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5 de mayo de 2002
El movimiento de desempleados en Argentina
James Petras
De lo social
Ya desde la presidencia del general Juan Domingo Perón de 1946 A 1955,
la provincia argentina de Jujuy, en el noroeste del país, disponía
de empresas estatales e industrias protegidas, como las del tabaco y el azúcar.
Un símbolo de la visión que Perón tenía del país
era la empresa Aceros Zapla, una explotación minera y siderúrgica
de propiedad estatal, situada a una hora de camino al Este de la capital provincial,
San Salvador de Jujuy. La empresa pagaba a sus empleados salarios de clase media.
Pero la vida en Jujuy empezó a deteriorarse a finales de los 80, a medida
que Argentina comenzaba a reducir sus aranceles aduaneros y a privatizar las
empresas del Estado. Jujuy perdió miles de empleos, en beneficio de países
como China e India, en donde los trabajadores tenían unos salarios mucho
menores.
El peor golpe lo sufrió en 1992, cuando la acería de Aceros Zapla
redujo su mano de obra radicalmente, de 5 000 a alrededor de 700 personas. El
nuevo dueño de la empresa, un consorcio que incluía a Citicorp,
de Nueva York, decidió que podía alcanzar mayores beneficios dedicándose
a una producción de aceros de gamaalta para usos específicos.
El Gobierno, mientras tanto, recortaba el sistema de bienestar de la nación
y hacía poco por crear empleo. El índice oficial de pobreza entre
los 600 000 habitantes de Jujuy se elevó de un 35% en 1991 a 55% en 1999.
Después de recurrir a la militancia sindical, presentar peticiones al
Gobierno y realizar manifestaciones pacíficas ?todo ello sin resultado?
los residentes de Jujuy fueron de los primeros de entre el creciente grupo de
los desempleados argentinos en desarrollar una nueva táctica: el bloqueo
de carreteras. Uno de sus primeros bloqueos cortó el puente internacional
de Horacio Guzmán, enlace principal entre Argentina y Bolivia, la noche
del 7 de mayo de 1997. Durante los siguientes cuatro días, las barricadas
se extendieron a toda la provincia. La primera respuesta del Gobierno fue la
violencia: el 20 de mayo, centenares de trabajadores del azúcar resultaron
heridos por las balas de goma y las granadas lacrimógenas del Ejército.
Pero cuando los manifestantes resistieron, los funcionarios provinciales acordaron
crear más de 12 500 empleos y aumentar la ayuda al desempleo.
El bloqueo de carreteras se extendió rápidamente de Jujuy y otras
provincias septentrionales a los suburbios empobrecidos de ciudades industriales,
como Córdoba, Rosario, Neuquén y Buenos Aires. Los "piqueteros",
nombre con el que se conocen los parados manifestantes, se organizan por barrios
y municipios. Para evitar las manipulaciones, la mayor parte de los grupos mantienen
su autonomía e insisten en que todos los "piqueteros" participen en las
decisiones. Las principales barricadas se han montado alrededor de La Matanza,
un suburbio al oeste de la capital, donde viven 2 millones de pobres en medio
de centenares de fábricas ociosas de donde en otros tiempos salía
todo tipo de productos, de automóviles a textiles. Los "piqueteros" de
La Matanza forman el núcleo central de una agitación que no muestra
ningún signo de amainar, después de haber acabado con dos Gobiernos
argentinos en diciembre. Con unas demandas que van desde paquetes de comida
a la renacionalización de industrias, los "piqueteros" son más
radicales que los jóvenes de clase media que asaltaron las sucursales
de Citibank y Bank of Boston en enero, cuando se hizo público que el
bloqueo de los ahorros se mantendría durante meses.
Además, sus barricadas son más estratégicas que las frecuentes
huelgas generales argentinas, con las que las federaciones sindicales dan salida
al descontento de la clase obrera sin desafiar el orden económico de
la nación. Mostrando el poder de los trabajadores "marginales", los parados
de Argentina están zarandeando ese orden económico, considerado
una vez la joya de corona de la élite económica global. Están
promoviendo tácticas contra las políticas de mercado libre que
pueden emular los pobres de todo el mundo. Están mostrando que el cambio
fundamental no viene de los políticos y burócratas, sino de la
democracia de base y de la acción directa.
