Doctor Adam Schesch, sobreviviente del Estadio Nacional de Chile:
"Los fusilados fueron al menos 400"
Julio Oliva García y María Luz Zacconi
El Siglo Su visita a Chile tenía carácter privado y estaba sólo dedicada a colaborar con el Juez Guzmán en el proceso sobre los sucesos ocurridos al interior del Estadio Nacional en los primeros días del golpe de Estado, donde se reconoce oficialmente sólo el fusilamiento de 40 detenidos, pero su enojo fue mayor al leer las imprecisiones y abiertas mentiras que difundían los diarios de Copesa y el clan Edwards. Su reacción fue invitar a unos pocos periodistas de medios confiables para conversar y expresar estas preocupaciones. Nosotros fuimos uno de esos medios escogidos. Nos encontramos temprano un día del fin de semana con este "gringo" simpático. La verdad es que daba para estar charlando con él por horas y horas, en medio también de una concurrencia agradable conformada además por colegas de Punto Final y El Periodista, pero su objetivo era claro: contarnos a qué había venido y entregar un documento escrito junto a su ex esposa, Patricia Garret, fechado el 28 de septiembre de 1973, en el que relataban sus días de prisioneros políticos entre el 14 y 21 de ese mes en el Estadio Nacional.
Según él, este testimonio contiene más de un 80% de lo aportado a la investigación, lo otro forma parte del secreto de sumario que prefiere mantener en ese estado para no atentar contra el proceso llevado por quien define como "un juez honesto y decidido a llegar hasta el final". Su relato explicativo del documento ahonda en las terribles experiencias vividas luego de que, por un incidente casi ridículo, su casa fue allanada por uniformados que encontraron mapas de Chile marcados y cientos de recortes de periódicos, diversos panfletos y extraños documentos. La explicación era simple: ambos estaban haciendo estudios sobre la Unidad Popular desde sus ámbitos académicos, Historia y Sociología; para los golpistas, en cambio, parecían claramente parte del ejército extranjero que formaba parte del supuesto Plan Z, como incluso lo afirma Manuel Contreras en su libro.
Con todos sus archivos envueltos en una frazada fueron trasladados, primero, momentáneamente a la Escuela de Suboficiales de Carabineros, cercana a su casa, y luego al Estadio Nacional, junto a unas decenas de chilenos. Interrogatorio y golpizas
Adam Schesch recuerda: "Primero fuimos llevados en un micro con unas 15 personas a la Escuela de Suboficiales, donde vimos a un grupo de carabineros felicitándose por las nuevas promociones. Antes habíamos escuchado desde nuestra casa una batalla de un día y, que yo sepa, no hay ninguna noticia de esta lucha del 11 hasta el 12 de septiembre en la Escuela. No hay reconstrucción de esta parte de la historia en que debe haber muerto gente leal al gobierno.
Se juntó más y más gente en el micro y fuimos llevados al Estadio Nacional. En total éramos 40 personas y a los dos extranjeros nos pusieron al margen, mientras a los chilenos los trataban más brutalmente. Acá existe mucha oscuridad sobre lo ocurrido en los primeros días al interior del estadio; antes del 18 o 19 de septiembre, que es cuando llega la gente en mayor cantidad, se vivía una situación caótica, de mucho terror.
La primera noche, del viernes 14 al sábado a la mañana, se vivía algo que no se podría imaginar, un infierno: gente gritando, los soldados golpeando detenidos, lotes de detenidos entrando y saliendo. Los oficiales están muy excitados, parecen gente dopada para seguir funcionando.
Nosotros firmamos un registro que aparentemente era sólo de extranjeros, tomaron nuestro pasaporte y nos hicieron ingresar.
En la primera de dos interrogaciones fui golpeado masivamente, atacado por un oficial del Ejército. Quedé en el suelo, me golpeó con sus botas y con la culata de su rifle. Me rompió una costilla, para la que tuve que buscar tratamiento al llegar a EE.UU. Me atacó y, a pesar de estar con la frazada llena de documentos, ya no fue un interrogatorio sino una explosión de rabia de parte suya.
