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29 de mayo del 2002
La crisis argentina, un gran negocio de la banca "offshore"
Víctor Ego Ducrot
La Otra Aldea
• Escenarios como el argentino son alentados y usados por los paraísos
fiscales • Los bancos saquearon 110.000 millones de dólares en 14 meses
• Estados Unidos se benefició con una gigantesca operación de
lavado • Después del 11-9-01, Washington necesitó 500.000 millones
• Las corporaciones comprarán lo que queda de Argentina a precio de remate
• Finalmente se quedarán con su territorio • Es parte de la estrategia
del Imperio Global Privatizado
El saqueo sufrido por la Argentina sólo fue posible porque
existió una estrategia deliberada en ese sentido. Una estrategia apoyada
sobre el sistema "offshore" de la banca mundial, y diseñada y ejecutada
por las corporaciones financieras de las principales facciones del Imperio Global
Privatizado (IPG). Para ello, los saqueadores contaron con la complicidad activa
del establishment político y económico vernáculo.
En su libro "El color del dinero" (Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 1999),
el autor de esta nota reveló los mecanismos que el corporativismo financiero
globalizado estaba poniendo en funcionamiento para convertir a la Argentina
en un paraíso para la especulación y la fuga de capitales, mecanismos
que vienen aplicándose, a veces con características e intensidad
distintas, a lo largo y a lo ancho de todo el mundo "en desarrollo" o dependiente.
Ese libro fue publicado mucho antes que el tema "lavado de dinero" estallará
sobre el tablero político local. Cuando ello sucedió -el año
pasado-, una comisión investigadora del Parlamento concluyó con
un informe que, en términos generales, confundía lavado con ennegrecimiento
de fondos, sosteniendo entonces que en Argentina se "blanquearon" enormes fortunas
cuando los hechos ocurrieron exactamente al revés: el país fue
víctima de un incesante drenaje de capitales.
Esta confusión no es un dato menor. En primer lugar, impide entender
los hechos mismos y la estrategia aplicada por el IPG. Pero además, de
ella se concluye que Argentina forma parte del mercado receptor de capitales
netos, cuando, como la mayoría de los países en desarrollo, sólo
recibe inversiones nominales -ej. la compra de activos públicos mediante
títulos de deuda y líneas de créditos externas, obtenidas
por los compradores de esos activos- o especulativas, con fondos volátiles.
Esos errores conceptuales conducen a creer que sólo es necesario emprolijar
y transparentar el modelo vigente, cuando lo que Argentina y el mundo "en desarrollo"
necesitan -y los hechos locales así lo demuestran- es revertir ese modelo,
romper con la lógica del poder e impedir que el Imperio Global Privatizado
siga adelante con su estrategia.
En su primer capítulo, "El color del dinero" anticipó los mecanismos
básicos y el modus operandi utilizados por los principales bancos del
sistema para fugar sus capitales de la Argentina. También dejó
asentado que muchos de esos mecanismos funcionaban a la luz del día,
a la vista de quien quisiera verlos.
Recordemos entonces un extracto de ese texto:
Las once y media de la mañana es una buena hora para quien quiera sacar
del país sus ahorros o fortunas sin salir del centro de Buenos Aires,
y por supuesto, sin tener que recurrir a esos cinematográficos pero engorrosos
y onerosos periplos que suelen verse en las pantallas de televisión (...).
Que el interesado camine por la peatonal calle Florida hasta el número
183. Cuando llegue vera que se encuentra justo a la puerta del Citibank de Buenos
Aires.
Una vez allí debe subir hasta el segundo piso y preguntar por algún
oficial de cuenta de la gerencia comercial de Priority Banking. El conserje,
un hombre atildado y de muy refinadas maneras, le indicará entonces que
suba un piso más, que allí lo atenderán. La tercera planta
de la casa central del Citibank de Buenos Aires está instalada con esa
combinación de confort y mal gusto que sólo los norteamericanos
son capaces de sintetizar. (...) Al rato aparece nuestra oficial de cuentas.
-Encantada. Pase por aquí.
-Ducrot, mayor gusto. Soy uno de los gerentes socios de Compacta SRL -está
claro que se trata del nombre ficticio de una empresa inexistente-, una consultora
especializada en el sector de química industrial (...) Como hemos abierto
una importante línea de negocios con el exterior queremos saber si el
banco puede asesorarnos en dos tópicos.
-Usted dirá.