LA PRIMERA PRESIDENCIA de PERÓN fue seguida por tres décadas de
dictadura militar, con solo breves interrupciones de gobierno civil, incluida
la vuelta de Perón en los años 70. Después del último
régimen militar, los gobiernos de los presidentes Raúl Alfonsín
(1983-1989), Carlos Menem (1989-1999) y Fernando de la Rúa (1999-2001)
fueron fieles a la ínea marcada por los organismos de crédito
multilaterales dominados por el Departamento del Tesoro de EE UU. La "liberalización"
del comercio y las privatizaciones que devastaron Jujuy y La Matanza crearon
ciudades fantasma en todo el país, y los drásticos cortes en los
gastos sociales perjudicaron a todos aquellos que no podían permitirse
una enseñanza y una atención sanitaria privadas. Para empeorar
las cosas, el Gobierno adoptó políticas monetarias que llevaron
a una especulación desenfrenada y a la fuga masiva de capitales. Una
recesión que venía gestándose desde 1997, se convirtió
en el año pasado en una auténtica depresión, creando la
mayor concentración mundial de trabajadores industriales parados. La
tasa de desempleo oficial del país alcanzó el 18,3%, una cifra
que los economistas independientes consideran que está muy por debajo
de la real. En algunas ciudades, cuatro de cada cinco trabajadores carecen de
trabajo decente. El índice oficial de la pobreza de la nación
ha alcanzado una cifra record de 44%, el doble que en 1991. En un país
de entre los mayores productores de ganado y cereales del mundo, la mayor parte
de los argentinos no pueden permitirse comer carne o pasta: los trenes transportan
esos productos a los puertos para exportarlos a Europa.
Algunos "piqueteros" han pasado toda su vida en la economía sumergida,
como vendedores callejeros, trabajadores eventuales, trabajadores domésticos,
etc. Pero muchos otros tuvieron hasta hace poco con salarios decentes en la
industria metalúrgica, de la energía , de la confección,
etc.? y muchos de ellos tienen experiencia sindical. Una mayoría de "piqueteros"
son en realidad "piqueteras", mujeres cuyos maridos están desalentados
como resultado del paro de larga duración. Los sindicatos argentinos,
como sus homólogos norteamericanos, culpan de su creciente pérdida
de protagonismo a la desaparición de empleos industriales. La más
antigua de las tres federaciones sindicales principales del país? la
Confederación General de Trabajadores (CGT), liderada por Rodolfo Daer.
Colaboró con la última dictadura y se ha aliado desde entonces
con cada uno de los gobiernos en el poder. Una federación disidente toma
su nombre de su líder, Hugo Moyano: la CGT-Moyano organiza huelgas generales
y utiliza una retórica populista, pero sólo presiona al Gobierno
en asuntos de escasa importancia, y negocia a espaldas de los trabajadores.
La tercera federación, la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), es
más progresista. Liderada por la Asociación de Trabajadores del
Estado (ATE), un sindicato de funcionarios, la CTA se ha comprometido con los
parados y plantea cuestiones estructurales, pero tiende a iniciar acciones militantes
para luego retroceder y entrar en negociaciones a puerta cerrada. Durante las
protestas de los días 19 y 20 de diciembre, que acabaron con el gobierno
de de la Rúa, los militantes sindicales aseguran que su principal dirigente,
Víctor de Gennaro, estaba ausente.
Las tres federaciones tienen una trayectoria basada en lealtades personales
hacia sus burócratas de más alto rango, muchos de los cuales cobran
sueldos comparables a los de los altos funcionarios argentinos. Las tres se
concentran en sus miembros cotizantes, no en la clase obrera en su conjunto;
todas mantienen lazos estrechos con los dos partidos principales: el Partido
Justicialista de Menem (peronistas) y la Unión Cívica Radical
(UCR) de Alfonsín y de la Rúa. Estos intereses explican porqué
las huelgas generales, más comunes en Argentina que en cualquier otro
país, siguen siendo asuntos de un solo día, sin ocupación
de empresas o cualquier otra movilización estratégica. Los funcionarios
corporativos y del Gobierno han aprendido a no moverse hasta tanto todo vuelve
a la normalidad, a la mañana siguiente. Estos intereses explican porqué
los escasos sindicatos que intentan organizar a los parados tienden a la indiferencia.
Ningún jefazo sindical está dispuesto a chapotear en el barro
de una "villa miseria"; ninguno está dispuesto a asistir a reuniones
improvisadas en lugares inhóspitos, en el viento helado o el calor bochornoso,
entre niños que lloran, mujeres que exigen alimentos para sus familias
y jóvenes a los que las conferencias económicas aburren. Ninguno
está dispuesto a colocarse con un tirachinas detrás de una barricada
de neumáticos ardiendo, bloqueando carreteras y enfrentándose
a disparos de munición real. Los jefes sindicales prefieren una cita
de media horita en el Ministerio de Trabajo, un comité tripartito de
apoyo a las empresas y los programas de austeridad, que amortiguan la situación
garantizan la "gobernabilidad".
