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22 de mayo del 2002
Apostando al socialismo
Claudio Katz
El desmoronamiento de la economía argentina ha propinado un severo
golpe al credo neoliberal y está demostrando también que el modelo
vigente no es la única causa del colapso. El derrumbe es una producto
combinado de este esquema, los efectos de la dependencia y la irracionalidad
capitalista. Sobre estos tres campos hay que actuar simultáneamente con
un proyecto orientado al socialismo.
IMPUNIDAD NEOLIBERAL
Los neoliberales intentan probar que no tienen ninguna responsabilidad
en la fulminante depresión actual y simplemente olvidan que en la Argentina
se ensayó el mayor experimento contemporáneo de privatizaciones,
desregulaciones y apertura comercial. Sus artífices gozaron de total
impunidad para rematar empresas públicas, desnacionalizar la industria,
flexibilizar el empleo y liberalizar el sistema financiero. Tuvieron las manos
libres para operar sin anestesia y los resultados de su gestión están
a la vista. Nadie puede argumentar seriamente que la crisis es ajena a la política
neoliberal o que proviene de las asignaturas que dejó pendiente esta
orientación.
Los economistas del establishment continúan despotricando contra el déficit
fiscal, como si el quebranto fiscal fuera una herencia de otro sistema. Critican
el despilfarro de fondos públicos, ocultando que firmaron todas las resoluciones
de salvataje estatal de los bancos y empresas de sus socios y patrones. Se enfurecen
contra el endeudamiento externo que ellos mismos agigantaron para financiar
las fugas de capital, los autopréstamos, el lavado de dinero y la corrupción
organizada. Si Lopez Murphy , Broda, C. Rodríguez, R. Fernández,
Melconian o Redrado pueden seguir pontificando desde los medios de comunicación
es porque la clase dominante solventa su mensaje, contra el repudio mayoritario
de la población.
También la predica del FMI se apoya en este ejercicio descarado del poder.
El Fondo no pretende convencer a nadie. Simplemente envía directivas
a sus empleados del Banco Central y el Ministerio de Economía, recurriendo
a veces a un breve trámite por el Congreso y los Tribunales. Los banqueros
ya no exhiben "las reformas realizadas" como un ejemplo mundial de modernización.
Ahora buscan ocultar su paternidad del colapso, atribuyendo la culpa del desastre
a los argentinos. Afirman que somos gente desorganizada, irresponsable y desanimada
y declaran que "merecemos sufrir", padeciendo el trato de una "república
bananera".
Este discurso despectivo es también asumido por el gobierno y sus aliados
radicales, en abierta oposición con los sentimientos populares y por
eso el abismo que separa a la clase dominante del grueso de la población
se acrecienta día a día. El servilismo cotidiano de todos los
funcionarios reactiva el deseo de "que se vayan todos", porque resulta especialmente
chocante observar cómo los hombres del gobierno suscriben cada nuevo
insulto de las elites norteamericanas o europeas. Invariablemente aceptan que
"los argentinos somos así" y convocan a superar "nuestra indisciplina
con más ajuste". Pero como ningún funcionario sobrevive con bonos
lecop, ni revuelve la basura para alimentarse pueden repetir una y otra vez
este llamado al padecimiento colectivo. Ellos no tienen hijos que se desmayan
de hambre en la escuela, ni familiares inmolados por la estafa a los ahorristas.
Por eso desde su burbuja de bienestar siguen adelante con recortes que empujan
al país a la africanización social y al eventual desmembramiento
de la nación.
LAS ACEPCIONES DEL MODELO
La caracterización de la crisis como un resultado del modelo neoliberal
-y no tan sólo de errores de política económica- goza actualmente
de un alto nivel de aceptación. Pero el problema aparece cuándo
se debe definir que significa exactamente el modelo, porque esta denominación
tiene múltiples acepciones. Hasta principio de año era corriente
identificarlo con la convertibilidad y se esperaba revertirlo mediante la devaluación.
Pero el fin de la paridad fija sólo desembocó en un rebrote inflacionario
y en una caída adicional del producto bruto.
