|
8 de marzo del 2002
Argentina, el fracaso del país
burgués
Jorge Beinstein
Los pronósticos
La crisis sigue su curso sumergiendo en la miseria a la mayoría de la
población. En el proyecto de presupuesto enviado al parlamento el gobierno
pronosticaba para el año 2002 una caída real del Producto Bruto
Interno del orden del 5 %, del 6 % en el consumo y del 18 % en la inversión,
lo que provocaría un retroceso de las importaciones en mas del 22 %.
De ese modo esperaba obtener un superávit comercial superior a los 10
mil millones de dólares que serviría para que el Estado siga pagando
deudas y los grandes grupos económicos envíen fondos al exterior.
Esos sombríos objetivos oficiales incluían una inflación
anual cercana al 15 % con la consiguiente caída de los salarios reales,
pero solo en los dos primeros meses del año los precios habían
subido casi un 10 % y según un informe reservado que a fines del mes
pasado circulaba en el Ministerio de Economía la inflación anual
rondaría el 40%. Si se sigue aplicando la actual estrategia recesiva
el Producto Bruto Interno se derrumbará este año (luego de haber
caído 3 % en 1999, 1 % en 2000 y 3,7 % en 2001) arrastrando al consumo,
la inversión, la recaudación fiscal y los ingresos de las clases
medias y bajas. Argentina estuvo en recesión entre 1998 y mediados de
2001 cuando entró en depresión y desde diciembre del año
pasado la parálisis se ha ido extendiendo velozmente, vastas áreas
productivas y comerciales formales e informales comenzaron a desintegrarse,
en estas condiciones resulta sumamente difícil cualquier previsión
cuantitativa sencillamente porque se están esfumando las reglas de juego
que hacen funcionar al sistema aunque sea de manera degradada. La imprevisibilidad
extrema hizo saltar por el aire no solo los diques económicos sino también
(principalmente) los culturales y en consecuencia las viejas ataduras políticas,
institucionales, sindicales.
Esto se veía venir a lo largo del año pasado, sobre todo con el
desarrollo del movimiento piquetero y las elecciones de octubre cuando irrumpió
el voto bronca, fenómenos subestimados por las elites dominantes.
Los datos de la realidad social son muy graves. La desocupación formal
que se situaba en el 18 % de la Población Económicamente Activa
hacia octubre de 2001 llegaba al 23 % a comienzos de 2002, además sobre
37 millones de habitantes existían unos 15 millones de pobres de los
cuales cinco millones eran indigentes. En muy poco tiempo más la desocupación
llegará al 30 %, los pobres serán aproximadamente 20 millones
incluyendo a unos 7 millones de indigentes, que contarán en su seno con
una masa de alrededor de dos millones de personas en situación de indigencia
extrema (sobrevivencia en peligro inmediato).
Los recortes de gastos públicos, la devaluación y la flotación
cambiaria mas la licuación de las deudas de las grandes empresas produjeron
de manera simultánea una enorme transferencia de ingresos hacia arriba
y un significativo aumento de la deuda del Estado... mas de lo mismo.
Con convertibilidad y deflación antes y sin convertibilidad y con
inflación ahora las orientaciones decisivas del ajuste impuesto por el
FMI continúan vigentes, su arquitectura es simple: contraer el gasto
público, los salarios reales y más en general el consumo (y en
consecuencia las importaciones) con el fin de sostener los beneficios de las
grandes empresas (aun cuando se achique el mercado) y generar por la vía
del superávit comercial una fuente de divisas que mantenga (o restaure)
el flujo de fondos hacia el exterior (pagos de deudas públicas y privadas,
envío de ganancias, etcétera).
Desde diciembre del año pasado la economía ha entrado en descomposición,
así lo indican los últimos indicadores conocidos.
Comparando enero de 2002 con igual mes de año anterior la construcción
cayó el 44 %, la industria el 18%, las ventas en los shoppings centers
el 40 %. Si comparamos diciembre de 2001 con enero de 2002 los supermercados
bajaron sus ventas casi un 20% (pese a los aumentos de precios) y los shoppings
centers el 46 %. La recaudación de los impuestos nacionales viene cayendo
en picada (cerca del 30 % menos en febrero con relación a igual mes del
año pasado, si tomamos los últimos seis meses el ritmo descendente
es cada vez mayor), mientras que el cobro de tributos locales casi se ha extinguido
en numerosas provincias y municipios lo que plantea la posibilidad de una próxima
parálisis administrativa general.
