambios en Europa que es necesario consignar:
la derrota de la Comuna de París, el auge del espacio político
conquistado por el movimiento obrero en el período, la reestructuración
de las ciudades y la modernización y eficacia de las fuerzas armadas.
Todos estos hechos hicieron que el Engels tardío revisara la idea de
la insurrección proletaria, valorara la lucha política legal,
la participación parlamentaria y la conquista del poder como algo que
debía plantearse como producto de una amplia correlación de fuerzas
y con el necesario concurso de las fuerzas armadas.
La unilateralización de estas ideas y la visión de este contexto
harían surgir, paulatinamente, una corriente moderada dentro de la II
Internacional -Bernstein en un primer momento, Kautsky después-: la valoración
unilateral de la lucha sindical y del parlamentarismo y la idea de una vía
pacífica de transición al socialismo, darían paso lentamente
a la idea de la inevitabilidad de la revolución como paso necesario en
el camino del socialismo. La adopción del chauvinismo en contra de la
idea del internacionalismo proletario en la primera guerra mundial haría
nacer la III Internacional y la distinción entre socialdemócratas
y comunistas.
El leninismo y 1917 fueron la recuperación de la vía revolucionaria
de la conquista del poder y de la construcción del socialismo. El análisis
del imperialismo y la idea del eslabón más débil planteó
la revolución socialista como algo que no necesariamente debería
ocurrir en los países capitalistas más desarrollados. La concepción
de la mayoría activa en los puntos nodales de la lucha de clases convirtió
al socialismo en algo que sería producto de una mayoría de la
clase y no producto de la mayoría del pueblo. El partido centralista
democrático convirtió al partido proletario en una vanguardia
de cuadros que deberían agitar masas en lugar de un partido de masas.
El leninismo se construyó sobre la idea de la actualidad de la revolución,
y el socialismo soviético, en sus primeros años, sobre la esperanza
de la revolución de Occidente. Fue el hecho de que estas esperanzas no
se vieran realizadas lo que hizo surgir la idea del socialismo en un solo país
y la fuente de una de las desavenencias de Trotsky con el stalinismo.
REACCIONES FRENTE AL SOCIALISMO REAL
Gramsci planteó la reformulación del marxismo una vez más
al calor de la revolución frustrada en Occidente. El Estado se había
rodeados de casamatas en el seno de la sociedad civil, por ello debería
ser visto como instancia de unión de la coerción y del consenso,
de la sociedad política y de la sociedad civil. La expansión de
la hegemonía hacía necesaria una larga lucha contrahegemónica
en la que la guerra de movimientos -el asalto frontal al poder que habían
mostrado los bolcheviques debía ser sustituida por una guerra de posiciones
en la que se debería construir una contrahegemonía obrera- haciendo
de la democracia y el socialismo una cultura que paulatinamente fuera invadiendo
cada una de las trincheras que rodeaban al Estado burgués.
El después llamado eurocomunismo tuvo en las ideas de Gramsci uno de
sus asideros teóricos. Pero fue la práctica del socialismo real
su más poderosa motivación. El autoritarismo burocrático
del socialismo en la URSS y en su periferia, evidentes en la vida cotidiana
de todos estos países, la invasión de Hungría en 1956,
la que sufrió Checoslovaquia en 1968, y la experiencia de la transición
chilena que fue destruida en 1973, fueron algunos de los hechos que inspiraron
al llamado eurocomunismo. Los sucesos de Polonia a partir de 1980 confirmaron
esta perspectiva en la búsqueda de una "tercera vía" entre el
capitalismo y el socialismo autoritario y burocrático.