-En primer lugar necesitamos abrir una cuenta en el exterior para hacer operaciones
sobre la cuales no queremos dejar ningún rastro, ¿me entiende?
-Sí, creo que sí.
-En pocas palabras, no queremos que la Dirección General Impositiva conozca
la existencia de esos fondos. Y la segunda cuestión consiste en saber
si ustedes pueden ayudarnos a crear una empresa "offshore", fuera de la Argentina;
es que pretendemos facturar desde allí muchos de nuestros negocios en
el exterior. ¿Me explico?
-Bien, son asuntos diferentes. Primero veamos lo de la cuenta corriente. Nosotros,
en principio, sólo operamos con cuentas personales. Si lo que quieren
ustedes es abrir una cuenta a nombre de la empresa, entonces deberé hacer
algunas consultas en una de nuestras oficinas. Yo puedo asesorarlos respecto
de la primera opción, es decir una cuenta personal, que puede tener uno
o más titulares.
-Bueno, ése podría ser un camino, porque nosotros somos cuatro
socios.
-Perfecto. Es muy sencillo. Podemos abrirles una cuenta corriente en el Citibank
de Nueva York o en el Citibank de Miami, que ustedes operarían desde
aquí como cualquier otra cuenta corriente. En principio se necesita un
depósito inicial de 100.000 dólares (...). Ustedes nos indican
día, lugar y hora y uno de nuestros operadores los visita, es todo. Quiero
aclararles que estas cuentas se manejan como cualquier otra cuenta, aunque tienen
una ventaja adicional, su costo es cero. Además, el banco les extiende
la correspondiente Citicard, la que puede ser usada desde cualquiera de nuestras
terminales en red.
Había llegado el momento de formular dos preguntas muy concretas: ¿es
cierto que las operaciones hechas a través de este tipo de cuentas no
dejan rastros locales? ¿debemos acaso explicar, justificar o documentar el origen
de nuestros depósitos?
Las respuestas fueron tan claras como escuetas, y sonaron contundentes: es absolutamente
cierto, las operaciones se realizarán en el exterior, y el origen del
dinero es una cuestión que compete al cliente (...).
El otro día llegó y la "broker" del Citibank volvió a recibirnos
sentada a su escritorio semicircular. "Estuve conversando con la gerencia del
sector y me dijeron que sí, que podemos ayudarlos a constituir la sociedad
que necesitan, pero tiene que ser una entidad con un piso de facturación
inicial no menor a los tres millones de dólares. Si están de acuerdo
deberíamos organizar una reunión con sus abogados y contadores,
en la que se tratarán todos los detalles sobre costos, requisitos legales,
lugares y operatorias", fue la respuesta de la ejecutiva del Citibank.
Así quedó Argentina
El país está roto. Oficialmente se reconoce que el 50 por ciento
de la población vive en la pobreza y encuestas privadas no desmentidas
indican que el 57 por ciento de los casi 7 millones de menores de 14 años
se reparte entre la miseria y la indigencia. El sistema productivo está
paralizado. Con más de un 100 por ciento promedio de aumento en los precios,
la hiperinflación se encuentra a un paso.
El aparato productivo se encuentra paralizado y el sistema bancario y financiero
estalló por los aires. El gobierno de facto del peronista Eduardo Duhalde
(de facto porque nació como provisional y se autoconstituyó como
ordinario, sin mandato alguno del electorado) es repudiado por el 80 por ciento
de la población. Los legisladores (representantes del pueblo) no pueden
aparecer en público porque el mismo pueblo los abuchea, golpea y escupe.
Los miembros de la Corte Suprema y la mayoría de los jueces son acusados
de corruptos y sufren idénticas formas de rechazo popular. En medio del
desastre, el stablishment (los partidos peronista y radical, sus circunstanciales
aliados de derecha o "progresistas", las grandes corporaciones empresarias y
financieras, sus portavoces -economistas y medios de comunicación) apuestan
todo a un acuerdo con el FMI para perpetuar el modelo que tantos éxitos
le deparó. Los sectores populares, sobre todo las fuerzas de izquierda,
no logran articular ni un método ni un discurso que pueda aglutinar y
encauzar la creciente protesta social inorgánica. En ese marco, el Imperio
Global Privatizado avanza hacia su objetivo de máxima: depreciar tanto
a la Argentina y licuar su sistema político de forma tal que se creen
las condiciones para tomar por asalto no sólo lo queda de su aparato
productivo (empresario) sino su territorio, su subsuelo y sus recursos naturales.
