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La construcción del poder popular
por Rubén Dri
"Los que son considerados como jefes de las naciones, las gobiernan como si
fueran sus dueños; y los poderosos las oprimen con su poder. Pero entre
ustedes no ha de ser así. Al contrario, el que quiera ser el más
importante entre ustedes, que se haga servidor de todos, y el que quiera ser
el primero, que se haga el siervo de todos" (Mc 10, 42-43) El poder es uno de
esos temas cuya historia es tan antigua como la humanidad. Desde siempre, a
pesar del individualismo liberal, sabemos que el hombre es un ser esencialmente
social. Nunca existió el ser humano solo, en soledad absoluta. Existieron
hermitaños que vivieron su soledad en el desierto, pero previa su propia
socialización. Pues bien, la simple relación de dos personas plantea
el problema del poder. Si queremos influir en un cambio social, si pensamos
en la revolución, resistiendo la corriente de considerarla como una cosa
del pasado, propia de mentes simplemente románticas o nostalgiosas, no
podemos menos de replantearnos ese problema tan antiguo y tan nuevo. Es lo que
trataré de hacer en estas breves reflexiones.
1. - El poder como objeto.En los movimientos sociales y políticos
de las décadas del 60 y 70 que marcaron profundamente a nuestra sociedad,
el problema del poder fue planteado con fuerza, en contra de concepciones de
izquierda tradicionales para la cuales el tema se postergaba de manera indefinida.
Partidos considerados siempre de izquierda como el Partido Comunista, los diversos
Partidos Socialistas, las variantes maoístas y trotzquistas no se planteaban
el problema del poder. No significa ello que no hablasen sobre el poder. El
asunto es que para ellos el problema no se imponía como una exigencia
perentoria a realizar. No se cuestionaba en los hechos seriamente el poder del
capitalismo. Por una u otra razón, la revolución estaba postergada,
de manera que había tiempo de sobra para debatirlo. El problema, en cambio,
adquirió no sólo actualidad, sino exigencia perentoria en las
diversas agrupaciones y partidos de una nueva izquierda, por llamarla de esa
manera, que se proponían hacer la revolución.
Ello significaba, terminar con la sociedad capitalista, sustituirla por una
sociedad socialista. Ya no se trataba de una meta lejana, sino de algo que estaba
en cierta manera a la mano. El debate sobre el poder fue intenso, y las concepciones,
diversas, pero todas, de una u otra manera se sintetizaban en "la toma del poder".
En realidad la expresión pertenece a la teoría que fundamentó
los procesos revolucionarios del siglo veinte. Toma del poder, asalto al poder,
asalto al cielo, son expresiones equivalentes. Sin duda que son movilizadoras,
encienden en la imaginación figuras utópicas que impulsan a la
voluntad para la lucha. El poder, en primer lugar, es concebido como un objeto.
Así como se puede tomar, asir, o, en términos populares, "agarrar"
un objeto, también se puede tomar o agarrar el poder. De esta manera,
se piensa que no se tiene el poder, no se lo ejerce, hasta que no se lo ha tomado.
El poder está en manos de las clases dominantes, de los grandes consorcios,
del ejército. En fin, alguien, o algunos lo tienen. Se trata de arrebatárselo.
