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Íñigo Herráiz
Centro de Colaboraciones Solidarias
De enero a diciembre de este año han
sido asesinados en Colombia 125 sindicalistas. En la última década más de
1500. Colombia ostenta el triste record de ser el estado con mayor número
de asesinatos de sindicalistas: 3 de cada 5 asesinatos de este tipo que se
cometen en todo el mundo, se llevan a cabo en este país. Aunque la mayoría
de estos crímenes quedan impunes, es comúnmente aceptado que detrás de ellos
se encuentran los grupos paramilitares de extrema derecha. Estos "escuadrones
de la muerte", que surgieron en la década de los 80 financiados por los finqueros
(grandes propietarios), continúan justificando los asesinatos de civiles como
parte de su lucha contra la guerrilla, cuando, en realidad, responden a otros
intereses más lucrativos. Entre los beneficiarios de su actividad criminal
aparecen ahora las grandes multinacionales que operan en el país.
Meses atrás, Gustavo Soler recibía en su despacho la visita de un periodista
del diario neoyorquino The Nation. Acababa de asumir la presidencia del sindicato
de los trabajadores de la multinacional americana Drummond Ltd. en la remota
provincia de Cesar, al norte de Colombia. La entrevista tenía lugar sólo tres
meses después de que su predecesor en el cargo fuera asesinado por un grupo
de paramilitares. Soler reconocía entonces al reportero estadounidense que
su vida corría peligro. Hoy está muerto.
De nada le sirvió aparecer en la prensa internacional. No pudo con ello disuadir
a sus verdugos y ni siquiera propició que la empresa tomara medidas para garantizar
su seguridad. El pasado 6 de octubre, un grupo de hombres armados le obligaron
a bajarse del autobús en el que viajaba. Al día siguiente su cuerpo fue encontrado
con dos impactos de bala en la cabeza. Soler y sus compañeros asesinados,
reclamaban mejores condiciones de trabajo y acusaban a la compañía estadounidense
de violar las leyes laborales colombianas.
Los asesinatos de sindicalistas y los turbios intereses que los motivan, tienden
a pasar inadvertidos en medio de la violencia de un conflicto que genera una
media superior a los 15.000 muertos anuales. Rara vez los asesinados son conocidos
por su nombre; los más son simplemente una cifra a sumar a larga lista de
sindicalistas asesinados a lo largo del año.
El pasado 21 de junio, Oscar Darío Soto Polo, presidente de la Unión Nacional
de Trabajadores de Bebidas, fue asesinado a la salida de su trabajo en la
planta embotelladora de Coca-Cola en Monteria. En esos días el sindicato que
presidía, negociaba con la empresa un incremento salarial. La Unión de Trabajadores
reclamaba una subida del 17% al 20%, la compañía ofrecía un 6,5%. Dos semanas
después del asesinato de Soto, se alcanzó un acuerdo para una subida del 8,5%,
muy lejos de las aspiraciones iniciales de los trabajadores.
Oscar Darío Soto Polo hubiera sido simplemente la víctima sindical número
62 de este año, de no ser por el oportunismo de su muerte. Un mes después
de su asesinato, el Fondo Internacional de los Derechos Laborales (International
Labor Rights Fund) y la Unión de Trabajadores del Acero (The United Steel
Workers Union), interpusieron una demanda, en un juzgado de Miami, contra
la multinacional estadounidense Coca-Cola y sus plantas embotelladoras en
Colombia, acusándolas de servirse de brigadas paramilitares para asesinar,
torturar, secuestrar y amenazar a los líderes sindicales.
El nombre de Soto aparecía en la querella simplemente para ilustrar la gravedad
de la situación, pero ésta incluía una extensa crónica de las barbaridades
cometidas por los paramilitares en las plantas embotelladoras de Coca-Cola
desde 1996. La compañía negó cualquier implicación en el asunto.
Al margen de la suerte que corra la demanda, las organizaciones de derechos
humanos denuncian que las empresas se benefician de las prácticas de los paramilitares
y que se aprovechan del conflicto armado para reducir la presión sindical.
Si no alientan estos crímenes, sí al menos los permiten o no hacen nada para
evitarlos. Los sindicatos advierten que las compañías, que suelen estar al
tanto de las amenazas que sufren sus empleados, no se preocupan de cuidar,
en modo alguno, de su seguridad. Es más, en algunos casos, incluso ponen en
peligro la vida de sus trabajadores: en zonas conflictivas se encargan de
anunciar públicamente la vinculación de determinados miembros del sindicato
con la guerrilla, lo que en muchos casos equivale a una sentencia de muerte.
Durante un viaje a Colombia, plasmado en un reportaje en el diario francés
Le Monde, el filósofo y periodista, Bernard-Henri Lévy preguntó al líder paramilitar
Carlos Castaño sobre el motivo de los asesinatos de sindicalistas. Éste le
contestó: "Los sindicalistas impiden trabajar a la gente. Por eso les matamos."
¿Existe complicidad entre los paramilitares y las grandes compañías que operan
en Colombia? Las evidencias abundan, pero hasta el pasado mes de julio nadie
se había atrevido a denunciarlo.