Como siempre ocurre en estos casos, los promotores de la devaluación
ahora afirman que el giro cambiario fue "excesivo", "mal aplicado" o "instrumentado
sin medidas complementarias". Olvidan que este descontrol es la norma de las
devaluaciones, que habitualmente apuntan a perpetrar transferencias regresivas
del ingreso. Y este propósito fue plenamente alcanzado durante el primer
cuatrimestre con el aumento de los precios minoristas (21%) y los mayoristas
(57%). Dada la baja incidencia que tienen las exportaciones sobre el nivel del
empleo y el enorme costo actual de la financiación industrial, no es
para nada sorprendente el efecto depresivo de la devaluación sobre la
producción y el consumo.
Una segunda acepción identifica al modelo con la apertura comercial,
la desindustrialización y la pérdida de rentabilidad de los grupos
empresarios locales. Sus exponentes de la UIA esperaban atacar estos males mediante
la pesificación y la licuación a costa del erario público.
Todavía nadie sabe a cuánto ascenderá la cuenta final de
este subsidio, que no sirvió para detener el derrumbe industrial. Las
ganancias que Perez Companc o Telefónica obtuvieron con la licuación
se están esfumando con la profundización de la recesión
y la morosidad de la cobranza. La violenta caída del poder adquisitivo
y la consiguiente contracción de las ventas diluye actualmente el impacto
de una subvención directa al capital.
En esta evidencia se apoya la tercera acepción de modelo que subraya
su carácter excluyente y regresivo, es decir contractivo de la demanda.
Este rasgo se ha reforzado dramáticamente con el gobierno de Dhulade,
que en solo un cuatrimestre ha sumado dos millones de nuevos pobres al ejército
de 14 millones de personas sumidas en la miseria. La activa participación
de Mendiguren y la UIA en este agravamiento de la pauperización confirma
que los actores del "shock redistributivo" no serán -como esperan los
economistas de la CTA- los empresarios locales.
Los capitalistas siempre piensan individualmente en sus ganancias y no en el
mejoramiento general del poder de compra y por eso aspiran a que su competidor
-y no ellos- impulsen las ventas cargando con el costo de un aumento del ingreso.
La prioridad de la UIA no es la reactivación de la demanda, sino la conversión
del miserable subsidio al desempleo en un nuevo piso salarial, mediante la eliminación
de las indemnizaciones y la consolidación de los atropellos sociales
de los últimos años. Para recomponer el poder adquisitivo hay
que recurrir a otra vía: la lucha y la movilización popular.
DEPENDENCIA Y ENDEUDAMIENTO EXTERNO
Desde que la Argentina se convirtió en la oveja negra del mercado financiero
mundial, muchos economistas han descubierto que el pago de la deuda externa
imposibilita la respiración de la economía nacional. Por eso dejaron
de considerar a esta hipoteca cómo un dato inamovible, un obstáculo
menor o un problema exclusivamente continental. Por ejemplo, los autores del
Plan Fénix, que en septiembre pasado postulaban la renegociación
de la deuda, ahora proponen la suspensión de los pagos.
También los economistas de la CTA se han sumado a esta exigencia. Aunque
continúan deduciendo de la asociación de los acreedores con los
grupos capitalistas nacionales la inutilidad de batallar por el desconocimiento
de la deuda, han aceptado que la suspensión de pagos resulta imprescindible
frente al actual default de gran parte del pasivo. Este reclamo implica reconocer
que la crisis también obedece al sometimiento a los acreedores.
Pero este diagnóstico no es explicitado por ningún defensor del
distanciamiento con el FMI. Sus artífices no hablan de la dependencia,
de la subordinación al imperialismo, ni interpretan a la deuda como una
expresión de relaciones de recolonización. Al contrario, conciben
la suspensión de los pagos como una breve etapa de ostracismo que concluirá
con el retorno a la "comunidad financiera internacional", una vez lograda la
reactivación, la acumulación de divisas y el acuerdo con los bancos.
Pero olvidan que esta política ya fue intentada en los 80 con Grinspun
en la Argentina y A.Garcia en Perú. Y tampoco recuerdan que en ambos
casos el conflicto con el FMI concluyó con pedidos de perdón y
aceptación de las exigencias de los acreedores, que en la actualidad
serán mucho mayores.
