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1 de febrero del 2002
Destacada participación de las mujeres en las movilizaciones
Las unas y las otras
Andrea D'Atri
A la memoria de las seis mujeres asesinadas en las jornadas de diciembre
Era, simplemente, una niña
con hambre. No se le puede adjudicar ninguna de esas falsas y sensacionalistas
acusaciones que le gustan a la policía y a los medios de comunicación.
A ella, el mote de "vándala" le quedaba mucho más ridículo
aún que al resto de los manifestantes. Porque Eloísa Paniagua
tenía once años cuando encontró la muerte abrazada a
un paquete de comida, saliendo de un supermercado saqueado por vecinos tan
hambrientos como ella. Era la más pequeña del rosario de mártires
que nos dejaron las jornadas de diciembre.
Como Eloísa, son cientos las niñas y niños que acompañan
a sus madres desde hace meses y años en los cortes de rutas y de puentes,
en los piquetes que reclaman trabajo y alimentos. Y son miles las mujeres
que sustentaron estos cortes, que organizaron las ollas populares, que resistieron
los ataques de gendarmería y policía.
Muchas de ellas son jefas de hogar -ese título inventado por los que
hacen estadísticas y que, en estos casos, describe la vida de mujeres
que no cuentan con trabajo, ni con comida y, a veces, ni siquiera con un techo,
arreciado por inundaciones o desalojos forzados. Mujeres que tienen su propia
mártir desde hace algunos años: la empleada doméstica
neuquina, Teresa Rodríguez, asesinada vilmente por la policía
en las jornadas del Cutralcazo, durante el menemismo.
En estos recientes días de diciembre, otras mujeres jóvenes
encontraron la muerte del mismo modo. Sentadas en sus casas, alcanzadas por
una bala perdida, alejándose de un tumulto, con sus hijos en brazos
o esperando, con la panza vacía, a una mamá que ya no volvió.
Y muchas fuimos las mujeres que, teniendo todavía comida y un techo,
lloramos conmmocionadas frente al televisor durante esos días terribles
en que la desesperación ganó los barrios más humildes.
"Me pasé todo el día llorando frente al televisor viendo a la
gente desesperada por la comida, peleándose entre ellos, viendo las
colas de los viejitos jubilados; cuando escuché que De la Rúa
hablaba como si nada, me rayé, escuché a la vecina que golpeaba
las cacerolas y empecé yo también con mis hijas y cuando me
quise acordar estaba a la cabeza de una manifestación de tres cuadras
marchando hacia la Plaza." Así le explicaba a un cronista, una vecina
de San Telmo.
Ese sentimiento de impotencia que nos recorrió durante los días
previos estalló con furia y, enarbolando los utensilios de la cocina,
las mujeres incitamos a nuestras familias y amigos a partir a Plaza de Mayo.
Las mujeres de la clase media, se convirtieron así en protagonistas,
también, de una gigantesca movilización que desafió el
estado de sitio, convergiendo desde los barrios más pobres y de los
que están en mejor situación. Amas de casa, estudiantes y profesionales,
comerciantes y empleadas, maestras, profesoras y desocupadas, repudiaron a
Cavallo, a De la Rúa y luego a Rodríguez Saa y Duhalde. Repudiaron
el corralito bancario y la corrupción, el hambre y la impunidad, la
desocupación y la miseria, la falta de futuro y el robo del presente.
Hoy, las mujeres estamos también en las asambleas vecinales, nos organizamos
para escrachar a los bancos, las abogadas encabezan las marchas contra la
Corte Suprema, las pibas jóvenes gritan contra la policía en
Floresta junto a las madres de los chicos asesinados, todas seguimos caceroleando...
Y cuando termino de escribir esta nota, una señora de 70 años,
tirada en la calle muy cerca de Plaza de Mayo, le muestra a la cámara
las heridas que le dejaron los balazos de goma de la última movilización.
Si siempre la policía es asesina, si ya sabemos que son ellos los violentos,
esta vez vuelve a estar más claro que nunca. A esta anciana, también,
el mote de "vándala" le queda demasiado ridículo. Ya no pueden
engañarnos.