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25 de marzo del 2002
Los ciudadanos quieren remplazar al gobierno
Argentina de alumna modelo a hija desobediente
Naomi Klein
Masiosare
Decenas de miles de desempleados se organizan en asambleas vecinales. En
las plazas y los parques, los vecinos hablan sobre crear un "congreso ciudadano"
para demandar transparencia y rendición de cuentas de los políticos.
Discuten presupuestos participativos, organizan cocinas comunales y festivales
de cine en las calles. El presidente está tan asustado por la creciente
fuerza política que ya comenzó a llamar antidemocráticas
a las asambleas. Argentina, el obediente alumno reprobado por sus profesores
del FMI, no debería de estar rogando préstamos, sino demandando
reparaciones. El FMI tuvo su oportunidad de dirigir Argentina. Ahora le toca
al pueblo
El martes 12 de marzo, a tan sólo unas cuadras de donde el
presidente argentino Eduardo Duhalde estaba negociando con el Fondo Monetario
Internacional (FMI), un grupo de residentes se enfrascó en una negociación
de otro tipo. Estaba tratando de salvar su hogar.
Para protegerse de una orden de desalojo, los residentes de Ayacucho 335, incluyendo
a 19 niños, formaron una barricada a su alrededor y se negaron a dejar
el lugar. En la fachada de la casa, un letrero pintado a mano decía:
"FMI, vete al infierno".
¿Qué tiene que ver el FMI, de visita en la ciudad para establecer las
condiciones para liberar los 9 mil millones de dólares en fondos prometidos,
con el destino de los habitantes de Ayacucho 335? Bien, pues aquí, en
un país donde la mitad de la población vive por debajo de la línea
de la pobreza, es difícil encontrar un sector de la sociedad cuyo destino
no dependa, de alguna manera, de las decisiones tomadas por el prestamista internacional.
Por ejemplo, los bibliotecarios, los maestros y otros trabajadores del sector
público, a quienes les han pagado en moneda impresa apresuradamente en
las provincias (una especie de pagarés gubernamentales), no recibirán
ningún pago si esas mismas provincias se ponen de acuerdo para dejar
de imprimir este dinero, como lo está demandando el FMI. Y si se llevan
a cabo mayores recortes en el sector público, como también está
insistiendo el prestamista, los trabajadores desempleados, entre 20 y 30% de
la población, tendrán aún más posibilidades de quedar
sin techo y con hambruna -la cual ha llevado a que decenas de miles tomen por
asalto supermercados en demanda de alimentos-.
Y si no se encuentra una solución al "estado de emergencia médico"
declarado esta semana, definitivamente va a afectar a una mujer mayor que conocí
recientemente en las afueras de Buenos Aires. En un ataque de vergüenza
y desesperación, se levantó la blusa y mostró a un grupo
de extranjeros la herida abierta y los tubos colgantes de una operación
en el estómago que su doctor no pudo coser o curar por la escasez de
suministros médicos.
Quizá parezca grosero hablar de tales cosas en el contexto de la visita
del FMI. Se supone que el análisis económico gira en torno a la
pesificación y los peligros de la stagflación, no en torno de
familias perdiendo hogares y de heridas abiertas. Sin embargo, al leer los imprudentes
consejos que la comunidad internacional de negocios está lanzando al
gobierno argentino y al FMI, quizá un poco de personalización
viene al caso.
Durante semanas, Argentina ha sido regañada como a un niño pequeño
que no debe comerse el postre antes de terminarse la comida. A pesar del compromiso
de cortar 60% de los déficits de las provincias, Argentina aparentemente
no ha hecho lo suficiente para "merecer" un préstamo. "Las noticias se
quedan en las apariencias", se queja un economista de Credit Suisse First Boston.
El presidente Duhalde advierte que la desesperada población argentina
no puede aguantar recortes más profundos. El diario nacional canadiense
The National Post lo considera un simple "retraso".
El consenso es que el FMI debería ver la crisis argentina, no como un
obstáculo, sino como una oportunidad: el país está tan
desesperado por efectivo que hará lo quiera el FMI. "Durante una crisis
es cuando necesitas actuar, es cuando el Congreso es más receptivo",
explica Winston Fritsch, presidente del Banco Dresdner, la unidad brasileña
de AG. El editorial de The National Post coincide: "Las oportunidades para una
reforma nunca han sido mejores... el FMI debe retener futuros rescates financieros
hasta que Argentina haga una drástica reparación general de su
sector público y sistema legal, y reabra su economía". La más
draconiana sugerencia proviene de Rocardo Cabellero y Rudiger Dornbusch, dos
economistas del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT, por sus
siglas en inglés), que escriben en The Financial Times: "Es hora de ponerse
radicales", dicen; Argentina "debe abandonar temporalmente su soberanía
en todos los asuntos financieros... ceder mucha de su soberanía monetaria,
fiscal, reguladora, de manejo de bienes durante un extenso periodo, digamos
cinco años".