EL MARXISMO POR EL QUE OPTAMOS
En Centroamérica y en lo que se refiere al marxismo como política,
la matriz marxista se construyó, para decirlo esquemáticamente,
sobre las bases de la experiencia soviética y del ejemplo de la Revolución
Cubana. Ni las reformulaciones de Gramsci, ni la experiencia del eurocomunismo
-el cual fue visto en términos generales como una desviación reformista-
impactaron en la constitución de la visión de la Izquierda revolucionaria
centroamericana. Sí lo hicieron la Revolución China y el maoísmo,
porque fueron experiencias socialistas en el Tercer Mundo, porque representaron
un primer ejemplo de cómo la vía violenta de la revolución
habría de aparecer en un país predominantemente campesino y con
un desarrollo capitalista atrasado.
La idea de la guerra popular prolongada -tan importante en una de las corrientes
del FSLN en Nicaragua y en el debate con respecto a las vías de la revolución
en El Salvador y Guatemala- tuvo uno de sus primeros asideros en la experiencia
china. Pero habría de ser la experiencia vietnamita, en su contexto de
guerra de liberación nacional, la que habrá de impactar a buena
parte de la Izquierda centroamericana, una vez que la idea del foco insurreccional
de matriz cheguevarista fue descartada. A la idea del foco insurreccional se
opuso la idea de la guerra de todo el pueblo. Por supuesto que esto no puede
generalizarse a toda la región en la cual, al lado de países como
Nicaragua, El Salvador y Guatemala -donde la idea de la lucha armada fue uno
de los debates fundamentales- países como Honduras y Costa Rica no tuvieron
experiencias armadas significativas o, como sucedió en Costa Rica, donde
la idea misma de la lucha armada se "daba de topes" con los rasgos de su Estado
y su sociedad.
Lo que sí impactó a toda la región fue la Revolución
Cubana como ejemplo y como expresión de un largo ciclo de flujo revolucionario
que empezaría con la derrota del fascismo al final de la segunda guerra
mundial. Las guerras de liberación nacional en Africa y Asia, la experiencia
vietnamita de desarrollo de una guerra cruenta pero exitosa frente a un poderosísimo
enemigo, la visualización de un campo socialista "con la Unión
Soviética a la cabeza" como contrapartida efectiva al imperialismo y
al sistema capitalista, los brotes insurreccionales que se observaron en América
Latina al calor del ejemplo cubano, los movimientos estudiantiles de 1968 en
Europa y en México, la presencia cubana en Angola y en Etiopía,
las luchas obreras y los movimientos sociales en buena parte del mundo, todos
estos hechos reales a nivel mundial conformaban una correlación de fuerzas
que iluminaba a las más distintas fuerzas con los colores de la perspectiva
del socialismo: desde la socialdemocracia hasta la extrema izquierda, pasando
por el eurocomunismo, el movimiento comunista vinculado a la Unión Soviética
y a los movimientos de liberación nacional.
En Centroamérica el marxismo como teoría política para
la emancipación se nutrió en gran medida del leninismo, del modelo
soviético y de la Revolución Cubana. De manera secundaria el ejemplo
chino (maoísmo) y la crítica al modelo soviético (trotskistas)
estuvieron presentes. No obstante, comunistas, trotskistas, maoístas
y guevaristas coincidieron en la idea de la vía violenta de la revolución,
pero se diferenciaron de manera radical en cuanto a cómo visualizaban
el proceso de acumulación de fuerzas que llevaría al momento de
la ruptura violenta: foco guerrillero, guerra popular prolongada, insurrección,
énfasis en las clases urbanas o preferencia por las rurales, combinación
de todas las formas de lucha desde el principio, pacíficas, abiertas
y legales como base preparatoria de ulteriores formas, partido revolucionario
u organización política-militar, fueron sumariamente, las divergencias
que se presentaron en mayor o menor medida en los distintos países centroamericanos.