Mi esposa también fue interrogada, pero dejada por la noche junto a mujeres chilenas y cinco extranjeras, entre las que había dos uruguayas embarazadas una de las cuales seguía detenida cuando nosotros fuimos liberados. A mí me dejaron con cerca de 60 extranjeros y por la mañana del sábado nos juntaron y nos llevaron a un pasillo debajo de las galerías (N. de la R. Camarines del costado sur bajo marquesina). Nos entregaron una frazada para sentarnos sobre ella, la otra con documentos la tiraron cerca nuestro. Este era un espacio bien abierto, podíamos ver como unos 100 metros de pasillo, había salas, la mayoría camarines y como dos oficinas. Podíamos ver desde la sala 2 a la 7 (N. de la R. Números adjudicados por ellos).
Nuestra ubicación nos proporcionaba un ventajoso punto de vista para observar las actividades en ese sector del estadio. Teníamos una visión sin obstáculos de las piezas indicadas en el mapa y también estábamos autorizados a caminar las yardas inmediatamente en frente de nuestros colchones, desde donde podíamos ver el cuarto 7 y el muro que cerraba esa sección del estadio. Luego nos autorizaron a ir a la baño y a beber agua, por lo que vimos más cosas y pudimos hablar con otros detenidos.
Tratamos de ser buenos observadores. Estábamos muy consternados con nuestra situación personal y la de los otros detenidos, pero teníamos la esperanza de que la embajada americana pudiera asegurar nuestra liberación y sentíamos la obligación moral de estar en condiciones de informar sobre las condiciones de detención en el Estadio Nacional. Comenzamos por observar en un modo muy conciente, valiéndonos de nuestra entrenamiento profesional en ciencias sociales, para superar la natural reacción emocional que pudiera obstruirla.
La situación podemos dividirla en tres períodos marcados: el de la noche del viernes con mucho caos, entre el sábado y el martes que podríamos llamar de violencia organizada y, desde el 18 al 19 día de nuestra salida, en que disminuye la violencia ante la masiva llegada de prisioneros. Estos días ya sale la gente a las galerías y llegan muchos desde el Estadio Chile y otras partes.
Es muy difícil para nosotros establecer el número total de detenidos. Sin embargo, estaba en constante crecimiento. Cuando fuimos registrados en el Estadio Nacional, nuestros nombres fueron anotados en un libro especial para extranjeros. En ese momento el libro estaba abierto en su mitad y las páginas abiertas que nosotros firmamos contenían alrededor de 40 nombres. Unos sacerdotes marianistas norteamericanos me dijeron que habían contabilizado 153 extranjeros en sus salas, nosotros vimos un grupo cercano a 50 latinoamericanos siendo liberados, todos estaban organizados por países y representaban prácticamente a toda América Latina. Hablamos también con ciudadanos de varios países de Europa y de Asia, algunos de los cuales habían llegado recientemente como turistas y otros que se habían establecido profesionalmente en Chile muchos años atrás. La variedad era grande, pero la vasta mayoría de los detenidos eran chilenos. Guiándonos básicamente por sus vestimentas y patrones de lenguaje, caracterizaríamos a los detenidos chilenos de la siguiente manera: Las mujeres detenidas parecen proceder de una variada gama de oficios y profesiones, y representan el 10% de la población penal. Los hombres eran generalmente jóvenes, de veinte a treinta años, más o menos. Su apariencia es básicamente de obreros o trabajadores de servicio, algunos incluso fueron detenidos con sus ropas de trabajo. Había, no obstante, un número significativo de hombres de mayor edad que aparentaban ser trabajadores de cuello blanco o profesionales. También había un limitado número de funcionarios gubernamentales.
Por lo que vimos, creemos que el trato a los detenidos extranjeros y nacionales era básicamente el mismo. Simplemente, no sabemos si los casos singularizados por un tratamiento especialmente duro eran chilenos o extranjeros que hablaban español.
Desde el sábado en la mañana hasta el jueves en la noche, pudimos ver la vida subterránea del Estadio Nacional. En cada lado del estadio hay todavía 16 camarines, separados en grupos de 8 por costado sur y norte. Si hoy visitan la zona más cercana a la cordillera, podrían ver los camarines antiguos, sin remodelación, tal como los conocimos nosotros.
