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13 de mayo del 2002
Los verdaderos agresores en Argentina
Violencia y contra violencia
Cheché Dolberg
La Haine
Quedó claro como nunca antes, durante las jornadas de protesta
y represión indiscriminada en Argentina, que la acción del gobierno
amenaza a la sociedad en su conjunto.
Si consideramos a la violencia como todo aquello que transforma lo cotidiano
en algo verdaderamente amenazante, bien podemos asegurar que vivimos un sistema
político- social violento que oculta en cada una de sus acciones una
genuina amenaza a los sectores populares y la convivencia social.
El ajuste económico a perpetuidad, la incertidumbre laboral, la expropiación
compulsiva del ahorro público y el temor permanente a la exclusión
social producen un efecto similar a los actos de terrorismo indiscriminado.
Nada peor que la sensación de estar todos los días expuestos a
un daño irreparable a nuestra integridad.
Si a todo esto le agregáramos la agresión directa del aparato
represivo del sistema, que supuestamente debiera protegernos, y que fuera desplegado
con ferocidad contra todos los reclamos durante las jornadas de protesta desde
el 19 de diciembre en adelante, encontraríamos en este sinceramiento
del gobierno una real distorsión del pacto social hegemónico hasta
el 14 de octubre donde todavía predominaba el consenso hacia el PUS (Partido
Unico del Sistema).
Fue en las últimas jornadas de protesta y represión indiscriminada
donde se desnudó por primera vez, la acción del gobierno, como
una genuina amenaza a la sociedad en su conjunto y desde su totalidad como modelo
represivo y sistema de dominación dictatorial. Fue también allí
donde el pueblo aprendió a vincular la distorsión de lo social
cotidiano con la política en general, además se empezó
a diferenciar activamente la actitud de la izquierda de las otras fuerzas funcionales
al modelo de represión y saqueo al patrimonio popular.
Nada peor que sentirse agredido por todo lo que se pensaba que nos protegía.
Vecinos convertidos en saqueadores por instigación oficiosa, brutalidad
policial en las calles, el terrorismo estatal asesinando a los jóvenes,
intento de militarización decretando el estado de sitio junto al robo
descarado del ahorro social en colaboración con los bancos. Todo esto
se hace con la complicidad de los funcionarios del Estado, la connivencia de
los jueces y la hipocresía de casi todos los legisladores.
Lo que antes era seguridad se convirtió en agresión, y así
se clarificó quienes eran los verdaderos agresores a la sociedad, de
donde proviene la verdadera violencia que amenaza la integridad social y quienes
alientan a confrontar al sistema de dominación imperante del capitalismo.
Es cierto que ante esta situaciones de desastre reina la inestabilidad, la impredicción
y cierta confusión, pero también es elemental que las masas intuyen
el salto al vacío del continuismo como el mayor peligro a su porvenir
y rápidamente buscan reaccionar ante la catástrofe amenazante.
Las masas populares inventaron nuevos recursos para no quedar capturadas o victimizadas
por la situación, de allí el cacerolazo contra el intento de retorno
a la militarización de la sociedad con el estado de sitio, allí
también probaron su capacidad para manifestar la bronca, defenderse contra
la brutalidad represiva y la agresión del modelo neoliberal. Se fueron
autoconstituyendo como una poderosa ola social para impedir las amenazas del
gobierno y responder valerosamente a la represión oficial , rompiendo
el contrato social imperante viciado de nulidad, puesto que ya nada tiene sentido
cuando todo lo que se dijo es falso y corrompido.
La mentira ha socavado la conciencia social y la distorsión de la realidad
supuesta se convierte en la esencia misma de la violencia que se quiere deshacer.
Comienza a construirse una contraviolencia que nos defienda de las amenazas
y la agresión del poder instalado, a la vez que se termina con la ilusión
de la seguridad permanente. Hacer contraviolencia es desarrollar una red politico-social
que nos permita contener, organizar e impulsar todas los combates contra las
distintas formas de expresión de la violencia del sistema dominante,
impulsando un centro de coordinación unificado de las luchas como garante
de la voluntad popular.
El primer intento es recuperar lo que se ha perdido, movilizarse por una nueva
institucionalidad que contenga la nueva realidad, una red que nos proteja ante
la caída en el vacío de las falsas respuestas, algo que nos permita
recuperar la confianza en el otro, que reconozca la fractura ideológica
que se produjo con lo viejo que no quiere morir, que se sincere y se repare
en un nuevo entorno colectivo que va naciendo, que permita ir recobrando toda
nuestra capacidad de autodefensa contra este desastre de la gobernabilidad de
los que no pueden gobernar. Así fueron naciendo las asambleas populares,
las movilizaciones por barrios y se instaló definitivamente el cacerolazo
como símbolo de la protesta social.
Ante la agresión de todo un sistema siempre hay tres salidas: luchar,
huir o quedar paralizados. En la Capital las mayorías dejaron de ser
silenciosas paralizadas y se convirtieron en masas en movimiento dispuestas
a luchar, pero como una fuerza que se autoconvoca, que se va autoconstituyendo
como una nueva identidad y adquiere autonomía de acción y resolución
política. Esto último es lo primordial para el desarrollo de un
nuevo movimiento histórico que jamas se formará bajo ideas preconcebidas
sino de las que sean de creación heroica del propio pueblo.