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1 de mayo del 2002
Condena a Cuba en Ginebra
Jugando al mejor alumno
Samuel Blixen
Todavía están por verse los beneficios tangibles de una
política que arrasa con toda una tradición de respeto de la soberanía
de terceros países, de defensa de los principios de no intervención
en asuntos internos y de autodeterminación de los pueblos. En términos
personales, las "relaciones carnales" enriquecieron al expresidente argentino
Carlos Menem y su banda, pero no a la sociedad argentina, que hoy paga los platos
rotos del saqueo.
Pese a aquella enseñanza, Uruguay pretende reincidir. Si, como denunció
en su momento el diputado de la Vertiente Artiguista José Bayardi, Jorge
Batlle "cambió honra por mercados", debería haber signos de que
Washington paga por los favores que pide, pero hasta ahora no hay nada materializado.
La disposición de Batlle a alinearse incondicionalmente con Estados Unidos
para sortear los aspectos más regresivos de la crisis económica
fue inaugurada después de los episodios de setiembre (donde la guerra
frontal contra el terrorismo desencadenada por Bush dejaba poco margen para
las sutilezas) y tomó como trampolín la necesidad estadounidense
de encontrar un recambio, preferentemente latinoamericano, para asumir en la
Comisión de Derechos Humanos de la onu, en Ginebra, las iniciativas que
hasta ahora había cumplido la delegación de la República
Checa.
Una temprana señal de las tareas que Uruguay estaba dispuesto a cumplir
se detectó con aquel episodio, entonces inexplicable, de las vacunas
cubanas. Fueron necesarias varias muertes para que los organismos estatales
responsables admitieran que los brotes recurrentes de meningitis exigen vacunas
tipo B, que sólo produce Cuba. (Aun hoy, la tardía implementación
de una política masiva de vacunación a nivel nacional cobró
la vida de una bebita en la ciudad de Mercedes.) La postura de algunos técnicos
del Ministerio de Salud Pública, que aun después de una visita
al Instituto Finley en Cuba seguían negándose a la utilización
de la vacuna para combatir la meningitis tipo B, alertó sobre algunos
elementos "ideológicos" que interferían en una estrategia sanitaria
que, para fines de noviembre pasado, resultaba tan evidente como necesaria.
Para entonces la diplomacia cubana había detectado los esfuerzos de algunos
de los más notorios elementos cubanos anticastristas enquistados en las
estructuras del Departamento de Estado (liderados por Otto Reich, secretario
adjunto para Asuntos Latinoamericanos) dispuestos a ejercer las presiones necesarias
para apuntalar el "relevo" latinoamericano en Ginebra. A mediados de diciembre
La Habana no había logrado, todavía, identificar a los dos países
latinoamericanos que eventualmente estaban dispuestos a proponer en Ginebra
una resolución que condenara a Cuba por su política de derechos
humanos.
Pero cuando el gobierno de Batlle se mostró visiblemente molesto por
la actitud cubana de donar unas 70.000 dosis de su vacuna antimeningocóccica,
e hizo en reserva todos los esfuerzos posibles para evitar esa donanción,
la cancillería cubana no tuvo dudas de que Uruguay era uno de los candidatos
del gobierno de Bush para suplantar a la República Checa en Ginebra.
La hipótesis de que la política anticubana de la cancillería
uruguaya fluctuaba entre una actitud principista de Jorge Batlle (en materia
de libertad de comercio) y una decidida injerencia de Julio María Sanguinetti
(dictada por los estrechos vínculos que mantiene con empresarios cubanoestadounidenses
de Miami) facilitó el enmascaramiento de los términos reales de
la negociación que el presidente uruguayo sostuvo con su par estadounidense
durante la visita a la Casa Blanca en febrero. Una suerte de desavenencia entre
Bush y Batlle fue ampliamente publicitada a raíz de la sugerencia del
uruguayo de que debía levantarse el bloqueo contra Cuba, sugerencia que,
al menos en las crónicas de los columnistas estadounidenses, encendió
las iras del locatario.
En realidad, Batlle estaba ya decididamente comprometido en la política
de "canje de honra por mercado" y, como suele ocurrir en esos casos, una vez
embarcado en la aventura no quedaba otro remedio que continuar. En esa entrevista
en la Casa Blanca, Batlle comprobó que Bush reclamaba posturas efectivas,
pruebas concretas, relaciones carnales consumadas, antes de abrir la bolsa.
Una prueba de lo arduo que significa ser socio privilegiado de la potencia más
grande del mundo fue el fracaso de Batlle a la hora de conseguir la intermediación
de Bush hijo para que Bush padre intercediera ante el ex secretario del Tesoro
y actual financista David Mulford. Por cierto: Batlle es amigo de George Bush
padre y de Mulford, uno de los más grandes piratas de las finanzas mundiales.
