VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Latinoamérica

23 de mayo del 2002

Argentina: Emergencia y desafíos de las asambleas barriales

Modesto Emilio Guerrero
Herramienta

Veinticuatro horas antes, nadie entre los oprimidos podía imaginar que veinticuatro horas después estaría derribando al gobierno. Menos aún, que con esa rebelión engendraría un movimiento independiente de asambleas barriales, quizá el más importante producto social y cultural desde el Cordobazo. Ambas cosas ocurrieron. Desde entonces, toda la vida social se aceleró al ritmo de la crisis política.
El mundo percibió la aparición del fenómeno. El asambleísmo ha tenido eco en Europa, Latinoamérica y los Estados Unidos. El "Cacerolazo Global" es la primera reacción internacional de la vanguardia a un movimiento nacional, desde la insurgencia del Movimiento Zapatista mexicano en enero de 1995. Desde los países nórdicos hasta Japón la prensa lo sigue como noticia. Más de 20 asambleas han sido visitadas por corresponsales extranjeros.
Lo que era impensable se volvió posible. Un amplio sector de la clase media decidió subvertir su propia existencia y mandar al carajo muchas de sus viejas creencias.
Una pequeña franja de ella, entre 7.000 y 8.000 personas, se reúne semanalmente en unas 70 asambleas barriales de la ciudad de Buenos Aires. Entre lunes y sábado desbordan actividades sobre más de 300 comisiones. Los domingos convirtieron al Parque Centenario en lugar de encuentro para 2.000 a 3.000 personas. Allí comparten rupestres banderas vecinales y miran con resignación las cuidadosas e insolentes que anteponen los partidos de la izquierda. Conversan, intercambian boletines, volantes, escuchan pequeños informes de dos o tres minutos y votan en frío unas 50 consignas por semana. Nunca un movimiento naciente tuvo tanto programa junto en tan poco tiempo. Pero pocas veces fue tan versátil, invertebrado y hasta contradictorio. Es como si las asambleas fueran el programa en movimiento.
Parque Centenario no es el movimiento asambleísta, pero es la señal inequívoca de que éste vibra en cada barrio. Esta contradicción está en curso casi desde su nacimiento. Después de tres semanas de constitución, el propio movimiento se sorprendió de ver que su cuerpo crecía más que su pensamiento. Ahí comienza el segundo desafío del actual proceso asambleísta. ¿Tendrá la capacidad de superarse a sí mismo? ¿Logrará crear su propio "punto de partida" revolucionario del que hablara Marx cuando analizó la revolución de 1848? ¿Podrá este movimiento social sepultar lo viejo con ladrillos nuevos? ¿Logrará liberar la palabra y el pensamiento en el Parque Centenario, condición para ser sujeto liberador del resto de la sociedad? ¿Sacará del letargo y la disgregación a la clase obrera, para convertirla nuevamente en movimiento? ¿Podrá consolidarse como una alternativa política nacional junto a los piqueteros, jubilados, docentes, estudiantes, intelectuales?
Estos y otros desafíos fueron brotando del cuerpo y del espíritu del fenómeno político más importante engendrado en las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre.
El país de los presidentes de papel
El presidente Fernando de la Rúa tuvo que irse por la "puerta trasera" de la Casa Rosada. Faltaban ocho minutos para las ocho de la noche del miércoles 19 de diciembre del año 2001. Atenazado entre la parálisis gubernamental y una imprevista rebelión popular, huyó custodiado en un helicóptero entre las primeras sombras del anochecer.
Una multitud abigarrada y encolerizada gritaba "¡que se vaya!" a pocos metros. Decenas de miles habían copado la Plaza de Mayo en reacción masiva y espontánea al decreto de estado de sitio: la única orden seria en dos años de gobierno.
Un estruendoso ruido de odio y cacerolazo lo separaban de la masa insubordinada. Sin embargo, con la flema de los monarcas medievales, el presidente no se daba por enterado. Su pequeño entorno, el silencioso lujo del poder y una muralla policial que a esa hora ya tenía 23 muertos bajo sus pies, lo convencían de que seguía siendo presidente.