Con nuestras visitas a los baños pudimos armarnos una idea de la cantidad de detenidos, en cada camarín había entre 80 y 150 detenidos. Una sala estaba llena de mujeres (7), luego había dos con hombres de apariencia obrera (6 y 5), la sala 4 era la de interrogatorios, en la 3 nuevamente había obreros, mientras que la 2 estaba reservada para lo que denominamos intelectuales, personas con aspecto de funcionarios de gobierno, de médicos, profesionales y académicos, entre quienes recuerdo claramente a un señor Kirberg que se acercó a hablarme (N de la R. Enrique Kirberg, Rector de la Universidad Técnica del Estado). Junto a ésta había una sala que llamamos de las golpizas (beating room), por un suceso que contaré más adelante". La línea de muerte
"Durante los días que pasamos en este rincón bajo las galerías vimos diferentes clases de 'líneas'. No encontramos otra palabra que ésta para decir la línea entre la vida y la muerte. Cada vez que ésta era organizada, era la misma secuencia de eventos la que ocurría.
Uno a uno, los prisioneros eran llevados, generalmente después de cortas entrevistas en el cuarto número 4, al puesto de reubicación. Después de una corta consulta a documentación, eran puestos en una de las dos líneas. Una línea, hacia el muro exterior, estaría compuesta por gente a la que se les devolvía sus documentos personales y sus pertenencias. Eran frecuentemente autorizados a permanecer con los brazos a sus costados. Esta línea era poco vigilada.
La segunda línea estaría formada por prisioneros bajo fuerte vigilancia armada -dos o tres soldados con fusiles automáticos y con un oficial armado cada 10 a 20 prisioneros. Sus armas estarían siempre detrás de su espalda o cabeza. En pocos minutos, oiríamos la explosión de un sostenido fuego de armas automáticas.
Ninguna persona volvió jamás, y el patrón fue siempre el mismo. Desde la tarde del sábado hasta el anochecer del martes, un total de más de 400 personas fueron despachadas de esta manera.
El breve primer tiempo en que ocurrían estas secuencias, la línea que hemos llamado de la vida era mucho menor que la otra, si es que existía. El lunes, esta línea crecía ampliamente y el martes era más larga que la otra. El último tiempo que recordamos haber visto esta secuencia fue el martes, en la tarde o al comienzo del anochecer. El miércoles, escuchamos algunos golpes aislados, pero no vimos gente llevada afuera en conexión con esos ruidos. El jueves, el grupo de profesionales fue llevado afuera para una caminata dentro del estadio. Ellos le dijeron a Adam que vieron entre 2.000 y 3.000 personas sentados en grupos y bajo vigilancia.
Fuimos testigos y oímos entre 400 y 500 ejecuciones por armas automáticas, ametralladoras de grueso calibre, de gente llevada en grupos de 10 a 20 personas. Por eso no entendemos la cifra oficial que sólo habla de 40 fusilados en este recinto deportivo.
La experiencia más vívida fue el sábado 15 de septiembre, cuando estábamos todavía separados. Pat, ubicada cerca del campo de juego de fútbol, estaba sobre una muralla baja para su segundo interrogatorio. Espiando a través de la intersección de dos alas, ella vio a un joven llevado a la intersección por un guardia. Ellos se detuvieron y el guardia encendió un cigarrillo. Entonces, se dirigió al campo de juego. Desde nuestro lugar, otra persona fue llevada. Luego de un par de minutos, el grupo de personas de afuera comenzó a cantar (N. de la R. 'Venceremos'). En ese momento armas automáticas comenzaron a disparar. A medida que el fuego continuaba, cada vez menos personas cantaban. Finalmente, el canto se detuvo y el fuego también. Inmediatamente después un soldado volvió y dijo a otro guardia que estaba a pocos pasos de Patricia: 'Había 37 en ese grupo'.
De acuerdo a lo que vimos y oímos, el campo de juego del Estadio Nacional no fue usado por pelotones de fusilamiento después del martes. Parece que el miércoles las graderías comenzaron a ser convertidas en centros de detención. Eso explicaría los pasos que oímos sobre nuestras cabezas el miércoles. Nosotros mismos, no obstante, nunca entramos a esa parte del estadio.
