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Latinoamérica

IBARRA Y LAS DENUNCIAS DE BELIZ

por Flor de Metal

Beliz es miembro del Opus dei; es por lo tanto integrante de una de los grupos ideológicamente mas oscuros de la derecha argentina. Pero lo que denuncia sobre el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Aníbal Ibarra, es verdad. Del otro lado, la empresa Clarín-Página 12 intenta desvirtuar la denuncia sobre los sistemáticos actos irregulares que se cometen en la ciudad, refiriéndolos a la personalidad de quien denuncia. En el medio, el pueblo porteño es una vez mas estafado por los aparatos de poder, expropiados sus derechos y aspiraciones de ciudadanos de una ciudad con historia. Progresista y crítica, tuvo el instinto suficiente para ser mayoritariamente parte de los movimientos nacionales de masas y nutrir la fuerza del conocimiento que se desarrollaba en la principal universidad de América latina. Volvió a creer en otra fuerza progresista. Hoy es tan miserable como el resto del país; ha declarado el default si bien sus cuentas públicas han sido históricamente superavitarias; el desempleo es creciente, la educación mediocre y el sistema de salud pública está colapsado a pesar de las posibilidades materiales que separan la capital del interior.
Las formas de la pobreza y el desgobierno contrastan con la perfección de la obra de Catalano: la obra es tan hermosa que se transforma en testimonio de la necesidad y la conciencia del hambre del pueblo, no hay prioridades en el gobierno de la Ciudad o peor aún, están subvertidas por la apropiación personal de lo que debió ser público, de todos. Existe ya conciencia de la desposesión que sufren también los porteños por los actos de un gobierno que dividió la ciudad en cajas entre los miembros de la alianza como si Buenos Aires fuese un feudo, mezquinamente, patrimonialmente hasta colocar el mismo apellido en el Congreso de la nación simplemente para que el jefe tuviese "algo suyo en el Senado": al mejor estilo de los caudillos provinciales Ibarra hizo propio el principio medieval de autoridad al margen de toda democracia política y partidaria. Por eso su hermana la senadora Ibarra devuelve al Estado corporativo los fondos que legalmente podría otorgar directamente a quienes sufren: pero el dolor les es ajeno, el pueblo les es ajeno, las instituciones y la historia les son ajenas; simplemente son advenedizos, no conocen a los pobres. Ibarra y Noziglia, Ibarra y el Delarruismo compartiendo la misma obsesión por perpetuarse en el poder y los negocios como castas fuera de época, confiando en que el orden que impone la concentración del capital juega a su favor porque en última instancia el pueblo será derrotado. Es una cuestión de tiempo, de hipocresía en el discurso, de obsceno gatopardismo, de querer acercarse al pueblo para volver a traicionarlo.
Existe la conciencia del escarnio, la claudicación y la estafa del gobierno aliancista. Los pétalos de metal al sol son tan lisos y brillantes que son el espejo ideal para que el pueblo muestre a los falsos demócratas su carne lacerada en cada mañana de desesperanza y hambre. Nada incluye al pueblo porque no hay fuerza política dispuesta a construir democráticamente el nuevo sistema de poder que recupere la nación y el estado de las mayorías. La flor de metal se cierra al atardecer : el presente del pueblo ha sido interdicto por los actos de la falsa democracia, por la subordinación servil de la política a los grupos económicos, por las formas venales de la política.
Aníbal Ibarra no es un político de raza, es una ficción mediática sin historia ni instinto. Por eso cuando llegó a la jefatura de gobierno con el 50% de los votos ni siquiera advirtió que tenía la suma de la legitimación popular para construir hegemonía de largo plazo, para hacer de la política de masas el instrumento mas perfecto de poder y transformar la realidad social que lo tiene como su principal representante, junto al pueblo y siendo parte del sujeto histórico. Trascenderse a sí mismo en el acto de la política, en la subversión de la praxis, en la racionalidad de los actos de gobierno, ser ante los otros y sus hijos sin mansedumbre y venalidad sino con vocación revolucionaria.