El Poder
El desastre se amplifica semana tras semana motorizado por los sucesivos ajustes,
devorando a los gobiernos de turno que los aplican sin apartarse ni un milímetro
de las directivas del FMI aun a costa de su supervivencia política.
¿Porque esa tozudez?, ¿nos encontramos ante una epidemia de autismo?, la respuesta
es conocida: esos dirigentes son meros sirvientes de un poder económico
que ha capturado por completo al Estado. Pero esto abre un interrogante mucho
mayor acerca de la estructura, los objetivos reales y el grado de racionalidad
de dicho poder.
Lo sucedido en los últimos dos meses puede aclarar nuestras dudas.
En medio del descalabro económico y los cacerolazos, las empresas extranjeras
y la crema de nuestra burguesía nacional no dudaron ni un instante en
aprovechar la oportunidad para realizar un pillaje descomunal, la licuación
de sus deudas bancarias a través de un sencillo decretazo de Duhalde
que los benefició en mas de 20 mil millones de dólares a costa
de los ahorristas y de un mayor endeudamiento público. Otros casos no
menos ejemplares son las alzas de precios de los combustibles de las empresas
petroleras que se niegan a renunciar a las ganancias derivados de la devaluación
(el estado pretendió disminuirlas un poco a través de un impuesto
a sus ventas externas) o las maniobras de exportadores agropecuarios que no
liquidan sus dólares al Banco Central especulando con futuras devaluaciones
del peso.
La lógica de la depredación dirige el comportamiento capitalista
en Argentina en cuya cúpula se ubica hegemónica una red muy concentrada
de grupos económicos, principalmente extranjeros (aunque el aporte local
no falta) con cultura financiera, decididos a obtener superbeneficios
en muy corto plazo. Repsol, Telecom, el Citibank o Telefónica operan
en nuestro país con ganancias anuales reales cercanas al 50 % cuando
en sus naciones de origen obtienen un 5 % o menos. Esa dinámica quebró
a la economía nacional, devoró los fondos provenientes de las
privatizaciones, del endeudamiento externo, de los pequeños y medianos
ahorristas, contrajo salarios, arruinó a miles de empresas argentinas
de todos los tamaños, fabricó millones de marginales.
La "racionalidad" de este grupo expresa la lógica del sistema financiero,
altamente especulativo, interpenetrado con redes mafiosas, hegemónico
a nivel mundial que a partir de los años 70 pero especialmente durante
los 90 vienen depredando vastas regiones periféricas con una intensidad
pocas veces vista antes destruyendo economías nacionales enteras, aniquilando
mercados subdesarrollados.
El puntero radical o peronista integrante de la corte de algún político
tradicional o el policía represor son los eslabones finales de una cadena
que comienza en la gerencia de una mafia financiera internacional pasando por
sus implantaciones y socios locales, presidentes, diputados y jueces integrados
a la misma. Política, economía, aparato represivo, medios de comunicación
se articulan en tanto Poder, crecientemente dictatorial, elitista
del país burgués, en crisis.
La decadencia
¿Cómo llegamos a esto?. La economía mundial entró en un
proceso de sobreproducción crónica desde los años 70 generando
una hipertrofia financiera que incluyó la explosión de diversas
burbujas especulativas, la euforia consumista-bursátil en Estados Unidos
y su desinfle depresivo actual. El capitulo argentino de ese fenómeno
estuvo marcado por la declinación permanente del sistema productivo en
beneficio del parasitismo, su punto de arranque fue la dictadura militar hace
algo mas de un cuarto de siglo, desde entonces el producto industrial por habitante
no dejo de declinar (ver el gráfico La desindustrialización
argentina), la clase obrera fabril se fue achicando y junto a ella un
vasto abanico de sectores intermedios productivos cuyos ex integrantes emigraban
hacia actividades terciarias, la infraestructura se degradaba al igual que los
sistemas sanitarios y educativo, la administración y las empresas públicas.