Esa estrategia se orienta hacia una reformulación del sistema político
y administrativo, con mayores autonomías provinciales, nuevas regionalizaciones
asociadas directamente a las corporaciones financieras globalizadas y la dolarización
efectiva -no ya de hecho- de todo el sistema económico. Esos planes del
IPG fueron expuestos públicamente por economistas del MIT y son alentados
en el país por "consultores" como Henry Kissinger, contratados por el
gobierno de facto de Eduardo Duhalde. Los "técnicos" del proyecto ya
realizaron en la Patagonia un encuesta tendiente a determinar cual es nivel
de aceptación popular de una iniciativa de regionalización.
Mientras tanto, casi nadie atina a desenredar la verdadera madeja tejida por
el Imperio Global Privatizado (IPG) para hacer de la Argentina lo que actualmente
es. El stablishment sabe lo que sucedió -porque a su cargo estuvo la
realización interesada del desaguisado- y trata de ocultar la verdadera
naturaleza de los hechos. Por su parte las fuerzas del cambio se pierden en
un mar de confusiones porque no se animan a romper con el discurso ni con la
lógica del poder: aceptan sus categorías visibles y desconocen
las subterráneas, las de la metapolítica y la metaeconomía
de fondo, las que verdaderamente vienen movilizando al capitalismo desde los
tiempos de su primera acumulación y las que han hecho posible este nuevo
estadio que denominamos Imperio Global Privatizado.
El botín argentino se convirtió en "offshore"
Ante la evidencia del desastre, desde distintas usinas informativas están
quemándose las neuronas para calcular la situación en cifras comprensibles
y entender los mecanismos del saqueo. En un artículo anterior de "La
Otra Aldea" demostramos que la banca extranjera acreedora -muy especialmente
la norteamericana, perteneciente a la facción dominante del IPG- se está
quedando con todo lo que -una vez más- pasamos a detallar:
Con los casi 47.000 millones de dólares en billetes que el sistema bancario
confiscó a los ahorristas -físicos e institucionales- que quedaron
atrapados en el "corralito". Luego, y con el aval del gobierno que dispuso la
llamada "pesificación", comenzaron a "devolver" esos ahorros, por goteo
claro, pero en pesos que ya fueron devaluados en más de un 300 por ciento.
Debido a la iliquidez total que se produjo en el mercado, acentuada por la constante
alza de precios desde que se salió del régimen de "convertibilidad"
los ahorristas de la clase media para arriba están siendo obligados a
deshacerse de los dólares que tiene fuera del sistema bancario (bajo
el colchón), operaciones éstas que pueden llegar a representar
un total de 16.000 millones de dólares.
Debido a las presiones de Estados Unidos y del FMI el gobierno se vió
obligado a liberar el mercado de cambios antes de lo previsto y a proteger a
los bancos, decidiendo que sean sólo las casas de cambio las habilitadas
para vender y comprar divisas. Pero se trata de un mecanismo aparente. Son los
bancos los que proveen de dólares a las casas de cambio, para oxigenar
así de pesos a las grandes empresas deudoras que ahora pagaran sus cuentas
en signo nacional, después de haberlas licuado a través de la
"pesificación" uno a uno. Entonces, ¿en esa licuación, pierden
los bancos? No, de ninguna manera. Si bien originalmente "pesificaron" sus créditos
a un peso por un dólar y sus deudas a 1,40 pesos por dólar, el
Estado emite títulos de su deuda a favor de la bancos para compensar
esa supuesta pérdidas, pero son bonos canjeables por dólares billete.
Esta complicada operación representaría un valor total de 11.000
millones de dólares de beneficio para la banca, casi la misma cifra que,
en cumplimiento del régimen bancario anterior, tiene depositados en el
Banco Central.
Ya llevamos contabilizados a favor de los bancos una incautación de 74.000
millones de dólares en un plazo no superior a los 90 días. Aunque
Argentina nunca hubiese entrado en "default" y se caracterizase por poseer una
economía en crecimiento y ser una impecable pagadora de sus deudas, nunca,
jamás, la banca acreedora hubiese podido soñar con recibir, en
tan poco tiempo, el pago de casi la mitad de todos sus créditos a este
país. Y con un agravante, pese a haberse quedado con 74.000 millones
dólares, la banca acreedora -reiteramos que muy especialmente la norteamericana-
sigue siendo acreedora de la deuda externa argentina formal.
