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EL "GRAN ESCAPE"
HACIA LA IMPUNIDAD
PUNTO FINAL/CHILE
Toma forma la operación destinada a lograr la impunidad para los ex
militares y agentes de seguridad responsables de violaciones a los derechos
humanos. La dirige personalmente el comandante en jefe del ejército, general
Juan Emilio Cheyre, para el cual éste es uno de los dos principales objetivos
a alcanzar durante su mando. El otro es la modernización institucional. Para
el ejército el término definitivo del tema de los derechos humanos es una
meta estratégica. La gran asignatura pendiente de los militares que les impide
una reinserción plena en las actividades profesionales y en la proyección
hacia el aparato del Estado. Sobre ellos siguen pesando las atrocidades cometidas
en la dictadura. El general Cheyre actúa en silencio y sin prisa. "Todo
esto tiene un tiempo y un fin" ha dicho, refiriéndose a los procesos
contra ex uniformados. Entretanto ha adoptado medidas. Cambió el régimen de
remuneraciones de los abogados defensores de militares incriminados, que tiene
a su cargo desde hace muchos años el ejército. Colocó a los profesionales
de la Auditoría bajo la dependencia del Comando de Apoyo Administrativo para
dar una señal de que la labor de los letrados no tiene un significado de dirección,
reservada al mando. Para abordar el problema trabaja con un pequeño grupo
de generales y asesores de absoluta confianza, en el entendido que existe
"una sola voz" y que no se aceptarán interferencias derivadas de
declaraciones o gestos no autorizados.
Para Cheyre el ideal es que la solución sea a la brevedad y para ello ha elegido
un camino aparentemente insólito. En vez de dilatar los procesos, como era
lo acostumbrado, ha dado instrucciones de apurarlos. "Estamos cooperando
para que esa fase que está pendiente -la decisión de los tribunales- se cierre
lo antes posible", declaró. Después, una vez dictadas las condenas sería
más fácil conseguir un indulto general o una amnistía de acuerdo "al
principio de igualdad" para no producir una discriminación negativa en
contra de los ex militares. Si este año no hay una solución, una buena coyuntura
se producirá en el 2003, cuando se cumplan treinta años del golpe militar,
largo período que podría cerrarse con lo que el ejército entiende como "reconciliación".
El general Cheyre piensa que existen las condiciones para lograrlo. "Creo
que en nosotros (el ejército) y en la mayoría ya está hecho el camino del
reencuentro. En Chile tenemos todo para reencontrarnos", enfatizó.
Aunque Cheyre ha reiterado que "habla con la verdad" y que no necesita
de voceros ni de intérpretes de sus palabras porque cuando quiere decir algo
lo dice claramente, el ejército no abandona los "trascendidos" que
permiten ambientar la idea principal.
El 18 de abril, "El Mercurio" citaba a "fuentes cercanas a
la institución castrense" para informar que "el nuevo mando del
ejército pretende solucionar el tema de los derechos humanos que vinculan
a sus integrantes en el breve plazo y sobre el principio de un 'trato igualitario'
tanto en tribunales como en el mundo político". Agregaba: "En líneas
generales, los militares aspiran que una vez que terminen los procesos y sean
dictadas las sentencias, exista el consenso político necesario para superar
el tema y se dicten los indultos necesarios, tal como los gobiernos de la
Concertación lo hicieron con ex terroristas" (sic). Sentaba así la equiparación
de víctimas y victimarios que justificaría el trato igualitario y, no olvidaba
el "toque humano". Las "fuentes cercanas a la institución castrense"
destacaban que "el alto oficial" (Juan Emilio Cheyre) junto con
esperar el "consenso político" "estaba preocupado de la suerte
de los que sintieron vulnerados sus derechos durante el régimen militar así
como de los que tuvieron que enfrentar momentos de gran convulsión interna
y que ahora están siendo demandados por la justicia".
APOYO POR EL FLANCO
Como era previsible, la operación que dirige el general Cheyre recibió apoyo
de altos oficiales en retiro. Dos generales de amplia figuración durante la
dictadura, Alejandro Medina Lois y Luis Danús, junto a la Corporación 11 de
Septiembre y algunos abogados de militares procesados, sostuvieron que ha
llegado el momento de "una solución integral". En conferencia de
prensa declararon que había que beneficiar a los ex militares enjuiciados
y también a los frentistas y lautaristas detenidos con posterioridad al 11
de septiembre de 1990. La "solución integral" debía extenderse a
ellos ya que era necesario aplicar "el mismo espíritu de justicia para
todos".