LA VIA VIOLENTA Y LA IMPRONTA LENINISTA
Las verdades consolidadas por el marxismo en su polémica con otras
corrientes fueron aceptadas por la mayoría de la Izquierda centroamericana:
la idea de la vía violenta de la revolución, la del proletariado
como vanguardia revolucionaria, la de la necesidad del partido o del instrumento
revolucionario que incursiona en la esfera de la política para lograr
la transformación esencial de la sociedad, la de que ese partido debería
estar sustentado en la acción de masas para poder lograr su objetivo,
la de la dictadura del proletariado como paso inevitable en la construcción
del socialismo, la del Estado como eje de la socialización de los medios
de producción.
A estas ideas habría que agregar la impronta leninista: el partido u
organización revolucionaria monolítica sustentada en el centralismo
democrático, la necesidad de la alianza obrero- campesina, la posibilidad
de la revolución en un país de la periferia capitalista, el imperialismo
como el enemigo a vencer y concebido como fase superior y última del
capitalismo. Obvio es que en una región dominada por las dictaduras y
por el imperialismo estadounidense, el leninismo se constituyó en un
aparato de teoría revolucionaria sumamente atractivo para las fuerzas
de la Izquierda revolucionaria. Si el rol del campesinado constituyó
una diferencia con los maoístas, en aquellos países en que tuvieron
presencia -Honduras o Nicaragua por ejemplo- la del carácter de la revolución
fue una de las diferencias con el trotskismo en aquellos donde existió
-Costa Rica o Nicaragua- obviadas estas diferencias, el carácter de la
revolución fue concebido como agrario y antimperialista, en un primer
momento, y preparatorio del segundo momento, que sería el de la construcción
socialista.
Es imposible captar en breves líneas todos los matices o divergencias
que con respecto a todas estas ideas presentaron las diferentes fuerzas revolucionarias
de Centroamérica, pero hay algo en lo que sí podemos establecer
alguna generalización. La idea de la revolución democrática
y popular encaminada al socialismo estaba sustentada en una visión de
la correlación de fuerzas en el mundo en la que el campo socialista -independientemente
de que se fuera crítico o no de éste- jugaba un papel de primer
orden. En el ajedrez mundial de la confrontación capitalismo- socialismo
se trataba de seguir desmoronando al primero en las diferentes regiones del
mundo. Desde 1917 el siglo XX había mostrado esta tendencia y los hechos
acaecidos desde la segunda postguerra demostraban que la tendencia continuaría.
FRENTE AL MARXISMO HEREDADO: NUEVE PISTAS
El derrumbe del socialismo real ha puesto en entredicho al marxismo que
heredamos en Centroamérica y, por supuesto, al marxismo por el que optamos
en la región. Pero no solamente la Izquierda marxista ha resultado maltrecha
en estos últimos años del siglo XX. Con el auge neoliberal, la
socialdemocracia y la democracia cristiana y el proyecto del Estado de Bienestar
también fueron golpeados duramente.
Enfrentamos el siglo XX con dos hechos sumamente contradictorios: el descrédito
de la idea del socialismo una vez que su implantación realmente existente
se derrumbó, y el aumento de la polarización social propia del
capitalismo, no solamente al interior de los países capitalistas sino
en el seno mismo del sistema capitalista mundial. El capitalismo, más
aún su versión salvaje, es una opción en los países
en los cuales a partir de la segunda postguerra se intentó una vía
no capitalista de desarrollo. Lo que fue la URSS y toda su periferia caminan
en ese sentido. En China las reformas económicas van en esa dirección
aun cuando las implante un partido que se considera comunista. En Africa, en
aquellos países en los cuales la descolonización se asoció
a una perspectiva socialista, la descolonización se ha abandonado. Y
en países como Cuba, donde el socialismo se defiende arduamente, la reactivación
económica ha implicado la adopción de mecanismos capitalistas
que generan una diferenciación social que antes no existía.
