Latinoamérica
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Corrupción
en Wall Street
Por Martín Granovsky
¿Cuán corrupta es Wall Street? La pregunta figuró en la tapa de
una revista, en título catástrofe, la clásica forma de pegar
duro en la atención de los lectores o anunciar que se presenta una gran
denuncia. La pregunta, en esos casos, es un simple formalismo. Los lectores, y
cualquier editor experimentado lo sabe, no suelen reparar en los signos de interrogación
sino en lo que queda encerrado por ellos. Más aún cuando la revista
es nada menos que el número del 13 de mayo de Business Week, el semanario
norteamericano más leído por los sectores de negocios y mucho menos
zurdo, pero muchísimo menos, que Juan Román Riquelme.
La edición de BW ofrece un panorama impresionante de Wall Street. Los grandes
bancos de inversión, como Merril Lynch, que también actúa
en la Argentina, fueron primero sospechados por presuntos errores de cálculo
y ahora directamente están siendo investigados por la Justicia para determinar
si cometieron fraude. Solo Merril podría llegar a pagar dos mil millones
de dólares por daños y perjuicios, si la ola de demandas se amplía
y consigue éxito ante los jueces. Podría desatarse un aluvión
similar al que comenzó cuando se descubrió que la nicotina era no
solo adictiva sino colocada deliberadamente por las tabacaleras para producir
adicción, y mayores ventas, entre los consumidores.
BW revela que la primera demanda correspondió a un pediatra de Queens,
una de las ciudades del Estado de Nueva York. Fue el doctor Debases Kanijlal quien
le pidió al abogado Jacob Zamansky que lo representara para iniciar juicio
por la pérdida de 500 mil dólares que el médico había
invertido en Inforspace Inc., una empresa de Internet. Kanijlal compró
acciones cuando estaban a 60. Las vendió, después de que se evaporaron
los negocios vinculados a Internet, a solo 11. Cualquiera podría pensar
que el pediatra se queja de gusto. Que en el capitalismo el riesgo es la otra
cara de la ganancia. Pero ése no es el punto en la demanda, sino el presunto
doble juego de Merrill Lynch. El abogado Zamansky sostuvo que el banco de inversión
no recomendaba a sus clientes que compraran determinadas acciones porque fueran
a mostrarse rentables sino porque la propia Merrill tenía participación
en esas compañías.
El fiscal general de Nueva York, el famoso Eliot Spitzer, reveló que había
incautado e mails comprometedores.
La revista analiza que los bancos de inversión tienen un conflicto natural
de intereses porque sirven a dos clientes: las compañías para quienes
venden acciones o stocks y los inversores a los que asesoran. Las compañías
quieren precios altos para sus stocks y tasas bajas para sus acciones. Los inversores,
stocks baratos y tasas altas.
El problema, según Business Week, es que los grandes bancos como el Citigroup
y J.P.Morgan Chase "tienen autorización para hacer de todo, desde
comprar y vender stocks hasta prestar dinero y administrar fondos de pensión".
Wall Street no es la escuálida City porteña, pero algunos problemas
suenan familiares. Aquí en la Argentina también la banca fue diluyéndose
en sus diferencias internas y el liberalismo desatado borró toda distinción
de funciones entre la privada, la de inversión, la pública y la
cooperativa.
Y, como aquí, también allí la Justicia actúa con más
decisión cuando debe dar respuesta a grandes pérdidas económicas,
a enormes transferencias de ingresos que dejan ganadores y perdedores. Sobre todo,
perdedores.
En teoría, cada banco de inversión debió haber tenido lo
que el argot financiero llama "Muralla china", una división infranqueable
entre los diferentes sectores de cada banco de inversión. Pero hasta esa
muralla fue insuficiente por ejemplo ante el crecimiento fabuloso de los negocios
de alta tecnología, que también resultaron una gran fuente de ingresos
para Wall Street. Solo con las empresas que cotizaban en el Nasdaq, el índice
de las compañías de tecnología de punta, Wall Street ganó
10 mil millonesde dólares en honorarios, gracias a la actividad de 1300
compañías que generaron 245 mil millones de dólares. Hace
dos años exactos, la burbuja se pinchó y se perdieron nada menos
que 4 billones de dólares. Para quien no lo recuerde: 4 billones son 4
millones de millones de dólares. El legendario Warren Buffett, uno de los
diez hombres más ricos de los Estados Unidos, no duda cuando saca sus conclusiones.
"La burbuja se hizo para sacarles dinero a los inversores, no para dárselos",
dijo.
Nunca tantos perdieron tanto dinero. Y eso sensibiliza a un punto fácil
de imaginar, en especial si luego del Nasdaq se tiene en cuenta que todos los
Estados Unidos sufrieron el shock de Enron, la empresa de energía que terminó
cayendo con estrépito mientras los bancos de inversión seguían
recomendando –dolosamente– comprar acciones. Dolosamente porque esos bancos tenían
inversiones en Enron.
Wall Street es donde las empresas acuden a buscar capitales. Si el desprestigio
cunde, habrá consecuencias horribles sobre el dólar, la inflación
interna y la economía, según la advertencia del experto Felix Rohatyn,
ex director de Lazard Freres & Co..
Todo sería peor, claro, si la Justicia llegara a descubrir que Wall Street
cometió un fraude sistemático y no una simple secuencia de errores
atribuibles a impericia o negligencia.
Cualquiera puede conseguir Business Week en un kiosco o consultarla por Internet.
Incluso quien desee utilizar la revista para deslizarse hacia una defensa fácil:
si ellos, los norteamericanos, son tan corruptos, ¿por qué nos hablan de
corrupción a nosotros, los argentinos? Ese fue el estilo de argumentos
que utilizaron Carlos Menem y José Roberto Dromi cuando en 1991 Página/12
reveló que la embajada de los Estados Unidos se quejó por un pedido
de coimas del Gobierno a la empresa Swift. Tiene el aroma de la mafia, hábil
en desenmascarar al adversario siguiendo la máxima de que la mejor defensa
es un buen ataque. Para un país como la Argentina, con toda su economía
en debate, parece más útil, en cambio, usar un enfoque global. Tan
global como la misma economía de burbujas y fondos de inversión.
Si eso sucede en Wall Street, es obvio que pasa en la Argentina. Si además
los actores son los mismos, es evidente que exportan su tecnología. Y si
son investigados, ¿por qué no hacer propia la investigación?