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3 de mayo del 2002
Cuba: reto al monroísmo hemisférico
John Saxe-Fernández
La Jornada
A poco menos de dos semanas del affaire protagonizado por México
y Cuba en torno a propuestas inadmisibles sobre las formas y tiempos de la participación
del presidente Fidel Castro en la cumbre de Monterrey, han corrido tantos ríos
de tinta que parece que transcurrieron meses. Conviene realizar un esfuerzo
reflexivo sobre algunos asuntos de fondo.
En medio del abandono de los principios históricos de la política
exterior mexicana y de su lamentable sometimiento a los lineamientos de Washington
en relación con Cuba, resaltan dilemas e interrogantes: ¿por qué
los gobiernos de Estados Unidos conciben a Cuba como una amenaza, aun después
del fin de la guerra fría? Con 11 millones de habitantes y un aparato
militar orientado a la defensa nacional, Cuba no representa peligro para Estados
Unidos. Aun así, durante más de 40 años ha estado sometida
a un brutal bloqueo comercial, financiero e industrial, y a continuas agresiones
encubiertas de corte militar terrorista y bioterrorista, en este último
caso no sólo contra la integridad física de Castro, sino también
de la población, y las principales cosechas -azúcar, tabaco, etcétera-
y el stock ganadero, lo que representa una persistente violación de derechos
humanos, políticos y económicos fundamentales.
El mantenimiento del bloqueo no se explica por la naturaleza socialista de la
economía cubana, si se tiene presente la creciente interacción
económica de Estados Unidos con China y Vietnam. El problema se centra
en los intentos cubanos por lograr un manejo soberano en torno a sus principales
ejes de acumulación, que virtualmente durante toda la historia de la
independencia fueron abrumadoramente controlados y usufructuados por empresas
de Estados Unidos. La hostilidad y codicia estadunidense en relación
con la soberanía y riquezas, así como la posición geográfico-estratégica
de la isla son patentes incluso antes de que existieran economías socialistas
en el mundo. Ellas se recrudecieron durante el socialismo soviético y
persisten después de su colapso.
En Geoeconomía y geopolítica del Caribe (UNAM, 1997) he postulado
que los cambios que se observan en la relación entre México, Cuba
y Estados Unidos en su dimensión mundial, hemisférica y regional
son de relevancia para comprender algunos rasgos de los procesos de integración
de corte monroísta, como los que fueron torpemente aceptados por Salinas
y formalizados en el TLCAN y su pretendida proyección al resto de América
Latina por medio del ALCA. Cuando se negociaba el TLCAN, el embajador Negroponte
notó que se transformaría "en la piedra angular" para inducir
un quiebre histórico en la política exterior mexicana a favor
de Estados Unidos, aspiración que fue tomando cuerpo paulatinamente con
Salinas y Zedillo, y que ahora se concreta bajo la conducción de Castañeda
hijo, con tal encono que la dilucidación del fenómeno demanda
un enfoque interdisciplinario que se extiende desde la ciencia política
al sicoanálisis.
El esfuerzo diplomático que despliega Washington desde Tlatelolco se
comprende mejor si se tiene presente que en medio de una creciente rivalidad
inter-bloque, la Casa Blanca se esfuerza en articular un esquema signado por
la colonialidad y la exclusividad comercial, monetaria y de inversiones en América
Latina recrudeciendo su monroismo por medio de un ataque sistemático
contra los principios del derecho internacional público, como lo es el
derecho soberano de los Estados a recurrir a la reglamentación, nacionalización
o expropiación de empresas extranjeras, cuando pongan en peligro el proyecto
y la viabilidad misma de la nación, o bien sean de "utilidad pública".
A Washington le incomoda la postura cubana en torno al servicio de la deuda
externa, uno de los mecanismos fundamentales para el ejercicio de la hegemonía
en función de su alto empresariado. Ese servicio constituye una carga
intolerable sobre las balanzas de pagos, una merma de las reservas internacionales
y una desviación del ahorro interno incompatible con la recuperación
de nuestras economías. La actitud "post-monroísta" articulada
por la Revolución Cubana es algo más que una piedra en el zapato
de Washington.
El post monroísmo materializado en Cuba implica un rechazo al régimen
acreedor a ultranza impuesto a la región como resultado de la crisis
deudora de 1982. En la esfera económica se expresa en políticas
razonables, a nuestro alcance -diametralmente opuestas a los lineamientos auspiciados
por Estados Unidos desde el FMI-BM-, por estar orientadas al bienestar social,
el crecimiento sostenido, la defensa del aparato productivo y las monedas nacionales,
la distribución equitativa del ingreso, la suficiencia alimentaria, la
elevación del ingreso rural, la industrialización y construcción
de infraestructuras productivas y de investigación y desarrollo propias,
así como en su adhesión a principios rechazados formalmente por
Estados Unidos como el derecho de las naciones a disfrutar y disponer soberanamente
de sus recursos naturales.
saxe@servidor.unam.mx