Es ya un lugar común decir que esta realidad nos obliga a todos aquellos
que seguimos teniendo al socialismo como horizonte, a repensar muchas de las
ideas del marxismo que durante buena parte de los siglos XIX y XX fueron intocables,
a extraer de esa reflexión lo que objetivamente sigue siendo válido
y a desechar lo que el tiempo envejeció y la vida demostró que
era inviable. En esta reflexión el marxismo debe recuperar la criticidad
que lo hizo nacer para poder seguir viviendo, debe abandonar el estatuto religioso
que fue convirtiéndolo en religión de Estado -eso fue el marxismo-leninismo,
nombre adoptado por los partidarios de Stalin en su lucha contra Trotsky-. Si
la Izquierda en Centroamérica y también en todo el mundo quiere
tener al marxismo nuevamente en primera fila de los paradigmas emancipatorios
se tendría que plantear al menos nueve puntos.
1. No existe un solo marxismo, puesto que existen varias interpretaciones que
se nutren del pensamiento de Marx. Tampoco existe solamente el socialismo fundamentado
en el marxismo, puesto que este ideal puede nutrirse, por ejemplo, de una interpretación
del cristianismo o de una visión nacionalista revolucionaria.
2. Los seres humanos no solamente se unen en función de los intereses
de clase, contrariamente al énfasis que pusieron los clásicos
del marxismo. En este fin de siglo podemos ver que existen otros factores aglutinantes
que a veces son más poderosos que los intereses de clase: el medio ambiente,
el género, la paz, la defensa de los derechos humanos, el nacionalismo,
el etnicismo, la religión y los consiguientes movimientos a estos factores
agregados bastan para pensar que la lucha de clases no es el único motor
de la historia.
3. La idea de la inevitabilidad del derrumbe capitalista es equívoca
y tiene un contenido religioso ajeno al marxismo. Tal vez resulte pertinente
la pregunta de Paramio ¿Y si el socialismo nunca llega? Contrariamente a lo
que Lenin planteó cuando visualizó al imperialismo como última
fase del capitalismo -recuérdese que dijo que el imperialismo era capitalismo
en putrefacción- lo que se derrumbó fue el socialismo real y no
el capitalismo. En contra de formulaciones aisladas del mismo Marx el capitalismo
no tiene fundamentalmente en la economía las razones de su superación,
sino sobre todo en el hecho de que se convierta en una necesidad imperiosa en
las voluntades de los hombres y las mujeres. No está en el terreno de
la economía sino en el de las ideologías la clave de la superación
del capitalismo.
4. El siglo XX acaso haya demostrado la idea de Marx y Engels de que sólo
era posible construir el socialismo en países con un alto desarrollo
de las fuerzas productivas. La herejía de Lenin fue buscar el reino de
la libertad desde un lugar periférico y atrasado del reino de la necesidad,
la Rusia semifeudal de la segunda década del siglo XX. Fue la derrota
de la revolución en Occidente después de la primera guerra mundial
lo que hizo necesario la construcción de lo que se llamó el socialismo
en un solo país, el cual siendo atrasado y periférico creó
las condiciones para los fenómenos más aberrantes -por ejemplo,
la acumulación originaria socialista sustentada en el terror estalinista
y todos los fenómenos asociados a un Estado autoritario y hasta totalitario-.
Acaso la noticia que más impaciencia nos cause es que cualquier tentativa
de construcción socialista en el mundo dependerá inevitablemente
de lo que suceda en los países centrales del sistema mundial del capitalismo.
5. La idea de la dictadura del proletariado que tan preciada fue para los clásicos
del marxismo no tiene hoy ninguna viabilidad. No solamente por lo que empezó
a plantear el eurocomunismo desde los años 70, en el sentido de que no
puede existir socialismo sin democracia y que ésta además de sus
formas directas también tiene que ser representativa, pluralista, respetuosa
de los derechos humanos. Para decirlo esquemáticamente, el ideal socialista
tendrá que recuperar a Marx pero también a Montesquieu, a Rousseau
y a lo mejor de las formas democráticas que se han ido construyendo en
los últimos siglos. Pero también la idea de la dictadura del proletariado
ha envejecido porque hoy las clases y sectores subalternos y oprimidos no se
restringen al proletariado. El proletariado mismo, siguiendo la tendencia general
de la acumulación capitalista, ha ido disminuyendo -al extremo de que
desde hace algunos años diversos teóricos marxistas preconizan
su desaparición- y esa misma tendencia ha ido creando nuevas categorías
sociales y ampliando la masa marginal. En América Latina y en Centroamérica
la economía informal y la masa de población a ella vinculada ha
ido creciendo y los movimientos sociales siguiendo una tendencia acaso universal,
rebasan significativamente las demandas clasistas.
