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Respiraciones
Por Juan Gelman
Sucedió en Moscú en 1887 y –dicen– fue un estreno escandaloso:
el de Ivanov, la primera pieza teatral en varios actos que Antón Chejov
escribiera. Los actores que encarnaban a tres de sus personajes –Lebedev, Shabielski
y Borkin– se tomaron tan a pecho y a trago el papel de borracho que destrozaron
algún mueble de la escenografía y desvariaban con el texto. Chejov
no podía reconocer lo que había escrito. "Kiselevsky –Shabielski
en la obra–, de quien tanto esperaba, no dijo correctamente ni una sola frase,
literalmente ni una", escribió a un amigo el desesperado autor.
Odió a Ivanov.
Aceptó sin embargo reestrenarla en San Petersburgo dos años después
y emprendió su penosa reescritura. "Es como comprar un viejo par
de pantalones de un uniforme militar y tratar desesperadamente de convertirlo
en un frac –supo contar en una carta–. No sabe uno si soltar risas trágicas
o relinchar como un caballo." Se ignora si Chejov se rió o relinchó
durante ese trabajo. El hecho es que recortó una cuarta parte del texto
y la pieza fue un éxito: construye un retrato doble de la hipocresía
social y personal equiparable al que Gogol propone en Ha llegado un inspector.
Las falsedades y decepciones de los personajes nacen de una atmósfera
general de aburrimiento, sordidez y malicia. "Necesito gente que yo pueda
despreciar. Necesito entretenerme", profiere Shabielski. Un mundo que sólo
el chismerío tonifica necesariamente convoca a lo cómico en escena.
Como en muchas otras de sus obras dramáticas y de ficción, Chejov
convierte a la tragedia en carne de comedia. Pareciera sugerir lo cómico
del duelo, más trágico que el duelo mismo, y –tal vez– su resolución.
El gran escritor ruso, autor de espléndidos relatos, se sentía
pendularmente atraído y repelido por la expresión teatral, que
visitó menos asiduamente que la narrativa. En 1896 se estrena en la capital
zarista Chayka, obra en cuatro actos mal recibida por el público. Chejov
huye despavorido en la mitad del segundo jurando que nunca más escribirá
para la escena. Pero dos años después, reescrita, Chayka es La
gaviota aclamada en el Teatro de Arte de Moscú. En 1897 se representa
El tío Vanya, nueva versión de El demonio del bosque creada en
1889. Luego escribe y corrige Las tres hermanas (1901/1902) y concluye El jardín
de los cerezos en 1904, año de su muerte a los 44 de edad. Son las cuatro
obras más conocidas y representadas de Chejov, y figuran entre las de
mayor estatura del teatro ruso del siglo XIX y aun del XX.
Alrededor de Chejov se han sedimentado los equívocos, quizás los
más densos que afligen a la literatura rusa. Occidente lo ha considerado
"el poeta de la Rusia crepuscular", "el bardo de la depresión
y la frustración" y ha inventado el adjetivo "chejoviano"
para definir los vacíos del tedio. Lo dijo Gershwin en una canción:
"Tengo más cielos grises/que los que cualquier comedia rusa/ puede
garantizar". Y la Garbo en una película de los ‘30 refiriéndose
a la casa veraniega del personaje en la playa: "Hay mucha soledad allí,
únicamente yo y las gaviotas. Te hace pensar en una obra de teatro rusa".
En la URSS, los sacerdotes del realismo socialista leían la obra de Chejov
como una crítica a las clases dominantes del zarismo. Pero es probable
que Cynthia Ozik tenga razón: "En realidad, Chejov es un escritor
que ha volcado su alma del lado de la piedad y escruta la santidad y la fragilidad
inmaculada del oculto luchador que hay debajo" en cada quien. Es cierto
que eludía el compromiso tanto en política como en su vida amorosa:
solía decir que "la indiferencia de un hombre bueno vale tanto como
cualquier religión". Pero la censura zarista le tachaba en un cuento
navideño el párrafo siguiente: "Creer en Dios es fácil.
Los inquisidores (y daba nombres de ministros del Zar) creían en El.
No, hay que creer en el hombre". Se percibe aquí un soplo gorkiano.
Los escritos de Chejov padecieron también la mano de los censores stalinistas.
En todas las ediciones soviéticas de su correspondencia desaparecieron
muchos pasajes francos sobre el sexo que contradicen la imagen creada de un
hombre casi despojado de sensualidad. Es verdad que en materia de censura literaria,
oficial o de parientes y herederos del autor, en todas partes se cuecen habas.
En Rusia, al parecer, se cuecen habas solamente.
Mientras estudiaba medicina en Moscú, Chejov hacía algún
dinero escribiendo reseñas de espectáculos teatrales para diferentes
semanarios. Era duro. Advirtió sobre unas representaciones de Sarah Bernhardt:
"Cada suspiro... sus lágrimas, sus convulsiones de agonizante, toda
su actuación no es más que una lección inteligente e impecablemente
aprendida". Criticaba no poco las puestas en escena de sus piezas que Stanislavski
inventaba para el Teatro de Arte de Moscú. A la vez, su propia obra dramática
le era fuente de insatisfacciones y de dudas. Aun así insistía,
atrapado por lo sacro que en el teatro respira desde el fondo de los siglos.