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26 de mayo del 2002
Gurúes de Ernesto Zedillo,
los creativos
La invención de la globalifobia
Jeru Nohava
Masiosare
Ernesto Zedillo, ideólogo de Monterrey, sabía muy bien a quién defendía
cuando en Davos habló de los globalifóbicos. El ex presidente mexicano no
estaba inventando nada. El término había sido acuñado varios años atrás en
una institución dedicada a defender los intereses de empresas estadunidenses
como las que ahora emplean a... Zedillo
"...porque de trescientos y sesenta grados que contiene el globo, del
agua y de la tierra (...) la mitad habremos caminado".
Don Quijote (II, XXIX), siglo XV
ERNESTO ZEDILLO SABIA
a quién defendía en enero de 2000, cuando en el Foro Económico Mundial de
Davos criticó a los "participantes de esta peculiar alianza" que,
dijo entonces, "están estrechamente unidos por su globalifobia".
La definición de este término, que el ex presidente mexicano no inventó pero
que sí hizo famoso, apareció por primera vez en septiembre de 1997, en un
boletín de la Brooking Institution, de Washington, justo en medio de las críticas
a la campaña de Bill Clinton por la aprobación del Area de Libre Comercio
de las Américas (ALCA).
El boletín titulado "Globalifobia: el equivocado debate sobre el modelo
de mercado" (Globaphobia: The wrong debate over trade policy/BI) tenía
un propósito: defender la versión de que son las empresas de Estados Unidos
las que mayores ventajas obtienen en el mercado libre y globalizado.
Disponible en la sala de prensa de la página electrónica de Brooking Institucion
(www.brook.edu), el boletín de ese septiembre admite que existen críticas
por parte de "una inusual coalición de oponentes en ambos partidos -demócrata
y republicano y de todo el espectro ideológico que ahora comparte el miedo
de que una mayor globalización de la economía mundial es mala para Estados
Unidos", para refutarlas con el argumento de que quien tiene mucho que
ganar son ellos.
"En términos estrictamente mercantilistas, Estados Unidos ha sido un
gran beneficiado de esos acuerdos comerciales, ya que sus tarifas han sido
generalmente más bajas que las de los otros países y por tanto ha dejado de
reducirlas (...) Estados Unidos tiene mucho que ganar. Tiene los más eficientes
productores agrícolas del mundo y a las compañías líderes del software, las
telecomunicaciones, el entretenimiento y las finanzas, todas las cuales serían
beneficiadas por un mayor acceso a los mercados extranjeros".
El artículo fue escrito por Robert Z. Lawrence, profesor en Harvard y consejero
del gobierno de Clinton, y Robert E. Litan, director de estudios económicos
de la Brooking, una institución fundada en 1916 por líderes financieros para
alinear al gobierno estadunidense a los "modernos métodos de negocios".
Brooking Institution, cuyos patrocinadores deducen impuestos y acceden a la
información y actividades de la élite política y financiera del vecino país,
explica en la introducción del artículo que del debate de ese mes sobre el
fast-track (vía rápida a la aprobación del ALCA) dependía el hecho de que
"Estados Unidos continúe conduciendo al mundo a una economía global más
abierta" o que, por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial,
lance el mensaje contrario.
Antes de llegar a la definición de la palabra, Lawrence y Litan admiten que,
según las encuestas de opinión, las críticas a la globalización del mercado
tienen un sustancial apoyo público, y que a esto ha contribuido la desigual
composición de la economía de EU. Y aún cuando agregan que "la buena
noticia" es que la economía sigue generando empleos sin presionar los
bajos índices de inflación, los autores también reconocen que las críticas
se basan en las malas noticias -estancamientos salariales, mayor desigualdad
y preocupaciones por el trabajo entre la clase media-, y que por ello se culpa
al mercado.
Y es entonces cuando Lawrence y Litan definen:
"Este ataque, que nosotros llamamos globalifobia, viene en diferentes
versiones y es encontrado en la izquierda y en la derecha de los dos principales
partidos políticos -demócrata y republicano-. Está también aumentando más
allá de las fronteras, especialmente en Europa, donde el desempleo ha sido
alto por décadas.
"Aquellos que hemos etiquetado como globalifóbicos puros, culpan al comercio
por el estancamiento de los salarios desde los setenta, y en mucho por la
expansión de la desigualdad que se beneficia de los estadounidenses que ganan
menos. Progresivamente, estos estadunidenses de bajos ingresos se encuentran
a sí mismo en competencia con trabajadores de países en desarrollo que ganan
una fracción de lo que ellos ganan. Esta es la base de la advertencia de Ross
Perot contra el TLC: mexicanos mal pagados tomando los trabajos de los estadunidenses,
sea por mayores exportaciones o por el desplazamiento de las firmas americanas
a México".