6. La idea misma de la revolución proletaria como sinónimo de
revolución socialista también ha envejecido. Si el socialismo
llega nuevamente a adquirir credibilidad en el seno de la gente que es explotada
y oprimida por el gran capital, esta población será heterogénea
y tendrá interés por el socialismo por razones que trascenderán
a las de clase. Por ejemplo, tal vez el feminismo podría preguntarse
si el capitalismo tiene una alternativa viable para sus seculares demandas de
iguales salarios, iguales oportunidades de empleo e incorporación plena
de las mujeres al mundo del trabajo. O los ecologistas, si el capitalismo presenta
una oferta sustancialmente decorosa para el medio ambiente en el marco de una
economía que gira sobre todo en torno a la búsqueda de la máxima
ganancia. O en un país como Guatemala -en el que el racismo ha estado
asociado a la marginación y explotación- los movimientos étnicos
tendrán que preguntarse si la opresión de las etnias se resolverá
integralmente si no se resuelve también la que provoca la polarización
social.
7. También ha envejecido la idea del partido revolucionario de la clase
obrera. En Centroamérica en donde las dictaduras mandaron a la clandestinidad
a las izquierdas, el leninismo como teoría partidaria también
tuvo un asidero en la realidad. Un partido u organización revolucionaria
que actuaba en la clandestinidad y en una confrontación con la dictadura
tenía que ser una organización centralizada de cuadros cuidadosamente
seleccionados. La realidad política emanada de la tormenta de los años
80 -la liquidación de las dictaduras militares y el surgimiento de las
democracias neoliberales- implica que la Izquierda se organice en un partido
o un frente con características distintas: ni de cuadros ni centralizado
ni obrero.
8. Hoy no es la violencia el camino para la transformación esencial de
la sociedad capitalista, aunque resulta aventurado para el analista postular
principios absolutos cuando se trata de visualizar el futuro. Para la tradición
de lucha observada en Centroamérica, resultaba importante la idea misma
de una revolución socialista que es producto de una insurrección
armada que conquista el poder, idea que tan preciada fue para Marx y para Engels
como indudablemente lo fue para Lenin. En los países centrales -los europeos
en particular- desde la derrota de las insurgencias obreras en la primera postguerra
y después con el advenimiento del equilibrio de la segunda postguerra
con su hegemonía burguesa, el nivel de la cultura democrática
o la situación neurálgica de carácter geopolítico,
se comenzó a pensar en otras estrategias, desde la guerra de posiciones
de Gramsci hasta las formulaciones eurocomunistas. En la periferia capitalista,
si bien el neoliberalismo crea condiciones para que sectores de la población
se adhieran a insurgencias armadas, el peso de la situación mundial hace
inviable un programa socialista que parta de esa insurrección. Pese al
apoyo de masas que en determinado momento tuvo Sendero Luminoso en Perú,
representó un proyecto inviable, incluso aberrante.