En segundo lugar, el poder está en un lugar determinado. Ese lugar puede
ser la "Casa Rosada", Campo de Mayo o La Tablada. Quienes están ahí
tienen el poder. Para arrebatárselo es necesario trasladarse hasta ese
lugar. La columna del Che, desde la sierra Maestra a Santa Clara, y desde allí
a la Habana, o la "Larga Marcha" a Pekín son símbolos de este
ir hasta el lugar donde se encuentra el poder, para tomarlo, arrebatándoselo
al enemigo. El poder, en consecuencia, es como una cosa que está en un
determinado lugar al que hay que trasladarse para tomarlo. Algo semejante a
la expedición de los Argonautas dirigidos por Jason a la Cólquide
para arrebatar el célebre "vellocino de oro". Pero ya se sabe, semejante
tesoro está bien guardado, bien custodiado. La marcha para su conquista
no es una fiesta, sino una lucha. Menester es tener la organización y
los instrumentos necesarios para dar esa lucha. El instrumento por excelencia
es el partido político. Para la toma del poder se necesita un partido
revolucionario y para que éste lo sea, debe estar constituido por el
sujeto o los sujetos revolucionarios. Como en la teoría marxista tradicional
el sujeto revolucionario es el proletariado, el partido debe ser un partido
obrero y, su meta próxima es la conquista del poder y el establecimiento
de la dictadura del proletariado. El concepto de "dictadura del proletariado"
es por demás significativo. Normalmente significó lo contrario
a la democracia, en cualquiera de sus formas. Entiendo que no fue ésa
la concepción de Marx, en el cual, por otra parte, el concepto es marginal,
nunca tematizado. Pero en él el concepto de dictadura no se oponía
al de democracia, en el sentido de elecciones, partidos políticos diferentes,
en la medida en que consideraba que las democracias burguesas eran dictaduras.
Ello significa que para Marx la dictadura implicaba la dominación de
una clase sobre las otras, no necesariamente la de un partido político.
Así como la dictadura de la burguesía se ejerce mediante diversos
partidos políticos, lo mismo podría hacer el proletariado. Quiero
decir que la lógica de la dominación de clase no implica necesariamente
el partido único. El establecimiento de las dictaduras del proletariado
ha producido resultados decepcionantes. Los partidos revolucionarios que lograron
la toma del poder establecieron efectivamente una dictadura que se llamó
"dictadura del proletariado" pero que, en realidad, fue una dictadura del partido,
del aparato burocrático y finalmente del líder, depositario de
la ciencia. La revolución se había realizado para construir una
sociedad plenamente liberada, con igualdad efectiva de derechos para todos.
La realidad fue decepcionante. La dominación no fue quebrada sino sustituida.
Los revolucionarios pasaron a ser los nuevos señores. Mentiras, crímenes
y corrupción acompañaron a la nueva sociedad, que no resultó
nueva, sino antigua. La caída del Muro de Berlín es el símbolo
de la derrota de las revoluciones que tomaron el poder. Hablar de traición,
referirse a las condiciones difíciles en que se produjo la revolución
soviética, a la temprana muerte de Lenin y a otras circunstancias, de
ninguna manera logran explicar un fracaso tan rotundo. Volver al debate entre
Lenin y Rosa Luxemburgo pude ser un ejercicio excelente, no para darle ahora
la razón a Rosa, sino para bucear en el destino de una revolución
realizada por una organización, el partido político, que "toma
el poder".
2. - Hegemonía y poder. Como es sabido el triunfo de
la revolución en la Rusia zarista y las derrotas de los intentos revolucionarios
de la segunda década del siglo XIX en Alemania, Hungría e Italia,
llevaron a Antonio Gramsci a una profunda reflexión sobre las causas
de tan dispar destino de los intentos revolucionarios. La contribución
más importante de estas reflexiones gira alrededor del concepto de hegemonía
que, desde entonces figura en todas las elucubraciones que tienen que ver con
la realidad política. Me interesa en estas reflexiones trabajar sobre
la relación que veo entre dicho concepto y la construcción del
poder popular, reinterpretando el concepto de hegemonía, o, incluso,
corrigiéndolo. Para empezar, hay una observación importante que
hace Gramsci al referirse a las diferencias existentes entre las tareas que
le esperan a la revolución de octubre y las que es perentorio realizar
en las revoluciones del los países centroeuropeos. Siendo la sociedad
zarista una sociedad en la que prácticamente no había sociedad
civil, tomado el Estado, o la fortaleza, como lo denomina Gramsci, la tarea
a realizar era nada menos que la de crear la sociedad civil, lo que significa,
crear la hegemonía, entendida ésta como consenso de los ciudadanos.
Ese consenso es poder. Construir la hegemonía es construir poder, poder
horizontal, democrático. Esta tarea no puede ser creada desde arriba,
pero es el único lugar en que esa revolución la podía realizar.