Antes de irse, como si la cosa no fuera con él, arrojó la cabeza del repudiado ministro de Economía. Pero todo siguió igual, alguien le dijo que no era suficiente. Entonces anunció la renuncia de todo su gabinete, y la gente no se dio por enterada. Sorprendido, llamó a la oposición y le ofreció la mitad del poder, como si la otra mitad existiera. Un corresponsal que cubría la Casa Rosada a esa hora crucial, contó en privado esto: "Ya no quedaba nadie, sólo algunos asesores, el personal de seguridad y su hijo menor, era el jefe de Estado más solitario que he visto en las últimas décadas".
Entonces se fue
Un presidente de papel lo sucedió por dos días para entregar la investidura a otro que duró diez días. Éste, sitiado por un segundo cacerolazo y sin apoyo en su propio partido, voló sin aviso a su lejana y bucólica provincia. Desde allá renunció, vestido en camisa manga corta y rodeado de la misma familia atónita que había llevado al paseo más corto por la Quinta de Olivos. A más de mil kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, no sabía a quién pasar los bártulos presidenciales que por olvido se llevó puestos. Los confió a las manos de un edecán que estaba tan sorprendido como el resto del mundo. Los trajo a la Capital y los puso en el lugar correspondiente, a la espera de que apareciera otro presidente.
A esas horas de la noche del 31 de diciembre, cuando el año también se iba, una llamada desde Norteamérica descubrió la crudeza de la crisis gubernamental en la Argentina. Collin Powell, secretario de Estado, pidió que lo comunicaran urgente con el Jefe del Estado. Como nadie contestaba, llamaron a un número "más privado" y respondió un funcionario sin rango de la Casa Rosada: "No hay presidente a esta hora", fue lo que le informaron. [1]
Sin café ni medialunas
Desde entonces, los de abajo se negaron a soportar más a los de arriba. Pero éstos, a regañadientes, empezaron a sentir que tampoco podían seguir gobernando como antes. Aunque siguieran gobernando. En realidad comenzaron a vivir muy intranquilos.
Entre el 20 de diciembre y el 12 de febrero se cuentan treinta y siete "agresiones" a importantes personajes o símbolos de la política nacional y provincial. Dos ex presidentes, cuatro senadores, nueve diputados, tres ex ministros, dos gobernadores. Uno a uno abucheados en la calle, el restaurante, avión o manejando su auto [2] . Una irreverencia donde lo nuevo intenta tomar venganza de la impunidad. Gritos ofensivos, empujones, incluso trompadas. Hasta el sagrado placer porteño de tomar café con leche y medialunas les fue vetado.
Sectores de las clases explotadas y otros que se habían deleitado con la fiesta menemista entraron en movilización permanente. Cada capa del tejido social fue removida y lanzada a las calles. La democracia de los cuerpos se impuso a la frugal república del voto. El reactivo anuncio electoral de octubre de 2001, con gran crecimiento de todo lo que fuera anti- régimen, funcionó como premonición.
Un registro periodístico muestra que desde enero de 2001 al 22 de febrero de 2002, hubo 1.492 marchas a Plaza de Mayo y a la Plaza de los Dos Congresos. De ellas, 503, casi el 40%, ocurrieron en el corto lapso que va del 19 de diciembre a mediados de febrero: el verano más corto de la historia argentina.
El 19 de diciembre fueron saqueados 122 supermercados y comercios menores del Gran Buenos Aires y 17 en la Capital. El país conoció tres cacerolazos nacionales con epicentro en la ciudad de Buenos Aires. El segundo, con participación masiva en treinta y dos ciudades y pueblos del interior. Veintisiete cacerolazos locales, algunos en pueblos que antes nadie recordaba. Además, veintiséis "irrupciones ensordecedoras" a doce bancos en la ciudad de Buenos Aires, La Plata, Rosario y Mendoza. Un informe de la Asociación de Bancos Argentinos (ABA) señala que tales "irrupciones" han costado cierres y alteraciones equivalentes a un 40% de la jornada.
