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Latinoamérica

20 de mayo de 2002

ATLÁNTIDA DE CORCHO

Manuel Henríquez Lagarde
La jiribilla

He leído con interés el artículo de Eliseo Alberto "La nueva Atlántida", aparecido esta semana en el diario español El País. Aprecio en dicho texto una auténtica angustia por el destino de Cuba y un esfuerzo por distanciarse de la retórica anticubana, aunque, al propio tiempo, algunas reflexiones de su autor requieran, por los errores de apreciación que contienen, ser sometidas a discusión.
Loable es sin dudas la visión que del bloqueo ofrece el escritor cubano residente en México: "Todos los otoños, cuando comienzan a caer las hojas de los sauces, masacradas por el frío, la Organización de las Naciones Unidas somete a juicio de la comunidad internacional una contundente resolución en contra del bloqueo (embargo) económico que el Gobierno de los Estados Unidos impone al pueblo de Cuba desde hace casi cuarenta años. Luego de varias rondas de retórica, la abrumadora mayoría de los países representados ante la Asamblea General siempre condena la postura de los norteamericanos por considerarla cuando menos un abuso. Lo es sin dudas". El autor no sólo llama al bloqueo por su nombre, sino que además, al igual que la mayoría de los países representados en la Asamblea General, condena sin medias tintas el abuso que este significa cuando afirma: "Sólo un verdugo o un prepotente se atrevería a argumentar, amparado en su fuerza, que la mejor manera de salir de un supuesto tirano es ahogando de sed al pueblo que sojuzga".
Y si el autor de Caracol Beach no desarrolló aún más sus argumentos probablemente se deba, entre otras razones, a que aún en las más "democráticas" y ejemplares redacciones, --en pos de privilegiar algunas formas de pensamiento en detrimento de otras--, suele contabilizarse la "libertad de expresión" en líneas y palabras.
Me permito ilustrar este punto con una anécdota personal. Hace algún tiempo le solicité a los editores del periódico que ahora publica "La Nueva Atlántida" el derecho a replicar un artículo, lleno de calumnias contra Cuba, aparecido en sus páginas. Después de enviar mi respuesta, que no pasaba de tres folios, a la redacción de El País, sus editores accedieron publicarla con la condición de que la misma fuera reducida a la mitad. Hecho esto, exigieron una nueva reducción que dejaba en casi un cuarto mi réplica inicial. Al final, el extracto de mi texto, donde Cuba era mirada desde dentro, nunca se publicó. Algo similar, sucedió con un artículo de Ignacio Ramonet, director del periódico Le Monde Diplomatique, enviado a esa misma publicación a raíz de los sucesos del pasado 11 de abril en Venezuela, manipulación que ya denunciamos en La Jiribilla. El texto vio la luz varios días después, cuando su experiencia de primera mano --Ramonet había estado en Caracas una semana antes del golpe--, ya apenas si tenía sentido.
No sé hasta qué punto esta política de El País haya influido en Eliseo Alberto. El hecho es que pasa por alto que el otoño y la primavera, que tan poéticamente describe, están más relacionados de lo que aparentan. Después de leer "La nueva Atlántida" cualquiera podría pensar que, tal cual sucede en la isla caribeña, en la escena de la política de agresión a Cuba solo existen dos estaciones. Sin embargo, cada nueva primavera ginebrina viene siempre precedida del cruento invierno desatado por las gestiones y chantajes que, procedentes del norte, se desencadenan sobre las desabrigadas y sumisas oligarquías de algunos países del sur. Con la operación ginebrina el gobierno de los Estados Unidos pretende justificar el bloqueo y una escalada de hostilidad que podría llevar incluso a la agresión directa.
Bueno es destacar, no obstante, que resulta insostenible establecer un paralelo entre la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra y lo que ocurre en la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York: en el primer caso los países son abiertamente presionados y chantajeados por la nación más poderosa del planeta, mientras en el segundo se vota contra el bloqueo a partir de un mínimo sentido ético. Cuba, a diferencia de Estados Unidos, no soborna, presiona ni chantajea a nadie. No son tampoco "los voceros" los que desde La Habana sonríen o se indignan: si alguien lo hace, es la principal víctima de la guerra económica promovida por Estados Unidos, la abrumadora mayoría de una población que conoce la obra de la Revolución Cubana en materia de derechos humanos.
De igual forma, no es conveniente olvidar que consumada la "primavera" se aproximan, como acaba de ocurrir recientemente, ardientes y amenazantes veranos. Es una vieja historia que se remonta a algo más de dos siglos. Desde los tiempos en que Quincy Adams aguardaba, en newtoniano delirio la caída de la fruta madura, la Isla ha sido una constante obsesión para las administraciones norteamericanas.
Una prueba de la actualidad de esta obcecación son las recientes acusaciones del subsecretario de Estado para armamentos, John Bolton quien, sin pruebas de ningún tipo -- como reconoció posteriormente el secretario de Estado Collin Powell--, pretendió incluir a Cuba en el llamado "Eje del mal" bajo la acusación de realizar programas limitados de armas biológicas y exportar material biotecnológico con fines militares a otros países. Otra, las amenazas de Otto Reich, subsecretario de Estado para el hemisferio occidental, ferviente embustero vinculado al terrorismo y a las operaciones de la CIA en América Latina durante la guerra fría.
El paralelo entre "las cúpulas políticas de La Habana o la Florida" tampoco resiste el menor análisis. No es posible colocar en el mismo plano al gobierno cubano, ejemplo de eticidad, de principios y de apego a la verdad, y a los que en Miami y otros lugares, se benefician con la "industria del anticastrismo".