Danús introdujo un matiz. Habiendo sido el Estado la institución global que
combatió al terrorismo -sostuvo- los agentes de la Dina y la CNI actuaron
"defendiendo al Estado" y, por lo tanto, no deberían ser condenados.
La representación de la Corporación 11 de Septiembre afirmó, por su parte,
que todo enjuiciamiento a los uniformados no contribuye al término de la transición.
Pocos días antes, decenas de oficiales en retiro y algunos en actividad habían
concurrido a declarar en el proceso por el asesinato del líder sindical Tucapel
Jiménez por elementos de la CNI, entre ellos el verdugo, Carlos Herrera Jiménez.
En la conferencia de prensa se habló del "desfile" de militares
ante los tribunales, diciendo que es "un problema de Estado que debe
tener una solución al mismo nivel". Se silenció el hecho de que los ex
uniformados concurren a declarar por petición de la defensa de los acusados,
entre ellos el ex general Ramsés Alvarez Scoglia, ex jefe de la Dine, y el
mayor (r) Alvaro Corbalán Castilla, ex jefe operativo de la CNI.
La aparición de los oficiales en retiro y de la Corporación 11 de Septiembre
hizo recordar la táctica utilizada en 1999 por al alto mando cuando se validó
a la "familia militar" como instancia que permite el ejército decir
cosas que sus mandos en actividad no pueden sostener y crear así hechos políticos
para poner en jaque al gobierno.
La referencia a los frentistas y lautaristas detenidos se vio como un intento
de "trueque" que hace tiempo manejan algunos sectores, con pocas
o nulas posibilidades de éxito. Han sido los propios presos políticos -actualmente
46, más algunos en libertad provisional- los que han denunciado estas maniobras
y anunciado su voluntad de no participar en ellas, ya que son utilizadas para
justificar la impunidad de los criminales en materia de derechos humanos.
Dieciséis de ellos -lautaristas- hacen una huelga de hambre en la cárcel de
alta seguridad.
No hay que confundir la idea del trueque de "secuestradores y asesinos"
por presos políticos, con una iniciativa humanitaria impulsada por la Vicaría
de la Pastoral Social de la Iglesia Católica. Pretende eliminar el doble juzgamiento
que dilata indefinidamente los procesos, ya que la mayoría de los presos políticos
son juzgados al mismo tiempo por la justicia civil y las fiscalías militares.
La Pastoral Social también pretende conseguir la libertad para presos políticos
que sufren enfermedades que ponen en peligro sus vidas, como Marcela Rodríguez
Valdivieso, parapléjica y afectada de frecuentes cuadros infecciosos, que
viajará a Italia; Dante Ramírez, Pedro Rosas Aravena y otros. La presencia
del senador Hernán Larraín de la UDI en una reunión para tratar dichos objetivos,
junto a los diputados de la Concertación Sergio Aguiló, Pedro Araya y Esteban
Valenzuela, gatilló todo tipo de especulaciones.
PINOCHET, PADRE DE LA IDEA
De acuerdo al análisis más estricto, el crédito de la operación en marcha
no debería atribuirse al general Cheyre. Debió haberse realizado durante la
comandancia del general Ricardo Izurieta y correspondía a una planificación
de largo alcance concebida en los años 90, cuando Pinochet estaba al mando
del ejército y preparaba su retiro. De esa época es la anécdota de un Pinochet
relajado, hablando en confianza con el ministro Pérez Yoma, y diciéndole que
sus sucesores debían ser los generales Garín, Izurieta o Cheyre. Ya en ese
tiempo se estudiaba una fórmula para terminar con el tema de los derechos
humanos y permitir la relegitimación del ejército.
El general Izurieta avanzó poco. La detención del ex dictador en Londres produjo
conmoción en el alto mando. Se concentraron esfuerzos para librar al "Benemérito"
del destino que lo amenazaba ante la justicia española y traerlo de vuelta
a Chile. Todo se orientó hacia ese objetivo. Las gestiones secretas encontraron
amplio eco en el presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle y en la Iglesia Católica.
Cuando la situación se decantó, se volvió al tema de los derechos humanos.
En junio de 1999, el general Izurieta declaró que "la familia militar
estaba inquieta con los procesos judiciales". Sostuvo que era necesario
"abordar con altura de miras, con un gran acuerdo el problema, sin olvidar
el contexto histórico en que estos hechos ocurrieron". Como un eco, el
comandante en jefe de la Armada, almirante Arancibia, declaró: "ha llegado
el momento de sentarse a conversar".