Una marcha de casi 15 mil piqueteros a la Capital Federal recibida a su paso por las asambleas barriales. Decenas de cortes de ruta en Salta, Jujuy y en la provincia de Buenos Aires, algunos con bloqueo a empresas petroleras. Decenas de concentraciones frente a empresas de servicio privatizadas y a YPF-Repsol.
Dos hechos ilustran la extensión social y la profundidad del movimiento. El primero: un buen día la clase media, los propietarios y administradores inmobiliarios hicieron la primera movilización de su historia. Casi 3 mil asistentes... Pero fue una marcha muy extraña. Los dirigentes obligaron a usar mojigatas maraquitas de plástico, melifluas consignas autorizadas, pulcras pancartas impresas y trajes de muchos dólares. De todo, menos cacerolas. "Queremos evitar que se nos confunda. No somos ni piqueteros, ni cacee oleros", declaró H. Dodorico, presidente del gremio. A la semana siguiente, fueron casi 5 mil en Plaza de Mayo. Pero el dirigente fue abucheado, golpeado y acusado de traidor y la gente, sin que nadie lo pudiera impedir, hizo sonar sus cacerolas. Fue la señal de que hasta los encopetados propietarios de inmuebles tenían que bailar el nuevo ritmo.
El otro hecho que impactó a la sociedad fue la movilización de unos 300 chicos y chicas "down" por el centro de la ciudad hasta ocupar por varias horas la Plaza de Mayo. Cada uno con su cacerola.
A la fecha de cierre de este trabajo, 26 de febrero, se conocieron nuevos saqueos en localidades de Pacheco, al norte de Buenos Aires, y se habla de conspiración militar- bancaria.
La ciudad de Buenos Aires fue convertida en el escenario de un drama histórico, sin director ni libreto. Sólo sabían dónde comenzaba la obra. No hubo previa convocatoria, consigna ni llamamiento.
Lo que era lento en la sociedad se precipitó. En buena parte del pueblo se rompió la aceptación resignada del drama diario. Fue la condena a muerte de la anomia y la rutina.
Hasta el día anterior, las expresiones cotidianas más usuales eran, "qué va a hacer", "yo, mejor me voy", "me quiero morir" y explicaciones de ese estilo. Mostraban la impotencia individual en la voluntad de una clase media y trabajadora diseñada a la medida de la fe en las instituciones de poder. "Esa servilidad, esa rutina, fuentes inagotables de la trivialidad, esa ausencia de rebelión en la voluntad de iniciativa, en el pensamiento de los individuos, son las causas principales de la lentitud desoladora del desenvolvimiento histórico de la humanidad". [3]
Instituciones y creencias sedimentadas generación tras generación en sus cabezas se desgranaron "de la noche a la mañana".
Frente al espejo
Pero la gente no salió a las calles y plazas sabiendo lo que quería. En realidad, sólo estaba segura de lo que no quería. Sus actos fueron transformándose en conciencia. Era como si un nuevo rostro le apareciera frente al espejo, después de cada cacerolazo, batida policial o asamblea.
Esa mutación se expresó en un derroche de consignas cantadas cuya unidad se establecía a partir de lo que se denunciaba, se negaba, se odiaba, repudiaba y cuestionaba.
Como síntomas de crecimiento, las consignas fueron señalando tanto la buena salud como las fallas genéticas del proceso y sus protagonistas.
Desde el comienzo se mezclaron consignas de distinto carácter y objetivos. A las antigubernamentales siguieron las antipoliciales, las anticorrupción, las que pedían las renuncias de la Corte Suprema y el Congreso. O las que expresan el deseo masivo de "vivir mejor" "sin radicales ni peronistas". Las que proclaman la nueva relación de fuerzas diciendo que "El pueblo unido jamás será vencido" y preguntando desafiante, "¿Quién tiene la batuta?".
Desde mediados de enero comenzaron a aparecer consignas anticapitalistas o que suenan a ello sin que quede claro su carácter. Un abanico de demandas que muestra perfecto un movimiento multisápido por definición.