Una tregua con el FMI no resuelve el problema de la deuda. Esta hipoteca expresa
en el plano financiero la misma relación de dependencia que refleja el
intercambio desigual en el campo comercial, o la remisión de utilidades
en la esfera industrial. Y esta subordinación múltiple -que bloquea
el crecimiento, segmenta la fuerza de trabajo, desarticula la acumulación
y fragmenta el mercado interno- no es patrimonio exclusivo de la Argentina.
Afecta a todas las naciones periféricas y es la causa inmediata de las
crisis que durante los 90 golpearon a México, Brasil, Rusia y el Sudeste
Asiático.
La suspensión de los pagos de la deuda será provechosa si constituye
el punto de partida de una política antiimperialista. Como medida transitoria
de renegociación con el FMI conduce a un previsible aumento de las tensiones
con final desfavorable para el país. En cambio, una moratoria real implicaría
poner fin a la parodia de default que festejó el Congreso y que no significó
ninguna interrupción efectiva de los pagos. El reciente desembolso de
680 millones de dólares, por ejemplo, constituye tan solo el episodio
más reciente del cronograma de pagos que el gobierno pretende implementar
mientras aguanten las reservas. La Argentina le paga al FMI para que sus inspectores
definan cuántos despidos soportarán las provincias, cómo
deben cerrarse las causas judiciales de Rohm y Moneta y cuál es la ley
de quiebras que facilita la próxima oleada de extranjerización
industrial. El dinero que se niega a los pequeños ahorristas lo reciben
puntualmente los organismos que auditan el ajuste.
Reconstruir la economía exige poner fin a este sometimiento, mediante
una ruptura con el FMI que concretamente anule las misiones de sus enviados.
Mientras el Ministerio de Economía continúe efectivamente manejado
por A Krueger y A Singh no será posible diseñar ningún
presupuesto autónomo, ni fijar cuánto se gastará en las
prioridades de alimentación, educación, salud o inversión
pública.
Nadie puede argumentar seriamente que esta ruptura "nos alejará del mundo",
porque el país tiene cortado el crédito internacional desde hace
más de un año, no recibe un solo dólar de inversión
y hasta soporta la humillación del visado para cualquier ciudadano que
pretenda viajar al Primer Mundo. Quiénes empujaron al país a esta
situación de paria dentro del capitalismo, no tienen gran autoridad para
atemorizar a la población con los eventuales efectos de una política
independiente.
Cómo la Argentina ya se encuentra aislada, el problema radica en definir
a qué mundo quiere insertarse. El planeta de los banqueros, burócratas
y empresarios que frecuentan Washington y Davos es el universo que empujó
al país a su actual desmoronamiento. Otro mundo es habitado por millones
de trabajadores, jóvenes y desocupados que encabezan en las calles de
Seattle, Barcelona y Porto Alegre la protesta global contra el capital. Con
ellos puede contar la Argentina si resuelve ponerse de pie frente al Fondo Monetario.
LECCIONES DEL CAPITALISMO REAL
La dimensión del desplome económico ha reavivado el interés
por indagar cuál es la relación entre la crisis actual y los desequilibrios
intrínsecos del capitalismo. En gran medida esta atención proviene
de la expropiación que han sufrido los pequeños ahorristas por
parte de los banqueros. No fue el fantasma comunista quién confiscó
las magras indemnizaciones y reservas de los depositantes, sino los bancos que
simbolizan la confianza social en el sistema. Estas instituciones vulneraron
los contratos, desconocieron la propiedad privada, ignoraron sus compromisos
y estafaron a millones de personas. La población ha podido experimentar
en carne propia que la realidad del capitalismo es muy diferente al ideal que
difunden sus apologistas. Han podido verificar como este régimen, lejos
de retribuir el esfuerzo individual y premiar la acumulación personal,
recurre a la apropiación directa de los ingresos familiares.