Una contradicción prácticamente insoluble, como se mostró
ulteriormente. Como se ve, me estoy sirviendo del concepto gramsciano de hegemonía,
pero transformado o reinterpretado, como se quiera. Es muy difícil, por
no decir imposible, que la revolución soviética no terminase en
el estalinismo. De hecho, esto ya había sido expuesto por Hegel en la
célebre dialéctica del señor y el siervo. El camino del
señor es un callejón sin salida. Desde el poder de dominación,
aunque éste se denomine "dictadura del proletariado" es imposible pasar
a una sociedad del mutuo reconocimiento. Los sujetos no se realizan por una
concesión que hace desde arriba. Se conquista en una lucha en la que
los siervos, dejan de serlo, no se reconocen como siervos, sino como sujetos.
Gramsci plantea correctamente, para las sociedades avanzadas, con sociedad civil
ampliamente desarrollada, que la hegemonía debía preceder a la
toma del poder o del Estado. Creo que ese principio vale para toda revolución
y no sólo para las sociedades avanzadas, porque si la hegemonía
no se construye en el camino, no se la construirá posteriormente. Se
repetirán las prácticas anteriores. La hegemonía como consenso
democrático no puede ser construido desde arriba, porque ello implica
subordinación. Quien detenta el poder del Estado o el poder político
y económico puede obtener legitimación, que implica aceptación
de la dominación, pero no hegemonía en el sentido de consenso
democrático. Éste sólo puede lograrse desde el seno de
la sociedadcivil. Es una construcción que se realiza entre iguales. Algunos
ejemplos históricos ilustrarán lo que quiero expresar. Tomaré
dos de los más significativos, el del cristianismo primitivo y el de
la Revolución Francesa. El primero como un caso histórico que
muestra la conquista y la pérdida de la hegemonía, y el segundo,
el de una conquista que se mostró irreversible. Después de la
muerte de Jesús de Nazaret que había bregado por una revolución
igualitaria en la sociedad hebrea del siglo primero, sus discípulos,
una vez recuperados del desconcierto de la derrota que significó la muerte
de su líder, comenzaron a repensar su práctica en un contexto
totalmente distinto. Efectivamente, del pueblo hebreo, en el cual había
una historia en la que se insertaba el proyecto liberador de Jesús habían
pasado a habitar en pueblos sometidos por el imperio romano, en los que la única
manera de insertar el proyecto era enfrentar al poder opresor del imperio. La
tarea que emprenden es la de una verdadera lucha por la hegemonía que
implica, entre otras cosas, reinterpretar determinados símbolos, cambiando
su sentido, de opresor en liberador, y crear otros. Tomaré algunos de
los símbolos más significativos que tuvieron esta metamorfosis.
2. 1.- El evangelio viene del pobre, no del poder.
"Principio del evangelio de Jesús Cristo, Hijo de Dios" (Mc 1,1). Así
comienza Marcos su narración sobre la práctica y el mensaje de
Jesús de Nazaret, conocida como evangelio. Hoy el vocablo "evangelio",
reinterpretado desde el poder de dominación, ha pasado a significar una
narración religiosa sin connotación alguna con cuestionamientos
que tenga que ver con situaciones sociales, económicas o políticas.
Sin embargo, se trata de una de las geniales creaciones del lenguaje anti-imperial
de algunas de las primeras comunidades que contraponen la práctica y
el mensaje liberador de Jesús de Nazaret a la práctica y el mensaje
opresor del imperio romano. Efectivamente, según el Diccionario Teológico
del Nuevo Testamento es "un término técnico para ´nuevas victorias´",
especialmente en las batallas militares". (Ched Myers, 1988 p. 123). El evangelio
del imperio se transmitía a través de las victorias de las tropas
que significaban destrucción, muerte y opresión para los vencidos.
La descripción del "endemoniado de Gerasa" nos muestra claramente las
consecuencias de semejante evangelio: "Andaba siempre, día y noche, entre
los sepulcros y por los cerros, gritando y lastimándose con piedras".