Sin embargo, a dos meses, hubo un cambio. Ya no predominan las consignas de alto contenido nacional. Por ejemplo las que reclamaban Patria y sentido de argentinidad:
"¡Argentina, Argentina!", "¡Si este no es el pueblo, el pueblo dónde está!". El alto contenido nacionalista de estos gritos resaltaba cuando se escuchaban en medio de marchas abarrotadas de banderas celestiblancas.
En los cacerolazos de febrero fueron excepcionales las notas del himno nacional. Pasaron a ser dominantes los cantos contra las multinacionales, el FMI, el gobierno de Duhalde, la banca. Así, hasta recalar en la consigna más cantada por todas las asambleas: "¡Que no quede ni uno solo!", una comprometedora exigencia, como si el movimiento supiera qué sigue después.
A pesar del entrevero de consignas, este movimiento recuperó la vitalidad de las consignas y los cantos callejeros. Superó en un solo acto tanto al melifluo espíritu posmoderno de los noventa, como a los gemebundos cantos aburridos de una izquierda que ya no sabía qué más cantar.
Hasta la ritualidad cansina del himno nacional fue profanada. En las marchas se impuso el fulgor juvenil y vigoroso de un nuevo heroísmo, expresado en la forma de cantar la estrofa: "¡Y juremos con gloria morir!".
El sociólogo Horacio González plantea que el "pueblo" actúa sobre la base de antecedentes en su memoria (Nación, Patria, etc.), a diferencia de la "multitud", que "piensa sobre la base del abismo". Para él, hay un renacer desde "los logros del acontecimiento anterior". [4]
Algo parecido plantea el psiquiatra y ensayista Blas Santos. Él habla de un "renacimiento" a partir de la fantasía del Ave Fénix: "Como si se pensara, si todo termina va a surgir una cosa nueva…" [5]
Con ese grado de espontaneidad, "materia prima de lo consciente" (Lenin), comenzó a constituirse este movimiento social organizado en asambleas barriales.
El sonido y la furia
La clase media y los desocupados de la ciudad de Buenos Aires entraron en acción masiva a partir de un odio acumulado sin salida individual. La virgen de Luján, las inmolaciones, la queja cotidiana, la fantasía de Ezeiza y hasta los confesionarios del psicoanálisis, repletos en los meses previos, no eran suficientes.
Lo que descubrió entre el 19 y el 20 de diciembre fue al mismo tiempo su invento. Comprendió que podían echar al ministro de Economía más odiado desde Martínez de Hoz (1976), y al presidente más enclenque desde Arturo Illía (1962). En el mismo acto inventaron un movimiento social sin precedentes.
La incorporación de la cacerola a la marcha tradicional simboliza la necesidad de romper, con el grito más molesto, el silencio y la connivencia con 10 años de crudo neoliberalismo. El equivalente a destrozar con una piedra la vidriera de un shoping center. Las asambleas, en tanto, proyectan la búsqueda de un espacio libertario, democrático, igualitario, de identidad, donde poder darle muerte a la anomia y la impunidad. En ese remolino de irreverencia democrática, también son rechazados el dirigismo sofocante y el centralismo irreflexivo de la izquierda. Por eso predomina la expresión oral, como señala Blas Santos: "La palabra tiene muchas funciones, de comunicación, de repetición de lo que ya se sabe, pero tiene también de realización". [6]
Protagonistas del nuevo milenio
De esos acontecimientos emergió un nuevo protagonista social: eso que genéricamente llaman la clase media. Profesionales desocupados, el trabajador de los nuevos servicios, de docentes y bancarios; el profesional libre, el desempleado, el pequeño comerciante paúl erizado, el estudiante y la ama de casa, sin olvidar a algunos pequeños empresarios en estado de ruina. Todos, en calidad de nuevos pobres o amenazados de tal. Un buen día se encontraron, para su propia sorpresa, asumiendo un rol político que jamás habían imaginado.
