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El tercer tiempo Restringiendo el análisis a sólo los últimos 25 años
de la historia argentina, hemos vivido en el marco de un estado que priorizó -en forma planificada y continua- el saqueo y la entrega de los bienes del pueblo.
Seguramente hay muchas maneras de dividir el trágico proceso iniciado
el 24 de marzo de 1976, ya que fueron muy variadas las formas de lograr ese objetivo motorizado por los grandes centros del poder global. Pero hay (salvo en los últimos meses) una triste constante: el ascenso de "representantes" a los puestos de gerencia nacional logrado con el consenso de la mayoría de la población a través de todas las formas
de manipulación posible, cabalgando en la falta de conciencia política de amplios sectores de la clase trabajadora, con la complicidad de amplios sectores del gremialismo y la clase media que eran circunstancialmente beneficiados. Se fue desde el apoyo a la militarización del estado, hasta el "voto
cuota", mientras se desmantelaba el movimiento obrero organizado, la industria misma y el tejido social que podía ser la red desde donde generar la reconstrucción de la resistencia.
En 1997 puede considerarse un primer atisbo de reacción, la primer crisis política importante, el partido justicialista pierde una elección
luego de una década de triunfos electorales, era la derrota de un partido que
siempre fue votado incluso por muchos muertos. Pero el sistema venía fabricando desde 1995 el "recambio moral", había surgido una esperanza popular,
el Frepaso devenido en Alianza. Otra vez el consenso popular. Luego la decepción, el darse cuenta que se apoyó -nuevamente-
más de lo mismo. El aumento de la pobreza y la desocupación, en un contexto de depresión económica, ahora castigaba más duramente que
nunca también a la clase media.
Es lo que puede considerarse el segundo tiempo. Por primera vez, la suma de los gerentes del sistema, en todos sus supuestamente diferenciados partidos políticos, no gozan del apoyo de la mayoría de los "electores".
El esquema tradicional de representatividad comienza a crujir.
El 14 de octubre de 2001 con la anulación premeditada de 4 millones de votos, y 6 millones de ciudadanos ausentes de las urnas, emerge en forma concreta y explícita esa crisis de representatividad. Se produce la fractura del esquema lineal de la constitucionalidad: "el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes".
Hay un profundo silencio de la "clase política" que intenta esbozar hipócritas autocríticas.
Pero ya es tarde, el pueblo quiere hechos y no más palabras. Miles llenan las calles la tras la declaración de estado de sitio el 19 y 20 de diciembre 2001.
Cae -por primera vez en la historia- un presidente elegido en las urnas sin intervención militar. Se complementan el hartazgo de la clase media expresado en el espontáneo "cacerolazo" con movilizaciones a Plaza de
Mayo y de los pobres en saqueos -apoyados en necesidades reales insatisfechas- en su mayoría organizados por punteros que responden a dirigentes de los partidos del sistema para precipitar la renuncia del presidente, buscando cambiar un gerente que consideran agotado, pero no su orientación política. Pero cometen uno de sus escasos errores, creen que con cambiar la forma será suficiente, y que lo único que molesta es el corralito.
El cacerolazo persiste mucho más de lo esperado y ahora no hay dirigentes que los organicen. Sectores de clase media y clase media baja comienzan a organizarse en asambleas populares y articularse con los antes mal vistos piqueteros y otros movimientos populares.
Ya ningún gerente goza del apoyo popular y temen ir a elecciones ante
la certeza del rechazo electoral que sufrirán, desligitimando todo mandato desde el caduco sistema representativo constitucional.
Los aparatos electorales de la izquierda argentina, también saben que durante 18 años de democracia formal, no fueron capaces de crear una alternativa real al sistema dominante y que ahora las incipientes organizaciones populares les pasarán la debida factura. Sólo les
queda participar desde las bases, no desde sus verticales y obsoletos aparatos.
Pronto llegará el tercer tiempo, el de la construcción orgánica.
Será necesario demoler viejas estructuras para permitir la construcción de
lo nuevo.
Hay mucho por hacer, pero en imprescindible consensuar objetivos, y diseñar estrategias paro lograrlos.
Es el momento de repensar todo lo actuado, de corregir errores, dejar irrumpir lo nuevo. Las asambleas tendrán que reflexionar que no existe
nada perfectamente plano en la realidad, dejar de confundir asambleas populares con asambleísmo o terapias grupales, se deben diseñar y ejecutar
políticas populares. Las asambleas son un colectivo que se reúne para llegar a
algún fin a través de algún canino, por lo cual el fin debe ser el primero
en ser fijado y trabajar a diario en el camino, que es la estrategia. El asambleismo es la actividad de armar y participar de asambleas por el hecho mismo de hacerlo.
Los movimientos piqueteros, posiblemente deberán dejar de buscar líderes carismáticos que les enseñen el camino y potenciar la militancia
y estima personal, para evitar nuevas traiciones a las bases. Asambleas, piqueteros, movimientos populares democráticos soberanos,
son las nuevas formas de construcción política en medio de la devastación. No más máquinas electorales, no más vanguardias iluminadas. Es fácil de decir, pero solamente será posible si a la política
con sus objetivos y sus estrategias nos animamos a hacerla nosotros, el pueblo. El tercer tiempo nos espera.