(Mc 5, 5). El demonio que se había apoderado de este individuo se llamaba
"legión", es decir, el imperio romano en su expresión más
tenebrosa para los dominados, el ejército. La dominación ocasiona
desequilibrios en los dominados. A éstos se les cierra el horizonte,
se les truncan las posibilidades de realizarse como sujetos. Son reducidos a
objetos descartables. La osadía de Marcos es mayúsculas. El verdadero
evangelio no es el que transmite el imperio sino el que surge del mensaje del
campesino de Nazaret llamado Jesús. El evangelio es: "Se ha cumplido
el tiempo y está cerca el Reino de Dios: conviértanse y crean
en el evangelio". (Mc 1,15) . El evangelio o buena nueva o excelente noticia
no es el imperio romano sino el Reino de Dios. El Reino de Dios es una sociedad
antimonárquica, antijerárquica, antitributaria. Es una sociedad
de iguales, de hermanos, en la que todo se comparte. El único rey aceptado
es Dios quien ni vive en templos sino en el pueblo. Toda la actividad de Jesús
se realiza en las aldeas, en el campo, en las casas de familia, en las sinagogas.
El templo, para Jesús, es como la higuera que no da frutos.2. 2.- El
campesino Jesús es el Señor, no el emperador.En la ideología
del imperio, había un solo Señor, el emperador, el verdadero "señor
del mundo" como la denomina Hegel. En su lucha contrahegemónica las comunidades
cristianas otorgan ese título a Jesús, el campesino de Nazaret
que pasa a ser el Cristo, el Señor - Kyrios-. Ésta es la raíz
de las persecuciones que sufrirán diversas comunidades cristianas. Celso
nos proporciona un buen testimonio sobre el tema. En efecto, al principio que
sostienen los primeros cristianos sobre la imposibilidad de servir a dos señores,
contesta ,Celso que ésas son "palabras de facciosos que quieren hacer
grupo aparte y separarse del común de la sociedad". (Celso, 1989 p.111)
Más adelante agrega Celso: "quien, hablando de Dios, declara que hay
un solo ser al que se debe el nombre de ´Señor´, es un impío que
divide el reino de Dios e introduce en él la sedición, como si
hubiese dos partidos opuestos, como si dios tuviese delante de sí un
rival para hacerle frente". (Id. p. 112). La indignación de Celso es
explicable. Los cristianos admiten al Cristo como único Señor.
Ello significa que se lo niegan al emperador y a los dioses del imperio. En
consecuencia se niegan a participar en los cultos públicos, pues éstos
significaban la legitimación del imperio. Era la utilización te
la teología para legitimar el poder de dominación imperial, ese
pecado que es imperdonable al decir de Jesús. (Mc 3, 28-30). Con más
claridad y contundencia todavía se expresa Celso: "Suponed que os ordenen
jurar por el Jefe del Imperio. No hay ningún mal en hacer tal cosa. Porque,
es entre sus manos en donde fueron colocadas las cosas de la tierra, y es de
él de quien recibís todos los bienes de la existencia. Conviene
atenerse a la antigua frase: ´Es necesario un solo rey, aquel a quien el hijo
del artificioso Saturno confió el cetro´. Si procuráis minar este
principio, el príncipe os castigará, y razón tendrá;
es que si todos los demás hiciesen como vosotros, nada impediría
que el Emperador se quedase en solitario y abandonado y el mundo entero se tornaría
presa de los bárbaros más salvajes y más groseros. No existiría
en breve ninguna señal de vuestra hermosa religión, y lo mismo
acontecería de la verdadera sabiduría entre los hombres". (Celso,
1989 p. 122). Hic Rhodus, hic salta! Aquí hay que saltar. Aquí
está el problema que los cristianos le plantean al imperio, aquí
se encuentra la clave de las persecuciones. Celso es claro y contundente. Dice
que en manos del emperador "fueron colocadas todas las cosas de la tierra".
