|
13 de mayo del 2002
La verdadera invasión silenciosa
José I. Otegui
El autor recomienda que mientras lee esta nota vigile su casa. Puede
que un grupo de marines intenten apoderarse de su jardín para así
usufructuar en beneficio de la United Fruit el limonero. Quien esto escribe
debió ceder su balcón para la instalación de una base norteamericana
de radares antimisiles.
En 1982 México declaró que no podía pagar su deuda externa.
En agosto de 1983, Henry Kissinger y David Rockefeller convocaron a una reunión
reservada en la ciudad de Val, Colorado, Estados Unidos, a una docena de primeras
figuras de la política y las finanzas mundiales como el francés
Valery Giscard D'Estaigne (que había concluido poco antes su mandato
como presidente de Francia), Gerald Ford (ídem de EE.UU.) y representantes
de los cuatro o cinco mayores bancos multinacionales de Estados Unidos y Europa.
El tema de ese cónclave fue, justamente, la búsqueda de un sistema
que les permitiera cobrar la deuda externa de los países del tercer mundo,
dado que la cesación de pagos ("default") de México la hacía
de muy dudoso recupero.
La conclusión fue que debían impulsar la privatización
de las empresas estatales de los países deudores, para que con su producido
se pagara la deuda. Tal propuesta se llamó: "deuda por activos".
De ahí en más, desde todas las usinas de acción psicológica
de EE.UU. y los bancos, incluidos el FMI, el BM y el BID, se desarrolló
una intensa e inteligente campaña de prensa (de acción psicológica,
o no se acuerdan de Bernie y doña Rosa) para convencernos de que:
las empresas del Estado eran las principales culpables del déficit fiscal,
por lo que, si deseábamos eliminar ese déficit, debíamos
necesariamente privatizarlas;
más aún, al privatizar las empresas públicas, tendríamos
superávit fiscal, con el cual podríamos financiar el crecimiento
económico;
si privatizábamos todo, los nuevos dueños (extranjeros, por supuesto)
traerían tecnologías avanzadísimas, que nos aportarían
gran confort, eficiencia (competitividad empresaria) y bienestar social;
nosotros, por naturaleza, éramos malos administradores, y por ello nos
convenía entregárselas a los expertos privados extranjeros;
además, las empresas públicas daban motivo a la corrupción.
Hoy, una campaña similar ha comenzado y con mucha fuerza, para, en
algún futuro no tan lejano, hacernos aceptar mansamente el canje de "deuda
por territorio".
El primer paso de esa campaña ya está casi concluido: enormes
grupos económicos extranjeros, anglo-norteamericanos en particular, han
comprado inmensas superficies de campos, sobre todo en la Patagonia. Conviene
recordar que exactamente así comenzó la usurpación del
estado mexicano de Texas, por parte de EE.UU. en la década de 1830. ¿Cuál
es el motivo para que, en algún momento, no intenten hacer lo mismo aquí,
si ahora tienen infinitamente más poder que hace 170 años, y cuentan
con la posibilidad concreta y ya verificada de realizar una campaña de
acción psicológica de resultados fulmíneos?
El segundo paso está en avanzada vía de ejecución:
nos bombardean diariamente con una publicidad machacona, para convencernos de
que los argentinos no sabemos gobernarnos y somos un desastre como sociedad.
Esa campaña insidiosa la ha iniciado y la comanda nada menos que el Secretario
del Tesoro de EE.UU., Paul O'Neill. Una de sus insidias fue: "La culpa es de
los argentinos que, en 70 años, no han logrado crear una sola industria
fuerte" (haciéndose el distraído, por supuesto, respecto a las
brutales e infranqueables trabas que su propio gobierno puso a la industrialización
en la Argentina). Más tarde agregó: "los argentinos constituyen
una sociedad desorganizada", olvidándose que, en cada disturbio o golpe
militar que hemos sufrido en estos 70 años, ha estado siempre la mano
de la CIA y de las multinacionales estadounidenses.
A la prédica de O'Neill, se han sumado las claques de siempre (extranjeras
y nativas), hasta llegar al colmo dicho en marzo pasado por el "think tank"
norteamericano Rudiger Dornbush:
"Los argentinos necesitan un gerenciamiento externo, pues ellos no saben hacerlo
por sí solos".
