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Latinoamérica

16 de mayo del 2002

Democracia en EE.UU: una lección para cubanos

Nelson P. Valdés
Counterpunch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

El 22 de abril de este año, USAID anunció su ciclo anual buscando proposiciones para su Programa "Comunicar con el Pueblo Cubano" para 2002. (M/OP-02-916). Desde 1996, USAID ha otorgado más de 15 millones de dólares "para apoyar la transición de Cuba a la democracia". El gobierno de Estados Unidos ha estado tan preocupado por la "democracia" en la isla que ha gastado más de un dólar por cada niño, adolescente y adulto cubano en la isla.
Se espera que los "candidatos exitosos" – dice el pedido de proposiciones– "aumenten el flujo de información exacta sobre la democracia, los derechos humanos y la libre empresa hacia, desde, y dentro de Cuba." Cada candidato puede recibir una suma que va desde 400.000 dólares hasta un millón de dólares.
Aunque el dinero de los contribuyentes termina en los bolsillos de los exiliados cubanos, hemos decidido escribir este artículo y publicarlo en un periódico cubano, sin cobrarle a nadie. Por cierto esperamos que contribuirá a una profunda comprensión por parte de los cubanos de cómo funciona la "democracia" en Estados Unidos, donde vivo. Además, tal vez la Sección de Intereses de EE.UU. en la Habana distribuya esta información a todos los cubanos que la visitan para aprender algo sobre el sistema democrático estadounidense y la "economía de libre mercado" (o sea el capitalismo) –que es un objetivo declarado de la política estadounidense. Un aspecto fundamental de la democracia es el sistema electoral. Hay que saber que en nuestro sistema democrático los candidatos a presidente tienen un límite de lo que pueden gastar –si reciben fondos federales. Sí, el gobierno federal puede financiar candidatos (pero sólo si han obtenido un cierto porcentaje de los votos en una elección anterior. Se podría pensar que una tal práctica no es justa para los partidos políticos nuevos, pero como lo indicó el Presidente Jimmy Carter, el mundo no es justo.)
En la elección presidencial del 2000, la Comisión Electoral Federal (escribe las reglas para los gastos) estableció que si un candidato a presidente acepta fondos del gobierno, el candidato puede gastar 40,5 millones de dólares para lograr la nominación de su partido respectivo (demócrata o republicano). En Estados Unidos el partido político no selecciona un candidato, más bien son los candidatos que se proponen al partido –y eso cuesta dinero. Una vez que el partido político se decide por a alguien para que sea candidato, entonces el candidato del partido puede gastar hasta 67,5 millones de dólares durante la elección presidencial.
Asimismo, cada uno de los dos partidos políticos también puede gastar hasta 13,6 millones de dólares para su respectivo candidato. Cada partido puede gastar otros 13,5 millones de dólares para cada una de las convenciones de los dos partidos. En total, cada candidato tiene un límite para sus gastos de unos 122 millones de dólares. Si se declara de acuerdo con el financiamiento público, [cada partido] recibe del gobierno federal otros 122 millones para cada candidato.
En otras palabras, cada candidato podría gastar la modesta suma de 244 millones para llegar a ser Presidente de Estados Unidos. Se podría pensar que es muchísimo dinero, pero como dijera una vez W.C. Fields, nosotros en Estados Unidos obtenemos el mejor presidente que se pueda comprar con dinero. Sin embargo, hay que comprender que los límites de gastos no son aplicables si un candidato decide no aceptar el financiamiento federal, entonces el cielo es el límite para lo que puede gastar en su campaña.
Aunque éste es un aspecto fascinante de la democracia de mercado, no constituye la principal preocupación de este informe. Tampoco quiero discutir las "ineficiencias" del recuento de los votos. Probablemente habrán oído hablar del tema durante las últimas elecciones presidenciales. Déjenme limitarme a decir que en la última elección se perdieron realmente 5 millones de votos incluyendo los votos no contados. Es uno de esos fenómenos que siguen siendo uno de esos misterios que nuestros científicos no han logrado comprender o explicar, simplemente suceden. Pero sabemos que es más fácil trazar la trayectoria de los neutrinos que capturar la invisible mano de la democracia.
Este informe, sin embargo, va a hablar de demografía. Y vamos a concentrarnos en el registro de votantes y en las votaciones en las elecciones presidenciales de hace dos años (2000). Para aquellos que puedan dudar de la información utilizada, vale la pena mencionar que el material proviene del informe del Buró del Censo de EE.UU. publicado en febrero de 2002, con el título de Votación y Registro en la Elección de noviembre de 2000: Características de la Población.
En el año 2000 hubo 203 millones de estadounidenses en edad para votar (más de 18 años). De esos 203 millones, 186 millones eran ciudadanos de EE.UU. y tenían derecho a voto, hay que realizar activamente el papeleo necesario para convertirse en un "votante registrado". Así que, 56 millones nunca se registraron para votar. De los que se registraron para votar (130 millones), 19 millones tampoco votaron. Así que, 56 millones más 19 millones, son 75 millones de personas que pueden votar y que simplemente no lo hicieron. De los 186 millones de estadounidenses que pueden votar, 111 millones lo hacen –aunque 5 millones de votos desaparecen por arte de magia. En cierto sentido votan, pero no son contados, así que terminamos con 80 millones de estadounidenses que no forman parte de la experiencia democrática estadounidense.
En la elección presidencial pasada, votó sólo un 27,5 por ciento de los "Hispanics" [latinos] (incluye a los cubano-estadounidenses) que eran ciudadanos. De cada 100 latinos, 42 no estaban registrados. Un sesenta por ciento de todos los desocupados de EE.UU. en edad de votar no lo hicieron, y sólo un 51% de los que tienen empleo decidieron participar. En nuestra democracia de mercado, la participación de los electores, sigue muy de cerca al nivel de ingresos. Mientras mayor el ingreso, más gente vota. Un 72 por ciento de los que tienen ingresos de 50.000 dólares o más votaron. Pero, si el ingreso era inferior a 10.000 dólares, entonces un 62 por ciento simplemente no votó.

Existe una correlación entre el nivel de ingresos y de registros, así como de participación de los votantes. Mientras más pobres los estadounidenses, menos participan en el proceso democrático. Hay que saber también que la tasa de participación en las elecciones en EE.UU. ha disminuido permanentemente desde los años 60. Así que tenemos 80 millones de estadounidenses que debieran participar en las elecciones pero no lo hacen. Son ciudadanos de Estados Unidos. En realidad, en la última elección presidencial sólo un 49 por ciento de los estadounidenses que podían votar lo hicieron.
De manera que lo que podrían preguntarse es: ¿Por qué está tan interesado el gobierno federal de EE.UU. en la democracia y en las elecciones en Cuba? Después de todo, los cubanos no son ciudadanos estadounidenses. ¿Por qué gastan un dólar por cada cubano, no importa la edad, para promover la "democracia"? Supongo que 6 millones de cubanos son más importantes que 80 millones de ciudadanos estadounidenses.
Tienen suerte, nosotros no.
11 de mayo de 2002
Nelson Valdés es profesor de sociología, especializado en América Latina en la Universidad de Nuevo México. Su correo es: nvaldes@unm.edu