Se produjo una gran mutación social, la Argentina del pasado con fuerte
movilidad social ascendente, extendidas clases medias prósperas, muy
bajos niveles de desempleo y alta sindicalización quedó atrás.
Los procesos de saqueo económico y concentración de ingresos han
ido conformando un país poblado mayoritariamente por pobres y marginales,
con sus estructuras estatal y productiva desquiciadas, aplastado por las deudas.
La dinámica actual del capitalismo, sobredeterminante, mas allá
de las picardías de los gobiernos de turno nos ha sumergido en una economía
de penuria que funciona a baja intensidad, consagrada a pagar la deuda externa
y mantener los superbeneficios empresarios. Su imposición no será
posible sin una combinación eficaz de contención-corrupción
social y represión, condición necesaria pero no suficiente ya
que el contrapoder popular emergente puede derrotar dicha estrategia.
Nos enfrentamos en consecuencia a una crisis de sistema (capitalista)
y no de "modelo", resultado de tendencias históricas pesadas, de larga
duración que han terminado por producir a lo largo de 2001 una ruptura
ideológica profunda que deja obsoletas las identidades políticas
tradicionales: el radicalismo y el peronismo, resultado de su evolución
durante el largo camino del país burgués adaptándose a
sus necesidades de reproducción. En sus orígenes ambos movimientos
expresaron con sus especificidades las presiones integradoras de las nuevas
clases medias, trabajadoras, de nuevas burguesías industriales y comerciales,
de burocracias estatales civiles y militares, etcétera, engendradas por
las sucesivas expansiones y mutaciones del capitalismo argentino en su auge
agroexportador primero y luego durante su industrialización subdesarrollada.
Fueron grandes espacios políticos de negociación (que incluyeron
a veces peleas muy duras) reflejo de la heterogeneidad y contradicciones internas
de las clases superiores, medias e inferiores. El pragmatismo de sus dos jefes
históricos cubría, daba música a una práctica de
acuerdos y rupturas sin final, sin decisión definitiva expresión
de su debilidad, su inferioridad estratégica con respecto de sus oponentes
oligárquicos.
Pero todo eso es ahora un pasado brumoso, un lejano recuerdo, la polarización
social ocurrida desde mediados de los 70 redujo decisivamente los márgenes
de maniobras, los dirigentes radicales y peronistas hicieron lo esperado: conciliaron
sus discursos populistas, sus antiguos símbolos, la manipulación
de sus clientelas electorales, con la nueva realidad, con el estrecho camino
que les permitía transitar el sistema. El eterno, viejo, desgastado juego
entre los de abajo y los de arriba devino sometimiento completo a un poder económico
único, aplastante, cuya dinámica de pillaje no permite demagogias
distribucionistas.
Los fracasos
La decadencia encuentra su explicación interna en el encadenamiento,
los fracasos de las reconversiones productivas que atravesaron nuestra historia.
Primero fue la mutación agroexportadora iniciada en el siglo XIX, cuyo
esquema básico (exportaciones agrarias, importaciones industriales) bajo
la tutela del imperio inglés generó un estado elitista moderno
y un desarrollo urbano, infraestructuras y un sistema educativo importantes.
En suma un capitalismo subordinado pero que incorporaba a millones de personas.
Surgió un país oligárquico, que mucho antes de la primera
guerra mundial sufrió las presiones ascendentes de las clases medias
y bajas que pugnaban por integrarse al sistema expresadas principalmente por
el radicalismo.
Pero el régimen quedó atrapado en un juego mortal. Por una parte
su potencial integrador era insuficiente con respecto de las aspiraciones de
la masa social relegada, satisfacerlas hubiera significado la ruptura (superación)
del esquema socioeconómico vigente, sustentado en la gran propiedad terrateniente
extensiva y las redes comerciales, financieras y otras controladas por capitales
extranjeros. Por otra la "división internacional del trabajo" de ese
momento mostraba claros signos de agotamiento, la crisis estalló en 1914
y volvió a hacerlo nuevamente en 1929 arrastrando al viejo esquema y
también al radicalismo incapaz de concretar su discurso democrático
que (como lo había demostrado antes cuando desató feroces represiones
antiobreras en la Patagonia y durante la Semana Trágica) en el momento
de las grandes decisiones se atrincheró en su esencia conservadora.