Ya es por otra parte inocultable que tampoco la pauperización masiva
de la población es ajena a la acción del capitalismo. Quiénes
identificaban a este régimen social con la prosperidad, nunca imaginaron
que en el granero del mundo se carnearían caballos y se comerían
gatos. Y jamás supusieron que una generación de niños sufriría
la pérdida de peso, altura y coeficiente mental como consecuencia de
la desnutrición. Aquí no hubo guerras, ni catástrofes naturales,
sino un desastre social que lejos de "afectar a todos" favorece a los grupos
concentrados del capital. Estos empresarios aprovechan el desempleo masivo para
desconocer las conquistas laborales y alargar las jornadas de trabajo a cambio
de salarios irrisorios. Hoy puede observarse sin ningún velo hasta que
punto el capitalismo es un sistema de explotación que no puede "humanizarse",
porque se basa en ganancias surgidas de la plusvalía extraída
a los asalariados.
También las privatizaciones han desenmascarado la realidad del capitalismo.
Su asimilación inicial con la eficiencia, la inversión y la creación
de empleo ha quedado completamente desmentida. La venta de las empresas públicas
creó el botín de una gran depredación, liderada por compañías
que operan sin riesgo y con ganancias aseguradas por el estado. Pero este saqueo
no obedece a la "falta de capitalismo". Al contrario, es el crudo efecto de
la acción de este sistema. Los monopolios, las rentas financieras, las
manipulaciones de precios, la corrupción y los desfalcos son rasgos corrientes
de este régimen.
El rostro brutal del capitalismo no tiene maquillaje en la Argentina, ni en
la mayor parte de los países periféricos. Por eso muchos sueñan
con emular la vertiente norteamericana, suiza o alemana de este régimen,
como si la ubicación de cada país en la estratificada división
mundial del trabajo fuera electiva y no compulsiva. A ningún habitante
de Asia, Africa o Latinoamérica le agrada la ubicación que le
ha tocado a su país en la economía mundial. Pero esta inserción
es el producto histórico de un sistema caracterizado por la polarización
y la transferencia sistemática de recursos de la periferia al centro.
Especialmente en la mundialización actual no hay lugar para la prosperidad
colectiva y por eso día a día se acentúan las asimetrías
del ingreso, el consumo y el beneficio, incluso en los países del Primer
Mundo.
La ilusión de escapar a esta realidad "construyendo otro capitalismo"
ha sido el sueño repetido de todos los desarrollistas. Pero al cabo de
varias décadas de frustrados experimentos, convendría reconocer
que este objetivo es inalcanzable en un sistema mundial dominado por el poder
imperialista. De esta conclusión se puede deducir la inutilidad de cualquier
acción, mayores lamentos por el destino que "nos tocó a los argentinos"
o indagar cual es la vía no capitalista para a revertir la decadencia
del país.
Por este camino se avanza elaborando un programa concreto de emancipación
socialista y no sólo proclamando que el capitalismo es el origen de la
hecatombe nacional. La catástrofe de la economía argentina no
es un resultado exclusivo, ni directo de la "crisis mundial", como lo prueba
el impacto diferenciado de la recesión global sobre cada país.
La depresión que acumula Japón desde hace una década no
ha provocado, por ejemplo, un desastre social comprable a la devastación
argentina. E incluso dentro del mapa periférico el resultado de la crisis
ha sido desigual.
Reconocer que el "problema es el capitalismo" es vital para concebir una alternativa.
Pero resulta necesario dotar a esta propuesta de un contenido concreto para
evitar que el socialismo aparezca como un objetivo tan inalcanzable como irrealizable.
Demostrar que un régimen basado en las reglas de mercado y la competencia
puede ser reemplazado por otro sistema de organización racional de la
producción, orientado a la satisfacción de las necesidades sociales
prioritarias de la población es la principal tarea de los economistas
de izquierda. La terrible realidad del país nos empuja a un compromiso
mayor en la elaboración de un proyecto anticapitalista viable.
LAS PAUTAS DE LA CONSTRUCCIÓN SOCIALISTA
La crisis argentina es un resultado combinado del modelo neoliberal, la inserción
periférica y los desequilibrios del capitalismo. Estas tres causas explican
el estallido, la profundidad y la singularidad de la actual depresión.