Los cristianos lo niegan. Ellas están en manos del único Señor
que no es precisamente el emperador. Éste las ha usurpado. Del emperador
reciben todos los bienes de la existencia sólo los poderosos, los que
pertenecen a la burocracia imperial o a la aristocracia. La mayoría no
sólo no recibe esos bienes, sino que recibe los males de la opresión
militar, de la opresión económica, del hambre y la muerte, denunciados
por el apocalipsis en las figuras de los jinetes. (Ap ).2. 3.- Jesús
es el Hijo de Dios, no el emperador."Cayo Octavio nació el 23 de septiembre
del año 63 a.e.c. y se convirtió en hijo adoptivo y heredero legítimo
de Julio César, asesinado el 15 de marzo del 44 a.e.c.. Luego de la deificación
de César por el Senado de Roma el 1º de enero del 42 a.e.c., Octavio
se convirtió inmediatamente en divi filius, hijo de un divino" (Crossan
1996 p. 20). Octavio, el fundador del imperio romano es proclamado Hijo de Dios.
El poeta Virgilio se encargará de fundamentar la naturaleza divina del
emperador en la Eneida y en la Cuarta Égloga. Mientras en la primera
de estas obras narra la historia de la estirpe divina de los emperadores romanos,
en la segunda celebra el "nuevo orden" que comienza con el imperio. En la moneda
que le presentaron a Jesús cuando tramposamente lo interrogan sobre la
licitud del pago del tributo al César se leía: Ti(berius) Caesar
Divi Aug(usti) F(illius) Augustus cuya traducción es: "Tiberio Augusto,
César, hijo del divino Augusto". De modo que el poder del emperador se
encontraba legitimado religiosamente. Había una teología imperial
que sostenía la naturaleza divina de quien detentaba el poder. El título
de augusto que recibía tenía carácter divino. El Apocalipsis
tiene las expresiones condenatorias más terminantes para este tipo de
legitimación religiosa. Marcos inicia su evangelio de la siguiente manera:
"Principio -arjé- del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios". El Génesis
inicia la obra de creación del mundo de la misma manera: "En el principio"
-en arjé-. No es casual. Se trata de una nueva creación. Jesús
crea un mundo nuevo, una nueva sociedad. Mujeres y hombres nuevos. Con Jesús
comienza el mundo nuevo y no con Octavio como proclamaba Virgilio en la célebre
cuarta égloga. Jesús, el Cristo, es decir, el Ungido, el Mesías
es el trae el evangelio, no el emperador, como hemos visto. Por otra parte,
Jesús es el verdadero "Hijo de Dios", no emperador romano. Menester es
captar esta categoría aplicada a Jesús, el Cristo, en todas sus
dimensiones, es decir, en su dimensión político-religiosa. En
primer lugar, su sentido político. Proclamar a Jesús de Nazaret,
un campesino de la oscura región de Galilea como el verdadero Hijo de
Dios, tenía un claro sentido antiimperial. Marcos escribe su evangelio
para mostrar que efectivamente es ese campesino el verdadero Hijo de Dios. Esta
proclamación, por otra parte, tenía un profundo significado religioso
en el que se encuentra implicado no sólo Jesús, sino también
todos los hombres. Para entender esto debemos pasar del concepto al símbolo,
o mejor, devolver esa expresión a su expresión simbólica
como lo fue en su creación. Su paso del símbolo al concepto y,
de éste, al dogma, lo empobreció, unilateralizó y permitió
que se lo utilizara en forma opresora. La realidad es infinita, inagotable.
El ser humano se encuentra abierto a esa infinitud. Abierto a ella, pero sin
poder nunca agotarla o abarcarla completamente. Los símbolos expresan
esa infinitud, por lo cual son polisémicos. Poseen múltiples,
inagotables significaciones. El concepto, en cambio, acota las significaciones
de los símbolos. El símbolo transformado en concepto pasa a tener
una significación unívoca, presta para ser propuesta como dogma.
La expresión "Hijo de Dios" es uno de los símbolos más
ricos y profundos de la experiencia religiosa. En ese nivel, es decir, como
símbolo expresa, por una parte que en Jesús de Nazaret, en su
práctica y su mensaje se nos presenta Dios. En otras palabras, la práctica
y el mensaje de Jesús nos hablan de la presencia de Dios. Por otra parte,
esa elevación del hombre a la divinidad pertenece a todo hombre. Jesús,
el Cristo, es una manifestación eximia de la elevación del ser
humano. Nadie puede saber, conceptualmente, qué significa ser Hijo de
Dios. Sabemos qué significa ser hijo de un padre y de una madre humanos.