9. El socialismo real demostró la inviabilidad de un socialismo de economía
centralizada y planificada sobre la base del conjunto de la producción
en manos de la propiedad estatal. En competencia con la economía de mercado
y sustentado en la búsqueda de la máxima ganancia, este modelo
socialista o estatista de la economía resultó ineficiente, poco
productivo y poco compulsivo para una masa de trabajadores que se acostumbró
y apoltronó en la seguridad del empleo y en las demás seguridades
de carácter social que dicho modelo le hizo disfrutar. Justo es agregar
que también las masas trabajadoras del socialismo real no fueron estimuladas
para incrementar su productividad y la calidad de su producción. Sin
democracia y teniendo ante los ojos los patrones de consumo del Primer Mundo,
para esta población el socialismo real terminó pareciendo odioso.
El rezago tecnológico y el burocratismo parecen haber completado el panorama.
Con la perspectiva del tiempo podemos decir que si el socialismo pequeño
burgués de Proudhon no tenía viabilidad tampoco lo tuvo su extrema
contrapartida, la cual por cierto no necesariamente debe ser adjudicada ni a
Marx ni a Engels, quienes finalmente -es lugar común decirlo- no dejaron
una receta acerca de cómo debería ser en concreto el socialismo
que ellos auguraban.
¿REVOLUCION O REFORMAS?
Un rasgo general de casi todas las izquierdas centroamericanas fue su idealización
del socialismo real. Cuando decimos casi todas las izquierdas pensamos que efectivamente
esta formulación debe ser matizada. Los trotskistas fueron críticos
del modelo soviético, del chino y del cubano. Los maoístas fueron
críticos del soviético y del cubano, pero no fue sino hasta la
defenestración de "la banda de los cuatro" que se distanciaron del paradigma
chino. La Izquierda inspirada en la Revolución Cubana tuvo sus distancias
con el modelo soviético, pero idealizó el socialismo cubano olvidando
que éste tenía fuertes relaciones de parentesco con el soviético.
Los comunistas pensaron que el socialismo soviético y el de su periferia
-con errores y deficiencias que aceptaban formalmente- era, en términos
generales, la vía que tenía que seguir la humanidad. Hoy, cuando
el socialismo soviético es un recuerdo, el chino ha resultado ser una
mezcla de autoritarismo burocrático combinado con la constitución
de importantes bolsones capitalistas y el modelo cubano se ha visto obligado
por el imperio a ser un socialismo en la precariedad, conviene revisar qué
nos queda del marxismo para restaurarlo como paradigma emancipatorio.
Hasta ahora nada permite pensar que ha llegado el momento en que puede desecharse
la idea marxiana de que el trabajo es la fuente del valor y la riqueza social
y por tanto la idea de la explotación concebida a partir de la teoría
del valor -la teoría de la plusvalía-. La polarización
social que surge y se expande a partir de este hecho primario es hoy una realidad
cada día más feroz. En un trabajo muy sugerente, Immanuel Wallerstein
ha manifestado que lo que queda vigente del marxismo, además de la idea
de la lucha de clases, es el planteamiento de que las ideas tienen una determinación
social y que en la crítica de la alienación se encuentra la de
la polarización. En Marx la polarización social parte de la teoría
del valor, transita hacia la teoría de la plusvalía y de allí
se enfila hacia la de la ley general de la acumulación capitalista. Adam
Schaff ha planteado no hace mucho una idea que pone en cuestión la piedra
angular y esta secuencia: la robotización llevará a la humanidad
a un momento en el que la producción del valor no dependerá del
trabajo, la explotación desaparecerá al desaparecer la plusvalía
en el sentido marxiano del término y el nuevo socialismo no tendrá
necesidad de abolir la propiedad privada de los medios de producción.
Al leer el trabajo de Schaff es difícil evitar la tentación de
hacer una paráfrasis del brevísimo cuento del escritor guatemalteco
Augusto Monterroso, Cuando se despertó el dinosaurio todavía estaba
allí: llegará un día en que cuando nos despertemos el socialismo
ya estará allí... por obra y gracia de la desaparición
de la clase obrera a manos de la automatización del proceso del trabajo.