Conviene observar y escuchar con atención la prédica de muchos
periodistas y medios masivos de comunicación, que permanentemente se
suman a esa campaña de disminuir nuestra autoestima como pueblo. Recomiendo,
luego de beber una buena dosis de Hepatalgina, las producciones del mercenario
de los medios Daniel Hadad, adalid de las operaciones de prensa funcionales
a la ultraderecha.
La tercera etapa consistió (y aún consiste) en proponernos,
como al pasar, múltiples métodos para pagar "civilizada y decorosamente"
la deuda con territorios:
Constituir reservas ecológicas.
Certificados "verdes" o de oxígeno, para "aprovechar" nuestros extensos
y ricos bosques.
Cesión de tierras para bases militares y/o científicas estadounidenses.
Privatizar el Banco Nación que tiene hipotecada una gran proporción
de las tierras fértiles de nuestro país; si se privatizara el
Nación, sus nuevos dueños (los bancos acreedores de la deuda externa,
con toda seguridad) podrían apoderarse de todas esas tierras, con sólo
ejecutar las hipotecas.
Y el último y más ingenioso (y por eso mismo, el más peligroso):
emitir un nuevo bono estatal, que esté garantizado por un fideicomiso
donde irían a parar todas las tierras fiscales; ese bono se entregaría
a los acreedores, en canje por la deuda actual; ese mecanismo actúa,
en la práctica, como una hipoteca, de modo que, si no pagamos tales bonos
nuevos, el acreedor podría ejecutarlos y quedarse con su cuota del fideicomiso,
es decir, con su parte de territorio...
La cuarta etapa (que también está ya en funcionamiento)
es difundir masivamente la idea de canjear deuda por territorio entre los argentinos.
Al respecto, desde Chubut nos han informado que la consultora porteña
Jorge Giacobe y Asociados efectuó hace poco una encuesta en esa provincia
que, al parecer, se repitió en Tierra del Fuego, Santa Cruz y Neuquén.
Las preguntas más sugestivas fueron:
Si aceptaría que se entregaran nuestros derechos sobre la Antártida
para cancelar toda la deuda externa.
Si aceptaría el trueque de tierras fiscales nacionales, y aún
provinciales, en pago de la deuda.
Qué imagen tenía de los candidatos presidenciales Mauricio Macri,
Ricardo López Murphy y Patricia Bullrich.
Esa encuesta produjo tal revuelo en la Patagonia, que debieron tomar cartas
en el asunto las autoridades provinciales. Sugestivamente, ningún medio
de comunicación, argentino o extranjero, "levantó" la noticia
publicada en Comodoro Rivadavia.
La quinta y última etapa es, quizás, la más grave
y alarmante. El presidente Duhalde contrató hace tiempo al politólogo
norteamericano Norman Bailey como su asesor político personal. Dicho
"experto" acaba de elevar al Presidente un memo en el que le recomienda emitir
los ya citados bonos garantizados por el fideicomiso de las tierras fiscales,
para canjear por los actuales papeles de la deuda externa.
Simultáneamente, Duhalde, por decreto Nº 533/2002 (Boletín Oficial
del 22-03-02), ha contratado a tres empresas anglo-norteamericanas para que
lo asesoren internacionalmente en cuestiones de la deuda externa y para que
"preparen e implementen una estrategia para conseguir financiamiento internacional".
Es decir que tales consultoras serán las encargadas de trazar un plan
de renegociación de la deuda externa argentina y de llevarlo a cabo.
Una de esas empresas, denominada Zemic Communications, es propiedad de nuestro
bien conocido Henry Kissinger, mentor, entre otras ideas criminales como la
mayoría de las últimas dictaduras latinoamericanas y el Plan Cóndor,
del pago de "deuda con activos" .
Para el final, un chiste un tanto viejo. Cierto presidente de cierto país
latinoamericano retorna desde Washington luego de negociar la deuda externa
de su país, por lo que pronuncia un discurso ante su pueblo para comunicarles
los resultados en el cual dice: "Tengo una noticia buena y una mala. La buena
es que no debemos más nada a nadie. La mala es que tenemos 24 horas para
dejar el país". Hasta ahora es sólo un chiste. De nosotros depende
para que siga siéndolo.