|
25 Años de las Madres: ellos también son nosotros
Escribir palabras sobre la Asociación Madres de Plaza de Mayo es difícil, debido especialmente a que su lucha se puede narrar con palabras, sí, pero más con los hechos que suceden en las calles, en las plazas, en los piquetes, en el ir y venir de sus cuerpos en acción. La generación que nació a la política y la resistencia calentada al sol de su pañuelo blanco no olvidará nunca jamás su lección: luchar es poner el cuerpo, jugarse el pellejo, la malasangre y la piel, y no solamente escribir declaraciones públicas, volantes precisos, bonitos poemas, solicitadas comprometedoras. Como con la poesía, de las Madres siempre dirá más un fuego, un viento, las gomeras con piedras en la punta, que una palabra. Definitivamente, para nombrar todos los fulgores de las Madres de Plaza de Mayo no alcanzarían los favores de la lengua castellana entera.
En estos 25 años de lucha de las Madres el mundo supo de las andanzas bellas de sus hijos desaparecidos y aprendió su ejemplo, su entrega, sus banderas pintadas a sangre y solidaridad. Junto a ellas, las nuevas generaciones comprendieron que los desaparecidos no fueron semidioses ni santos, terroristas ni demonios de izquierda, sino la expresión más consecuente de un entramado social complejo y dinámico que estaba dispuesto a tomar los cometidos que se le presentaron en su concreto tiempo histórico, buscando cambiar de fondo el país y romper las cadenas que todavía atan el destino de nuestros pueblos al mezquino interés de sus verdugos. La memoria de su valentía humilde y sincera aún enseña que la revolución no sabe de victorias ni fracasos, empates ni traiciones, porque la revolución no es sino la ventura y la dicha de vivir para cambiar la vida, asumiendo las tareas más justas en los momentos más cruciales y menos, en las circunstancias menos adversas y más, en contextos de ofensiva popular y viceversa, en definitiva: todo el tiempo, las 24 horas de cada día de la vida.
En el terco y profundo amor de las Madres de Plaza de Mayo por sus hijos, nacido del sentimiento más íntimo de los revolucionarios, vive el misterio hondo que a la nuevas promociones de militantes los impulsa, los mueve y los alienta a continuar el camino de la liberación que ellos trazaron con su vida generosa, continuando a su vez el sendero que otros, antes que ellos, habían transitado con igual obstinación.
Y yo pregunto: ¿cómo se dice ese amor de las Madres? ¿En qué manual está escrita esa pasión? ¿Qué tiene la vida o canta adentro, que la hace perdurable para siempre? ¿En qué libro de ciencia o canción consta el milagro de transfundir los sueños revolucionarios de los desaparecidos en los ideales de las nuevas generaciones? ¿Qué misterio impide a la lluvia lavar de las calles y los campos del país la sangre de los desaparecidos donada para que haya libertad un día y la justicia sea? ¿Por qué sacan humo las baldosas de la Plaza de Mayo todos los jueves de todas las semanas del año? ¿Qué palabra podrá silbar el viento que sube a los ojos de repente cuando las Madres de Plaza de Mayo se atan debajo de la pera, en la garganta casi, pegadas a su voz, el nudo del pañuelo todo blanco? ¿De dónde sacan la fuerza, el coraje, la voluntad todavía, de mantenerse soberana y lúcidamente en contra de todo lo que sus hijos no querían para su patria? ¿En qué río o fuente o mar hacen fomentos de agua y sal para aliviar sus pies cansados, fecundos, siempre jóvenes?
Igual que sus hijos, las Madres no aceptaron plata inmunda cotizada en bonos a cambio de justicia. Igual que sus hijos, las Madres se negaron a tasar la vida en cheques pagaderos al tanto por ciento. Igual que sus hijos, las Madres rechazaron la muerte y prohibieron que se manche de traiciones, quebrados y amistad entre las clases, el claro deseo de la revolución. Por amor a sus hijos, las Madres se quedaron solas todas las veces que fue necesario para no abandonarlos ni una vez. En ejercicio del amor a sus hijos, las Madres se plantaron en Plaza de Mayo para limpiarles de la frente hasta la última pequeña porquería que el enemigo dictó para su memoria. En representación del amor a sus hijos, las Madres se levantan todas las mañanas de todos los días de sus vidas para continuar la inocencia armada, la dura ternura de sentir en su hondo corazón cualquier injusticia cometida contra cualquier persona en cualquier lugar de la tierra. Igual que sus hijos, las Madres no miden sus posiciones viscerales y justas según los futuros costos políticos, la conveniencia o no mediática, los acuerdos turbios con traidores. Contra mareas y vientos de impíos y cómplices, las Madres no dudan a la hora de soñar sueños de revolución y cambios políticos drásticos, así se ofendan los poderosos y los tímidos se asusten, tal cual hicieron sus hijos.
Viéndolas de cerca en su dura tarea de luchar queda claro que las Madres actúan así por deseo o mandato de los desaparecidos, aunque también por decisión y desarrollo propios. Es decir, la aceptación de ese mandato por parte de las Madres no es consecuencia de una determinación biológica o sanguínea, sino ideológica, aunque también afectiva; política y a su vez sentimental.
Es decir, que las Madres no sólo son revolucionarias para no traicionar el amor a sus hijos. Ellas se hicieron revolucionarias a partir del dolor, "a nuestro estilo de las reuniones de los martes", como reconoció Hebe de Bonafini en su discurso del 30 de abril de 2002, al celebrar los 25 años de lucha de la agrupación. Optaron por la lucha revolucionaria entre las muchas variantes que el sistema les ofrecía para encausar "democráticamente" su dolor particular: plata, cargos políticos, parodias judiciales, reconciliación. Las Madres decidieron concientemente que en su piel asomen los lunares, las cicatrices, de otros cientos de miles de compañeros caídos en el ancho sur. En su cuerpo de dos brazos, una cabeza y un corazón combaten y piensan y sienten los 300000 compañeros que faltan. Cuando ellas discuten qué responder al enemigo, cuál estrategia seguir para enfrentarlo con más posibilidades de triunfo, consultan antes con sus hijos y deciden según su entrega infinita a la revolución. Sencillamente, junto a las Madres es posible construir la derrota de la burguesía en manos del pueblo porque nunca habrá tiempo ni lugar para la mínima traición a la vida sus hijos, ni a los misterios, los fulgores, los brillos de esa vida.
Es conmovedor que hoy haya cientos de miles de compañeros en las calles del país, pero ello es posible porque durante la noche militar sólo las Madres, las palomas y ninguno más se atrevieron marchar en la Plaza de Mayo. Si todavía la palabra revolución dicta sueños y canciones, es porque las Madres la rescataron de entre las sombras adonde la habían confinado los dictadores militares y después sus cómplices civiles y toda su cría socialdemócrata, políticamente correcta, posibilista y cómoda.
A 25 años de la primera vez que fue jueves en las luchas del sur, los hijos de las Madres están más vivos que nunca: hierven arroces en las ollas populares, combaten a piedras y palos en los piquetes, marchan en la Plaza de Mayo arriba del pañuelo blanco. Ellos son todos los que luchan y levantan el puño izquierdo en dirección del cielo, el sol que va a salir mañana, los vidrios de esta paz toda perversa, el futuro de justicia que se acerca a caballo de la rebelión.
Demetrio Iramain
Buenos Aires, 1º de mayo de 2002