Pero hay más. El Banco Central, que ve reducir sus reservas reales a
pasos acelerados porque lanza dólares al mercado para tratar sin éxito
de controlar la cotización de la divisa, en algo más de cuatro
meses lleva prestados a los bancos unos 16.000 millones de dólares, préstamos
que no han sido ni serán devueltos porque los bancos dicen que están
en quiebra. Esos 90.000 millones de dólares fueron sacados del país
por lo bancos que actualmente le dicen a sus clientes que no tienen efectivo
para hacerle frente a las cuentas a la vista ni para reembolsar los depósitos
a plazo. Entre marzo y noviembre del año pasado, esos mismos bancos,
con los norteamericanos a la cabeza -aunque los europeos como el BBV, Santader
y Credit Agricole recurrieron al mismo mecanismo- ya habían fugado del
país unos 20.000 millones de dólares.
En resumen. En casi catorce meses, el sistema bancario que opera en Argentina
succionó hacia el exterior unos 110.000 millones de dólares, aunque
como ya lo señalamos todavía tiene en su poder los títulos
para demandar el cobro de la deuda externa, cobro cuya efectividad está
a cargo de la oficina de relaciones políticas del IPG, más conocida
como Fondo Monetario Internacional (FMI).
En tanto dentro de la plaza monetaria local quedaron sólo 50.000 millones
de pesos devaluados frente al dólar en más de un 300 por ciento
y expresados en ese signo y en cuasi monedas provinciales y federales. Los tenedores
de esas masas monetarias solamente tienen dos objetivos: no ser capturados por
los bancos y concurrir al mercado cambiario en pos de dólares.
Aquellos 110.000 millones de dólares incautados por los bancos fueron
a parar al circuito "offshore" del mismo sistema bancario, en el cual se cobran
tasas de interés a veces más altas que la ordinarias, a la vez
que se recibe protección y resguardo frente a los regímenes fiscales
e impositivos. Todos tienen el derecho de preguntarse adónde fue a parar
ese dinero, pero no hay que pensar en la existencia de túneles secretos
ni de senderos tortuosos. Es muy probable que esos dineros hayan sido cobrados
a través de cuentas bancarias abiertas fuera de la Argentina, sobre todo
en plazas "offshore" como Islas Caimán y Antigua, pero también
en Canadá y en la isla de Mann, en Gran Bretaña.
Generalmente, esas masas dinerarias regresan al circuito legal a través
de algunos de los tantos fondos de inversión más fuertes del planeta.
Además, buena parte del dinero succionado a la Argentina vía fuga
de capitales sirvió para engrosar las masas líquidas y exentas
de todo impuesto acumuladas en la banca "offshore" y que la economía
de Estados Unidos (cabeza política y militar del Imperio Global Privatizado)
necesitó para ejecutar la operación de lavado de dinero más
importante de las últimas décadas: usando la excusa de los atentados
del 11 de septiembre del 2001, el corporativismo empresario y financiero norteamericano
recibió una inyección de más de 500.000 mil millones de
dólares, bocanada de aire financiero vital para proseguir su campaña
en pos del hegemonismo dentro del IPG, frente a los intereses de la Unión
Europea (UE) y de la nueva emergencia del Sudeste asiático, esta vez
de la mano de China (país reconocido por el FMI como próxima cuenca
de poder económico).
Otra parte significativa del botín sustraído de la Argentina será
utilizado por el mismo sistema bancario -a través de financiaciones directas
y de sus fondos de inversión- para adquirir una significativa parte de
la empresas privadas locales que se encuentran en "default", que acumulado llega
a los 5.000 millones de dólares.
Es por eso que el FMI presiona para que el gobierno argentino ponga en vigencia
una norma que el IPG considera imprescindibles -una nueva ley de quiebras- y
para que derogue otra que considera inaceptable, la llamada ley de subversión
económica.
Si se sanciona un nuevo régimen de quiebras a gusto del FMI, ninguno
de los grupos locales que se encuentran en estado de precariedad financiera
podrá soportar las presiones de su acreedores, en su mayoría bancos
del sistema que provocó, con la complicidad de la corporación
política nativa, la destrucción de la economía local.