Una segunda forma de globalifobia, agrega el artículo, "más ligera sólo
porque defiende el libre comercio en principio, objeta los acuerdos comerciales
con países que se ven muy diferentes de los nuestros en dos grandes aspectos:
no protegen a los trabajadores ni al medio ambiente como nosotros".
En 1998, los dos autores -junto con Gary Burtless y Robert Shapiro- recogieron
estas ideas en el libro Globalifobia: Confrontando los miedos a la apertura
del mercado, editado también por Brooking y reseñado por el ex secretario
de Estado, James Baker, y por Carla Hills, ex representante de Estados Unidos
en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio con Canadá y México.
Para 1995, un año después de que entró en vigor este acuerdo comercial, los
debates y las críticas contra la globalización se intensificaron después de
la crisis económica mexicana, la primera con efecto global. En 1997, año de
la segunda crisis financiera del sudeste asiático, el analista David James
advirtió en una revista australiana que el término globalifobia fue acuñado
para "ridiculizar las críticas" sobre las consecuencias sociales
de la globalización e ignorando las realidades económicas.
Y en 1998, después de las crisis financieras de Rusia y Brasil, la más influyente
crítica a la globalización la hizo el multimillonario George Soros, que en
el libro La crisis del capitalismo global señaló que los mercados se habían
comportado "como una bola de demolición, oscilando de un país a otro
y golpeando a los más débiles".
Sin embargo, entrevistado ese mismo año, Robert Z. Lawrence señaló que estos
"riesgos de la globalización habían sido exagerados" y que eso era
lo que habían querido enfatizar al usar el término globalifobia.
***
Hasta entonces, el término no había salido del medio financiero angloparlante.
Pero el bien relacionado Ernesto Zedillo sí supo cómo hacerlo: retomó el término
e hizo historia en el Foro Económico Mundial de Davos, el 27 de enero, cuando
ni el propio Clinton defendió el libre mercado como lo hizo él.
Al participar en el debate sobre los disturbios de Seattle, el mexicano llamó
a los miles de manifestantes contra la OMC como globalifóbicos de pereza mental,
usando los argumentos de Brooking en frases que a la fecha no ha modificado.
"Una peculiar alianza ha surgido recientemente -definió el ex presidente
en Davos-. Fuerzas de la extrema izquierda, de la extrema derecha, ecologistas,
sindicatos de países desarrollados y algunas que se autonombran representantes
de la sociedad civil, se están uniendo en torno a un propósito común: salvar
a la gente de los países en desarrollo... del desarrollo. Los participantes
de esta peculiar alianza están estrechamente unidos por su globalifobia. Cada
uno suele exponer fervorosamente y en ocasiones con cierto altruismo su propio
motivo para ser globalifóbico".
World Link, revista de ese foro de empresarios, publicó el 15 de marzo de
2000 que, con esta defensa, "Zedillo se había ganado muchos aplausos".
Un año después, Zedillo repitió sus primeras palabras, incluyendo los puntos
suspensivos, en su artículo de Forbes, publicado en marzo de 2001.
Cuestionado aquel mes de marzo sobre el sentido de esta palabra, ya muy extendida
en México, Alberto Arroyo -miembro de la Red de Acción Frente al Libre Comercio
y participante en el Foro Social Mundial de Cancún- comentó que en las palabras
globalifobia y globalifóbico había una trampa.
"Con ese adjetivo te quieren descalificar llamándote globalifóbico, retardatario,
proteccionista, pero nuestra postura es que si por globalización se entiende
la interrelación de los países, pues es inevitable. Y sólo buscamos mostrar
que incluso nosotros somos una alianza continental, pero con propuestas alternativas
de globalización".
También en aquel mes, en México se encontraba el líder francés del movimiento
contra el libre mercado, el agricultor José Bové, quien en entrevista con
Proceso coincidió con Arroyo, y comentó que desde su llegada al país le había
llamado la atención esta palabra, que nunca antes había escuchado.
"Pero tenemos que saber contra qué estamos luchando -dijo Bové, a propósito
de la definición del término-, porque la única globalización que se nos propone
es la del mercado y su extensión a todas las actividades humanas. La agricultura
no tiene nada que ver en ese mercado, ni la educación ni la salud ni todo
aquello que es derecho fundamental de las personas. Estamos a favor de otra
globalización, basada en la declaración universal de los derechos humanos.
Esa es nuestra lucha".
Globalifobia y globalifóbico no están aún en el diccionario de la Real Academia
de la Lengua, y globalización fue apenas integrada en la más reciente edición,
publicada en octubre del 2001 ("f. Tendencia de los mercados y de las
empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las
fronteras nacionales".)
"Globalización", como "global" y todos sus derivados,
provienen de la palabra "globo", cuya primera documentación en el
idioma español apareció en la obra de Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote
de la Mancha (II, XXIX), en el siglo XV. Y "globo", a su vez, llegó
al español a través del latín "globus", que significa "bola,
montón, grupo de gente".