La economía colapsó porque funciona en torno al beneficio, en
condiciones de creciente dependencia y sometida a políticas desreguladoras.
Los traumáticos efectos de esta triple combinación no pueden ser
superadas en favor de la mayoría si se adoptan medidas acotadas en cada
uno de estos tres planos. No alcanza con revertir la política antiliberal,
cortar con la dependencia o emanciparse del capital. Se requiere intervenir
simultáneamente en todos los terrenos, con distintos tiempos e intensidades.
Este es el sentido de un programa socialista regido por la planificación,
pero conectado a la acción del mercado bajo una gestión participativa
y democrática.
La aplicación de este programa apunta, en primer término, a lograr
la recuperación del poder adquisitivo mediante un aumento general de
salarios mínimos y efectivos junto al establecimiento de un seguro de
desempleo indexados, que permitan comenzar a elevar los ingresos básicos
al nivel del costo de la canasta familiar. Una parte de las empresas puede absorber
este aumento con las ganancias acumuladas en los últimos años,
mientras que en el sector público (y en parte de las pequeñas
empresas) la mejora sería financiada con impuestos progresivos (especialmente
a las compañías beneficiarias de la pesificación y la devaluación),
el cobro efectivo de impuestos a los grandes evasores y la estatización
del sistema previsional. Recurriendo al control popular de los precios y de
los abastecimientos se afrontaría el eventual peligro de un rebrote inflacionario,
que en condiciones de aguda depresión y altísima capacidad ociosa
no debería ser significativo. Para favorecer el repunte de la demanda
se buscará disminuir drásticamente la tasa de desempleo, reduciendo
la jornada laboral mediante la distribución de las horas de trabajo y
la contratación de nuevos empleados.
El objetivo es poner en marcha un proceso de reindustrialización aprovechando
los abundantes recursos del país y sin fantasear con el ingreso masivo
de inversiones externas. Pero esta estrategia de crecimiento no apunta a "vivir
con lo nuestro" aislando la economía nacional del circuito mundial, porque
la utopía de edificar un socialismo puramente nacional en el siglo XXI
es más ilusoria que la fantasía de erigir -en esta misma etapa-
un capitalismo pujante restringido a sus propias fronteras. Por eso el rechazo
del ALCA debe ir asociado con la reformulación completa de las alianzas
regionales, en función de los intereses de los trabajadores del Cono
Sur.
Una reindustrialización acelerada exige la vigencia de múltiples
formas de propiedad, articuladas en torno a las políticas establecidas
en el sector industrial, de servicios y del comercio exterior nacionalizados.
La propia dinámica de la crisis tenderá a fisonomizar cuál
será la gravitación proporcional de la propiedad privada, cooperativa
y estatal en el campo industrial. Hay que prestar particular atención
al proceso de recuperación de las empresas abandonadas por sus dueños
y retomadas por los trabajadores. Aquí se puede alentar la gestión
cooperativa, siempre y cuándo se establezcan medidas para evitar el ahogo
de estas empresas por la falta de abastecimientos, mercados y financiación.
Para asegurar la viabilidad de estos emprendimientos resultan decisivos los
convenios con el estado y su integración a la planificación industrial.
Lo que debe descartarse es la devolución de las empresas quebradas a
sus viejos o nuevos dueños capitalistas.
La reconstrucción económica exige destinar el grueso de los recursos
generados por el no pago de la deuda externa a programas de educación,
salud y alimentación gratuita para toda la población. La ruptura
con el FMI implica el desconocimiento de la deuda fraudulenta, pero no el aislamiento
financiero y comercial del país. Se apuntaría a realizar un replanteo
radical de los flujos de exportaciones e importaciones, utilizando los excedentes
de la producción agroexportadora a favor de la modernización industrial,
que en el pasado se frustró por la sistemática subvención
a los grupos empresarios. Este programa exige no solo el control de cambios,
sino también el monopolio estatal del comercio exterior, porque si una
veintena de compañías maneja el ingreso de divisas la política
cambiaria queda aprisionada por estas maniobras especulativas.