La economía del país -su "gasto, su expedición de moneda
y su administración fiscal"- debe ser controlada por "agentes extranjeros",
incluyendo un "consejo de experimentados banqueros centrales extranjeros".
En una nación que sigue temerosa por la desaparición de 30 mil
personas durante la dictadura militar de 1976-1983, sólo un "agente extranjero"
tendría el valor de decir, como lo hace el equipo del MIT, que "alguien
tiene que gobernar el país con un riguroso control". Y que, con los argentinos
fuera del camino, el país podría ser salvado si se abren los mercados,
se llevan a cabo profundos recortes al gasto y, claro, se realiza "una masiva
campaña de privatización".
Es obvio para cualquiera que pone atención a los levantamientos sociales
argentinos que una dictadura económica de este tipo sólo podría
ser puesta en práctica a través de una terrible represión
estatal y derramamiento de sangre. Pero hay otra dificultad: Argentina ya lo
hizo todo. Como el estudiante modelo del FMI en los noventa, abrió de
par en par su economía (por eso ha sido tan fácil que el capital
huya desde que inició la crisis). En cuanto al supuesto gasto público
salvaje, un tercio completo va directamente al servicio de la deuda externa;
otro tercio a los fondos de pensiones, los cuales ya se privatizaron. El restante
tercio es lo que pensamos cuando decimos "gasto público" -salud, educación,
asistencia social-. Lejos de ascender en espiral y salirse de control, estos
gastos han caído respecto del crecimiento de la población, razón
por la cual, cargamentos de donaciones de alimentos y medicinas llegan por barco
desde España. En cuanto a la "privatización masiva", Argentina
ha vendido diligentemente tantos de sus servicios, desde trenes hasta teléfonos,
que los únicos ejemplos de bienes que Cabellero y Dornbusch pueden pensar
en privatizar en el futuro son los puertos del país y las oficinas aduanales.
Con razón los economistas y los banqueros tienen tanta prisa en culpar
a las víctimas de esta crisis por reclamar que los argentinos gastaron
demasiado, fueron egoístas y corruptos.
Por supuesto que el sistema político está contaminado con las
culturas del soborno y la impunidad, pero los mismos financieros que alegremente
llenaron los bolsillos de políticos y generales del Ejército,
a cambio de contratos locales, difícilmente son aquellos a quienes se
les debe encomendar la limpieza del hogar en Argentina.
Las amas de casa argentinas tienen una mejor idea. El pasado 8 de marzo, Día
Internacional de la Mujer, cientos salieron a las calles con escobas en la mano
para anunciar que no limpiarían sus hogares hasta que no hubieran barrido
con la corrupción en el Congreso. Su protesta fue una pequeña
ola en una masiva marea de movilización de base que ha derrumbado a un
gobierno tras otro y que ahora amenaza con hacer algo más radical: producir
la democracia real. Tomando como ejemplo el modelo de los piqueteros, los militantes
desempleados de Argentina, decenas de miles de habitantes, se organizan en asambleas
vecinales que forman redes a escala local y nacional.
En las plazas de los pueblos, en los parques y en las esquinas de las calles,
los vecinos discuten maneras de hacer que sus democracias rindan cuentas y de
reemplazar al gobierno donde éste haya fracasado. Hablan sobre crear
un "congreso ciudadano" para demandar transparencia y rendición de cuentas
de los políticos. Discuten presupuestos participativos y mandatos más
cortos, mientras organizan cocinas comunales para los desempleados y planean
festivales de cine en las calles. El presidente, quien ni siquiera fue electo,
está lo suficientemente asustado de esta creciente fuerza política
como para haber comenzado a llamar antidemocráticas a las asambleas.
Hay motivos para poner atención. En las asambleas también se habla
sobre cómo levantar industrias locales y volver a nacionalizar los bienes.
Y podrían ir más lejos. Argentina, obediente alumno durante décadas,
miserablemente reprobado por sus profesores del FMI, no debería estar
rogando préstamos; debería de estar demandando reparaciones.
El FMI tuvo su oportunidad de dirigir Argentina. Ahora es el turno de su pueblo.
(Traducción: Tania Molina Ramírez)