Al asumir, el espejo debe haberle devuelto una imagen extraña y desconocida, sin significados ni símbolos compartidos en su vida que lo conectasen con las formas de la lucha del pueblo. No deben haber estado en su memoria ni la Plaza de mayo, ni las antorchas ni el 22 de agosto contenido en un millón de voces del pueblo hablándole a Evita. Líder y masas frente a frente. No deben haber estado en su memoria ni las aguas del río de la Plata y la necesidad de reivindicar la lucha, ni el sentido de la lucha y la relación de fuerzas que está contenida en la historia argentina. Ni la vereda por donde siempre caminó el pueblo. Sin hitos, para Ibarra las veredas son indistintas y el poder se afianza en la capacidad financiera para sostener el aparato político que "invoque en vano su nombre", como el dios de Alexis; como en el mundo irreal de María Antonieta antes que guillotinaran su cabeza.
La inseguridad por la relación de ajenidad con su nuevo tiempo lo ha llevado a tener inoportunidad histórica permanente. Todo lo que hizo ha sido inoportuno para la ciudad, para el partido al que pertenece y para él mismo. Cambió la legitimidad popular por los pactos de gobernabilidad sin ni siquiera tener poder propio acumulado, desconociendo que quien pacta sin necesidad, distribuyendo cajas y cargos jerárquicos entre los socios de la corporación, transforma el liderazgo político en jefatura sin reglas de lealtad ante cada acto electoral. La mayor debilidad se acumula en la cabeza política que debía representar al pueblo y eligió buscar seguridad en la complicidad de la casta política que acababa de traicionar al pueblo. Inorportunamente hizo suya la deslegitimación de los otros en el momento de mayor legitimación personal: semejante error de cálculo sólo puede explicarse por incapacidad o por haber elegido instantáneamente la forma prebendaria del poder.
El negocio es la justificación del cortoplacismo en política porque inmediatamente todo se transforma en tiempo miserable de descuento; no hay camino de retorno, ni permanencia en el escenario político; la lógica de reproducción tautológica del poder es brutal y no deja espacios alternativos: el poder por el poder iguala a los venales, los hace pobres de espíritu, les quita la palabra, el discurso se hace oscuro y devaluado, las reglas de subordinación de la política al capital son lineales y categóricas.
El Senado romano confundía los negocios públicos con los privados cuando el imperio entraba en el ocaso. En las puertas del senado alguien escribió "Quater animalis dicen amen", era el final de la autonomía política e institucional subordinada al poder económico, el comienzo de las épocas del consentimiento mecánico. El pacto corporativo exige mantener separado al pueblo del aparato del Estado porque éste es un instrumento de la acumulación económica de las minorías y los sirvientes del capital que administran la esfera pública financian sus aparatos burocráticos con los fondos públicos. Esta es la razón por la que Ibarra impidió sistemáticamente la democratización del aparato del gobierno de la ciudad, violando los códigos jurídicos que han sido la expresión de los niveles de conciencia del pueblo de la ciudad de Buenos Aires, sobre los cuales los estados modernos reproducen los consensos y la legitimación de las instituciones. Ni el presupuesto participativo ni las comunas fueron puestos en ejercicio por la decisión de Ibarra y su influencia en la legislatura atada a su voluntad por el pacto pródigo de gobernabilidad.