Cómo el sistema financiero se encuentra al borde de la bancarrota, el
desafío actual es definir cuál será su reemplazo. Ya no
está en juego sólo el ahorro de los pequeños depositantes,
sino el trabajo de 50.000 bancarios y el crédito a miles de empresas.
La reconstrucción del sistema financiero en torno a una estructura integralmente
nacionalizada es la única forma de asegurar un manejo racional de los
préstamos en función de las prioridades de inversión y
consumo.
Pero esta nacionalización no repetirá el salvataje de los banqueros,
sino que implicará ante todo una transferencia sin indemnización
de las propiedades y activos de los bancos que se nieguen a devolver el dinero
confiscado a los ahorristas, o que amenacen con irse del país. La secuencia
de medidas en favor de los ahorristas debería ser: intervención
de los bancos bajo control de los empleados para verificar el estado real de
cada entidad, análisis de los grandes créditos que podrían
precancelarse, intimación de los bancos a devolver el dinero robado y
comienzo del proceso de nacionalización del sistema. A partir de aquí
debería constituirse un fondo general destinado a devolver el dinero
robado a los pequeños ahorristas, dentro de las posibilidades del proceso
de reconstrucción económica. La devolución es más
factible con esta propuesta que con el bono o la hiperinflación que prepara
el gobierno y por otra parte, asegura justicia a los estafados y castigo a los
estafadores. Además, garantiza al pequeño ahorrista los mismos
niveles de empleo e ingreso básicos que obtendrá el conjunto de
la población.
Se debe instrumentar una secuencia equivalente de medidas en el terreno de las
empresas privatizadas. Primero hay que prohibir cualquier aumento tarifario,
frenando la fuga de divisas y el vaciamiento organizado que las compañías
están implementando para cubrir sus pérdidas con el deterioro
de los servicios y la anulación de las inversiones. Posteriormente hay
que iniciar el proceso de recuperación estatal de las empresas estratégicas,
mediante la renacionalización sin ningún tipo de indemnización.
Pero en este terreno resulta vital impedir el retorno al pasado de gestión
burocrática al servicio de los contratistas privados. La constitución
de organismos de control independiente de carácter electivo y popular,
que auditen la transparencia de las inversiones, los costos y los rendimientos
de cada compañía es el camino para evitar la repetición
de la ineficiencia y el derroche burocráticos. Un organismo público
puede controlar efectivamente a otro si participa la población, porque
en este caso no influirá ningún lobby privado distribuyendo coimas
y repartiendo privilegios.
La aplicación de este programa permitiría inaugurar una economía
de transición socialista, estructurada en torno a la planificación
democrática, la gestión popular y la propiedad colectiva, pero
enlazada a la vigencia del mercado y a variadas formas de acumulación
privada en distintos sectores de la producción, el comercio y el agro.
Esta opción corresponde al carácter de la crisis y a la situación
periférica del país y permite actuar de manera simultánea
sobre los efectos más nocivos del modelo neoliberal, la inserción
periférica y la irracionalidad capitalista. Se apunta a combinar en diversos
grados la aplicación de medidas antiliberales, antiimperalistas y anticapitalistas
para favorecer la construcción socialista.
Estas propuestas sintetizan los lineamientos básicos de una iniciativa
que cobrará fuerza si los trabajadores y el pueblo aceptan su conveniencia
y viabilidad. Serán ellos y no un grupo de tecnócratas quiénes
definan, cuándo y de qué forma podría aplicarse esta plataforma.
Los economistas de izquierda sólo contribuimos con nuestra elaboración
a la construcción colectiva del poder popular que podría implementar
este proyecto. Mientras que los economistas del régimen desarrollan su
carrera rindiendo cuentas a la clase dominante, nuestro proyecto está
sometido a la consideración de las asambleas de vecinos, piqueteros,
trabajadores, estudiantes, profesionales, organizaciones de derechos humanos
y partidos de izquierda. Ellos son nuestros interlocutores y nuestros jueces.
El programa socialista es una propuesta abierta a la discusión de todas
las instancias de la lucha popular.
21 de mayo 2002
Economista, profesor de la UBA, investigador del Conicet
claudiok@arnet.com.ar