"Vecino" pasó a ser el ropaje de un nuevo sujeto. En realidad, ese ropaje se visten varios sujetos a la vez. La gente salió el 19 a la noche de sus casas individualmente o en pequeños grupos familiares o de amigos. Sin embargo, ya eran mucho más que individuos, aunque no lo supieran. El barrio fue el punto de partida, la asamblea el organismo de militancia, la plaza el espacio, la palabra el instrumento y hacer política una necesidad de su existencia.
El principal componente de las más de sesenta asambleas que funcionan en la Capital Federal es el profesional y trabajador desocupado –también el más activo en las tareas–. Una consulta que realizamos sobre doce asambleas arrojó este dato: casi el 30 por ciento de los asambleístas son desocupados crónicos u ocupados eventuales. [7] Este elemento de unidad social con los "piqueteros" no garantiza ninguna cualidad revolucionaria per se.
Quién inventó las asambleas
Las asambleas comenzaron a juntarse desde el propio 20 de diciembre en medio de la rebelión. Fueron el invento del primer cacerolazo.
Comenzaron pequeños grupos por manzana. Se reconocían dentro de las marchas. En medio o al final de éstas, se juntaban, comían pizza y decidían convocar a otros. En algunos casos fueron vecinos relacionados por la amistad y algún grado de afinidad socialista cebada con mate.
A la semana siguiente ya eran centenares y a mediados del mes de febrero alcanzaron a congregar entre 7 y 8 mil asistentes. En la mayoría de los casos hay un porcentaje que es itinerante. Hay asambleas que se renuevan semanalmente sin que se altere la cantidad. Esa movilidad, tan propia de la clase media, también indica su constitución de clase, así como una ruptura con las estructuras organizativas tradicionales del movimiento obrero y marxista.
El sector más activista de las asambleas lo componen los nuevos militantes surgidos de los cacerolazos, donde predominan los desempleados, los profesionales. Un sello particular lo imprimieron las mujeres. Por la cantidad que participa en las marchas y tareas, pero sobre todo por el despliegue de iniciativas en las asambleas y comisiones.
Como parte constitucional de esa camada de nuevos activistas está la militancia de izquierda, la organizada en partidos y la otra. De hecho, se ha establecido una nueva relación que le impone el desafío de ejercitar un nuevo aprendizaje. Inédito en muchos sentidos, la obliga a modificar hábitos estructurados por años en sus rígidos locales, programas y modelos históricos.
Sin que lo adviertan, están siendo asaltados en sus nichos de sobrevivencia. Y en esa dinámica estamos en presencia de un choque cultural entre viejas y nuevas prácticas.
La izquierda está enfrentada al dolor de tener que resignar no sólo formas, sino programas, conductas y relaciones humanas. Tiene la ventaja de ser testamentaria de un cuerpo teórico sólido formado en la tradición del movimiento comunista internacional y en el movimiento obrero. No será la Enciclopedia de D´Holbach y Diderot, pero es suficiente para saber con qué tipo de "ladrillos" [8] sepultar la actual irracionalidad capitalista.
Las tres facilidades que le brinda el actual movimiento son, por ejemplo, evaporar de sus programas y conductas el estatismo, el dirigismo y el aparatismo. Sin la superación de estos vicios heredados del marxismo practicado durante el siglo XX, la izquierda argentina no podrá fundirse con el nuevo movimiento, y menos aún, ser alternativa política y cultural.
Una investigación sobre cuarenta y dos asambleas nos indicó que la primera se habría formado en Paternal (San Martín y J. B. Justo) el miércoles 19 de diciembre a la noche. Fue una reacción al decreto de estado de sitio, un acto de mirarse las caras y saber que tenían que hacer lo mismo y ya. Comenzaron unas diez personas, a la semana siguiente asistieron sesenta vecinos y la tercera semana ya eran ciento veinte.