La crisis de los años 30 abrió el espacio a una industrialización
subdesarrollada, superpuesta y estratégicamente asociada (de manera contradictoria)
al antiguo sistema agroexportador de cuyas divisas dependía para su equipamiento
y el abastecimiento de determinados insumos. Las nuevas clases creadas por ese
proceso, sobre todo los obreros industriales encontraron su vehículo
integrador en el peronismo que en su primera etapa (1945-1955) mostró
sus posibilidades y limitaciones. La distribución de ingresos que amplio
el mercado interno y el estatismo que forjó defensas proteccionistas,
grandes empresas públicas y controles financieros eran insuficientes
ante la ofensiva económica y política de las potencias occidentales
en recuperación desde fines de los años 40, especialmente de Estados
Unidos, y frente a la puja por el ingreso nacional y la hostilidad de viejos
y nuevos grupos agroexportadores, comerciales e incluso de buena parte de los
burgueses industriales beneficiados por el auge del consumo popular (producto
del distribucionismo peronista) pero temerosos ante la movilización obrera.
El gobierno peronista marchaba en hacia un momento de decisión, aceptaba
las exigencias de las clases altas arrinconando las expectativas populares o
bien se ponía al frente las mismas lo que le obligaba a ir mucho mas
allá de sus moldes burgueses siguiendo una vía de estatizaciones,
reforma agraria y enfrentamientos duros con Estados Unidos, dando un salto cualitativo
en el proceso de desarrollo independiente. Por supuesto no optó por ninguno
de los dos caminos y prefirió ser derrotado sin pelear en 1955.
La industrialización autónoma había fracasado, lo que siguió
después, hasta 1976, fue una lenta agonía un retroceso trabajoso,
con innumerables idas y venidas, traiciones y enfrentamientos, donde las firmas
transnacionales iban penetrando la economía, los ajustes exigidos por
el FMI debilitaban nuestras estructuras defensivas y la burguesía local
agravaba su comportamiento cortoplacista, especulativo aprovechando el contexto
inflacionario.
En suma, las historias de los auges productivos argentinos incluye capítulos
finales consagrados al fracaso, siempre aparecía en el comienzo la promesa
del progreso, de la incorporación al club de los países ricos
a través del camino colonial en la república oligárquica
o "nacional" durante el primer peronismo. Pero si vemos a todas esas etapas
como un solo y largo ciclo de desarrollo capitalista donde se fueron sucediendo
(superponiendo, reconvirtiendo engendrando) sistemas productivos subdesarrollados
concluiremos que el país burgués no cumplió (no podía
cumplir) sus promesas progresistas, estaba condenado por su naturaleza periférica
(más allá de su apariencia occidental), nunca hubo excepcionalidad
argentina, su historia se confunde con las de las regiones desquiciadas por
el imperialismo.
La contrarrevolución
Diciembre de 2001 constituyó un punto de inflexión, de agudización
extrema de la decadencia, así lo indican la descomposición económica,
la desestructuración del Estado, el descrédito general de los
dirigentes políticos e instituciones del sistema, todo ello sobre una
base social que ha entrado en erupción.
Dos factores, estrechamente vinculados, convergen estratégicamente en
lo que podríamos denominar proyecto contrarrevolucionario,
por una parte el Poder burgués con sus banqueros, gerentes de empresas
privatizadas y capitalistas autóctonos (mas sus políticos, comunicadores
y represores), unidos en los grandes pillajes pero también ante el peligro
de la rebelión social que ha dejado de ser una hipótesis de trabajo
para devenir un hecho actual.
Por otra la nueva política internacional de Estados Unidos centrada en
la respuesta militarista a la crisis. La "guerra contra el terrorismo" de Bush
continúa en Asia pero empieza a desplegarse en América Latina,
la agresividad contra Venezuela, la ruptura del dialogo de paz en Colombia y
la ofensiva antiguerrillera correspondiente, la proliferación de presencias
y acciones subterráneas norteamericanas en casi todos los países
de la región y por último la postura extremista, promotora del
superajuste recesivo en Argentina (esto incluye al FMI) son indicadores claros
del tipo de solución que el Imperio desea para nuestro país.