En ese clima adquiere nuevo sentido la mesa de diálogo cuyos magros resultados
provocaron amplias protestas mucho más allá de los familiares de los detenidos
desaparecidos. No hubo un reconocimiento formal de las FF.AA. de los crímenes
cometidos; y la información proporcionada por las tres ramas de las Fuerzas
Armadas y Carabineros fue avalada sólo con la firma del obispo castrense,
monseñor Pablo Lizama. Las informaciones sobre la suerte de unas pocas decenas
de detenidos desaparecidos fueron escasas, contradictorias o falsas.
El presidente Ricardo Lagos atribuyó significación histórica a la mesa de
diálogo. Pero las verdaderas triunfadoras fueron las FF.AA., especialmente
el ejército y Carabineros, las instituciones más comprometidas en los crímenes
y atrocidades de la dictadura. Aparecieron inspiradas en un espíritu de cooperación
y de entendimiento nacional. Cerraron el capítulo de la entrega de antecedentes
ya que explicaron que la información proporcionada era todo lo que podían
obtener y que no habría nuevos aportes institucionales.
HABER Y DEBE
Pocos niegan las ventajas comparativas de Juan Emilio Cheyre para llevar adelante
la operación. Tiene prestigio y mayor experiencia política y negociadora que
Izurieta. Sus habilidades llamaron la atención en el "boinazo" y
luego en El Escorial (España) en 1996, donde alternó con Ricardo Lagos, ministro
entonces de Obras Públicas, y con los senadores Jaime Gazmuri y José Antonio
Viera-Gallo. A Enrique Correa lo conoce bien y tiene estrechos contactos con
altos personeros de gobierno. Es amigo desde la Escuela Militar con Ernesto
Ottone, asesor personal del presidente Lagos. También lo es del ministro Mario
Fernández. Jaime Ravinet y Gabriel Gaspar, subsecretario de Guerra, mantienen
con él relaciones fluidas. Por otro lado, sus vinculaciones con la derecha
son calificadas de "óptimas". A través de su suegro, el general
(r) Carlos Forestier, tiene llegada a los "duros" del pinochetismo
y, por si fuera poco, accede bien a las autoridades de la Iglesia en su calidad
de ex alumno de los jesuitas.
El giro que ha impuesto a su discurso evidencia destreza política. Dejó atrás
las declaraciones de lealtad irrestricta a Pinochet y a su ideario y ahora
centra sus intervenciones en la ética militar, los derechos humanos en la
formación castrense y la apertura de las instituciones armadas al mundo de
la civilidad.
Cheyre encara, sin embargo, problemas complejos que debilitan sus posibilidades
de victoria en este "gran escape" de las FF.AA. para dejar los crímenes
sin castigo. El principal obstáculo parece ser las acusaciones por violaciones
a los derechos humanos que lo afectan personalmente. El tipo de cargos, la
precisión de las circunstancias y el hecho de que sus acusadores tengan rostros,
nombres y apellidos, complican al comandante en jefe del ejército, más aún
cuando una amnistía o indulto general pudiera verse como un intento para autoexculparse
de los cargos que lo incriminan. Erosiona asimismo su credibilidad la relación
que el ejército mantiene con ex uniformados involucrados en crímenes contra
la humanidad que siguen contando con protección institucional o que incluso
han sido contratados nuevamente como se demostró en los casos de Miguel Krasnoff
y Jaime Lepe.
También su posición puede ser cuestionada por el proceso por el asesinato
del general Carlos Prats que se sigue en Argentina, y que hace más insostenible
la falta de una investigación en el interior del ejército, tratándose de un
ex comandante en jefe.
El alto mando conoce bien el terreno que pisa. Da por descontado el apoyo
de la derecha y obviamente de los grupos recalcitrantes del pinochetismo;
confía en la Iglesia y en el cardenal Errázuriz y sabe que cuenta con partidarios
en la Concertación, incluso entre los dirigentes más conspicuos. No olvida
que en diciembre de 1991, Gabriel Valdés, que presidía el Senado, declaró
-haciendo salvedad del caso Letelier, entonces al rojo vivo- que la transición
era "un problema político que va a terminar el día que tengamos una situación
que nos permita dictar una ley de amnistía general".
Hacia allá van los militares bajo la conducción de su comandante en jefe.
PF