Todo esto nosotros lo llamamos el proceso de fusilamiento. Porque aunque no vemos el momento en que las ametralladoras empiezan a disparar, no vemos la gente en fila, no vemos la gente cayendo al suelo, es decir, el acto mismo de fusilamiento, escuchamos y vemos todo el proceso de organización del fusilamiento y esto es importante.
Desde sábado en la mañana hasta el martes temprano en la mañana, de 5 a 7 veces por día con un total de 20 aproximadamente, se organiza la línea de la muerte.
Había dos mesitas altas, una por cada lado. La fila de la vida, ubicada junto a las puertas de los camarines, era muy rápida. Se aglutinaban 15 a 20 personas, hacían chequeo en el registro; desde nuestro sitio podíamos ver a los detenidos con brazos libres, no con un ambiente positivo, pero con calma. Es decir, no estaban sumamente preocupados sobre su futuro. Tenían también menos guardias; después de unos 10 minutos de trabajo, esta fila con escoltas de 3 ó 4 soldados dobla para salir del estadio mismo. No sé a qué parte, si para ser dejados en libertad o para ir a un campo de concentración, pero obviamente con menos preocupación.
Más cerca nuestro, de 5 a 7 veces al día, empezaban a aparecer grupos de 3 ó 4 hombres bien vigilados, con sus brazos amarrados y cara de preocupados, no en la mejor condición. La guardia era de un soldado por cada dos personas. En la mesita podíamos ver otra vez un oficial haciendo chequeo en el registro. Se aglutinaba entre 15 y 25 personas; cada vez el mismo ritual, todo perfectamente organizado, no se hacía al lote. Después de algunos minutos se pasa en esta dirección (apunta en el mapa hacia el interior del estadio) y desaparecen. Después que la fila se va, un oficial, siempre un oficial nunca un soldado, controla qué estaba pasando: entra y enciende unos ventiladores inmensos que están frente a cada sala de detención, y que hasta ahora no han sido cambiados, con la intención de que no se escuchen los disparos. Pero nosotros estamos más cerca, bajo los ventiladores, pegados al muro que da hacia la cancha y, por este accidente de la historia, escuchamos. El oficial sale y es obvio que entrega una señal al interior de la cancha, pues entre un minuto o un minuto y medio después empezaron las ametralladoras. Pasados otro minuto o dos, vuelve el mismo oficial y para los motores. Esta era la única vez que se usaban los ventiladores, durante la salida a la cancha de una línea de la muerte, en ningún otro momento.
Por eso yo nunca he aceptado la cifra de 3.000 muertos. Primero, porque me parece que murieron muchos oficiales y carabineros en la batalla de la noche del 11 al 12 por el tiroteo en la Escuela de Suboficiales, que no se reconoce; y, en segundo lugar, por esta matanza de la que somos testigos. Si murieron solamente 3.000 personas, nosotros escuchamos más del 10% de todas las muertes en esta primera semana de dictadura". Las golpizas
"Nosotros fuimos testigos de diferentes tipos de golpizas. La gente era golpeada caminando, como grupo, particularmente de hombres más jóvenes en la última tarde y anochecer, que eran llevados y golpeados con lo que podría ser las culatas de armas semiautomáticas, en sus costados y espalda.
La gente era severamente golpeada durante los interrogatorios. Adam vio a un hombre de mediana edad cuyo rostro era una masa de sangre. Mujeres y gente anciana eran igualmente golpeados.
Uno de los sacerdotes que habló con nosotros la última noche, nos dijo de la llegada de detenidos desde una población llamada La Legua. Ellos fueron forzados a correr entre dos filas de uniformados que golpearon salvajemente a los sospechosos con sus rifles. Esto ocurrió afuera de su celda.