Si el FMI logra finalmente la derogación de la ley de subversión
económica, todos los banqueros que por presión popular se están
viendo sometidos a la justicia -acusados de maniobras fraudulentas- deberían
quedar fuera del alcance de los tribunales, gozando de total impunidad.
Sin esas operaciones no existiría el capitalismo
En el ya citado libro "El color del dinero", el autor de este artículo
señala que las autoridades fiscales y de contralor policial de los países
desarrollados -con Estados Unidos en primer lugar- gastan millones de dólares
por año para imponer y supuestamente hacer observar estrictas legislaciones
contra la economía negra, la evasión fiscal y el lavado de dinero.
Sin embargo, esa actividad estatal esconde un doble discurso, porque el modelo
económico global del tercer milenio necesita del dinero negro o asistemático,
como lo denominan los técnicos, de la misma forma que depende del dinero
blanco, legal o sistemático.
Los capitales pasan de la ilegalidad a la legalidad con total facilidad, y es
lícito sospechar que sucede así porque así lo permiten
las reglas de juego, las que por lo tanto no están tan comprometidas
como parece en la lucha contra el dinero sucio. "¿Alguien revisa el origen de
los capitales de los inversores extranjeros?", preguntó el fiscal norteamericano
John Moscow durante un ciclo de jornadas sobre prevención del fraude
y la corrupción, realizado en Buenos Aires en abril de 1998. "El poder
se desplazó de los gobiernos a las empresas", sentenció en aquella
oportunidad el fiscal neoyorquino, frase que de alguna forma -inclusive involuntaria-
remite a la categoría de análisis que venimos desarrollando en
esta serie de artículos distribuidos por "La Otra Aldea": la del Imperio
Global Privatizado.
Los servicios de inteligencia del Tesoro norteamericano nos dan una versión
más descarnada. Reconocen que el sistema no quiere -ni le conviene- acabar
con la economía negra. Simplemente hay que regularla, para que no se
rompan las cotas de un equilibrio emprendedor; es decir, para que los montos
asistemáticos que circulan en el mundo no provoquen una reducción
drástica de las masas monetarias sistemáticas que se necesitan
para mantener las bases imponibles de los Estados, y por consiguiente la sobrevivencia
de sus respectivas burocracias. Claro que ese punto de equilibrio comenzó
a desplazarse unos cuantos grados a favor del dinero negro en la medida que
los Estados de la modernidad pasan a ser paulatinamente reemplazados en sus
funciones por las corporaciones privadas multinacionales, fenómeno éste
que su ubica en el centro de nuestra concepción acerca del Imperio Global
Privatizado.
En ocasión de nuestra investigación que culminó en el libro
"El color del dinero" fuentes del propio gobierno norteamericano admitían
lo siguiente: la secretaría del Tesoro y todas las agencias gubernamentales
de Washington están comprometidas sólo con la salud del dólar
y con la seguridad nacional de los Estados Unidos, con el cumplimiento de sus
leyes impositivas y con el crecimiento y la estabilidad de su economía;
todo el resto es un juego de dialéctica política.
Aduciendo que al luchar contra el lavado de dinero los bancos sufren graves
cargas administrativas, el gobierno de los Estados Unidos flexibilizó
el sistema de normas que exige a aquellos declarar las transacciones en efectivo
realizadas por su clientes. Según disposiciones establecidas por el FINCEN
-oficina antilavado de la secretaría del Tesoro- desde setiembre de 1998,
los bancos pueden efectuar operaciones en efectivo con la mayoría de
los clientes comerciales sin tener que cumplir con las comprobaciones sobre
el origen de fondos que se exigían para todos los depósitos superiores
a los 10.000 dólares, comprobaciones que quedaron vigentes sólo
para clientes personales y para un pequeño grupo de empresas excluidas
de ese privilegio. "Estoy muy satisfecho con el resultado de las nuevas medidas",
dijo feliz de la vida John Byrne, uno de los principales asesores jurídicos
de la Asociación de Banqueros de los Estados Unidos.
Planteado el problema en estos términos, las grandes corporaciones financieras
tienen en claro que su propios intereses dependen del flujo de capitales de
que dispongan los principales centros de riesgo financiero del planeta -los
llamados mercados emergentes- y no les importa el color ni la legalidad de esos
flujos.
La ecuación es muy simple: para que la rueda dineraria del mundo globalizado
siga funcionando, el sistema necesita de dos masas monetarias (la sistemática
y la asistemática) que no se desequilibren y se compensen en forma recíproca.