Las reglas del pacto son imperativas, esas que se pusieron en marcha cuando la legitimación del voto popular se cambió por el reparto patrimonial del aparato del estado de la ciudad entre los socios de la alianza y extrapartidarios como Osvaldo Papaleo (empresario del espectáculo y próximo en su momento a Lopez Rega) que integra el directorio de la Corporación del Sur con sueldos originarios de alrededor de 10.000 dólares. A cambio del poder que le daba el 50% de los votos para sentarse a la mesa grande de la política corporativa, Ibarra sólo debía mantener separado al pueblo de las instituciones y de los contenidos que las masas habían contribuído a definir a través de la práctica social y política. Fragmentar la unidad de la sociedad civil con el sistema de representación política, con absoluto desinterés por las consecuencias que llevan a la disolución de las bases históricas del Estado. Toda esta cuestión de filosofía política en realidad era un estorbo para una clase tan pragmática como improvisada, una posibilidad remota desconsiderada por su ignorancia y apetito venal, sin sensibilidad por el dolor ajeno ni las construcciones racionales. Se creía que si se garantizaba la complicidad de la partidocracia y los pactos compartidos de silencio, el pueblo no representaba una amenaza a la traición y al ejercicio apropiatorio del poder; que se lo podía volver a engañar en cada elección siempre que los aparatos funcionaran afinadamente y garantizaran el clientelismo. Nada recuerda mejor al cálculo matemático que habían realizado los partidos reunidos en la Unión Democrática contra el peronismo: si todos la partidocracia del sistema confluía en la misma alianza electoral el triunfo estaba garantiza por amplía mayoría: sólo se habían olvidado del pueblo.
En muestra de obediencia al pacto corporativo que obliga a separar al pueblo de las estructuras del estado y evitar toda democratización de su funcionamiento, para que las bases no impidan que sea la herramienta de un sólo sector social y lo transformen en un mecanismo que introduzca equilibrios generales en la sociedad, Ibarra ha sostenido que las disposiciones de la Constitución local en materia de participación social son excesivas y por lo tanto dispuso su incumplimiento. De este modo, autoritariamente, ha resuelto la relación entre los poderes del estado y la sociedad de acuerdo con la tipicidad propia de una organización feudal que le confería al príncipe la suma del poder público. Se olvidó que juró sobre la constitución de la ciudad, o ha transformado el hecho en mera contingencia frente al ejercicio "real" del poder. Incapacidad o impunidad. Tal vez por eso ha aniquilado los derechos políticos que la constitución contenía a favor del pueblo como garantía para una construcción mas democrática y racionalidad del estado de la ciudad; ha despojado al pueblo de las herramientas conferidas para una mejor representación de sus necesidades privadas y colectivas. Ha reintroducido al estado de la ciudad en las épocas oscuras del autoritarismo donde la voluntad del dictador se impone a los códigos jurídicos elaborados colectivamente, con desprecio por los derechos individuales y sociales. La violación no solo tiene la gravedad del vicio formal sino que conecta con todo lo espúreo que contiene la apropiación personal de la política: las causas de la tragedia argentina de la última década fundada en la expropiación de los derechos del pueblo, en la corrupción, en la apropiación de los recursos públicos, en la bancarrota jurídica e institucional del estado argentino. En general los políticos no se animan a decir: "la Constitución está equivocada", hay un resto de inteligencia para no confrontar con la asamblea constituyente y su significado en una formación republicana, la violan sistemáticamente en silencio. Ibarra ha declarado públicamente su autoridad por sobre la Constitución local:inimputabilidad o impunidad.
Todo lo demás, los sobreprecios en las contrataciones, las irregularidades en los procedimientos de la contratación pública, las irregularidades en el funcionamiento de las sociedades de la ciudad, la falta de control interno y externo, la falta de defensa de los derechos de los usuarios de la ciudad frente a empresas como Aguas Argentinas SA, los incumplimientos generalizados y lo que no se conoce, es una consecuencia de la filosofía de este político que ha despreciado hasta la mas elemental regla de funcionamiento de una sociedad democrática, causando perjuicio fiscal al estado local y grave daño patrimonial, civil, político y moral a los ciudadanos de la Ciudad de Buenos Aires. Si algún resto ético quedara en su conducta debería renunciar al cargo de jefe de gobierno, dar un paso al costado para que la ciudad no respire un aire tan mediocre.

Flor de Metal