Transportar esta experiencia a la divinidad sólo puede hacerse de manera
simbólica, o, en todo caso, analógica, pero nunca como una verdad
que puede afirmarse conceptualmente y, menos, dogmáticamente. Pero en
una sociedad como la helenista el paso de lo simbólico a lo conceptual
era una necesidad. Ello no significa todavía su paso a lo dogmático.
Éste se dará no por una necesidad cultural sino política.
Efectivamente, se hace en el siglo IV cuando las comunidades cristianas conforman
la iglesia, una institución ya avanzada en su proceso de jerarquización
que negocia con Estado, esto, con el imperio romano los espacios de poder. El
símbolo reducido al concepto y éste, al dogma, queda bajo la interpretación
de la institución que ha realizado la transmutación. Naturalmente
que no se puede entender conceptualmente cómo es eso de que un hombre
sea al mismo tiempo Dios o Hijo de Dios. Se lo impone dogmáticamente
y se lo declara un "misterio" que debe ser aceptado por la fe o adhesión
ciega, incomprensible. Efectivamente, la elevación del ser humano a la
divinidad, o, en otras palabras, la trascendencia del ser humano es incomprensible
para el intelecto, es decir, no se puede traducir conceptualmente. Pero es plenamente
comprensible en el nivel simbólico, únicamente manera de expresar
las experiencias más profundas del ser humano. ¿Alguien puede, acaso,
expresar conceptualmente, en forma acabada, la experiencia del amor o la amistad?
Poetas, novelistas y músicos pueden hacerlo de manera mucho más
satisfactoria.
2. 4.- Jesús es el Salvador, no el emperador.Según Lucas el ángel
del Señor se les presentó a unos pastores y les anunció
"una gran alegría que será para todo el pueblo: les -a ustedes-
ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señor". (Lc 2, 11). Dos puntos
son importantes en este anuncio. En primer lugar, se hace a los pastores, pobres
entre los pobres, marginados entre los marginados. En segundo lugar, se les
anuncia que para ellos ha nacido el Salvador. El signo distintivo de los cristianos
en ciertas comunidades primitivas, como las de Roma según puede verse
todavía por ejemplo, en la catacumba de San Calixto, era el pez que en
griego se dice ixtús. Esta palabra da lugar a un acróstico que
se descompone de la siguiente manera: Iesoús Xristós Theoú
Uiós Sotér. En castellano: "Jesús Cristo de Dios Hijo,
Salvador", o sea, Jesucristo, Salvador, Hijo de Dios. Igual que "evangelio",
para nosotros "salvador" tiene un sentido puramente "religioso". Jesús
nos salva de los pecados. Éstos, por otra parte, pertenecen a la intimidad
de cada uno. Se encuentran al margen de toda connotación política
o social. Jesús nos salva de la condenación eterna que habríamos
merecido por pecados tales como haber consentido a malos pensamientos, haber
tenido relaciones sexuales fuera del matrimonio bendecido por la Iglesia Pero
"salvador" -sotér- era uno de los títulos preferenciales de los
emperadores. La salvación tenía, pues, un clarísimo significado
político y social. El nacimiento del nuevo emperador era saludado como
el nacimiento del salvador. La comunidad de Lucas celebraba el nacimiento de
Jesús como el nacimiento del verdadero salvador, entendiendo la salvación
en toda su densidad y profundidad, es decir, abarcando todas las dimensiones
del ser humano. Efectivamente, en esa comunidad se recitaba el célebre
cántico que Lucas pone en boca de María: "Desplegó la fuerza
de su brazo, dispersó a los soberbios en el sentir de su corazón.
Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes;
a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió vacíos".
(Lc 1, 52-53). Los soberbios, en la terminología profética y,
por ende, evangélica son los poderosos, los miembros de la corte o de
la nobleza, mientras que los humildes son los pobres, en especial los campesinos.