Un día llegó en un lote una cantidad de 20 a 25 jóvenes, más bien niños. Podíamos ver la fila entera por lo que no era una cantidad tan grande. Eran chicos como de entre 12 ó 13 años hasta unos 16 ó 17. Los soldados los empujaban y golpeaban. De repente, dos soldados empezaron a golpear a uno de estos niños con las culatas de sus rifles, de tal manera que lo tiraron en el suelo hasta que casi no volviera a moverse; aunque en ese momento no murió parecía como muerto. En otro rato vimos a otro de éstos niños en el suelo, en la misma condición, y pasó cerca nuestro arrastrándose hasta una cañería que goteaba para poder tomar un poco de agua. Después de esto yo me fui al baño y en la pasada me entregaron la información de que los jóvenes eran de La Victoria, una población del sur de Santiago.
El acto más brutal, no simplemente de golpes, otra vez lo escuchó Pat. Aunque estábamos juntos casi todo el día, por distintas razones en estos tres días estamos algunos momentos aparte. En esta ocasión, el sábado, ella quedó frente a la sala de golpizas, junto a la puerta, esperando algo. La puerta estaba semiabierta y, desde el interior, se podían escuchar algunas voces de distintas personas, como tres o cuatro hombres del Ejército pidiendo respuestas a un detenido. Pat escuchó la frase ¡¿dónde están las armas?!, ¡¿dónde están las armas?!, repetida varias veces; junto a esto el sonido de fuertes golpes de un objeto contra un cuerpo. Por experiencia sabemos que no hay otro sonido parecido a ese. Entonces este hombre empezó a gritar, con alaridos impresionantes, y se repetía la secuencia de golpes, preguntas, falta de respuesta, gritos.
Los golpes continuaron por un largo tiempo hasta que finalmente ella oyó lo que sólo puede describir como un lamento animal y gemidos. Hubo una pausa, como si la persona hubiera perdido conciencia, entonces los golpes se reanudaron. El prisionero comenzó a gritar 'Viva la revolución', entre los golpes y jadeos, con una voz cada vez más débil. Finalmente, eso cesó y ella oyó una lenta serie de seis golpes con intervalos entre cada uno, como si el interrogador estuviera pateando las extremidades del prisionero. Finalmente, otra corta serie de gemidos y un golpe final. Ella oyó a un grupo de gente abandonando el cuarto, y en un poco tiempo dos personas que volvían. Entraron y casi inmediatamente salieron con una camilla y un bulto tapado con frazadas.
Puede parecer una cosa surrealista, pero Pat nunca supo cuánto tiempo pasó desde que comenzó la golpiza hasta que terminó. Un acto de defensa psicológica de la persona es retirarse, estar en otro espacio, proteger su sanidad frente a la tragedia, entonces no podemos afirmar si fueron 15 minutos o media hora".
Adam Schesch continúa conversando, mostrando fotos de su reciente estadía en el que fuera su lugar de reclusión en esos terribles días, haciendo y haciéndose preguntas sobre el por qué de la falta de investigación sobre este episodio, el por qué del bajo interés del actual gobierno sobre estos temas. Recuerda su llegada a Chile en un lejano noviembre de 1970, con sus libros e ideales bajo el brazo, y también otros episodios vividos en el interior del Estadio Nacional que prefiere guardar -"hasta el próximo año", según dice- por el bien de la investigación de Guzmán. Nosotros no insistimos en conocer más sobre aquellos sucesos, seguramente relacionados con la muerte de algunas personas y el rol que cumplió el ex cónsul de Estados Unidos en Chile, Frederick Durban Purdy, quien fue acusado de negligencia por su actuación, entre otros, en el caso del ciudadano norteamericano Charles Horman, asesinado en el recinto deportivo sin que tuviese protección desde su país.
El doctor Schesch volvió por primera vez a Chile luego de esos seis días en el infierno, recorrió nuevamente las calles del que fuera su barrio en las cercanías de Exequiel Fernández y Rodrigo de Araya, miró los rostros buscando conocidos, se reunió con sus antiguos amigos, declaró en el proceso y ayudó en la reconstitución de los hechos. No quería hacer declaraciones a la prensa, pero finalmente nos llamó para conversar y contar en confianza la historia que estaban tergiversando los de siempre.
Por eso, al despedirnos, nos pareció decir hasta luego a un viejo amigo, hasta el próximo año -como él dice-, cuando nos juntemos para terminar de contar su historia, la historia de esos primeros días de caótica violencia que vivió nuestro Chile, y miles de chilenos, dentro y fuera del Estadio Nacional.