Ya vimos que, por ahora, el mundo globalizado necesita del dinero sistemático
porque sin él es imposible pensar en bases imponibles, pero también
necesita de la segunda, para lavarlo oportunamente porque el dinero sistemático
no alcanza para financiar el engranaje planetario, y sobre todo porque se trata
de una masa monetaria que se exime de los costos impositivos originales, lo
que equivale a decir que constituye lo que se llama capital neto.
Esa ecuación debe mantenerse en equilibro. Si la masa de dinero legal
aumenta demasiado en desmedro de la masa de origen negro, disminuye el capital
neto, se achica la capacidad de pago de los deudores, decrece la inversión
y aumenta el desempleo. Si, al revés, la que se sale de cauce es la masa
en negro, entonces se achican las bases imponibles y corre peligro la existencia
burocrática de la maquinaria estatal que todavía necesita el Imperio
Global Privatizado. Las instituciones de contralor y policía creadas
y mantenidas por los Estados centrales tienen por fin controlar el equilibrio
de esa ecuación y bregar para que la mayor parte posible de capitales
negros se laven en sus respectivas bancas de bandera.
A Estados Unidos, por ejemplo, no le interesa si las grandes corporaciones que
tienen sede principal en su territorio evaden impuestos en otros países;
es más, le conviene que así sea, porque se trata de sumas de dinero
a lavar a través de la propia banca norteamericana.
Pero no debemos equivocarnos. Estos mecanismos del capitalismo, amparados en
el doble discurso, en el velo de los políticamente correcto, no nacieron
con el Imperio Global Privatizado. Surgieron con los orígenes mismos
del capitalismo y se consolidaron durante el período preimperialista.
Buena parte de la acumulación financiera de Gran Bretaña durante
los siglos XVIII y XIX fue posible gracias a los fondos clandestinos que generaba
el tráfico de opio en China y en todo el Lejano Oriente. Para administrar
esos fondos, la Compañía de las Indias Orientales, la corporación
privada a través de la cual la Corona ejercía su potestad en aquellas
colonias, fundó el Hong Kong and Shangai Bank. En ese banco se formaron
personajes como Cecil Rhodes, uno de los pioneros en los negocios de Wall Sreet.
En 1776, un empleado de la Compañía de las Indias Orientales escribió:
"Los servidores de la compañía han intentado en varias ocasiones
establecer en provecho propio el monopolio de algunas de las más importantes
ramas no sólo del comercio exterior, sino del comercio interno del país
(...). En el transcurso de uno o dos siglos, la política de la compañía
inglesa habrá resultado tan destructiva como la de la holandesa (...).
No obstante, nada puede ser más directamente contrario al interés
real de las compañías en tanto soberanas de los países
que han conquistado (...). Está en su interés- del soberano- por
consiguiente, aumentar en lo posible ese producto -el opio- anual. Pero si bien
esto corresponde al interés de todos los soberanos, lo es peculiarmente
de aquellos cuyas rentas, como las del soberano de Bengala, surgen principalmente
de la renta del suelo. Esa renta debe guardar proporción, necesariamente,
con la cantidad y calidad del producto, y tanto la una como la otra deben depender
de la extensión del mercado". Ese empleado de la Compañía
se llamaba Adam Smith -padre de la economía política del capitalismo
moderno- y el texto pertenece a su obra capital, "La riqueza de las naciones".
Y para finalizar, valga el siguiente recordatorio: el Hong Kong Shangai Bank
fundado para hacer circular los tesoros del opio en aquella lejana China es
el mismo Hong Kong Shangai Bank (HSBC) que participó, junto a otras varias
corporaciones financieras, en el saqueo que está sufriendo la Argentina.
El autor de esa nota es periodista y escritor argentino. Es autor de varios
libros, entre ellos "El color del dinero" (1999) y "Bush & ben Laden S.A"
(2001). Durante casi tres décadas ejerció el periodismo en distintas
agencias internacionales de noticias y en periódicos y revistas de América
Latina y Europa. Actualmente vive en Buenos Aires y ejerce el periodismo independiente.
Es columnista de "El Corresponsal de Medio Oriente y Africa"(www.elcorresponsal.com).
A fines del año pasado lanzó el proyecto de La Otra Aldea, como
espacio de debate y reflexión sobre el Imperio Global Privatizado.
laotraaldea@hotmail.com