2. 5.- El Reino de Dios contra el imperio.El evangelio que anunciaba Jesús
es el advenimiento del Reino de Dios: "Se ha cumplido el tiempo y está
cerca el Reino de Dios. Conviértanse y crean en el evangelio". (Mc 1,
15). La proclamación del "Reino de Dios" es polémica. Su primera
proclamación se confunde con el mismo nacimiento de los hebreos como
pueblo. Los hebreos eran tanto el grupo que, con Moisés logra salir de
Egipto, como los grupos que, en la tierra de Canaán, en el siglo XIII
aC se habían sublevado contra las monarquías cananeas. La propuesta
del grupo de Moisés es pactar una nueva sociedad que reconozca Yavé,
el Dios de Moisés, como único rey. En el siglo XIII la proclamación
del Reino de dios era polémica frente a las monarquías del momento,
las que se alternaban en el dominio de la Media Luna de tierras fértiles
o Fértil Creciente, es decir de las monarquías babilónica,
asiria, hitita, mitanni, y, en general, cananeas. La proclamación realizada
por Jesús de Nazaret, retomada por diversas comunidades cristianas, como
podemos ver en los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, se hace en contra del
imperio romano. En la comunidad de Marcos, al imperio se lo presentaba como
"el hombre fuerte" al que había que amarrar para saquear la casa (Mc
3, 27) y como el demonio al que es necesario expulsar (Mc 5, 9). Recuperar la
radicalidad del mensaje del Reino de Dios es una de las tareas prioritarias
para la conquista de la hegemonía. Parece que hablar de imperio o imperialismo
pertenece a una etapa que ya ha sido completamente superada. En cierto sentido
tienen razón quienes así piensan, pues ya estamos integrados al
imperio en relaciones que pornográficamente fueron definidas como "carnales".
Esta integración al imperio tiene como contrapartida la marginación
de la mayor parte de la población que presenta los síntomas de
desintegración y descomposición de la propia personalidad que
leemos en el endemoniado a quien Jesús libera del demonio del imperio:
"Andaba siempre, día y noche, entre los sepulcros y por los cerros, gritando
y lastimándose con piedras". (Mc 5, 5). La violencia volcada sobre sí
mismo o sobre sus iguales. El ser humano desarticulado, humillado, drogado que
anda por los basurales buscando sobras inmundas con qué alimentarse.
Después del encuentro con Jesús, "el que había tenido la
legión estaba sentado, vestido y en su sano juicio". (Mc 5, 15). Comenzada
la lucha contra el demonio imperial, se produce la liberación. El dominado
recupera su sano juicio, se recupera a sí mismo cuando reconoce al opresor
y contra él vuelve su fuerza. Son conocidos los análisis de Frantz
Fanon sobre los desequilibrios psicológicos producidos por el colonialismo.
El segundo ejemplo al que me quiero referir brevemente es la Revolución
Francesa. Todos los grandes teóricos de la revolución socialista,
ya se trate de Marx, Engels o Lenin, la han tenido en cuenta. Gramsci la propone
como uno de los casos históricos, tal vez el mejor logrado, de conquista
de la hegemonía, que la tornó irreversible. Efectivamente, la
lucha por la hegemonía se produce a lo largo de dos siglos, XVII y XVIII,.
En el primero se sientan las bases filosóficas del consenso, la racionalidad
burguesa, que debía sustituir a la racionalidad medieval. Son Descartes,
Malebranche, Spinoza, Leibniz, Locke, Hume y otros quienes se encargan de la
tarea. En el siglo siguiente, se da propiamente la lucha ideológica,
la construcción del nuevo consenso, con nombres como los de Voltaire,
D´Alambert, Diderot. La Enciclopedia es el símbolo máximo de esta
etapa. A fines del siglo ya el nuevo consenso se había logrado, lo que
significa el poder burgués había sido construido. El poder ya
no se encontraba ya no se encontraba en Versalles, sino en el Tercer Estado.
Sólo había que cambiar los símbolos, el rey, la corte,
y poner los nuevos, correspondientes a la República. El símbolo
máximo del poder monárquico, la Bastilla, se encontraba vacía.
Continúa en el próximo mensaje (2da parte)