Entre la rebelión del 19-20 y el fin de año, sólo se conoce la aparición de dos más: la de Núñez-Saavedra, fundada el 30 de diciembre y la de Luzuriaga (Lomas del Mirador), nacida el 20 de ese mes. En este último caso, el "odre viejo se llenó con vino nuevo". En Luzuriaga funcionaba una reunión asamblearia regular desde finales del año 2000, pero dedicada a la protección contra la delincuencia. "Lo que hizo fue asumir las consignas", declaró un vecino. Y con ellas, agregamos, un nuevo rol en el movimiento.
Las otras treinta y nueve asambleas aparecieron entre el 1° de enero de 2002 (Colegiales, en Zapiola y Lacroze) y el 22 de enero, cuando se formó la de los vecinos que bordean la histórica Plaza de Mayo.
De las cuarenta y dos asambleas, veintidós nacieron con grupos que van de siete hasta cincuenta miembros. La de Liniers, por ejemplo, la "fundaron" seis personas. Seis casos registraron una asistencia que fue de cincuenta a cien participantes. De la búsqueda surge que en apenas catorce casos se reunieron grupos de cien a trescientas personas en la primera "autoconvocatoria".
En muchos casos se verifica una correspondencia entre la cantidad de gente que se concentraba en el cruce de calles para hacer el cacerolazo y la cantidad que se juntó para la primera asamblea. Es el caso de la de Caballito-Parque Rivadavia. Comenzó a funcionar el 21 de enero con más de trescientos asistentes; una suma "representativa" de los más de mil que rompían las cacerolas en Acoyte y Rivadavia y La Plata y Rivadavia.
Pero eso es una regla común. Hay casos donde el crecimiento fue geométricamente exagerado y eso no se reflejó en las columnas. Por ejemplo, la de Chacarita (Zapiola y Lacroze), donde comenzaron 5 personas y, según algunos de sus miembros, a la tercera semana alcanzaron casi doscientos convocados; sin embargo, ese crecimiento no resultó igual en las marchas a Plaza de Mayo. Lo mismo vale para la de Plaza 1° de Mayo (Saavedra), donde comenzaron treinta vecinos y a la segunda semana eran más de doscientos, o la de Núñez-Saavedra, cuyos asistentes pasaron de diez a treinta, luego a cien, para estabilizarse en unos ciento cincuenta.
En casi la mitad de la muestra, o sea, veinte casos, los militantes de izquierda participan activamente desde la primera asamblea. En el resto, comenzaron a aparecer desde la segunda o la tercera reunión. No hay registro de una sola asamblea que haya sido convocada y organizada por algún partido o sindicato de izquierda. Por lo menos, entre el 19 de diciembre y 11 de enero, cuando el movimiento ya estaba constituido. A partir de esa fecha se conocen algunos casos donde partidos trotskistas organizaron la asamblea. Parque Patricios es el primero que se registra.
En el conurbano bonaerense se constituyó como movimiento de asambleas desde finales de enero. Para ello fue clave el efecto de las reuniones masivas en Parque Centenario. Antes que las del conurbano, se conocieron asambleas en la ciudad de Rosario los primeros días de enero; fueron bastante nutridas, con presencia de profesionales y agricultores quebrados. Pero no tuvieron continuidad.
La Interbarrial, el verano más largo
El surgimiento de la Interbarrial fue un acontecimiento casi silencioso. Por sus orígenes y desarrollo ha resultado altamente controversial. De hecho, dentro de las asambleas han surgido tres corrientes de opinión. Quienes la consideran inútil y prescindible, sobre todo porque la izquierda tiene influencia y abusa del control y las banderas. Están los que consideran que es el organismo más desarrollado del movimiento, su producto político más maduro, lo más parecido a una dirección del proceso. Y por último, una franja difusa que la ve como un espacio donde ir a votar, se ha transformado en un hábito dominguero con aires rituales. Una "ceremonia fundadora", advierte el ensayista Horacio González.
La primera reunión Interbarrial se realizó el segundo domingo de enero, cuando ya funcionaban unas veintitrés asambleas vecinales. No todas asistieron, aún así se reunieron unas trescientas personas.