Nos encontramos ante un desastre durable del tejido productivo, comercial y
financiero. La deuda externa total (privada y publica) supera los 200 mil millones
de dólares (era de u$s 60 mil millones a comienzos de los 90), su pago,
incluso con quitas y reducciones de intereses constituye una pesada lápida
que bloqueará el crecimiento durante mucho tiempo. A ello deben ser agregadas
la dinámica saqueadora de los grandes capitalistas y la inclusión
periférica de nuestra tragedia en la recesión global que según
los pronósticos mas rigurosos tiene un largo futuro.
En esas condiciones es razonable pensar en la irrupción de una estrategia
de control de Argentina basada en la combinación de depresión
prolongada (sistema de penuria) y represión. El aplastamiento del descontento
popular unificaría al gobierno norteamericano (en manos de conservadores
extremistas) y al poder económico local y su corte política (estos
últimos oscilando - según los roles adoptados - entre el apoyo
abierto y la aceptación de "lo inevitable" repitiendo su comportamiento
durante la anterior dictadura).
Duhalde ha dado los primeros pasos en esa dirección buscando fabricar
un clima de guerra civil (o al menos una parodia del mismo) orquestando
bandas fascistas contra militantes de izquierda el día de su asunción
a la presidencia o mas recientemente contra piqueteros y asambleas populares
en la Provincia de Buenos Aires.
Dicho clima legitimaría futuras intervenciones represivas formales (ese
fue el papel de la Triple A en los años 70). Tal vez estamos en presencia
de una estrategia de estado conducida por el aparato de inteligencia
norteamericano manipulando gobernantes de turno, militares, políticos,
comunicadores y policías.
La revolución
Como ha sido dicho y escrito repetidamente ha reaparecido el protagonismo popular
(luego de una prolongada ausencia) ganando las calles. Es la rebelión
de un vasto abanico de grupos sociales que tiene como actor destacado a una
nueva generación en maduración rápida.
No se trata de una irrupción brusca, sin historia, sino de una gestación
compleja resultado de un desarrollo molecular, de sucesivos tanteos, frustraciones,
recomposiciones culturales de distinta dimensión y audacia respondiendo
a la degradación de dirigentes políticos y sindicales y de las
instituciones en general. Desde el movimiento anticorrupción de las capas
medias en los años 90 traicionado finalmente por el Frepaso pasando por
el ascenso piquetero que llegó a convertirse en una seria amenaza para
el gobierno hacia mediados de 2001 hasta llegar a las elecciones de Octubre
de ese mismo año y el estallido del voto bronca y de izquierda, podríamos
trazar una trayectoria de acumulación de rebeldía, de recuperación
cultural (en la lucha) que concretó su primer argentinazo en las jornadas
de diciembre.
Hoy existe una convergencia antisistema de las clases medias y bajas que el
Poder no ha podido quebrar ni aplastar y que se sigue extendiendo, organizando
y radicalizando, ejercitando la autonomía, la democracia directa. Es
así porque el país burgués se encuentra en estado de desastre,
mas allá del fiasco neoliberal, con todos sus políticos, jueces,
sindicalistas, identidades culturales, estructuras sociales que parecían
eternas, sistemas económicos nuevos y viejos mas o menos renovados y
superpuestos. Toda la historia argentina, es decir de nuestro (sub)desarrollo
capitalista se hunde en el fracaso. En consecuencia la confrontación
aparece como inevitable mas allá de sus plazos, ignorar esa tendencia
decisiva altamente probable puede acarrear resultados trágicos, le dejaría
la iniciativa a los que siempre han detentado el poder y que ahora solo pueden
producir miseria y represión. Se trata de dos fuerzas que marchan en
sentido contrario a velocidad cada vez mayor, acumulando masa y potencia destructiva.
Sus ritmos de marcha no son iguales, tampoco lo son sus formas operativas y
sus visiones de la realidad. Podríamos pensar en diversos escenarios
favorables o desfavorables para uno u otro contendiente, en una multiplicidad
de futuros posibles que van desde el terror fascista contra masas dispersas
hasta la avalancha popular arrasando las estructuras del régimen, revolución
o contrarrevolución. Nuestra historia no está escrita, la estamos
construyendo.