La organización militante a partir de los barrios está en auge
en toda América Latina. En la República Dominicana, los pobres
urbanos luchan por seguir teniendo electricidad; en Venezuela, están
impulsando la agenda populista de Presidente Hugo Chávez; en Bolivia,
están trabajando con los sindicatos contra la privatización del
agua potable, etc. Esa organización de barrio se entrelaza con los fuertes
movimientos rurales de Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, México y Paraguay.
En muchos países, la táctica más efectiva es la barricada.
El tráfico se acumula, los camiones no pueden moverse, las fábricas
no pueden obtener suministros, y las grandes explotaciones agrícolas
no pueden mover su grano. Una barricada bloquea tanto los insumos como los productos
acabados. Como una huelga debilitante, impide a la élite la acumulación
de beneficios, ralentiza el cambio de divisas, recorta los ingresos por impuestos
que permiten que el Gobierno pague su deuda. Con esta potente táctica,
los "piqueteros" argentinos han impulsado una agenda amplia. En una barricada
típica, se exige la liberación de militantes encarcelados y la
retirada de la policía, se piden paquetes de comida, empleos con subsidios
estatales, salarios decentes, subsidios de desempleo, financiación de
siembras, e inversiones públicas en agua, electricidad, calles pavimentadas
e instalaciones sanitarias.
Los parados argentinos practican una democracia desde la base. Todas las decisiones,
desde formular demandas a erigir una barricada, se toman colectivamente en asambleas
abiertas a nivel de barrio o a nivel municipal. Una vez que se elige una carretera,
la asamblea organiza el apoyo en la vecindad de la carretera. Centenares e incluso
miles de gente participan: montan tiendas y organizan ollas populares. La amenaza
de intervención de la policía atrae a una muchedumbre incluso
más amplia.
El Gobierno, por miedo a que se desencadene una batalla, generalmente decide
negociar. Los trabajadores desempleados exigen que las negociaciones se desarrollen
en el lugar de la barricada, de modo que todos los "piqueteros" puedan participar.
Si el Gobierno se aviene a proporcionar empleo, los parados distribuyen los
puestos de trabajo de acuerdo con la necesidad familiar y la participación
en el bloqueo. Los "piqueteros" han aprendido por experiencia que el envío
de representantes para negociar a una oficina del Estado en el centro de la
ciudad da como resultado que las personas asistentes a la negociación,
sus parientes y amigos, obtienen trabajo, pero no necesariamente los demás.
Las movilizaciones de "piqueteros" en algunas zonas han quitado el poder de
las manos de los funcionarios locales, creando zonas cuasi liberadas. En una
ciudad del noroeste, General Mosconi, los trabajadores parados han elaborado
una "economía paralela" de más de 300 proyectos, que incluye una
panadería, huertos biológicos, plantas de depuración del
agua y centros de atención médica primaria. Una parte de los proyectos
están ya en funcionamiento, con pleno éxito.La primavera pasada,
cuando las fuerzas de seguridad del Estado comenzaron a responder con más
violencia, el movimiento de desempleados se radicalizó. En los meses
que siguieron al 17 de junio, día en que un ataque de las fuerzas de
seguridad mató a dos manifestantes e hirió a alrededor de 40,
en una barricada cerca de General Mosconi, muchos "piqueteros" ingresaron en
los sindicatos más militantes y coordinaron a decenas de miles de argentinos
en protestas a nivel nacional, bloqueando más de 300 carreteras y paralizando
la economía. En septiembre, los "piqueteros" organizaron bloqueos masivos
de carretera en la capital y colaboraron con los sindicatos militantes en el
cierre de las empresas públicas y privadas más importantes. Las
acciones contaron con la significativa participación de las clases medias:
tenderos, pensionistas, trabajadores de la sanidad, maestros y activistas de
los derechos humanos, especialmente las Madres de la Plaza de Mayo. Cuando el
Gobierno congeló las cuentas de ahorros, el 3 de diciembre, en una virtual
confiscación de miles de millones de dólares de las clases medias
argentinas, el número de manifestantes aumentó masivamente. En
las dos semanas siguientes se realizaron manifestaciones masivas y se organizó
el saqueo de supermercados, seguido por días de saqueo desorganizado
y de choques mortales con las fuerzas de seguridad. En una intervención
televisada, el 19 de diciembre, de la Rúa anunció un estado de
sitio durante 30 días, que decenas de miles de residentes de Buenos Aires
desafiaron, saliendo a las calles apenas unos minutos después de su discurso.