Hasta su segunda reunión funcionó mediante una lista de oradores y orden del día que se confeccionaba caóticamente, como todo hasta ese momento. Se debatía libremente, aunque predominaban los pronunciamientos y expresiones generales. "Fue convocada sin claridad de objetivos, en realidad a través de la web por donde nos comunicábamos miembros de distintas asambleas y dijimos, 'vamos a vernos en Parque Centenario, es el más céntrico'", señaló uno de los que llevó el megáfono durante las tres primeras reuniones.
Al segundo encuentro de barrios asistió casi el doble de vecinos. La tercera contó con casi dos mil personas, la cuarta con más de dos mil quinientas y a la quinta asistieron casi tres mil "miembros". Desde esta asamblea, la cantidad comenzó a mermar con la misma fuerza que ascendió. La última, del domingo 24 de febrero, contuvo unos dos mil setecientos asistentes.
La súper asamblea de Parque Centenario fue el hecho político-cultural que más impactó, dentro y fuera del país. Es una conquista del movimiento de asambleas vecinales. Despertó suficientes ilusiones como para arrancar de sus casas a varias miles de personas que se dan una vuelta a ver de qué es. La mayoría se sienta y vota. Otros, dan vueltas y mira entre la duda y el entusiasmo. Una tercera franja, conformada por centenares de militantes de izquierda, despliega algunas iniciativas para sostener la Interbarrial y otras para que sus banderas sigan en pie.
El trilema en el que se debate la Interbarrial está determinado por la cantidad de informes que ahogan su capacidad ofensiva para los grandes problemas nacionales. El maravilloso caos creativo que le dio nacimiento se está convirtiendo en su peor enemigo.
El peligro más grave de la Interbarrial es que impide el desarrollo político de la vanguardia cultural más importante de las últimas décadas: siete u ocho mil personas, de las cuales sólo un 20% serán militantes organizados. La "Doña Rosa" de Neustadt mutó, ahora es la anónima vecina del barrio que rechaza las privatizaciones y condena la deuda externa. De esta manera, resulta lo contrario de lo que suponen algunas organizaciones de la izquierda: la Interbarrial puede morir en el intento. Es decir, puede vaciarse o viciarse como posibilidad de organismo revolucionario independiente de la vanguardia y un sector importante de las masas.
El debate sobre los problemas de la Interbarrial, que fluye en las asambleas vecinales, es un síntoma de vitalidad de ambos organismos. Pero es indudable que está sometida a durísimas presiones externas (los enemigos) e internas. Como señaló el legendario revolucionario peruano Ricardo Napurí, "una asamblea que vota tantas consignas sin debatir los problemas centrales pierde capacidad ofensiva frente al enemigo". [9]
Una tendencia que podría servir a un nuevo desarrollo del movimiento es el despliegue de comisiones que impulsan tareas de gestión y control (salud, precios, desempleo, comedores, etc.), o como prefieren decir los psicoanalistas, "realizadoras".
Conscientes o no, están sirviendo al fortalecimiento de las asambleas y la Interbarrial. Sus trabajos surgen y dependen de la soberanía de la asamblea vecinal, de cuya votación dependen las comisiones. Un buen ejemplo para medir esa dinámica es que casi todas rechazaron la ingerencia de los Centro de Gestión y Participación del Gobierno de la Ciudad-Estado de Buenos Aires.
Por obra de las asambleas se han promovido reuniones dentro de los hospitales para participar de la gestión sobre los insumos y el presupuesto de salud en las treinta y tres unidades de la red.
Las asambleas, pero sobre todo la Interbarrial, son, más o menos, lo que el novelista Dalmiro Sáenz llamó "El juguete nuevo" y que Horacio González prefirió definir como la "Oratoria bajo las araucarias". [10]
Los comuneros del Parque Centenario
Si es cierto que el actual proceso le da continuidad a la resistencia de las organizaciones del movimiento "piquetero", Madres, jubilados, Hijos, también lo es que representa una superación política y cultural de todo lo anterior.
El diario Página 12 dedicó un suplemento a las asambleas el tercer domingo de febrero. Lo tituló "La Comuna de Buenos Aires", en alusión a las gestas heroicas de las Comunas de París (1871) y la de Barcelona (1938).
