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25 de marzo del 2002
24 de marzo: La revolución del sabemos lo que hicieron
NO
En la Argentina post De la Rúa hay un nuevo léxico, en
el que sobresalen palabras como corralito o cacerolazo. Pero una que ya se usaba
desde antes cobra cada vez más fuerza: escrache. Cualquier político
o economista al que se descubre en algún lugar público es un potencial
escrachado, en manifestaciones tan espontáneas como mediáticas.
Sin embargo, el escrache nació de otra forma. Fue el modo que la asociación
H.I.J.O.S. encontró para denunciar la impunidad de los genocidas de la
última dictadura militar (y a sus cómplices del poder económico),
beneficiados por el indulto de Menem y las leyes de Obediencia Debida y Punto
Final. Para H.I.J.O.S., escrachar significa sacar a la luz algo que permanece
oculto en la sociedad: generalmente, los vecinos de los represores no saben
que los tienen tan próximos. "El escrache es una herramienta de lucha
y lo que mejor que puede pasar es que la gente la use", dice Mariano Robles,
militante de H.I.J.O.S. Su compañera Florencia Gemetro, en cambio, plantea
algunos reparos: "Nosotros reivindicamos la organización de una forma
alternativa de hacer justicia que proviene de una toma de conciencia. Nuestros
escraches son producto de un trabajo, de una reconstrucción social y
de la necesidad de contar otra historia. Otra cosa es esta expresión
de la impotencia multidirigida, en la que cualquiera puede ser escrachado. Cuando
se le grita a un político en la calle, esos gritos no provienen de un
modo de entender la justicia. Si el sentido del escrache no es conseguir justicia
popular, corre el peligro de desvanecerse en el vaciamiento político:
no queda nada después, porque no hubo toma de conciencia ni organización.
Por otra parte, el escrache no está a favor de la apoliticidad, sino
todo lo contrario: es político y se reivindica como tal. La lucha por
conseguir la justicia o por desterrar la impunidad es política. En ese
sentido, esto encuentra diferencias con el escrache utilizado como una forma
díscola de denunciar cosas sin previa construcción".
Cuando los hijos de desaparecidos por la última dictadura militar decidieron
agruparse, allá por 1995, la Comisión de Escrache fue una de las
primeras que armaron. Tenía otro nombre más serio (Comisión
de Reconstrucción Histórica y Condena Moral), pero en la intimidad
todos hablaban de escrachar, un término lunfardo que significa "poner
en evidencia". "La idea original era que el escrache actuara como una barrera
y que fuera la respuesta frente a la injusticia y la impunidad. En el momento
en el que comenzamos con los escraches, los genocidas salían por televisión
hablando impunemente de los crímenes que habían cometido", explica
Florencia. "Es como decirles: vos estás libre porque te dieron impunidad,
pero no te la vas a llevar de arriba", completa Mariano.
El primer escrache de H.I.J.O.S. fue a Jorge Magnaco, un médico encargado
de los partos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Una ex detenida
fue a atenderse al Sanatorio Mitre y descubrió que Magnaco figuraba en
la cartilla. Cuando se lo transmitió a los H.I.J.O.S., estos decidieron
ponerse en marcha. Durante cuatro viernes seguidos, marcharon desde el sanatorio
hasta la casa del médico represor. Resultado: Magnaco fue despedido de
su trabajo y en una reunión de consorcio le pidieron que se mudara del
edificio donde vivía. Antes de eso, como un antecedente del escrache,
los H.I.J.O.S. se habían manifestado en un bar al que solía concurrir
Alfredo Astiz.
Convencidos de lo positivo del escrache, los pibes se dedicaron a señalar
a buena parte de los genocidas y cómplices de la dictadura que habían
quedado impunes. Al principio hacían hasta dos escraches por mes, pero
más tarde decidieron cambiar de metodología. Ahora, después
de verificar con una investigación que los datos del futuro escrachado
sean correctos, los H.I.J.O.S. y demás integrantes de la Mesa de Escrache
(que nuclea a varias organizaciones, murgas, grupos de estudiantes o de artistas)
se ponen en contacto con agrupaciones del barrio donde se va a realizar la actividad.
Organizar cada escrache lleva varios meses: sehacen preescraches (en los que
hay recitales u obras de teatro en las plazas cercanas), se volantea casa por
casa y, una semana antes de la fecha elegida, la Mesa se traslada al barrio.
"Cuando llega el día del escrache, todo el mundo sabe de qué estamos
hablando", asegura Florencia. "Generalmente nos convocamos en algún lugar
a unas diez cuadras donde vive el genocida y marchamos haciendo un recorrido
que pueda rodear la casa lo más posible por dentro del barrio. Cuando
llegamos a la casa, hacemos alguna manifestación artística, leemos
un discurso escrito por la Mesa y después se tira la famosa bombita de
témpera roja, que simboliza que esa casa está manchada con sangre.
Y después volvemos a hacer un recorrido hasta el punto de desconcentración,
donde bailamos y cantamos como celebración de nuestra lucha. El baile
también tiene que ver con apropiarse del espacio físico, de la
ciudad contaminada. Si se tiene que convivir con un vecino torturador, está
quitándonos parte del espacio físico en el que merecemos habitar.
Entonces tomamos la calle y bailamos desenfrenadamente porque es nuestro lugar,
donde queremos vivir liberados de esas cosas. Uno pone las cosas en su lugar:
ese tipo merece estar en la cárcel y la calle es nuestra". En cada escrache,
los H.I.J.O.S. prometen que van a volver, que develar la impunidad de genocidas
y cómplices no termina en ese acto. Y cumplen: cada tanto, organizan
un escrache móvil, una suerte de caravana por los domicilios de los ya
escrachados.
Para H.I.J.O.S., la elección de las bombitas de témpera roja es
más que un símbolo. "Siempre explicamos que elegimos arrojarlas
contra la casa de los genocidas como una forma de hacer justicia, que no tiene
que ver ni con la venganza ni con la violencia física contra unos pocos,
sino con una construcción de justicia para transformar la sociedad entera",
asegura Florencia. La idea que subyace en los escraches más recientes
es que ese acto de desenmascarar a los genocidas no acabe con el simple acto.
"Cuando termina un escrache, siempre queda la idea de nuclearse en torno de
las necesidades del barrio", dice Mariano. "En ese sentido, el escrache es la
excusa para que los vecinos se conozcan. En San Cristóbal, Villa Urquiza
y Floresta trabajamos con varias organizaciones y, después del escrache,
hubo un espacio más sólido para generar las asambleas barriales
que ahora se generalizaron".