Muchos de ellos llevaron la cacerolada a las puertas de la residencia del ministro
de economía, Domingo Cavallo, obligándolo a dimitir esa misma
noche. Otros manifestantes sufrieron ataques de la policía, que produjeron
muertos y que obligaron a de la Rúa a dimitir al día siguiente.
La agitación dio paso a una rueda de presidentes, hasta que el Congreso
nombró presidente, el 1 de enero, al peronista Eduardo Duhalde.
LAS DEMANDAS DE LOS "PIQUETEROS" que hace apenas dos meses se consideraban exigencias
izquierdistas ?desde obras públicas masivas a la denuncia de una deuda
de 140 000 millones de dólares? se han convertido en gritos de batalla
de la clase media argentina. Una lista de tales demandas surgió en septiembre
de dos reuniones nacionales, una en La Matanza, un suburbio de Buenos Aires,
y la otra en la ciudad de La Plata, a una hora al sudeste de la capital. Convocadas
por los comités de parados, las reuniones contaron con más de
2 000 representantes de los "piqueteros", sindicatos militantes, grupos de derechos
humanos, partidos de izquierda, grupos de estudiantes, colectivos de artistas,
etc. A medida que se profundiza la depresión en Argentina y que el Gobierno
responde a las protestas con una represión más dura, no hay aún
ningún liderazgo econocido que transforme el movimiento de los barrios
en un gobierno de los trabajadores. Al darse cuenta de que la resistencia del
movimiento proviene de la autonomía local, algunos de los grupos más
exitosos de "piqueteros" se oponen a una organización a escala nacional.
General Mosconi, por ejemplo, no envió delegados a las reuniones de La
Matanza y La Plata.
Los partidos de izquierda y de centro-izquierda, por su parte, se han limitado
a la venta de sus publicaciones y a elegir sus representantes a un Parlamento
impotente. Mientras que algunos "piqueteros" han aceptado puestos en partidos
izquierdistas, incluida una nueva formación llamada Polo Social, la mayoría
del movimiento de parados evita la política electoral, temiendo que los
partidos sometan a los "piqueteros" a una agenda reformista. Un miedo similar
surge de las relaciones tácticas con los sindicatos. Algunos "piqueteros",
influenciados por la ATE, el sindicato de los funcionarios, han permitido el
paso por carreteras alternativas, en una clara concesión dirigida a "ganarse"
a los que deben desplazarse cada día al trabajo y al Ministerio de Trabajo.
Desde la derecha, entretanto, algunos peronistas oportunistas dan respaldo a
las emandas de los "piqueteros" y ofrecen negociar los puestos de trabajo con
el Gobierno. Su objetivo es atraer a parte de los parados para reconstruir el
partido. Los "piqueteros" han resistido hasta ahora estos acercamientos, pero
si la represión se intensifica y las necesidades básicas siguen
sin cubrirse, tendrán que elegir entre radicalizarse más o cooperar
con los jefes políticos. Duhalde conoce este juego. Su mandato de ocho
años (1991-1999) como gobernador de la provincia Buenos Aires, debió
mucho a un aparato patrocinador que distribuyó cestas de comida y empleos.
Y cuando los favores no funcionaron, envió a sus escuadras fascistas.
Incluso durante la ceremonia de toma de posesión de Duhalde, estos escuadristas
hicieron su aparición y apalearon a los manifestantes que protestaban.
La policía dio su apoyo a los ultras. El Gobierno de EE.UU. convenció
rápidamente a Duhalde para que negociase nuevos préstamos, condicionados
a un presupuesto austero, lo que solamente añadirá leña
al fuego del levantamiento y conducirá a un régimen más
represivo o a la revolución popular. Con el apoyo tácito de EE
UU, como mínimo, la dictadura argentina de 1976-1983 enterró el
movimiento izquierdista, asesinando a 30.000 personas. Pero los "piqueteros"
no ceden. En Jujuy, los trabajadores parados bloquearon las carreteras el 15
de enero bajo una bandera en que se leía "Movimiento de lucha de clases".
Al día siguiente, a medida que las protestas se extendían de nuevo
a todo el país, miles de personas en la capital lanzaban el slogan: "Queremos
100 000 puestos de trabajo, ya".