Si fuera posible alguna referencia es, más bien, con el levantamiento estudiantil de Mayo de 1968, en París ("una ciudad de espíritu insurreccional", diría Engels) Allí, el filósofo marxista Roland Barthes metió en frases que se hicieron célebres una definición que se parece mucho a lo que se observa en la Argentina: "La rebelión universitaria fue una toma de la palabra, una palabra salvaje fundada sobre la invención y bajo la forma de la invención".
Esta toma de la palabra, advertía en metafórica ironía Barthes, significaba, en sí mismo, que no era la toma de la Bastilla, emblema del comienzo de la Gran Revolución Francesa. Ese acto, en París como en Buenos Aires, señala un límite subjetivo en la rebelión, cuya superación positiva está por verse.
Es inútil, por inaplicable y esquizofrénico, buscar "febreros" y "octubres" como si la película de Petrogrado pudiera registrar en el formato de la Buenos Aires que dejó la globalización. No sólo faltan los protagonistas sociales, personales y partidarios, además de la cultura revolucionaria que predominaba entre los explotados del mundo en esos años. Digamos, faltan libretos nuevos para el actual drama histórico. Es que también hay exceso de fe religiosa en moldes, modelos, conductas, consignas y estructuras periclitadas por extemporáneas.
Las asambleas vecinales y la Interbarrial como su espacio de encuentro mayor, por un lado, y el movimiento "piquetero", por otro, son la base germinal de ese desafío. No su solución.
Este artículo es un resumen acotado de dos capítulos de un texto del autor, de próxima aparición.
* Periodista de oficio, fue director del semanario político La Chispa (Caracas), Jefe de Redacción del semanario Comersur (Buenos Aires) y Editor periodístico de www.mercosur.com. Es colaborador de Enfoques, La Nación. Ha publicado 4 libros:
Panamá Soberanía y Revolución, 1990; Haití, el último Duvalier, 1986; Del Caracazo al golpe de Chávez, 1992 y Cuentos Relatos y Poemas, 1985. En abril de 2002, Ediciones B, de España, lanza en Santiago de Chile su último texto: Reportaje con la Muerte. Biografía de Leonardo Henrichsen, el reportero que filmó su propio asesinato.
Notas
[1] Sobre información de Agencia Reuter y Página 12, del 3 de enero de 2002.
[2] Diarios Página 12, Clarín, La Nación. Programa Detrás de las Noticias, Canal 2 y Azul TV.
[3] Mijaíl Bakunin, Dios y el Estado, pág. 24, El Viejo Topo, España 1997.
[4] Horacio González, "Cacerolas, Multitud, Pueblo", Página 12, Buenos Aires, 11 de febrero de 2002.
[5] Blas Santos, "Sujeto y Cacerolazo", Página 12, Buenos Aires, 18 de febrero de 2002.
[6] Subrayado nuestro. Blas Santos, "Sujeto y Cacerolazo", Página 12, Buenos Aires, 18 de febrero de 2002.
[7] Los datos los recabamos entre miembros de las comisiones de dos asambleas de Caballito, una de Flores, una de Almagro, la de Canning y Corrientes (Villa Crespo), Liniers, Paternal, Cid Campeador, la de Colegiales y la que se reúne en la acogedora Plaza Irlanda.
[8] Alusión a la frase de la diputada del ARI, Elisa Carrió, quien declaró que "el nuevo régimen lo construiremos con los ladrillos del viejo". En los talleres de reflexión que realizaron varias asambleas, esta declaración fue ampliamente rechazada por considerar que no cambiaría nada.
[9] Esto lo comentó Ricardo Napurí al autor durante una larga conversación sobre la experiencia de las asambleas populares de Bolivia (1969) y Perú (1979), de las que él fue protagonista destacado.
[10] "Qué son, qué quieren y a dónde van las asambleas populares". "La Comuna de Buenos Aires", Página 12, Buenos Aires, 24 de febrero de 2002.