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Latinoamérica

18 de mayo del 2002

Democracia en Cuba

Heinz Dieterich Steffan

El ex presidente estadounidense James Earl Carter solicita que Cuba se democratice. La pregunta es, ¿qué tipo de democracia quiere que se introduzca en la isla? ¿Quiere la democracia estadounidense que le obligó a pedir un permiso a la Secretaria de Hacienda (Treasury Department) en Washington, para poder viajar a Cuba? ¿La que le prohíbe a los cubanos residentes en Estados Unidos visitar a sus familiares en la isla más de una vez al año? ¿La que le prohíbe a los hijos de los trabajadores de la base militar de Guantánamo, recibir las pensiones de sus padres, si no emigran del país?
¿O quiere la democracia que pretendió imponer en Nicaragua, cuando, siendo presidente, solicitó a la Organización de los Estados Americanos (OEA) la intervención militar del país en julio de 1979, para impedir el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)? La que ha tolerado, organizado o coorganizado más de 600 (¡!) intentos de asesinato político contra el presidente Fidel Castro; la que, después de matar a casi cinco millones de personas en Indochina en una de sus guerras de agresión, no ha pagado ni un solo dólar para resarcir, al menos, parte del daño material; la que organizó los golpes de Estado contra Salvador Allende y Hugo Chávez, entre innumerables otros; la que viola la ley internacional cotidianamente en su trato a Cuba y Palestina, burlándose de las respectivas y abrumadoras votaciones de la Asamblea Nacional de las Naciones Unidas (ONU); la que emplea delincuentes políticos como Otto Reich, John Poindexter y Elliot Abrams en importantes cargos públicos y miente sistemáticamente a su propia población y la opinión pública mundial y, last but not least, la que permite el robo de las elecciones como en la última contienda presidencial que puso a George Bush II en el poder, con la minoría de los votos efectivos y representando apenas la cuarta parte del electorado de la nación.
Pero, ¿no es James Carter una persona más decente que George Bush o Bill Clinton? Seguramente lo es. Comparado con los "cuervos negros" del actual gabinete es un "cuervo gris" lo que, sin embargo, no lo convierte en una paloma blanca. James Carter no ha dejado de ser un emisario del imperio y su misión es comparable a la de Juan Pablo II: vencer por la vía de la penetración ideológica, donde el método de las armas y de la violencia ha fracasado. Demandar al gobierno cubano, tal como hizo en su discurso televisado en toda la isla, que resuelva las disputas sobre las propiedades confiscadas por la revolución, es pura demagogia, porque La Habana ha estado solicitando esta negociación desde hace décadas. Y afirmar que "las libertades civiles ofrecen a todo ciudadano (en Estados Unidos) una oportunidad para cambiar las leyes" es otra argucia demagógica. Si no, ¿por qué no cambió las leyes del bloqueo cuando era mucho más que un simple ciudadano, cuando era Presidente?
Introducir la democracia transnacional de Enron, Anderson y Bush II en la isla, equivaldría a un serio retroceso en los extraordinarios avances que el proyecto nacional cubano ha logrado desde el triunfo de la revolución en 1959. En muchos sectores de la salud, de educación, de ecología y de cultura, Cuba está más avanzado que los mismos Estados Unidos y nadie en sus cinco sentidos puede creer que un gobierno neoliberal patrocinado por Bush II, Cheney, Colin Powell, Otto Reich y la camarilla anticubana de Miami, con su proyecto de la Maquiladora Global Militarizada (MGM), preservarían tales logros.
La tarea no consiste, como pretendió manipulativamente James Carter en La Habana, en introducir en la isla la República de Wall Street ---como decía el gran patriota cubano Julio Antonio Mella, asesinado, por cierto, por los esbirros del dictador Batista, instalado por Washington en la isla--- sino la profundización de la democracia nacional hacia la democracia participativa. Y esta necesidad es, desde hace años, no sólo parte de la conciencia de la vanguardia cubana, sino parte de su agenda de trabajo. Las reformas hechas en los últimos años dentro del Estado, por ejemplo, en la Asamblea Popular, en el sistema electoral y el servicio diplomático; en el Partido, con la apertura hacia sectores sociales antes excluidos y, crecientemente, en la sociedad civil, con la "revolución de la cultura", las visitas de Woytila y Carter, la Feria del Libro en todo el país, etc., todos esos son pasos hacia la democracia real participativa que será la forma dominante de convivencia política de la humanidad en el siglo XXI.
Nadie puede exigir que el expresidente Jimmy Carter entienda algo de la democracia participativa o, si la entiende, hable de ella. Porque, si hablara de ella, no podría proponer de buena conciencia el retorno al elitismo político burgués. Lo que hizo en La Habana fue equivalente a haber demandado a los vencedores burgueses de la Revolución Francesa el regreso al ancién régime de la monarquía absoluta feudal o a Cromwell, el retorno de los Stuarts. Pero, en rigor, nada de eso tiene que ver con la democracia, por que Carter tiene absolutamente claro el grado de antidemocracia del sistema estadounidense, tal como manifestó después de las elecciones presidenciales del 2000, cuando constató que el sistema electoral del país no cumple con "las normas mínimas" que establece el Centro Carter para elecciones democráticas; cosa que, por lo demás, es obvia para cualquiera que conoce el sistema estadounidense.
La esencia de esas discusiones bizantinas es económica. El proyecto de Bush II para Cuba es la república bananera de los años treinta; el de Carter es el de Hongkong, un centro de alta tecnología con maquiladoras. Bush significa la anexión neocolonial mafiosa; Carter es la high-tech joint venture, la asociación capitalista sobre la tecnología de punta. Por eso, Carter es preferible a Bush; pero, ninguno de los dos representa los intereses objetivos ni la dignidad nacional cubana. Esa radica en la vanguardia y el pueblo consciente del país que están construyendo la democracia participativa. O, lo que es lo mismo, el socialismo del siglo XXI.