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Latinoamérica

24 de mayo de 2002

Por el celibato facultativo

Frei Betto
Servicio Informativo "alai-amlatina"  


ALAI-AMLATINA, 21/05/02, Sao Paulo.  La Iglesia católica exige el celibato de sus sacerdotes y obispos. Entre monjes, frailes y hermanas, la exigencia es intrínseca a nuestra vocación. Vivimos en comunidad, hacemos votos de pobreza, castidad y obediencia. Por lo tanto, tratándose de miembros de Órdenes y congregaciones religiosas, es en lo mínimo un contrasentido cualquier debate en cuanto a la ruptura de esos compromisos.  
 
Lo mismo no se puede decir de sacerdotes diocesanos, también llamados seculares. La vocación sacerdotal no coincide necesariamente con la vocación al celibato.  
 
Y esta no es una característica exclusivamente eclesiástica. El celibato es encontrado también en otras tradiciones religiosas, e igualmente en militantes políticos consagrados a una causa. Ho Chi Minh fue célibe toda la vida, y Luis Carlos Prestes hasta virar los 30 años.  
 
La Iglesia primitiva ordenaba hombres casados. No asociaba sacerdocio al celibato, pues tenía en mente que Jesús escogió para apóstoles hombres casados. Prueba de eso es que él curó a la suegra de Pedro (Marcos 1,30). Quien tuvo suegra, tuvo mujer.  
 
Jesús fue célibe, como tantos místicos que los precedieron en la historia de las religiones. Y no reconoció valor del celibato en sí, y sí en función de la misión en provecho del Reino de Dios (Mateo 19,1- 12).  
 
Al contrario de lo que se piensa, el celibato no se universalizó entre el clero para impedir que el derecho de herencia viniese a dilapidar los bienes se la Iglesia. Si fuese así, las Iglesias evangélicas, cuyos pastores se casan, ya estarían quebradas.  
 
Fue la progresiva monarquización del poder eclesiástico, a partir del siglo VIII, que acercó al clero a las exigencias propias de la vida religiosa. Aún así, en el periodo colonial brasileño era común encontrar sacerdotes casados rodeados de abundante prole.  
 
En la opinión del cardenal Paulo Evaristo Arns, el celibato clerical debería ser facultativo. Aquellos que no tuviesen vocación para abrazarlo ejercerían su ministerio sacerdotal aunque contrayendo otro de los siete sacramentos: el matrimonio.  
 
Juzgo que no hay motivo teológico que justifique el derecho de los hombres a tener acceso a los siete sacramentos, como ocurrió al gran abad benedictino Timoteo Amoroso, mi director espiritual. Viudo, se hizo monje y cura. Ya las mujeres solo pueden recibir seis sacramentos, pues están excluidas de la Orden. Así como la Iglesia luterana ya admite pastoras que celebran la eucaristía, sería de gran provecho a la evangelización que mujeres también pudiesen ser ordenadas, poniendo fin al patriarcado que marca la estructura católica.  
 
Urge que curas casados (sí, pues no existen ex-padres, como no hay ex- bautizados) sean readmitidos en el ministerio sacerdotal. Ellos son cerca de 4 mil en Brasil. Muchos ejercen actividades pastorales bajo la bendición de sus obispos. Pero gustarían de volver a administrar los sacramentos y, asimismo, complementar el trabajo de cerca de 15 mil sacerdotes que, en Brasil, sirven a 124,9 millones de católicos.  
 
Si no fuese por los ministerios laicos, la evangelización católica estaría aún más frágil.  
 
Mientras Roma no permita el celibato facultativo, es preciso que, en los seminarios, el criterio de selección de candidatos sea más riguroso, evitando el ingreso de jóvenes con serios disturbios patológicos, como la pedofilia. Esta es una enfermedad que también se manifiesta en hombres casados, y exige tratamiento. Cuando se traduce en asedio sexual, merece condena. Mientras tanto, es preciso que en las casas de formación de curas y religiosos(as) temas como la afectividad y sexualidad sean debatidos sin culpas o escrúpulos. Sexo es como la política, cuando menos se habla, más burla se hace.  
 
Todos nosotros, inclusive el Papa, somos fruto de la relación carnal entre un hombre y una mujer. El propio Jesús tenía impulso sexual y no repudio de su cuerpo. Al contrario, exaltó los cuerpos humanos por la sanación y se dejó tocar por mujeres (Lucas 7, 36-50); 8,45). Motivado por la mística que lo unía al Padre, Jesús sublimó su sexualidad.  
 
Al elevar el matrimonio a la condición de sacramento, en el cual los ministros son los novios (y no el cura, como muchos piensan), la Iglesia rescató la sexualidad de las cavernas platónicas. Es hora de dar un paso más: retornar el celibato facultativo al clero diocesano, reinsertar en el ministerio sacerdotal a los curas casados, y ordenar mujeres. Así, el Evangelio resonará, de hecho, como Buena Nueva.  
 
Frei Betto es escritor, autor del romance sobre Jesús "Entre todos os Homens" (Ática), entre otros libros.