Tan amigo es que una noche de verano de 2000 cenó con ellos en la coqueta
casa de La Recoleta, en Buenos Aires, de otro pirata de las finanzas, Carlos
Rohm, cena a la que asistió como presidente electo de Uruguay y donde
brindó, además, con el presidente de Argentina Carlos Menem y
con el presidente electo Fernando de la Rúa.
Los días alegres de tertulias amenas entre presidentes salientes, presidentes
entrantes y prósperos banqueros eran sólo recuerdos nostálgicos
dos años más tarde: corralito mediante, el Banco Comercial entraba
en su tercera crisis. A mediados de febrero, Batlle necesitaba que uno de los
dueños del Comercial, David Mulford, repusiera los 150 millones de dólares
que otro de los dueños, Carlos Rohm, se había robado, y para ello
le pedía una manito a Bush hijo.
No hubo caso, y Batlle regresó de Washington sabiendo que iba a tener
que dar otras pruebas de fidelidad si quería algún apoyo efectivo
del vaquero texano que juega a la guerra bien lejos de su corral. A partir de
ese momento, Batlle asumió como inevitable la tarea de impulsar en las
Naciones Unidas la nueva maniobra contra Cuba que la Casa Blanca (y los cubanoestadounidenses
del Departamento de Estado) consideran necesaria para mantener en el Caribe
un resabio de la Guerra Fría.
Aun hoy, una vez que esta aventura desemboca en la ruptura de relaciones diplomáticas,
tanto Batlle como su canciller Didier Opertti siguen aferrados a dos excusas:
la primera, que la moción presentada por la delegación uruguaya
fue redactada por ambos en pleno vuelo hacia Costa Rica, donde participarían
de la reunión del Grupo de Rio a comienzos de este mes, cuando es evidente
que un texto muy similar era manejado, antes, por el gobierno peruano. Por más
que Opertti diga "no acostumbro a copiar a nadie", la cancillería cubana
insiste en que la moción presentada por Uruguay en Ginebra fue redactada
por personal estadounidense y en combinación con el canciller mexicano
Carlos Castañeda. Las revelaciones de Fidel Castro sobre las maquinaciones
urdidas entre el presidente Fox y el presidente Batlle en Monterrey (véase
nota de Carlos Fazio) abonarían la tesis de la autoría estadounidense,
por más que, en los asientos del avión de United, Opertti haya
introducido alguna modificación de detalle.
La segunda excusa consiste en seguir sosteniendo que la moción presentada
en Ginebra (y aprobada por 23 delegaciones) no es una sanción contra
Cuba, y que su propósito último es acercar a la isla al concierto
de naciones latinoamericanas. La propia reacción del gobierno cubano
y el desenlace de la ruptura de relaciones diplomáticas dicen exactamente
lo contrario y echan por tierra esa puerilidad.
En 1964, la primera ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba estuvo
precedida de una exhaustiva discusión en el Consejo Nacional de Gobierno,
y cuando los consejeros finalmente claudicaron ante las presiones del secretario
de Estado Dean Rusk y del subsecretario Thomas Mann, hubo blancos y colorados
que mantuvieron una actitiud principista: los colorados Alberto Abdala y Amílcar
Vasconcellos y el herrerista Alberto Heber votaron contra la ruptura.
En el segundo rompimiento de relaciones con Cuba, el presidente Jorge Batlle
toma la decisión sin consultar a sus socios en la coalición y
a los restantes dirigentes de la oposición, como es de estilo cuando
se mantiene una "política de Estado". Sin embargo, los blancos y los
colorados refrendaron sin fisuras la decisión presidencial. La tradición
de aquellos batllistas y herreristas fue recogida 38 años después
por el Encuentro Progresista y el Nuevo Espacio de Rafael Michelini. El pit-cnt,
como antes la cnt, condenó inmediatamente la indignidad.
Sin embargo, no es sólo la decisión unilateral e inconsulta del
presidente lo que caracteriza esta crisis diplomática. La ruptura de
relaciones con Cuba es parte de una nueva política exterior que el presidente
Batlle, quizás con el consentimiento de Sanguinetti y la indiferencia
de los socios blancos, ha edificado en pocos meses y cuyas consecuencias pueden
ser imprevisibles. La decisión de Batlle de instalar un nuevo marco de
aislamiento para la revolución cubana es un complemento de su decisión
de impulsar una negociación bilateral con Estados Unidos para promover
el alca al margen de una decisión regional, y es parte de una estrategia
que se alinea con el gobierno guerrerista de Bush en una opción que reniega
del Mercosur y se enfrenta, por tanto, al socio natural, Brasil.
Batlle parece dispuesto a una alianza carnal con Estados Unidos, que implica
secundar la estrategia de privatizaciones y la profundización del endeudamiento
a cambio de algunas muy vagas promesas. El canje de honra por mercado es capaz
de hipotecar una tradición en materia de política exterior, arriesgar
una crisis interna, modificar el esquema de relaciones regionales y todo ello
por la promesa de aumentar los cupos de compra de carne. Si a cambio de unos
cupos es capaz de romper con Cuba, ¿de qué no será capaz cuando
la crisis pase otras facturas?