Por otra parte, la emigración cubana en los Estados Unidos no es una criatura de la Revolución. Antes de 1959, Cuba, después de México, era el segundo país latinoamericano emisor de emigrantes hacia los Estados Unidos. Y en esa época, como ahora, el fenómeno migratorio tenía un sustento fundamentalmente económico.
La Habana no trata de imponer una postal republicana de un exilio rencoroso y revanchista y como prueba de ello ahí están los diálogos iniciados en 1978 y continuados en los Encuentros de la Nación y la Emigración efectuados a inicios de la década de los noventa.
De más está decir que la Cuba prerrevolucionaria no era propiamente un abrazo: no fue una sociedad unida y amorosa la que fue barrida por la Revolución. Una nación herida por las diferencias sociales, la ilegalidad y la injusticia, no era un espacio muy propicio para los abrazos. Y si bien los orishas eran, y siguen siendo, los mismos en todas partes, las peticiones y encomiendas --que se les hacían y se les hacen--, no resultan en cambio tan semejantes.
Tampoco es exacto que Cuba ha dejado de ser noticia. Lo es muchas veces a través de lamentables manipulaciones. Al mismo tiempo, la permanencia del proceso iniciado en 1959 pone en tela de juicio la sinceridad e inteligencia de algunos editores. ¿Cómo explicar que, a pesar de tormentas, maremotos, hojas que caen y rosas que se marchitan, la Isla y sus utopías permanezcan a flote? Tras años de predicciones que auguraban su inevitable final, podría resultar paradójico dedicar espacio a reflejar con un mínimo de objetividad la resistencia cubana.
Coincidimos en cambio con la amargura de Eliseo Alberto al verificar la "extraña resignación mundial", el "qué le vamos a hacer", que hoy recorre el planeta. Por suerte, Cuba marcha a contracorriente de lamentos y resignaciones y así lo demuestran, aún en medio de difíciles circunstancias económicas, su empeño actual por perfeccionar su obra de justicia social.
No cabe duda que el amor con que veteranos izquierdistas continúan defendiendo a Cuba es inversamente proporcional al odio y el resentimiento que la altura moral y la consecuencia del proceso revolucionario cubano provoca en muchos ex partidarios de la izquierda. Es imposible hablar de una Cuba solitaria. En su existencia misma están depositadas también las esperanzas de cientos de millones de personas en el mundo que conocen la miseria porque la sufren en carne propia en la cotidianidad de
algunas "democracias".
La Isla está viva y vigente, y así lo demuestra la implacable agresividad de sus enemigos y la fiel solidaridad de sus amigos. Cuando se derrumbó el Muro de Berlín, el socialismo en Europa y se desintegró la URSS, se nos quiso ver como museo de algo que debía ser desterrado al pasado --el socialismo--, en un mundo que exaltaba el mercado y la globalización neoliberal como definitiva y moderna o postmoderna solución.
Trece años después, y ante el fracaso del modelo neoliberal y los abismos de pobreza e injusticia que este ha creado, la Isla es, para mucha gente en el mundo, una inevitable referencia de futuro: la demostración concreta de que un país pequeño y pobre, e incluso bloqueado, puede garantizar, para todos sus ciudadanos sin excepción, derechos que hoy se le niegan a la inmensa mayoría de la población mundial.
A los cubanos no nos gusta vivir en guerra. Cuba no inventa ninguna guerra. Como se sabe, no son los "ideólogos" de La Habana quienes han promovido las invasiones, ataques terroristas, y agresiones de toda índole ocurridas durante las últimas cuatro décadas.
Es la Isla, nuestra isla, la que padece la hostilidad y el bloqueo de la poderosa nación del Norte. Es a Cuba a quien se acusa sin pruebas de desarrollar programas de fabricación de armas biológicas. Es a ella a la que se pretende sentar en el banquillo de los acusados de la Comisión de los Derechos Humanos de Ginebra por el simple hecho de existir y continuar desafiando el imposible