Desafortunadamente la automatización no impedirá la polarización
ni volverá más generosas a las burguesías del mundo, no
impedirá el surgimiento pleno del capitalismo marginógeno, sino
todo lo contrario. Profundizará aún más la brecha entre
los países centrales y la periferia capitalista y hará crecer
la masa humana "prescindible". Por esta razón cuando ello suceda -y falta
todavía un buen tiempo para que suceda- la explotación no desaparecerá
sino asumirá nuevos contenidos y formas. Asimismo el socialismo, si éste
alguna vez existe como una realidad no aislada -siga vigente o no la teoría
del valor-trabajo-, será el resultado de una ruptura política
en el sentido de la culminación de un cambio en la correlación
de fuerzas entre aquellos que detentarán privilegios y riquezas y los
que estarán marginados de ellas.
Vista de esta forma, la idea de la revolución puede ser enarbolada por
la Izquierda o por las izquierdas en Centroamérica. La revolución
como un salto cualitativo que crea una nueva correlación de fuerzas para
poder empezar a efectuar una transformación esencial de la sociedad.
Transformación que no puede ser concebida como asalto general, sino como
oleadas sucesivas de distinta magnitud. Por esto la tajante distinción
que antes existía entre revolución y reforma también ha
envejecido. Si por revolución entendemos el asalto general, la Izquierda
centroamericana no podrá ser revolucionaria ya. Si reformulamos el concepto
de revolución, la Izquierda tendrá que luchar por reformas que
en visión de largo plazo podrían constituir una revolución.
Hoy las fuerzas progresistas de Centroamérica tienen que escoger entre
la participación en un poder que administra el estatus quo -destino final
de las socialdemocracias europeas- o la construcción, en el marco de
la legalidad imperante, de un poder alternativo en el seno de la sociedad civil
y del Estado con miras a transformar el orden establecido. Se trata de escoger
si las reformas notables o insignificantes se articulan en un proyecto de mera
reproducción de la sociedad o de su transformación esencial.
AGENDA PARA LA IZQUIERDA CENTROAMERICANA
La agenda de las reformas por las cuales debe luchar la Izquierda centroamericana
es muy larga y sería ocioso o estéril terminar estas reflexiones
con un inventario que debe provenir del análisis de las realidades particulares.
Pero en términos generales puede decirse que esa agenda no puede estar
desvinculada de las luchas por la participación ciudadana -directa o
representativa- en la toma de decisiones que afectan al conjunto de la nación.
De la lucha por la creación y consolidación de un estado de derecho
-por ejemplo, eliminando los aparatos de terror y de fraude electoral-, de la
lucha por un modelo de desarrollo económico en el que las responsabilidades
y los costos sociales sean plenamente compartidos por todas las clases y grupos
sociales -la lucha contra el neoliberalismo-. De la lucha por las demandas que
enarbolan los distintos movimientos sociales -sean de clase, género,
etnia, gremio, orientación sexual, vivienda, edad- y que en última
instancia también son una lucha por la igualdad. De la lucha por un Estado
participativo como real encarnación de lo público -por ejemplo,
la lucha contra la corrupción-. De la lucha porque lo público
sea entendido como la articulación de los diversos intereses privados
en un proyecto nacional.
Las anteriores luchas, que son luchas por los objetivos que la Izquierda debe
tener como horizonte -democracia, libertad, solidaridad, igualdad- tienen que
articularse en Centroamérica, una región donde la democracia fue
un real estado de excepción, con una lucha por una reforma intelectual
y moral que desmonte la secular cultura del terror que ha minado al Estado y
a la sociedad civil e irradie en ambos ámbitos una cultura democrática.
Esta cultura democrática, irradiada en el conjunto de la sociedad, será
el peldaño imprescindible para poder pensar de nueva cuenta en el socialismo.
Porque si alguna vez se vuelve a plantear el socialismo en la agenda centroamericana,
será en todo caso cuando la voluntad socialista se convierta en la voluntad
mayoritaria de la nación.