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29 de mayo del 2002
Colombia: Ejemplo de resistencia popular al paramilitarismo y al terrorismo de estado II
La HaineMedellín. Miércoles 22 de mayo. Por Carlos Alberto Giraldo
M. Desde la esquina, en la parte baja del barrio 20 de Julio, se descubre en
las colinas, a unos 100 metros, a decenas de niños y mujeres que comienzan
a salir de las casas con pañuelos, camisetas, trapos, toallas y sábanas
blancos, para pedirle al Ejército y a la Policía que no disparen
más.
"¡Queremos paz, queremos paz!", gritan los pequeños y las amas de casa.
Por las calles empinadas comienzan a descolgarse más y más chicos
que portan banderas improvisadas con palos de escoba y claman a los militares
y policías el cese del fuego.
Las ráfagas de los fusiles continúan. La Policía y el Ejército
tienen acordonado el sector, con el apoyo del DAS y del Cuerpo Técnico
de Investigaciones de la Fiscalía, CTI. Además, dos helicópteros
militares sobrevuelan el área.
Son las diez de la mañana y se completan siete horas desde que las fuerzas
armadas oficiales ingresaron a los barrios La Independencia I y II, El Salado,
Nuevos Conquistadores y El Seis, apoyadas por tanquetas.
El ambiente está caldeado y es visible el terror en las caras de la gente.
Numerosas personas corren tan pronto las metralletas vuelven a soltar su lluvia
de plomo al aire o a través de las calles.
Pero los niños insisten y siguen su marcha en busca de las esquinas en
las que están parados algunos militares y policías. Les dicen,
con su coro infantil, que no los quieren ver más, que se vayan. Son pequeños
de siete, ocho, nueve y diez años y otros tantos adolescentes de catorce
y quince. Están firmes, parecen no temer a las armas ni a las uniformes
y retoman una vieja consigna de solidaridad: "el pueblo, unido, jamás
será vencido".
Adentro, las víctimas
Hay que cruzar en medio de la balacera para adentrarse en los pequeños
callejones y escalinatas desde los que la gente, desesperada, pide ayuda para
sacar a sus muertos y heridos.
Cruzamos en medio del fuego de fusiles que salpica los muros de la Iglesia de
Las Bienaventuranzas, en la calle 39 con la carrera 109. Tomamos una calzada
que se estrecha. Todos salen a las ventanas, a los balcones y a la vía.
De pronto aparece una muchedumbre que carga un cuerpo envuelto en una sábana.
"Es un muerto, mírelo. Nos están masacrando. Era un vecino, un
civil", advierten los espontáneos camilleros. En todas las direcciones
sale más y más gente que pide que no disparen. Ondean los girones
blancos mientras que, seis cuadras abajo, la fusilería oficial no para
el traqueteo.
Apenas han transcurrido unos minutos cuando otra comisión ocupa la calle
para evacuar un muerto más. Es un anciano. "Mire, un viejito que no le
hacía nada a nadie. Le decíamos Darío Gómez, porque
cuando se emborrachaba se ponía a cantar música guasca en el billar.
¿Dónde están los funcionarios de Derechos Humanos? Los estamos
llamando desde las siete de la mañana y no llegan".
Vista desde la azotea
Afuera no paran de sonar los disparos. Adentro de una de las casas del barrio
la Independencia II, tres mujeres intentan mantener la calma, para no angustiar
más a los niños que las acompañan. Uno de los pequeños
no llora, pero tiembla, como si tuviera frío esta mañana soleada
y bochornosa.
"Vea este roto en el muro que dejó un tiro de fusil. Lo hicieron de abajo,
desde donde está la Policía, porque atravesó la ventana,
que está en la misma dirección. La esperanza de uno es el gobierno
y vea lo que hacen", dice el ama de casa.
Son las diez y media de la mañana. Con cuidado, saco la cabeza sobre
el muro que bordea la terraza para ver a un grupo de niños que corre
por la calle rumbo al cordón policial. Algunas casas impiden la visibilidad,
pero comienzan a levantarse pequeños hongos que forman las granadas de
gas lacrimógeno lanzadas por las fuerzas oficiales.
Las ráfagas, una tras otra, parecen no tener fin y es necesario acuclillarse
para evitar las balas perdidas. Los menores izan sus banderas por una calle
amplia, pero, de pronto, el pequeño que encabeza la marcha, de unos once
años, se dobla sobre el pavimento. Grita que está herido, pide
ayuda. Treinta metros delante de él una mujer también es alcanzada
por una bala y cae.
Uno de los chicos recoge a su compañero herido y lo carga mientras que
los demás gritan y siguen de frente. En la terraza, un vecino de unos
35 años que contempla lo ocurrido, comienza a llorar indignado. "No son
mis hijos ni mis hermanos, pero me duelen. ¿Cómo quieren que no odiemos
a los militares?". Los niños vuelven a alentar su coro: "¡queremos paz,
queremos paz!".